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Ecofeminismo
Ecotopías: Imaginar el futuro para cambiar el presente
Últimamente vengo notando que desde distintos espacios ecologistas y ecofeministas de los que formo parte hablamos mucho -o mucho más que antes- de futuros, de ser capaces de imaginar que lo que está por venir es agradable, amable. Parece de lo más lógico: ¿cómo si no íbamos a seguir juntándonos para generar cambios en el mundo tras recibir cada día la contundente realidad de los datos sobre la situación del planeta y de los seres que lo habitamos?
Pero esto tiene su miga. Por un lado, lo de imaginar futuros buenos se hace difícil. La imaginación se entrena, bebe de recuerdos, de imágenes, de vivencias, de cuentos. Lo que nos rodea, las noticias, Palestina, los árboles talados y una nueva plaza cementada en el barrio, la última vecina desahuciada o la enésima serie de ficción que vemos por la noche, no suele invitar a imaginar buenos finales. La revista científica The Lancet publicó en diciembre de 2021 una encuesta en la que participaron 10.000 personas de diez países diferentes con edades comprendidas entre los 6 y los 25 años. El 75% de las personas encuestadas afirmó que «el futuro es aterrador» y un 56% aseguró que «la humanidad está condenada». Aflora la ansiedad, la frustración y la rabia. Donna Haraway, en su libro Seguir con el problema, habla de la peligrosidad de la posición en la que se da por terminado el juego, en la que no tiene sentido tener una confianza activa en trabajar y jugar por un mundo renaciente. ¿Cómo damos de comer a esa confianza, cómo dirigimos la rabia y ansiedad hacia el espacio, colectivo, en el que esa confianza se activa? Sigue Haraway: importa qué historias contamos para crear historias, importa qué historias crean mundos y qué mundos crean historias.
Por otro lado, hay quien plantea en estos mismos espacios que no es momento de hablar de futuros sino de presentes, de qué formas seguimos agrietando el sistema para generar posibilidades que permitan esos futuros deseables y posibles dentro de los límites del planeta. Trabajemos en el presente y el futuro ya vendrá. Ambos quehaceres, presentes y futuros, me parecen compatibles y necesarios. Importa qué historias crean mundos y qué mundos crean historias.
Los relatos que forman parte de esta novela están inspirados en alternativas reales, en grietas que ya existen y que recogen algunas de las claves necesarias para inspirar esos futuros. Lo comunitario, hacer en colectivo, cambiar nuestros hábitos, reducir la demanda de energía y materiales, renaturalizar las ciudades, reaprender otras formas de relacionarnos con el resto de seres vivos, recuperar saberes, repensar los conflictos, llegar a acuerdos globales, son algunas de las claves ecotópicas que forman parte de estas historias y que no están presentes, o al menos casi nunca, en las películas, las series o las novelas y cuentos que leemos. Por el contrario, las ficciones que nos rodean se centran en los rasgos más negativos hasta hacerlos los más predominantes: el fin del mundo, el apocalipsis final, el sálvese quien pueda con personas matándose por los últimos recursos, la competitividad, el individualismo… Por eso muchas veces decimos que es más fácil acabar con el mundo que cambiarlo. La resignación, el pesimismo y la parálisis que las ficciones destacan van calando en nuestra forma de pensar y de imaginar.
Pero existen muchísimos proyectos, iniciativas y resistencias que redirigen la rabia y la ansiedad a ese espacio de confianza activa que nombra Haraway o que permiten el proceso acumulativo que puede derivar en el gran giro del que habla Joanna Macy. Ese proceso en el que el apoyo mutuo y la colaboración incrementan la motivación, el entusiasmo y la resiliencia y las comunidades ponen en marcha acciones decididas capaces de cultivar la esperanza. Las nueve autoras y autores de “Ecotopías”, una novela gráfica impulsada por Greenpeace y Astiberri, iniciaron su proceso creativo tras conocer alternativas concretas y ya en marcha que tenían que ver con otras formas de producir, distribuir y comercializar alimentos, con la producción de energía de forma comunitaria en comunidades energéticas, con edificios comunitarios en cesión de uso o con el proceso de renaturalización de un río de lo más distópico como era el Manzanares a su paso por la ciudad de Madrid.
El resultado son siete historias del futuro. Hay adolescentes, niñas, abuelos, “prepas”, setas, locutores de radio, perros, helechos, centros sanitarios integrales, biorregiones y latas de guisantes. Hay humor, ternura, inquietud, un poco de conflicto y muchos cuidados colectivos.
Nos preguntaron en la presentación de la novela en Madrid, en la librería Traficantes de Sueños, si los relatos contaban o imaginaban cómo habían sido las transformaciones y los procesos necesarios para llegar a esos futuros. Necesitamos respuestas para manejar las incertidumbres. Una de las autoras respondió contando que había vivido con cierto nerviosismo y ansiedad la tarea que le habíamos encomendado, pero que finalmente llegó a la conclusión de que en realidad los cómos eran una responsabilidad que no les tocaba a ellas, como creadoras de historias, coger y contar. Y es algo que comparto. Esa es la labor que tendremos que seguir haciendo juntas. Lo que sí creo es que esa tarea se nos hará más alegre e ilusionante y se nos irá sumando más gente en el camino si tenemos imágenes e historias colectivas en las que den ganas de vivir.
Podríamos decir, por tanto, que a esas listas de cosas que desde los movimientos sociales y las organizaciones ecologistas tenemos claro que hay que hacer y en las que hay que incidir política y socialmente, debemos sumar la idea de que cultivar la imaginación también es indispensable para cambiar las cosas, para andar todos esos caminos diversos hacia vidas posibles y felices.
Hace unos meses, en uno de esos lugares utópicos que son las bibliotecas, rebuscando libros para leerle a mi hija de 8 años me encontré con unos cuentos que no conocía de Úrsula K. Le Guin. La historia comienza con una gata que vive en un callejón de una ciudad. Se queda preñada y sueña por las noches con que sus crías vivan en un lugar más bello, sin tanta suciedad y tantos peligros y sin tener que rebuscar en la basura para alimentarse. ¿Sabéis que pasó? Que los gatitos nacieron con alas.