Senegal
El hambre pisa los talones de los peul, el pueblo nómada más numeroso del mundo

La desertificación provocada por el cambio climático avanza y el norte de Senegal se ha vuelto cada vez más inhóspito. Tres sequías (2011, 2014 y 2017) han azotado el área en los últimos años, una rápida sucesión que ha dejado sin alimentos a 245.000 personas en 2018.

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La denominación peul —a un pueblo que también se llama fulani o fulba— procede del wolof. Lys Arango
13 dic 2018 07:29

La subsistencia del pueblo nómada más grande del mundo, los peul, depende de las nubes. Llevan toda una vida mirando al cielo. Y es que en el norte de Senegal las áridas llanuras siempre han pasado por tiempos difíciles: tiempos en que la tierra se seca y las vacas se marchitan día a día, hasta que sus huesos se dispersan en la arena. Pero la escasez iba antes seguida de años de bonanza, cuando llovía lo suficiente para que crezca el pasto, se recuperen los rebaños, se paguen las deudas y se coma carne algunas veces a la semana.

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Los peul, o fulani, forman un pueblo nómada del África Occidental. Lys Arango

Sin embargo, los tiempos están cambiando. La desertificación avanza y el norte de Senegal —como sus vecinos del Sahel— se ha vuelto cada vez más inhóspito debido al calentamiento global. Tres sequías (2011, 2014 y 2017) han azotado el área en los últimos años, una rápida sucesión que ha dejado sin alimentos a 245.000 personas en 2018.

Hace menos de una década Ndiaye tenía 200 ovejas. Algunas murieron en la sequía de 2011 y muchas más en la sequía de este año. “¿Cuántas te quedan?” Levanta tres dedos

En medio de esta realidad, los peul, tradicionalmente nómadas y ganaderos, se han encontrado en primera línea de la crisis. Una abuela llamada Aissata Ndiaye recuerda que “cuando era niña había una densa vegetación. Pero ahora el viento y la arena han tomado el control. Ya casi no hay árboles, y la hierba ya no crece, por lo que cada año tenemos que alejarnos más y más para encontrar pasto para nuestro ganado”.

Hace menos de una década Ndiaye tenía 200 ovejas, suficientes para vender sus crías en el mercado y comprar harina para su familia. Algunas murieron en la sequía de 2011 y muchas más en la sequía de este año. ¿Cuántas te quedan? Levanta tres dedos. No es suficiente para vender. No es suficiente para comer.

Su marido y sus hijos adultos están en trashumancia con las vacas, aunque llevan fuera más tiempo de lo habitual. En el departamento de Podor, las acumulaciones estacionales de lluvias disminuyeron un 66% durante 2017. Esto provocó el agotamiento de los pastizales y, por tanto, que los pastores tuvieran que realizar la migración hacia el sur seis meses antes de lo habitual. Esta prolongación no solo ha afectado a los miembros de la familia que se quedan en el norte sin ingresos, sino que además ha exacerbado el conflicto entre los pastores y los agricultores por usar los campos fértiles que aún quedan.

Cuando Maguette Diop, miembro del equipo de seguridad alimentaria de Acción contra el Hambre en Senegal, analiza las perspectivas de futuro, ve la necesidad de adaptarse radical y urgentemente: “cultivar forraje, construir depósitos de agua y cambiar a cultivos más resilientes al clima”. La lluvia es errática y el pronóstico para los años venideros no es bueno. “Estas personas viven al límite, con el hambre pisándoles los talones”, asegura.

Fuera de la carretera principal que va desde Dara a Namarel, los caminos de arena conducen a llanuras, donde los cadáveres de animales se esparcen por doquier. También se avistan grupos de chozas redondas de ramitas y paja. El polvo azota el aire.

En el centro de salud varias mujeres esperan con sus bebés a ser atendidas. Faimata sostiene en sus brazos a Bouray Ba, de siete meses. “Yo sé que mi hijo está enfermo por culpa de la sequía”, dice. “En junio, la última de mis vacas murió y mi marido tuvo que emigrar a Dakar para intentar ganar algo de dinero. Aún no ha mandado nada y hasta la leche de mis pechos se está secando”, explica.

Cuando Bouray Ba pasa la revisión, el doctor le diagnostica desnutrición aguda severa. Le admiten en el programa de nutrición. Faimata recibe sobres con soluciones terapéuticas listos para el consumo. Puede hacer el tratamiento de su hijo en casa y volverá al centro de salud solo para hacer el seguimiento de su estado nutricional. En caso de deterioro será referido al hospital de Ndiuom.

En el exterior el sol cae plomizo sobre la tierra. Resguardados tan solo por un pequeño techado de ramas, se está llevando a cabo una distribución de alimentos y dinero en efectivo para las familias más vulnerables de la región. “Se trata de una respuesta a la emergencia”, dice Karidio Suleiman, jefe del proyecto. “Sin esta ayuda la población tendría muy complicado sobrevivir”. Una por una, las mujeres y algunos hombres van pasando a recoger la harina enriquecida y el dinero, que les ayuda a sobrellevar el periodo de lluvias (de junio a septiembre).

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En Senegal está el tercer asentamiento más numeroso de los peul. Lys Arango

Malick Abdud explica qué importancia tiene el ganado para su comunidad. “Es nuestra familia. Si tenemos agua, la repartimos con los animales. Si perdemos nuestras vacas, perdemos nuestro prestigio, nuestra esencia“, explica. Pero lo más devastador es no saber cuándo lloverá: “Esa incertidumbre nos rompe los nervios. Solo nos queda depositar la confianza en Dios”.

Un intento de romper esa dependencia de las nubes está en los jardines comunitarios. Las ONGs están desarrollando proyectos para enseñar nuevas técnicas de cultivo para resistir las embestidas secas del tiempo. Se trata de huertos gestionados por mujeres y mimados con sistemas de riego por goteo donde se plantan diferentes hortalizas.

Malick aplaude la iniciativa pero le preocupa que esta crisis pueda acabar con una forma de vida nómada y ganadera centenaria del pueblo peul.

—Los animales son nuestra dignidad.
—¿Y si no llueve?, pregunto.
—Entonces perderemos parte de nuestra esencia, contesta.

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