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¿Que tiene el lugar más peligroso del mundo para ser considerado cómo tal?, ¿cómo se llega a él?, ¿quiénes lo habitan y por qué?, ¿tiene nombre? ¿cuál es?
“Al Hol” no tiene traducción al árabe ni al kurdo. “No significa nada” me dice el chófer armenio en la entrada de la ciudad que lleva ese nombre y que, a su vez, le presta el nombre al campo de refugiados más grande del norte de Siria. Casas destruidas, miradas inseguras y una densidad incómoda que, mezclada con un viento ensordecedor, dan la bienvenida a uno de los lugares más horribles que se pueda visitar.
Siria
Siria Raqqa, antigua capital del terror, diez años después
Un campo de refugiados de casi 60.000 personas es algo complejo. Si las personas que lo habitan pertenecen al Estado Islámico (ISIS), la organización terrorista más grande del siglo XXI, es aún más desolador. Si el sostén, el mantenimiento y la seguridad queda solo en manos de la administración autónoma promovida por los kurdos, la situación se vuelve insostenible.
“No es una prisión, llega ayuda humanitaria, trabajan ONG como en los demás campos de refugiados, la diferencia es que son el ISIS, que no pueden salir del campo y que tienen un grado de violencia que, en algunas partes, sólo podemos acercarnos hasta la puerta pero no ingresar”, dice Yihan, una de las responsables del lugar.
Un 90 por ciento de las personas que vive en Al Hol integró el ISIS, la organización terrorista que atemorizó al mundo hasta 2019, pero que todavía sobrevive y acecha. Atentados, tráfico de petróleo y drogas, inmolaciones, apedreamientos públicos, mutilaciones y decapitaciones a quien no piense como ellos o no siga sus reglas, son algunas de las palabras que evoca el recuerdo de ISIS. Un grupo que, para 2013, aumentaba su poder territorial, económico y militar, y ganaba territorio en Siria e Irak con la promesa de expandirse por el mundo como un califato que representara a todos los musulmanes.
En 2015, las milicianas de las Unidades de Defensa de las Mujeres (YPJ, por sus siglas en kurdo) fueron tapa de los principales medios de comunicación. Un pañuelo colorido en la cabeza y una AK 47 empuñado por una mujer kurda se convirtieron en el símbolo de la lucha contra el ISIS, después de recuperar el territorio de Kobane. Esa ciudad del noreste sirio era fundamental para la estrategia de expansión del califato. Luego de tres meses de lucha cuerpo a cuerpo, las YPJ, junto a las Unidades de Protección del Pueblo (YPG, por sus siglas en kurdo), y con el respaldo aéreo de la Coalición Internacional, derrotaron al grupo terrorista. A partir de ese momento comenzó la caída indeclinable del autonominado Estado Islámico.
“La ciudad se ha vuelto gris”
Ubicado a unos 45 kilómetros de la ciudad de Hesekê, en Rojava (Kurdistán sirio), Al Hol es una fuente de miedo e inseguridad. En su entrada una vecina observa. Se da cuenta que quienes ingresan son periodistas y dice en tono de reclamo: “La ciudad se ha vuelto gris desde el momento en que vino esta cantidad de gente. ¿Qué hacemos si escapan?”. Ese tiempo se refiere a finales de 2019, cuando las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), junto a la Coalición Internacional encabezada por Estados Unidos, expulsaron a ISIS de Baghouz, una aldea en la provincia siria de Deir Ezzor, fronteriza con Irak, el último territorio bajo su control.
A partir de entonces, Al Hol —que albergaba a 10.000 refugiados y desplazados— creció seis veces más. El campamento se convirtió en una prisión a cielo abierto de la que ningún país se hace responsable, aunque dentro de ella haya personas de estados europeos, asiáticos y africanos. En un principio, el campo fue construido para 20.000 personas y luego remodelado para albergar a 40.000. En la actualidad, 60.000 hombres, mujeres y niños viven con recursos escasos y una situación humanitaria y de seguridad crítica. Según los responsables de Al Hol, mantener el campo de refugiados demanda 700.000 dólares al día, lo que supone más de 250 millones de dólares al año.
El campamento solo se puede recorrer en un vehículo militar y con custodia. “Tuvimos muchos problemas porque siempre tiran piedras a los reporteros, odian a la prensa”, afirma Hebun, uno de los encargados del lugar. Las personas esquivan las miradas ajenas. La cámara, consideran, es el enemigo. Es fácil recordar los videos de los periodistas decapitados por el ISIS, como el caso del fotoperiodista estadounidense James Foley.
Paradójicamente los primeros niños que se nos acercan ven la cámara y comienzan a hacer gestos y caras graciosas, el horror aun no se ha llevado la inocencia. En enero de 2022, desde el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) alertaron que los menores de edad sufren estrés, desesperanza y duros daños psicológicos.
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Un laberinto de rejas, alambres de púas y cámaras de seguridad oxidadas preceden el ingreso al campo. Preguntas, credenciales y revisión total de las personas y del vehículo anuncian la llegada a Al Hol. Las autoridades del campo se muestran un poco reacias a tratar con periodistas. En off nos dicen que están enojados con el informe de Naciones Unidas y con los periodistas que comunican sin saber la complejidad que es mantener 60.000 personas del ISIS en un espacio sin apoyo internacional.
“Todo el tiempo hay personas que intentan escapar, siempre hay robos, incluso un grupo del ISIS pasó por las carpas donde están las personas de las ONG y las amenazaron de muerte si no les daban dinero. Aun así, en 2023 la situación mejoró, hubo menos muertes. Esto se debe a los resultados de la operación que hicimos en 2022, donde descubrimos túneles, armas, material de educación, e incluso dos cuerpos de mujeres que fueron decapitadas”, dice Yihan.
“A fines del 2022 hubo momentos en que la situación fue realmente difícil —agrega—. Los ataques de Turquía a los guardias del campo, permitieron que personas se escapen y que muchas ONG no vengan a trabajar durante un largo periodo por el miedo que sentían”.
“Estado Islámico 2.0”
Turquía, país que integra la Coalición contra ISIS, manifestó muchas veces que son las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) las que mantienen relación con el grupo terrorista. Pese a esta retórica, cada vez aparecen más pruebas y acciones que demuestran que cada uno de los movimientos del Estado turco favorece a que el ISIS adquiera fuerzas para resurgir. En las últimas escalada de ataques de Turquía a Rojava, como la del 23 de enero de 2023, drones turcos bombardearon tres veces un puesto de control de las fuerzas de seguridad en Al Hol, cerca de la frontera iraquí. En este ataque murieron ocho soldados de las FDS, que eran guardias en el campo, algo que permitió que media docena de integrantes del ISIS escapen. Los últimos ataques de Turquía tienen como justificación el atentado del 13 de noviembre pasado en Estambul. El gobierno de Recep Tayyip Erdogan culpabilizó al Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK) y a las fuerzas de autodefensa kurdas en el noreste de Siria, acusación que fue rechazada por ambas organizaciones. Con respecto a los ataques de Ankara, el General de la fuerza aérea Claude K. Tudor Jr., Comandante de la fuerza especial de operaciones para derrotar a ISIS en Irak y Siria, declaró a The New York Times: “Si en efecto se realizara un ataque turco, es muy probable que tengamos un ISIS 2.0”.
A finales de diciembre de 2022, el centro británico CAR (Conflict Armament Research) presentó investigaciones que demuestran, con contundencia empírica, que las armas utilizadas en los intentos de escape de los miembros del ISIS provenían del mismo proveedor: el Ejército Nacional Sirio (ENS), entrenado y apoyado públicamente por Ankara.
El ENS es el encargado de controlar las zonas que Turquía ocupó en Rojava en los últimos años. Esas regiones, como Afrin o Serekaniye, la propia ONU las describió en un informe de 2022 como un refugio seguro limitado para el Estado Islámico. Incluso para complicar aún más a Ankara hace pocos meses el medio kurdo Spee Media con sede en Sulaymaniyah publicaba una investigación de soldados pertenecientes al ISIS ocupando actualmente las filas del estado turco en su lucha con el partido de los trabajadores (PKK).
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El 20 de enero de 2022, ISIS realizó su mayor ataque desde que perdieron su territorio en 2019: sus milicianos avanzaron sobre la cárcel de Sina, ubicada en las cercanías de Heseke, lanzaron bombas, derribaron muros de la prisión y entregaron armas a quienes intentaban escapar. El ataque duró varios días y en los enfrentamientos murieron 121 personas de las FDS y 374 yihadistas.
A Al Hol ahora lo llaman la “nueva capital del ISIS”. La reorganización del grupo terrorista, los ataques perpetrados desde adentro y afuera del lugar —con la intención de generar fugas masivas—, y las muertes, lo confirman. Sólo el año pasado, 26 personas fueron asesinadas, incluyendo una mujer que fue decapitada. La situación de seguridad es crítica, porque la AANES se encuentra en soledad controlando ese territorio perdido en los confines de Siria. Hasta ahora, los llamados constantes a los países de origen de los miembros del ISIS para que los repatríen tuvieron respuestas tibias.
En el desierto de tierra árida donde se asienta Al Hol, el color crema del suelo contrasta con los burkas negros de las mujeres que caminan sin hablar ni detenerse. Alrededor de ese hormiguero, las vidas de hombres y mujeres se pierden en la indiferencia de las convulsiones cotidianas. El campamento, por momentos, parece un lugar extraño, ingresar y salir de él es una tarea difícil y en ninguno de los dos lados de la frontera hay una sonrisa de bienvenida.
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Turquía fue uno de los mayores financiadores del yihadismo, tanto del ISIS como el Frente Al-Nusra, para masacrar a los kurdos y debilitar al gobierno árabe sirio.
Y cuando el ISIS ya no le sirvió, paso a apoyar a esa oposición "democrática y revolucionaria" que nos vendieron los medios, esto es, islamistas reaccionarios que han vendido el territorio sirio al ocupador turco.