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Ecofeminismo
Amenaza patriarcal en la autogestión rural. Tercera Parte
Aquí llega el tercer y último artículo de la trilogía en la cual hemos estado revisando el patriarcado que atraviesa los proyectos de autogestión rural. Ha sido un reto y un gusto habitar la palabra escrita, llegar a un blog como este y darnos el permiso de formular lo vivido: aunando luchas, colectivizando sufrimientos y estrategias de resistencia. En este capítulo venimos a hablar del patriarcado interiorizado en versión del machirulo que llevamos dentro de nosotras. ¿Qué referentes reproducimos? ¿Qué estrategias o líneas de transformación estamos creando y cuáles quedan por desarrollar? Seguimos lijando, puliendo, aprendiendo y desaprendiendo…
El machirulo interiorizado. Resiliencia más allá de la competencia.
En los artículos anteriores hemos hablado de cómo los roles que ocupamos como mujeres* en los proyectos de autogestión, nos encorsetan y limitan hasta que nos hacen huir de los espacios que habitamos y en los que ponemos nuestro ser. Algunas, sin embargo, a menudo cuando ya hemos salido de aquellos lugares o proyectos, miramos con perspectiva y nos preguntamos con asombro cómo es que hemos aguantado tanto normalizando todo tipo de violencias, que ni siquiera como feministas ya con recorrido (ja ja), hemos sido capaces de ver.
Así, con un poco de distancia y perspectiva observamos otro patrón común, uno que escuece y pica, si cabe, un poco más que los anteriores, nos encontramos de bruces con “El Machirulo interiorizado”. Ya hemos hablado de cómo el medio rural es un contexto donde se prima la productividad y el capacitismo. En una lucha constante contra los elementos se valora por encima de todo el ser capaz de hacer cosas y de demostrarlo 24/7, sobre todo si eres mujer.
Entonces nosotras, feministas empoderadas, llegamos a un grupo y queremos ser aceptadas, valoradas y respetadas. Sabemos sobradamente que en el entorno rural las cualidades que se aprecian, respetan y se les da valía son las del dinamismo y actividad constante, la fuerza física, la determinación, no dudar mucho, hacer, hacer, hacer, y ser hábiles y resistentes sobre todo en el trabajo físico. Algunas de nosotras nos sentimos muy cómodas con esto y no nos falta tiempo para demostrar que somos capaces de lo mismo que nuestros compañeros (hombres cis), que nos gusta hacer el bruto y explotar nuestro cuerpo, ya sea con la azada, moviendo piedras o tirando pinos. Tenemos predisposición a aprender y realizar todas esas actividades históricamente reservadas para ellos: mecánica, construcción, manejo de herramientas pesadas, etc. Y por ser mujeres y desarrollar estas actividades con gusto y con esa confianza en nosotras mismas que desprendemos y sabemos que da power al grupo, se nos valora el triple.
Nos conocemos y nos sabemos capaces, por lo que para sobrevivir en el entorno rural nos centramos en nuestra capacidad y productividad, en ese intento de ser aceptada en un entorno masculinizado, y desvalorizamos la parte relacional, alimentando así la justificación y la falacia de la meritocracia que avalan por qué nosotras tenemos derecho a estar donde estamos y por qué no nos debe preocupar ni quitar el sueño que otras no lo consigan, y que tantas, muchas más de las que llegan, se queden por el camino. Igual que no nos debe preocupar por qué tantas, muchas más de las que se quedan, se van, aunque logren llegar. Lo justificamos como que va en la forma de ser de cada una y que nosotras, aunque pueda ser desde el privilegio, sí encajamos en esos entornos, no como “ellas” las otras compañeras que sencillamente, no les gusta o no están hechas para ello.
Compartiendo esto entre amigues, parece que este machirulo interiorizado nos sale mucho a aquellas que le damos una gran importancia al obtener la valoración masculina, que a menudo coincide con las que hemos sido socializadas en grupos de hombres, es decir que éramos la tía en el grupo de tíos (durante la adolescencia), las otras chicas podían ser nuestras amigas pero nosotras nos diferenciábamos notoriamente de ellas, no nos esforzábamos demasiado en ser el objeto de deseo pero sí en obtener la palmadita en la espalda, el reconocimiento de nuestras habilidades “masculinas”, en ser valoradas por ser un poquito más como ellos y menos como “las otras”.
El patriarcado también otorga mayor valor a la valoración o al criterio masculino, en relación a las tareas o resultados productivos o relacionados con los proyectos que se van llevando a cabo. De manera inconsciente o muy bien aprendida, por el contexto que nos rodea, tenemos la tendencia de poner en mayor valía las palabras, opiniones y juicios de nuestros compañeros hasta el punto de hacernos en cierta medida dependientes de ello.
Y desde ese lugar es muy difícil saber dónde está la línea entre adaptarse y pisar a las demás. Las mismas herramientas que ahora y entonces nos ayudaban a adaptarnos a ese entorno hostil, las que usamos para vencer esa resistencia con la que nos encontramos, ya que nunca vamos a ser parte de ellos, no vamos a entrar en el club, son con las que colaboramos involuntariamente en retroalimentar la hostilidad y las resistencias a las que se tienen que enfrentar el resto de nuestras compañeras. Hacemos lo que sea para entrar, y luego algunas de nosotras lo que sea para quedarnos, pero no con ello facilitar el camino de nuestras compañeras, no derrumbamos las barreras contra las que nos ha tocado batallar, hacemos un agujerito a medida en ellas que nos permita pasar a nosotras y a veces, hasta nos creemos que eso es avanzar.
¿Qué retos se presentan cuando nos juntamos entre nosotras y comenzamos a funcionar para sacar adelante tareas productivas, más allá de depender funcionalmente de los compañeros?
Algunas hemos aprendido las tareas productivas desde referentes puramente masculinos. Como veníamos nombrando, hemos atravesado momentos y procesos de tener que hacernos valer en un entorno sumamente masculinizado y patriarcal. Cuando nos ponemos a cooperar entre nosotras y queremos sacar adelante tareas productivas, reproducimos y repetimos estos patrones de funcionamiento. Tenemos referentes de liderazgo masculino, donde el cumplimiento de los plazos y la consecución de las tareas físicas se vuelve sumamente importante, y los procesos de aprendizaje desde el poco a poco y cuidando los sentires que se den en el transcurso de lo que se esté haciendo, muchas veces quedan en un segundo plano, y serán atendidos más adelante, o quedarán enterrados sin ser abordados en un momento elegido y explícito.
Por otro lado, sin embargo, también se van dando avances de cómo ir transformando esta forma de funcionar. Contamos con ejemplos de compañeras que explicitan la posibilidad de nombrar ese “no saber” o “no sentirse segura” en el proceso de adquisición de habilidades, lo cual genera un permiso en el resto del grupo para tolerar su desconocimiento y los miedos que tenga asociados a la realización de la tarea en concreto. También se fomentan espacios no mixtos de aprendizaje, lo cual implica un lugar de exploración de la habilidad, reduciendo el impacto de los mandatos de género durante el proceso de adquisición del conocimiento. Esto permite centrarte en adquirir autonomía, sin estar muy pendiente ni cargadas del resto de roles que solemos habitar cuando estamos en un espacio mixto, tal como queda explicitado en los anteriores artículos.
A su vez, esto nos permite celebrar lo que se va adquiriendo y poner en valor lo que supone construir la autonomía sin ese estilo machirulo de fondo. Implica ir valorando los pasos que rompen algunas barreras del patriarcado.
Estrategias de resistencia/resiliencia:
En este último artículo os contamos el resto de estrategias que a lo largo de este tiempo hemos practicado y seguimos haciéndolo. Ellas nos permiten seguir habitando el espacio, sentirlo nuestro también, y construir realidades alternativas a esta inercia patriarcal también visible en la autogestión rural.
Soltar la necesidad de valoración/validación masculina, buscarla dentro de ti y valorarla en otras relaciones (por personitas que no sean hombres cis heteronormativos)
Centrar nuestras energías y ganas en generar un criterio propio interno, que tenga el peso y la valía suficiente como para no necesitar que sea reforzado y validado externamente. Apreciar y nutrir el amor y refuerzo que a menudo encontramos en amigas y amigues, y devolver todo ese apoyo ensalzando y agradeciendo el compartir sin competir.
El trabajo con la vulner(h)abilidad: Reconciliarnos con nuestra vulnerabilidad supone un camino de reencuentro con aquellas partes de nosotras mismas que se sienten limitadas, inseguras, flojas. Durante algún tiempo estas partes han sido escondidas por falta de acogida grupal o social en este contexto. Dar espacio a nuestros límites, nuestras necesidades, más allá de sólo nuestras capacidades, supone un camino de resistencia también. Habitar el espacio con lo que no supone resultado ni éxito implica romper la dinámica del “yo sí puedo”, permite abrazarnos en lo que no resuelve, en lo que “no sirve”. Estar presentes para nosotras mismas y para las otras en las partes que “no molan” también construye un espacio de permiso y de acogida de un todo, que muchas veces por vergüenza o castigo anterior no resulta fácil ser mostrado.
La autocrítica individual y colectiva desde una mirada de revisión patriarcal: Construir espacios de autonomía, ya sea en soledad o en grupo, supone habitar un proceso de consciencia acerca de lo que del patriarcado deja dentro de nosotras y entre nosotras. Es interesante y necesario seguir poniendo el foco en lo que se sigue reproduciendo, ya que si es patriarcado seguirá trayendo malestar, dependencia de la insana, patrones de opresión-sumisión, y binarismos en cuanto a la valía y a la capacidad que tiene una u otra para hacer esto y lo otro. Mantener un proceso de revisión del orden patriarcal interior y colectivo (también dentro de lo no mixto) se torna una tarea de proceso continuo.
El humor: Sin humor todo esto sería mucho menos divertido. Analizar la realidad habitando el sarcasmo o la ironía en la misma a nosotras nos resulta una herramienta fundamental. A medida que te haces consciente, es muy fácil identificar patrones patriarcales en multitud de espacios y relaciones. Jugarse el proceso de transformación hacia el transfeminismo, desde una resiliencia humorista, hace que el camino se haga más sostenible. Apropiarnos de etiquetas, generar nombres conocidos para cuestiones repetidas, reirte de tus propias inercias heredadas… es parte del camino…
Red activa y viva entre compañeras: Somos muchas, vivas, activas, conscientes y resistentes. Sabernos presentes a lo largo del mapa, aunque sea en diferentes puntos y con km entre nosotras, nos permite salir de la vivencia de sentirnos solas en la lucha y en la construcción de la alternativa. Sabemos que no somos las únicas transitando procesos de migración, de búsqueda, de habitar el vacío cuando un proceso previo no ha dado el resultado esperado. Nos nombramos, nos llamamos, nos acompañamos, celebramos. Ubicar, nombrar y mantener activa esta red, que no para de crecer, es de nuestras mayores ocupaciones actuales.
Vinculación con el territorio: La vinculación con el territorio es enraizarse en él, más allá de los vínculos que generas con las personas que lo habitan. Habitas el espacio, sientes la relación con él, más allá de lo que otros digan o hagan en él. Tú también tienes tu espacio y tu manera de habitarlo. Generas redes más allá de lo que el proyecto x o y te permiten o te posibilitan.
Habitar el vacío: Transitar los momentos de vacío, dando espacio a recoger los aprendizajes cosechados y a despedir lo que no ha funcionado. Tras ello, puedes abrazar lo que habita dentro de ti y de las compañeras, más allá del desarraigo y del quemazón de haberlo intentado una y otra vez. Resurge la consciencia de que estás en el camino de encontrar lo que necesitas, aunque aún no hayas llegado.
Y con esto finalizamos nuestro paso por este blog, a través de esta trilogía. Gracias por el espacio, por el interés y por la escucha. Ha sido un placer, aunque haya implicado tocar temas arduos y difíciles de nombrar. Ahora toca seguir escuchándo(nos) y llevando a la acción y la experiencia lo que en estas palabras reflejamos, así como seguir abiertas al diálogo con quienes estén también en esta búsqueda y construcción donde nosotras nos encontramos. Si quieres contactarnos para continuar el diálogo o cualquier otra cuestión puedes hacerlo escribiéndonos a redespobladas@riseup.net
*Las tres personas que escribimos somos blancas y nos identificamos como mujeres cisgénero, y por ello hablamos desde las violencias machistas que nos atraviesan desde ahí y nuestra experiencia como tal, somos conscientes de que no recogemos ni nombramos vivencias y violencias que sufren las personas no binarías o de género expansivo ya que no las hemos vivido aunque sabemos que están. Sabemos que estáis.