Salud mental
La movida de hablar de estar mal por internet

Las nuevas generaciones están acabando con unos tabúes que durante mucho tiempo estigmatizaron a las personas con padecimiento psíquico, impidiendo que recibieran el diagnóstico o el tratamiento necesario.

Cuando se habla del uso que hacemos de las redes sociales se presupone una cierta tendencia a presentarnos como una versión idealizada de nosotras mismas, por no hablar de aquellas ocasiones en las que nos presentamos directamente como otra persona completamente distinta.

La sinceridad de la generación Z al hablar de su salud mental, visibilizando los efectos y consecuencias de diversos diagnósticos, parece estar cambiando esa forma de actuar en internet. Sin embargo, es difícil calcular hasta qué punto este cambio de paradigma implica cambios reales en la forma en la que hablamos, como diría Esperanza Gracia, de lo que nos inquieta, atormenta y perturba. 

La sinceridad de la generación Z al hablar de su salud mental, visibilizando los efectos y consecuencias de diversos diagnósticos, parece estar cambiando esa forma de actuar en internet

Para mucha gente, internet ha implicado el medio ideal para construir una imagen apetecible de cara al exterior, ya que da la oportunidad perfecta de convertirse simultáneamente en publicista y objeto, tratando de potenciar sus ventajas de cara a posibles inversores y disimular —u ocultar— sus defectos. Esto es especialmente útil en un sistema capitalista donde cada vez está más normalizado que empresas decidan si una persona es la candidata adecuada para un empleo en base a su comportamiento en una esfera de lo privado cada vez más frágil y difuminada.

Pero, irónicamente, las redes sociales también se han convertido en el único sitio en el que pueden ser honestas: muchas personas jóvenes han convertido a plataformas como Twitter, Youtube, Instagram o Tik Tok en un refugio donde poder hablar abiertamente de temas que siguen siendo tabúes en su entorno. 

En muchos casos, estas aplicaciones se convierten en el único lugar en el que encuentran a otra gente que sufre, siente y piensa lo mismo que ellas, y que a menudo vive también al margen de los discursos e imaginarios hegemónicos

En muchos casos, estas aplicaciones se convierten en el único lugar en el que encuentran a otra gente que sufre, siente y piensa lo mismo que ellas, y que a menudo vive también al margen de los discursos e imaginarios hegemónicos. Esta idea de usar internet como diario secreto abierto al mundo, donde la gente habla de lo que le aflige e intenta normalizar circunstancias menos comunes para que nadie se sienta mal por no encajar (en este caso, en unas normas de conducta neurotípicas) es lo que lleva a cada vez más personas a compartir sus diagnósticos, que van a terapia o que toman medicación.

Este cambio parece positivo y muy poderoso. Las nuevas generaciones están acabando con unos tabúes que durante mucho tiempo estigmatizaron a las personas con padecimiento psíquico, impidiendo que recibieran el diagnóstico o el tratamiento necesario. Además, esta visibilización a veces tiene un tinte bastante antisistema. El tono de quien decide narrar su experiencia suele ser pedagógico, pero al mismo tiempo tiene el punto activista de quien sabe que puede sufrir discriminación social y laboral por compartirla, pero decide hacerlo igualmente, negándose a ocultar un problema de salud para no incomodar al resto con su “locura” o “rareza”.

En una sociedad marcada por el mito de la meritocracia y el morbo de la tragedia ajena, las personas con neurodivergencias solo son respetadas y admiradas, siempre desde la imagen estereotipada del mártir o el héroe, cuando se infantiliza su sufrimiento y se puede encajar su vida dentro de un dramático y lacrimógeno relato de superación. Las nuevas generaciones están rompiendo con esto al visibilizar el día a día de los trastornos, incluyendo las partes menos glamurosas, como la falta de higiene o la necesidad de apoyo, y cuestionando la necesidad de ser útil y productivo dentro de un sistema económico para merecer dignidad y respeto.

En una sociedad marcada por el mito de la meritocracia y el morbo de la tragedia ajena, las personas con neurodivergencias solo son respetadas y admiradas cuando se infantiliza su sufrimiento y se puede encajar su vida dentro de un dramático y lacrimógeno relato de superación

Pero mientras no se invierta en educación sobre salud mental, muchos niños y niñas oirán hablar por primera vez del tema o bien entre susurros asustados por parte de sus padres, o en las redes sociales. Para mucha gente esto puede ser la clave para entenderse a sí misma, más allá de una nueva forma de entender el mundo.

Que este primer acercamiento se dé en Twitter y no en un libro de texto o en una consulta médica no tiene por qué ser automáticamente negativo, pero igual que no dejaríamos a Google la responsabilidad de informar, diagnosticar y tratar cualquier otro tipo de enfermedad física, necesitamos un sistema sanitario que se haga cargo de la situación una vez hemos dado el primer paso.

El reto de la generación Z es traducir este interés social en una sanidad pública especializada en psicología a la que puedan acceder todas las personas. Apostar por la investigación, invertir en recursos y demostrar que esta generación de cristal será la que saque a la luz y dé tratamiento digno a un problema tan antiguo como lo es el ser humano.

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#83234
21/2/2021 21:16

Gracias por el artículo. Me extendería en exponer la génesis de las causas de la pandemia depresiva que nos aflige, pero no tengo fuerzas ahora mismo. Lo resumiré: miedo a no poder existir y humillación al tener que pedir permiso para hacerlo. Todo ello aderezado del sadismo como virtud moral en el trabajo. Violencia estructural y desesperanzada respecto al futuro inimaginable y un presente humillante y solitario.
Cualquiera que conozca EEUU sabe cómo termina esta historia.
Un abrazo a todas.

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#83215
21/2/2021 18:59

Me parece muy interesante y muy necesario el artículo. Hace poco descubrí un videojuego que se llama Kind Words donde las personas escriben como post-its hablando sobre cómo se sienten, si bien o mal o qué han hecho ese día; y tú puedes contestarles pero ahí acaba la interacción. Me sorprende la cantidad de personas que utilizan el juego para hablar de la depresión y de la ansiedad que sufren en el día a día; y cómo el juego fomenta la interacción entre personas. Todo se hace desde el anonimato y la interacción está muy limitada con el objetivo de crear un espacio seguro para que las personas puedan hablar de sus sentimientos sin que se les juzgue. Entiendo que este juego se ha creado para aquellas personas que no tienen acceso ni recursos para recibir tratamientos psicológicos y para fomentar la empatía entre personas desconocidas. Me parece que viene muy al caso de lo que relata el artículo. Gran trabajo y muchas gracias.

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