Opinión
‘Menem, el show del presidente’: el menemismo como precuela pop del mileismo

La serie ‘Menem, el show del presidente’ cuenta la llegada al poder del “riojano más famoso” que tenía como límite “la estratosfera”, tal como le gustaba definirse y decir a Carlos Saúl Menem, marcando su procedencia y su destino.
Menem Serie
Fotograma de la serie ‘Menem, el show del presidente’ (2025), biopic del ex presidente de Argentina Carlos Menem.
12 sep 2025 06:00

Hay un chiste que suele contarse con los mates de la mañana o durante el café doble en los bares argentinos que dice “a ver qué nos tiene preparado el guionista para hoy”. La idea se regocija en esa singularidad autopercibida que tenemos los argentinos, en el goce de creernos el centro del mundo por más que vivamos en el fin del mundo, en la ilusión de pensar que los hechos extraordinarios nos pasan solo a nosotros. Una idea que, con el diario en la mano o un portal abierto frente a los ojos, tiene su verosimilitud.

Al pasar las páginas de nuestra historia reciente vemos a un presidente de extrema derecha peleando con un niño autista de 11 años, investigaciones periodísticas que lo muestran tomando decisiones económicas mientras habla con su perro muerto o el más reciente, un thriller de corrupción protagonizado por su hermana y una corte de la casta política que, por pereza del guionista, se apellida Menem: igual que el del expresidente que estabilizó unos años el país a base de corrupción, entrega al capital, desindustrialización, deuda externa, frivolidad y relaciones carnales con Estados Unidos que desembocaron en la peor crisis de desempleo y pobreza de la historia argentina. En este rincón del continente no todos los guionistas leyeron a Borges o se formaron viendo películas de Lucrecia Martel. Como habrán intuido, estimados lectores, esos Menem —de nombres Lule y Martín— son familiares del Menem mayor, precisamente sobrinos de Carlos Saúl, hijos de Mohamed y Eduardo Menem, respectivamente, que desde su nacimiento no conocieron otro ambiente (elijan su propio adjetivo) que el del poder.

La serie sobre el gobierno cruel-libertario de los Milei ya tiene una precuela hecha por la plataforma Prime Video, con dirección de Ariel Winograd, protagonizada por Leonardo Sbaraglia y Griselda Siciliani. El título: ‘Menem, el show del presidente’

Si esta serie protagonizada por Javier y Karina, que podríamos llamar Asociación Ilicita Milei Hermanos, fuese un éxito de espectadores, premios y, sobre todo, plata, plata, plata, rápidamente el showrunner que la creó se pondría a escribir o a pagar para que escribieran nuevas temporadas, siguiendo la fecha cronológica tanto para adelante como hacia atrás. Sin embargo, al mirar el previously de esta trama, se encontraría con que la serie sobre el gobierno cruel-libertario de los Milei ya tiene una precuela hecha por la plataforma Prime Video, con dirección de Ariel Winograd, protagonizada por Leonardo Sbaraglia y Griselda Siciliani. El título: Menem, el show del presidente. Un total de seis capítulos de menos de una hora donde, con estética pop y un abuso risueño del tipo ideal de líder carismático —que escribió ese buen hombre alemán llamado Max Weber—, se cuenta la llegada al poder del “riojano más famoso” que tenía como límite “la estratosfera”, tal como le gustaba definirse y decir a Carlos Saúl Menem, marcando su procedencia y su destino.

La serie empieza con una fecha y un acontecimiento dramático. El año es 1995, un corte exacto en el calendario electoral, a meses de concluir el primer mandato presidencial de Menem y de iniciarse el segundo. El acontecimiento: la muerte de Carlos Menem junior, hijo del presidente y de Zulema Yoma. En los primeros minutos se ve a la madre de luto, hidalga y derrumbada frente al cajón cerrado. Rodeada de hombres grises, que especulan con que “las tragedias son buenas para la suerte electoral”, Yoma rasga el silencio y grita “a mi hijo me lo mataron, esto no fue un accidente”. Como dice el escritor y guionista Fernando Krapp, la serie arranca con “una estructura griega pasada por el tamiz trágico del teatro isabelino: la tragedia de un hombre que comete hybris por su ambición de poder y paga con la vida de un hijo sus deseos de mando, sexo y uno a uno.”

Carlos Menem Jr murió tras la caída de un helicóptero que él mismo, aficionado a la velocidad, pilotaba a los 26 años. En el accidente o atentado —que siguió a dos grandes ataques terroristas que sufrió la comunidad judía en Argentina, vinculados a la política internacional del menemismo— también falleció Silvio Oltra, corredor de autos. Su cuerpo, su nombre, su cajón, no aparecen en la primera escena ni en el resto de los capítulos. Si en el inicio de un libro o en los primeros minutos de una serie se define el tono y la idea conceptual de lo que se va a desarrollar, la ausencia del cuerpo de Oltra puede leerse como una decisión del equipo de guionistas conducidos por el director. Una decisión que dice: hay dos cuerpos pero vamos a mostrar solo uno, hay varias historias pero elegimos contar solo una. En esta serie habrá cosas no dichas, el relato de las ausencias, como decía un empresario menemista que luego fue presidente: “Te la debo”.

¿Qué es lo que los guionistas eligen mostrar y qué dejar afuera? O, mejor, dónde se pone el foco para encandilar con su estridencia el país que no miramos, las vías que dejan de sentir el peso de los trenes, las fábricas que se cierran luego de la promesa de la revolución productiva. Con un ritmo dinámico y pedagógico, motorizado por el fotógrafo Olegario Salas —personaje inventado e interpretado por Juan Minujin—, se narra el lanzamiento de Menem en 1989 a la arena nacional, tras disputar una interna feroz en el peronismo contra Antonio Cafiero, el favorito. Luego del triunfo, tras la caída del muro de Berlín —que al juzgar por el devenir de la historia más que un divisor ideológico funcionaba como una valla de contención de deseos competitivos, hedonistas y voraces—, Menem fue el intérprete argentino del neoliberalismo que condujo las pulsiones individuales por encima de los proyectos colectivos.

La estética de la serie está cargada de síntomas y excesos propios de la época, de una Argentina que emparentaba su moneda con el dólar, donde la lengua rebelde de los Rolling Stones circulaba por la Quinta de Olivos y los productos importados llenaban los supermercados

La estética de la serie está cargada de síntomas y excesos propios de la época, de una Argentina que emparentaba su moneda con el dólar, donde la lengua rebelde de los Rolling Stones circulaba por la Quinta de Olivos y los productos importados llenaban las góndolas de los supermercados sustituyendo a la fabricación local. Camperas inflables y brillosas, bailes arabescos y cumbieros, fiesta, cocaína, vacaciones en Punta del Este y privatización. Un paisaje cultural que, tras frustrarse el sueño húmedo de ser parte del primer mundo, quienes fueron jóvenes durante el menemismo empezaron a mirar con nostalgia con el pasar de los años, indiferentes a los cuerpos que el olvido selectivo prefirió ocultar. Una romantización que la serie aprovecha para montar a sus personajes.

Y políticamente, el guionista que sorprende a los argentinos a diario durante el desayuno vuelve a poner en el centro de la escena, de la mano y bastón de los hermanos Milei, en una serie novedosa, aplaudida por la extrema derecha mundial, que con pocos capítulos ya insinúa un desenlace trágico, un panic show que más temprano que tarde va a devenir en horror.

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