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Esta perspectiva que sufrimos es uno de los motivos que hacen de The Good Fight una serie especialmente atípica dentro del panorama televisivo. No se plantea desde una óptica revolucionaria, pero es una de las series más políticas que se pueden encontrar desde el plano progresista.
Nacida como spin-off de The Good Wife, la serie se enmarca dentro de ese subgénero que tanto gusta a la televisión estadounidense: las series de abogados. Al igual que las de policías, a caso por capítulo bajo un hilo argumental que recorre cada temporada, en su forma no hay nada especialmente llamativo. El grueso de la serie se sitúa en las oficinas de un bufete de abogados, algún juzgado y contados exteriores o casas de los protagonistas. El elenco es en general afroamericano, quitando a la recién llegada Diane Lockhart y la joven abogada Maia Rindell, ambas blancas y adineradas, aspecto y contraste que tampoco son demasiado extraños en la televisión actual.
Diane Lockhart es la protagonista que sirve de horquilla con The Good Wife. Se cuenta su llegada a un bufete que mantiene un equilibrio entre grandes clientes y la defensa de colectivos amenazados o represaliados por el sistema, lo que lo pone en el punto de mira de un gobierno al que repudian y que los ataca desde frentes no siempre legales.
The Good Fight tiene unos personajes amables, tono desenfadado, tramas sentimentales innecesarias y esa realización neutra que descarta cualquier momento o plano memorable. En definitiva, nace como una serie para gustar a todo el mundo, independientemente de la edad y condición. Pero bajo ese tono neutro de producto que puedes poner de fondo se encuentra la serie más antiTrump de hoy, un producto que muestra escenas polémicas sin que el espectador se dé demasiada cuenta.
En un tiempo en el que Watchmen es tomada como una serie necesaria o política, otras opciones como The Good Fight o The Man in the High Castle son la auténtica resistencia para una izquierda norteamericana descompuesta que intenta recomponerse a pesar del Partido Demócrata. Dando la vuelta a un poema de Yeats, “los mejores no tienen convicción, y los peores rebosan de febril intensidad”, el bufete que defiende los derechos civiles se enfrenta sin flaquear a casos que hablan de la realidad más actual del país: libertad de expresión, brutalidad policial, racismo institucional… Pero no se queda en la abstracción o el tropo, durante las distintas temporadas hay capítulos dedicados a posibles vídeos eróticos de Trump que incluyen lluvia dorada, ataques de la alt right en foros, el #MeToo o juicios políticos.
Existen dos capas que se añaden al tratamiento de estos temas desde la visión progresista. La primera de ellas es la didáctica. Con el objetivo de entretener en todo momento se trata de desnudar la realidad impuesta por Trump y sus extensiones mediáticas con la autopsia de las distintas estrategias utilizadas. En pocas series se puede ver una explicación tan clara del microtargeting y su utilización en política. A la hora de analizarlo en uno de los capítulos, ejemplifican ese método usándolo con un jurado para que quede grabado a fuego en el espectador. Ejemplos como este se pueden encontrar en diversos capítulos.
Se da la curiosa circunstancia de ser una serie de abogados en la que se opta en ocasiones por abandonar el marco legal para lograr los objetivos
La segunda capa es la respuesta. En The Good Fight se barajan todo tipo de argucias para combatir a Trump, desde la utilización de videos difamatorios al hackeo de las máquinas de voto electrónico. En la lucha política a la que se enfrentan se observa a Trump como un mal comparable a una dictadura y se debate hasta qué punto se puede llegar y las consecuencias a asumir. Se da la curiosa circunstancia de ser una serie de abogados en la que se opta en ocasiones por abandonar el marco legal para lograr los objetivos.
Del mismo modo, y como síntoma de este planteamiento, no se oculta la óptica del belicismo como defensa y, en un momento que recuerda a Gerard Depardieu en Novecento, uno de los protagonistas interpela al espectador con un discurso sobre la conveniencia de golpear a un nazi. Para él la respuesta es afirmativa y pone el ejemplo del puñetazo que recibió el líder de la alt right Richard Spencer cuando estaba siendo entrevistado.
A pesar de la carga ideológica y este contenido, el gran mérito de la serie en términos narrativos se encuentra en la manera en que logra conjugar todo esto con un tono amable de ver donde no hay apenas drama. No es más áspera The Good Fight que Hawai 5.0, se mueve en el mismo tono blanco y busca al espectador más general, el que solo quiere distraerse, para influir sobre él.
La tercera temporada aumentó el discurso y en los episodios incluían pequeños momentos musicales animados, discutibles e innecesarios, pero tan políticos que algunos fueron directamente censurados por la CBS, cadena productora
La tercera temporada de la serie aumentó el discurso y en los episodios incluían pequeños momentos musicales animados. Desde el punto de vista del espectador, resultaban discutibles e innecesarios, pero eran tan políticos que algunos fueron directamente censurados por la CBS, cadena productora. Este tipo de detalles provocan que exista curiosidad por ver qué ocurrirá en la cuarta temporada que se estrena hoy mismo en Estados Unidos y en Movistar, y por comprobar si aumenta el nivel o se domestica. En todo caso, muchos estaremos pendientes de sus mensajes y, hay que reconocerlo, de las historias más tontas que incluye la serie.
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Muy buena serie, entretenida y plantea temas de actualidad con mucho tino y tambien confronta con actitudes no poco claras de D.T. Obviamente que los americanos le sacaran mas "jugo"...