Senegal
Desde la orilla de Mbour: historia de un naufragio

El naufragio de un cayuco pasa inadvertido ante el caudal de noticias sobre embarcaciones de personas migrantes. En la playa desde la que zarpó se vive una realidad poco conocida a este lado del Atlántico: cientos de familiares y amigos agotando sus esperanzas por encontrar los restos de sus seres queridos.
Fundación PorCausa
29 sep 2024 06:00

Son las 16:58 en la playa principal de Mbour (sur de Senegal) y ya no llueve. Mientras decenas de personas disfrutan de las ofertas para turistas que visitan la ciudad, cientos de locales permanecen junto a las lanchas de rescate, con las autoridades competentes, a la espera de que lleguen más cuerpos para poder identificarlos desde la orilla de la que habían salido. Es 11 de septiembre, un cayuco que zarpó desde aquí hacia Canarias ha naufragado. Decenas de personas siguen desaparecidas. Familiares y amigos agotan sus últimas esperanzas a este lado del mar.

Ibrahima Diop es uno de los jóvenes que perdió la vida en aquel naufragio. Ibrahima era pescador. Su mejor amigo, Badara Gueye, también se dedica a la pesca. “Conocía tan bien el mar que al final fue al mar y murió”, explica Badara sin ocultar su tristeza mientras aguarda en la playa. La falta de pescado en Mbour, a 80 kilómetros al sur de Dakar, es un motivo constante de angustia que alimenta las ganas de emigrar de muchos jóvenes senegaleses. “No hay casi pescado”, reafirma. Esta es la razón por la que su amigo Ibrahima decidió subirse al cayuco.

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Ibrahima, de 31 años, vendió su moto para poder pagar su pasaje y el de su hermano, también fallecido en el naufragio, algo que Badara no descubrió hasta después. Su última conversación fue a través de audios de WhatsApp, en los que Ibrahima lo alentaba a unirse a él. “Vamos, por qué no te vienes y nos vamos”. Badara se negó, y su amigo le pidió que rezara por él. Dos horas después de su última conexión, el mar se tragó el cayuco.

El domingo 8 de septiembre el hundimiento de la embarcación eclipsó la prensa senegalesa, mientras que en España el suceso apenas tuvo repercusión. El cuerpo de Ibrahima apareció a pocos kilómetros de Mbour, en la playa de Saly, una comuna cuyos ingresos principales proceden de los numerosos complejos hoteleros, clubes nocturnos, tiendas y agencias inmobiliarias que se han establecido en la zona. Este destino turístico convive con otra realidad: se trata de un punto de salida habitual de cayucos.

Durante años esta localidad costera que vive de la pesca, el turismo y el procesado de cacahuetes ha sido un punto de partida para quienes intentan llegar a Europa

Así, una nueva tragedia migratoria sacudía las costas de Senegal. Sucedió apenas unos días después de la visita del presidente Pedro Sánchez al país para reforzar la colaboración antimigratoria. Un cayuco con alrededor de un centenar de personas a bordo naufragó a tan solo cuatro kilómetros de la playa de Mbour. Durante años esta localidad costera que vive de la pesca, el turismo y el procesado de cacahuetes ha sido un punto de partida para quienes intentan llegar a Europa en busca de una vida mejor. Mbour fue testigo de uno de los desastres más devastadores de los últimos meses, sumando otro trágico episodio a la larga lista de pérdidas humanas en las rutas migratorias hacia Europa. Los cuerpos de 39 personas fueron recuperados. Decenas de cadáveres permanecen desaparecidos en el mar. Al menos cuatro personas lograron sobrevivir, entre ellos un amigo de Ibrahima que salvó su vida gracias a las botellas de plástico que ató alrededor de su cuerpo.

“Lo que ha ocurrido nos incumbe a todos”, reza Moussa Ndiaye, vecino de la comuna, en la playa de Mbour. Familias y vecinos se congregan junto a los equipos de rescate, en una espera dolorosa mientras aguardan la recuperación de cuerpos y la identificación de aquellos que el mar se ha tragado. El hundimiento del cayuco, con más de 200 personas a bordo, tiño de incertidumbre y desconcierto un duelo compartido que, lejos de ser solo local, mantuvo en luto a todo Senegal. Ese mismo día la atención mediática de España se centraba en la llegada del venezolano Edmundo González a Madrid y el viaje de Pedro Sánchez a China.

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Niños frente a la ambulancia que transporta a los cuerpos encontrados. Ngone Ndiaye

“Creer en Senegal”

Moussa Ndiaye expresa su frustración, pero también su deseo de que los jóvenes senegaleses cambien su visión del futuro. “Tenemos que creer más en nosotros mismos”, afirma. “En Senegal está todo, si trabajamos duro y creemos en lo que hacemos, podemos salir adelante”. Para Ndiaye, vecino de Mbour, la emigración no es la única salida. Piensa que es hora de que la juventud busque soluciones en su propio país, a pesar de los desafíos.

La sociedad senegalesa vive inmersa en el dilema entre emigrar o intentar prosperar en el país. Muchos ven la ruta hacia Europa como una hazaña heroica y una alternativa a la falta de oportunidades. Otros, como Ndiaye, creen que no merece la pena jugarse la vida en el mar y defienden que los más jóvenes luchen en su país para mejorar la situación y salir adelante.

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Moussa Ndiaye (derecha). Ngone Ndiaye

Un día después del naufragio la Marina senegalesa interceptó otras dos cayucos con aproximadamente 400 personas a bordo. Al menos 20 de ellas eran niños y niñas. Pasaron pocos días y, el 14 de septiembre, las autoridades senegalesas localizaron otra embarcación con 27 personas. “Varios cayucos salen cada semana”, confirma Maïcha, una joven residente de Mbour. El coste para subir a uno de ellos varía entre 200.000 y 600.000 francos CFA, el equivalente a 300 y 900 euros, costes superiores a los de un vuelo comercial a Europa. El precio varía dependiendo de los intermediarios que organizan estos viajes. “Si pagas y mueres, nadie lo va a reclamar”, explican los vecinos presentes en la playa. Es una cifra elevada teniendo en cuenta el coste de vida en Senegal, donde el salario mínimo ronda los 64.000 francos CFA, unos 97 euros al cambio.

El proceso migratorio no es exclusivo de las personas más humildes. El propio hermano del alcalde de Mbour habría organizado la embarcación que naufragó el 8 de septiembre, según las autoridades locales, y ya ha sido detenido junto con la persona que le vendió el carburante. Él mismo ya habría intentado hacer otro viaje un mes antes. Aquel cayuco también terminó en tragedia.

La cooperación antimigratoria es tan profunda que España incluso cuenta con un despliegue permanente de agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil en Senegal

El naufragio en el que Ibrahima y 38 otras personas murieron, no es un accidente aislado sino parte de una cadena que refleja una crisis estructural. La presión de la Unión Europea (UE) y España sobre Senegal para frenar la migración irregular ha resultado en un endurecimiento de las políticas de control migratorio, medidas que, según los expertos, lejos de ofrecer soluciones o detener los flujos migratorios, sólo han profundizado la desesperación. Las políticas antimigratorias de Europa y la apuesta por la externalización del control de fronteras ejercen una presión considerable en lugar de poner en marcha soluciones efectivas, como el establecimiento de vías seguras y legales para migrar, un problema que afecta especialmente a la población más vulnerable. La cooperación antimigratoria es tan profunda que España incluso cuenta con un despliegue permanente de agentes de la Policía Nacional y la Guardia Civil en Senegal.

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Mujeres vendiendo comida. Ngone Ndiaye

Un caso ilustrativo de esta dinámica está en los fondos para la lucha contra la “inmigración irregular” que Europa destina a las fuerzas de seguridad senegalesas. Según una investigación de la Fundación PorCausa y Al Jazeera,​ estas mismas fuerzas policiales, equipadas y entrenadas por el Gobierno español con financiación de la UE, fueron empleadas para reprimir con violencia las protestas prodemocráticas en Senegal, intensificando la inestabilidad interna y empujando a más personas a huir del país. La efectividad de estos “regalos antimigratorios” queda en entredicho: en lugar de detener la salida de personas, agravan la sensación de desesperanza de los ciudadanos, especialmente los más jóvenes, llevando a muchos senegaleses a optar por arriesgar sus vidas en el mar.

La caída del sol marca el final del día. Familiares y vecinos permanecen en la playa de Mbour pese a la visibilidad reducida. Aún guardan esperanzas por recuperar los cuerpos de sus seres queridos. Tienen la certeza de que este no será el último naufragio. No saben si los próximos fallecidos serán sus hijos.

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