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Ecofeminismo
La dulce revolución de la huerta paraguaya tiene rostro de mujer
Un grupo de mujeres productoras de azúcar orgánico en Paraguay se han unido para crear sus propias huertas agroecológicas y vender sus hortalizas en una feria semanal en su pueblo. Así, no sólo han conseguido potenciar el consumo de verdura en la dieta paraguaya -centrada en el excesivo consumo de carne-, sino que fortalecen su rol como generadoras de economía en su hogar y en su comunidad, cuidando además de su entorno. Una dulce combinación de sororidad, agroecología y emprendeduría de la buena.
Son el “Comité 22 de enero” y desde 2014 están desarrollando huertas ecológicas en sus fincas. Unas diez mujeres productoras de azúcar orgánico del departamento de Cordillera, en Paraguay, se conocieron porque son vecinas, amigas y socias de la cooperativa azucarera Manduvirá. El cultivo de la caña de azúcar les da para vivir, sobre todo gracias a los incentivos que ofrece la comercialización en canales de Comercio Justo, pero aún así, decidieron ir más allá y seguir diversificando su actividad productiva en el campo.
En la cooperativa reciben cursos y talleres de agroecología, reforestación, incluso de género -con una apabullante presencia de hombres-, y probablemente han sido esas formaciones las que les han llevado a embarcarse en esta aventura.
Desde Manduvirá les apoyaron desde el principio: “Si sus fincas ya están certificadas como ecológicas, ¿por qué no aprovechar para producir frutas y verduras en ellas y generar más economía sostenible?”, dice Leticia González, responsable de proyectos de la cooperativa. Al final, esta iniciativa no sólo les ha llevado un paso más allá en su soberanía alimentaria, sino que, al tener excedente, pueden comercializar sus hortalizas y obtener un ingreso extra para sus hogares. Y además, lo hacen ellas, en colectivo, entre amigas, con sus normas y su forma de hacer.
Conforme se pusieron manos a la obra hace cuatro años, coincidió que Bea Roncero, una voluntaria de IDEAS Comercio Justo estaba colaborando con la cooperativa Manduvirá, y decidió unirse a estas mujeres. Juntas pensaron y pusieron en marcha su propio puesto de venta ambulante frente a la sede de la cooperativa para vender el excedente de sus huertas.
Hace un año, yo misma visité el puesto del Comité 22 de enero un viernes. Todas ellas con su stand y perfectamente uniformadas con gorras y camisetas gracias al apoyo económico de la cooperativa Manduvirá e IDEAS. No sólo ofrecían frutas y verduras, sino que elaboraban jugos verdes y empanadas caseras, así que toda la gente del pueblo se acercaba a comprar, cotillear o conversar con estas vecinas, a la vez que se tomaban un tentempié.
De stand a mercadillo: el cambio cultural de todo un pueblo
Así empezaron y terminaron por ser la semilla del cambio cultural de todo un pueblo. Unos meses después, volví por una temporada más larga a Arroyos y Esteros. Ese viernes, fuimos a hacer la compra a este stand, pero ya no estaba. Nos informaron que se habían trasladado a la plaza del pueblo. Cuando llegamos, ya no sólo estaba el puesto de las mujeres de Manduvirá, sino que lo que era un stand se había convertido en el mercadillo agroecológico del pueblo. Ahora, son unos 10 puestos distintos ya que otros hombres y mujeres se han animado a crear sus huertas ecológicas y cocinar alimentos caseros típicos paraguayos para consumirlos y venderlos. ¡Incluso grupos de estudiantes de distintas escuelas de la zona montan su propio stand para financiarse sus actividades y viajes!
Y así, no dejan de caminar. Eso sí, de forma ligera por la tierra. Con su desarrollo no sólo han conseguido concienciar a todo un pueblo de que es más sano consumir alimentos agroecológicos y reducir el consumo de proteína animal, sino que han instaurado el rol de la mujer paraguaya como generadora de economía en su hogar y, también, en su comunidad. La teoría siempre ha estado ahí, en todas las políticas de la cooperativa azucarera, pero el cambio se ha dado cuando estas mujeres se han puesto en marcha.
Ahora, siguen proponiéndose retos, y a cada paso, siguen sembrando coherencia y alegría. Por ejemplo, hace un año ya vendían todo su excedente, pero no quieren ni pueden ampliar sus fincas, porque eso conllevaría deforestar el bosque autóctono de los alrededores, y eso no está permitido por la política de la cooperativa y ellas, además, se sienten defensoras de sus bosques. Así que las personas ingenieras agrónomas de Manduvirá ya les están asesorando y dando formación para que mejoren el cuidado y, por tanto, el rendimiento de sus suelos. Desde la cooperativa, se les proporciona el mismo abono orgánico que producen para los campos de caña de azúcar, solo que estudian cuidadosamente su composición en el laboratorio de suelos que se ha puesto en marcha gracias a un proyecto de cooperación de IDEAS con la financiación del Ayuntamiento de Córdoba.
Además, no les vendría mal tener algo más de infraestructura, como una camioneta que les permita llevar sus productos a otros municipios, y así, de paso, seguir sensibilizando sobre la alimentación sostenible en otros pueblos de la zona. Problema: ninguna de ellas conduce y habría que contar con un hombre que manejara el vehículo. “No pasa nada. Yo aprenderé a conducir”, nos dice Olga Salvioni con una sonrisa inmensa que despierta la risa cariñosa de sus compañeras. Esto no es solo agricultura, sino que encima se lo pasan pipa.
Una dulce revolución que no se detiene
Toda esta historia empezó gracias a que un grupo de productores de caña de azúcar se levantaron contra los señores que controlaban la manufactura del azúcar. A día de hoy son 1.700 personas socias que practican un modelo de agricultura familiar, de explotaciones pequeñas de menos de 13 hectáreas, en la que los campesinos y campesinas practican un modelo de agricultura sostenible y ecológica. Son personas dueñas de su propio trabajo que poseen su propia fábrica y que exportan en canales de comercio justo el azúcar más coherente, responsable y sostenible que he conocido. Arroyos y Esteros se ha convertido en la cuna mundial del azúcar orgánico, pero no se van a quedar ahí. Tienen muy claro que lo que les hace avanzar es soñar en comunidad y generando iniciativas ecofeministas como el “Comité 22 de enero” que aterrizan esos sueños en forma de semillas en un terreno lleno de obstáculos pero también de sororidad y respeto al medioambiente.