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Ruido de fondo
Dasha Nekrasova: anticapitalismo, subculturas pop y feminismo de guerrilla
Una de las películas más interesantes programadas en la última edición del Festival de Sitges fue The Scary of Sixty-First, traducible como “Miedo en el número 61”. La sinopsis de The Scary of Sixty-First que ofrecía en su página oficial el certamen consagrado al cine fantástico nos hablaba de “dos jóvenes (...) y los oscuros secretos del nuevo piso que comparten en Nueva York, propiedad hasta entonces de Jeffrey Epstein (...) Una de ellas es poseída por los espíritus de las víctimas del multimillonario pedófilo (...) la película adopta las formas del terror psicológico y el carácter combativo de la perspectiva de género”.
No sabemos si dicha sinopsis fue escrita en esos términos por prudencia o por haber visto la película de reojo. Lo cierto es que apenas alcanza a describir lo que propone Dasha Nekrasova (1991) en su ópera prima: The Scary of Sixty-First es una reflexión tan cómica como desapacible en torno a la percepción por parte del feminismo hegemónico actual de Jeffrey Epstein —gestor durante años de una red de tráfico sexual de menores que se suicidó una vez apresado— como la encarnación del Anticristo, la representación del Mal absoluto.
Un ejercicio de simplificación, reiterado en los últimos años con otras figuras públicas en el ojo del huracán, que pone de manifiesto el déficit de pensamiento y agencia política que aqueja al #MeToo y movimientos reivindicativos similares. A juicio de Nekrasova, hacer de Epstein un monstruo traslada la idea “de que representa una grave imperfección en el orden de las cosas, cuando en realidad es una pieza bien engrasada de un statu quo que permite salirse con la suya a una elite de financieros y políticos tan depravada como intocable”.
En el curso de su investigación en torno a los misterios que oculta la vivienda habitada antaño por Epstein, las tres protagonistas de The Scary of Sixty-First están lejos de compartir la lucidez de Nekrasova. Prefieren arrogarse el papel agradecido de heroínas de un relato gótico, lo que las arrastra a una sucesión disparatada de acontecimientos marcada por supuestas posesiones diabólicas, la influencia dislocada de las redes sociales, el wishful thinking, y una agenda menos feminista que programada femenina, en especial por lo que respecta a la nula sororidad que practican entre ellas. Como consecuencia, sus indagaciones terminan en un callejón sin salida y en la sospecha aterradora de que todo ha cambiado para que todo siga igual…
Nekrasova subraya formalmente la sumisión involuntaria de sus criaturas de ficción a derivas sistémicas que transforman sus desvelos políticos en fenómenos estériles, pintorescos, manipulables
The Scary of Sixty-First es muy poco complaciente con sus personajes, sometidos además a un tratamiento audiovisual perverso: las jóvenes creen estar actuando bajo el signo del empoderamiento, pero la filmación en 16mm de sus desventuras y de sus momentos íntimos y sexuales incita la mirada voyeurística del espectador y evoca los exploits eróticos y de terror producidos en los años 70. Nekrasova subraya así formalmente la sumisión involuntaria de sus criaturas de ficción a derivas sistémicas que transforman sus desvelos políticos en fenómenos estériles, pintorescos, manipulables.
De la ironía lindante con la crueldad que recorre las imágenes de The Scary of Sixty-First no cabe deducir un talante conservador o relativista por parte de Dasha Nekrasova. En la escritura de su guion tuvo, de hecho, influencia considerable el testimonio ante las autoridades de una de sus mejores amigas, víctima de Epstein. La dolorosa experiencia reforzó su idea de llevar a cabo una película ajena a los hipócritas consensos representativos sobre nuestro mundo —incluso cuando se juega a la disidencia— propios de “una producción Netflix cualquiera” o de filmes consigna como Una joven prometedora (2020), malogrado a su juicio “por su ambientación en un escenario subrayado de película, sin conexión con el mundo que nos rodea”.
La estética de guerrilla, el humor crudo y la (auto)crítica son por tanto factores distintivos esenciales de The Scary of Sixty-First, como lo es su recurso al pensamiento conspiranoico, capaz por un lado de nublar el juicio de las jóvenes y, por otro, de procurarles acceso a una “verdad emocional” que Nekrasova no comparte en tanto herramienta para intervenir la realidad pero sí comprende: “Cuando insistimos en asegurar que Jeffrey Epstein no se suicidó, aludimos en realidad a la participación de otros muchos agentes en los crímenes que cometió (...) ¿Importa de verdad que Hillary Clinton sea o no una reptiliana con un apetito insaciable por la sangre humana? El daño real que ha hecho siempre que ha estado en puestos de poder es equiparable”.
La heterodoxia discursiva de Nekrasova debe tanto a sus orígenes familiares —es hija de una pareja de acróbatas bielorrusos emigrados a Estados Unidos— como a sus estudios en arte, sociología y filosofía y su pasión por el documentalista Adam Curtis y el antropólogo David Graeber. Estas influencias ya dieron una pátina gamberra y antisistema a sus primeras colaboraciones como actriz y guionista para el grupo musical Yumi Zouma, el director Eugene Kotlyarenko y otros artistas alternativos. Su carrera despegó en 2018: ese año defendió al político socialista Bernie Sanders frente a las cámaras del conglomerado mediático de ultraderecha Infowars con un atuendo que homenajeaba a Sailor Moon; y creó junto a otra emigrada en Estados Unidos aunque de origen ruso, la crítica Anna Khachiyan, el influyente podcast de activismo cultural Red Scare.
Desde su título, que evoca la paranoia anticomunista en los Estados Unidos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Red Scare (Terror Rojo) denuncia sin (auto)censuras las dinámicas esencialmente neoliberales del panorama cultural contemporáneo, tanto da si sus actores afirman hallarse en un extremo ideológico del espectro o en el opuesto. Nekrasova y Khachiyan han pasado a formar parte por ello para el ecosistema sociopolítico de su país de la llamada dirtbag left o izquierda basura, que emplea estrategias asociadas a la derecha alternativa o alt-right —las (sub)culturas weird, el humor grueso, las dinámicas gonzo y el troleo— para disparar contra todo lo que se mueve con el anticapitalismo y el materialismo dialéctico como munición: desde el fundamentalismo cristiano al aparato bipartidista tradicional de republicanos y demócratas, pasando por la corrección política y la izquierda de la diversidad.
Su batalla contra los lugares comunes de unos y otros, contra unos simulacros de lo antagónico al servicio indistinto en la práctica de la economía de la atención y la (auto)explotación, ha granjeado a la dirtbag left tantos admiradores como enemigos. Para algunos, el movimiento supone la única esperanza para repensarnos desde las claves autoparódicas en que se ha instalado la sociedad desde hace un tiempo. Hay ensayistas que acusan por el contrario a la dirtbag left de contribuir al auge contemporáneo de los extremismos y de perjudicar el insólito predicamento que vive el socialismo en Estados Unidos.
Nekrasova —a quien podemos ver estos días como actriz en la tercera temporada de la célebre serie televisiva ‘Succession’—, ha sido víctima de ataques desde la izquierda, la derecha y los feminismos más convencionales por su labor junto a Anna Khachiyan en el podcast ‘Red Scare’ y los planteamientos de ‘The Scary of Sixty-First’
La propia Dasha Nekrasova —a quien podemos ver estos días como actriz en la tercera temporada de la célebre serie televisiva Succession—, ha sido víctima de ataques desde la izquierda, la derecha y los feminismos más convencionales por su labor junto a Anna Khachiyan en Red Scare y los planteamientos de The Scary of Sixty-First. Frente a las acusaciones de nihilismo e incluso coincidencias con la extrema derecha que ha recibido, preferimos quedarnos con la divertida opinión que sobre ella y Khachiyan puso de manifiesto hace algún tiempo un usuario de Reddit, foro decisivo para la popularidad creciente de ambas: “Lo que hacen no puede describirse atendiendo a los parámetros de la lógica”. Un dictamen más que sugerente hoy por hoy, cuando las expresiones políticas y culturales —en particular las de izquierdas— han devenido tan insípidas, previsibles y acomodaticias como para que a las inteligencias artificiales no les cueste ningún trabajo emularlas.