Relato
Elijah Jorowitz

Se da cuenta en cuanto llega: contempla la llanura seca y blanca que se extiende frente a él, llena de ruinas, bajo un cielo de luminosidad hiriente. El cuadro grande de la sala de la casa familiar. Las pinturas y los dibujos que ha visto tantas veces. La pesadilla del abuelo.
5 nov 2023 06:00

Tras el nombre de René, que aparece en las páginas de Si esto es un hombre, de Primo Levi, se escondería la persona real Elijah Jorowitz; eso es, al menos, lo que han pensado siempre sus familiares. En una de las secciones de ese libro hermoso y terrible, el que mejor ha reflejado el horror del lager, Levi describe una “selección”: los soldados de las SS, en pocos segundos, deben decidir, de entre los presos desnudos que van corriendo ante sus ojos, quiénes van a vivir y quiénes van a ir a parar a las cámaras de gas. El oficial empuja hacia su izquierda la ficha de René, que acaba de pasar justo por delante de Levi, y la izquierda significa la muerte, como los presos sabrán más tarde; la de Levi irá a la derecha, y eso significará la vida. Levi no volverá a ver a René.

Pero aquel René pudo sobornar a sus carceleros y salvar su vida, de manera que, como Levi, al final salió con vida del campo de exterminio: eso es lo que afirman sus descendientes, que siempre han sostenido que la historia que oyeron una y otra vez de labios de Elijah coincide con la que cuenta Levi en su obra. Sin embargo, Elijah Jorowitz nunca pudo confirmarlo por sí mismo: murió sin haber llegado a leer el libro.

Elijah Jorowitz procedía de la ciudad polaca de Łódź, y era pintor: antes de la guerra hacía retratos y óleos postimpresionistas de valor más bien escaso. Aunque logró sobrevivir a Auschwitz, nunca volvió a ser la misma persona. Nada más terminar la guerra se casó con otra superviviente de los campos de concentración, y marido y mujer emigraron a Israel en 1948; allí tuvieron dos hijos. Pero Elijah, al contrario que su mujer, vivió obsesionado con el lager: traía a colación una y otra vez lo que allí le había ocurrido y, como otros muchos supervivientes, sentía la necesidad imperiosa de contar su experiencia. En más de una ocasión intentó escribir sobre sus recuerdos, pero fue inútil: nunca se quedaba satisfecho con el resultado y, al final, destruyó todas aquellas cuartillas. En 1951 se quitó la vida en su casa de Haifa.

Además de esa necesidad de contar, Jorowitz desarrolló, en aquellos años, otra obsesión: la de pintar una y otra vez el mismo cuadro. Por lo que dijo, era un paisaje que había visto en muchos de los sueños que tuvo en Auschwitz: una llanura seca y blanca, cubierta de lo que parecían restos de edificios, bajo un cielo increíblemente luminoso. Estaba seguro de que no conocía ningún lugar así, y le producía un extraño nerviosismo, aunque en el sueño nunca ocurriera nada en especial: solo el destello del calor, y aquel paisaje silencioso y yermo. Comparado con la vigilia dantesca del lager, aquel sueño podía parecer casi deseable, pero, por lo que fuera, llenaba de angustia a Elijah. En todo caso, después de su liberación Elijah no volvió a pintar más retratos ni cuadros postimpresionistas: solo pudo trabajar sobre aquel paisaje de pesadilla, desde diferentes perspectivas y ángulos, en cuadros de pequeño o gran formato, sobre lienzo o sobre papel, al óleo o con acuarelas o con ceras, abocetado apenas o reflejado a la perfección, con todos sus detalles. Sus últimos cuadros pueden considerarse casi hiperrealistas, y vistos de lejos casi pueden confundirse con fotografías.

Elijah produjo más de cien cuadros y dibujos con ese motivo, en sus últimos años. La mayoría siguen perteneciendo a la familia Jorowitz, y están guardados en la buhardilla de su casa en Haifa; una de aquellas obras, la de mayor tamaño, la más detallada, sigue presidiendo la sala principal, como recordatorio. En una época intentaron vender algunas de ellas, pero nadie quiso comprarlas. En una ocasión el centro memorial del Holocausto de Jerusalén Yad Vashem estuvo a punto de adquirir una, pero finalmente desistió porque el tema de la obra “no tenía relación directa con lo acontecido en el lager”. El Museo de Arte Contemporáneo de Chicago compró uno de los cuadros pequeños, pero nunca lo ha expuesto en su colección permanente.

El nieto de Elijah Jorowitz tiene 19 años, y se llama Elijah, igual que su abuelo. Es soldado en las Fuerzas de Defensa de Israel. Acaba de llegar, junto con otros compañeros, a un punto señalado en rojo en los mapas del ejército, para sustituir a una brigada en una operación contra la población palestina; el oficial le ordena que suba a un pequeño montículo y esté atento. Se da cuenta en cuanto llega: contempla la llanura seca y blanca que se extiende frente a él, llena de ruinas, bajo un cielo de luminosidad hiriente. El cuadro grande de la sala de la casa familiar. Las pinturas y los dibujos que ha visto tantas veces. La pesadilla del abuelo.

El mapa del ejército dice que se trata del campo de refugiados de Yenín, en Cisjordania.

Este relato se publicó originalmente en euskera hace casi veinte años, en mi libro Itzalak (Erein, 2004). Hace referencia, como es evidente, a la masacre que el ejército israelí perpetró en Yenín en 2002, en el marco de la segunda Intifada. Al hacer esta versión en castellano no me habría resultado muy difícil adaptarlo a la situación actual, convirtiendo al soldado en bisnieto de Elijah Jorowitz, y cambiando Yenín por Beit Hanún o el campo de refugiados de Jabalia, en la franja de Gaza.

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