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Sexualidad
Polifonías de amor y deseo
El paisaje de los afectos se puebla de teorías y prácticas que impugnan los parámetros normativos del amor. De fondo, el capitalismo y el deseo innovan en su eterno romance. En la tensión entre la libre elección, los cuidados y el compromiso se configuran las relaciones amorosas del futuro.
Un grupo de amigos charla en un banquete de boda. Uno de ellos, el típico colega que ha bebido, un poco te divierte y un poco te abochorna. Propone un brindis a la salud de la única pareja presente en la mesa que no se ha separado en los últimos años. El alegato, más que admiración, destila desconcierto y un poco de sorna. Le sigue un estado de la cuestión polifónico sobre el auge de las separaciones y la sociedad líquida en la que todo cambia y nada es para siempre. Uno de los integrantes de la pareja aún no separada se rebela: “Precisamente por eso, porque no nos queda nada sólido a lo que agarrarnos, es lo que necesitamos. Una resistencia contra la deriva”. La conversación continúa, todo el mundo tiene algo que decir sobre el tema: “Llamamos amor a lo que no es más que deseo, otra forma de consumo”, dice uno. “Me he pasado la vida equivocándome, encerrándome en el pequeño amor de pareja y descuidando a quienes de verdad me han querido”, apunta otra. “¡A la mierda el amor romántico”, grita el que ha empezado con la conversación.
¿A la mierda el amor romántico?
La historia no es real, pero es realista. La describe Isaac Rosa en su novela Feliz final (Seix Barral, 2018), un éxito editorial que funciona como contraparte ficcional a una corriente crítica sobre el amor que se viene desarrollando —principalmente— desde los feminismos. A esta corriente de análisis crítico sobre el amor, la antropóloga Mari Luz Esteban contribuyó con la publicación, en 2011, de Crítica del Pensamiento Amoroso (Edicions Bellaterra), un tratado de medio millar de páginas dedicado a desentrañar lo que la autora considera la argamasa que sustenta nuestro modelo de sociedad. “El pensamiento amoroso, en tanto que régimen emocional imperante en nuestra sociedad, mantiene en pie nuestro sistema económico y político, poniendo a hombres y mujeres en su sitio mediante todo un conjunto de símbolos y representaciones, y también de reglas y de leyes, que influyen en cómo entendemos al ser humano”, explica a El Salto. El tema no es menor, se trata de formas de entender el mundo sobre las que armamos nuestra idea de familia o dividimos sexualmente el trabajo, incluidos los cuidados.
“El pensamiento amoroso, en tanto que régimen emocional imperante en nuestra sociedad, mantiene en pie nuestro sistema económico”, afirma Mari Luz Esteban
Una de las autoras de referencia de este pensamiento crítico es la pensadora y activista LGTBI Brigitte Vasallo, autora de Pensamiento monógamo. Terror poliamoroso (Txalaparta, 2018). Vasallo lleva tiempo impugnando la monogamia, un debate que considera muy complejo, pues cuestiona una institución presentada “como un sistema natural que la vincula necesariamente al amor como si fuesen sinónimos”. “Criticar la monogamia es cuestionar el amor”, reivindica en un artículo publicado ya en 2013 en Pikara Magazine. Este sistema monógamo sería el primer material de los tres que componen el pensamiento amoroso, según lo define Esteban. La heteronormatividad y el romanticismo son sus otras dos sustancias. Cada uno de estos “pilares” del sistema sobre los que se asientan las relaciones sexoafectivas hegemónicas están siendo cuestionados.
Feminismos
Brigitte Vasallo: “Cuando se toca la patria, como en cuanto se toca la pareja, saltan las mismas alarmas”
Pensamiento monógamo, terror poliamoroso, amor, estado, capitalismo y revolución. De todo eso habla Vasallo en su último libro.
La editorial Continta me tienes recoge estos debates en sus tres volúmenes (casi cuatro) sobre el amor, concepto al que le han añadido una “h” entre paréntesis, para “desacralizarlo”, según cuenta Sandra Cendal, quien, junto a Marina Beloki, fundó este proyecto. No es que el tema sea muy innovador, dice la compiladora Cendal: “Lo innovador es cómo se está pensando, de una manera sistematizada, intentando llegar a referentes y elaborando una teoría, aunque las emociones y los sentimientos poco tienen de teóricos, tienen mucho más de experiencia”. Reflexiones que se mueven, que evolucionan, siguiendo un eje: la “impugnación de la pareja como unidad reproductiva capitalista”, asegura Cendal, quien detecta una progresiva politización en los volúmenes, que han pasado de hablar de poliamor a centrarse en las no monogamias. Se trata de relacionarnos “desde estructuras que le hagan un poco la trampa al poder, subterfugios en los cuales refugiarnos y dejar de estar tan dentro del sistema”, defiende.
Sin ánimo de caer en la utopía, Cendal sí cree que cambiar la forma en la que nos relacionamos tiene “injerencia en el modelo de sociedad que estamos creando”. Sin embargo, recuerda que, al mismo tiempo, se está dando otro proceso que queda reflejado en lo que la gente vota: “Todavía hay una gran parte de la sociedad que no quiere que los cambios se produzcan”.
“Piensa, compara, calcula y te quedas con lo que te resulte mejor. Nadie está en las relaciones afectivas para sacrificar nada”, señala Francesc Núñez
Esteban también tiene una advertencia en esta dirección: “El escepticismo amoroso —como el que se refleja en la conversación recreada en la novela de Isaac Rosa— mezclado con la tiranía de la felicidad es una mezcla explosiva y muy dañina”, advierte. Así, “es importante estar atentas tanto a lo que permanece como a lo que se transforma, y no entender que cuando algo se transforma es positivo, porque quizás lo único que pasa es que se están dando combinaciones nuevas que siguen manteniendo regímenes emocionales que nos afectan, además, de diferentes formas a mujeres y hombres”.
¿Es posible, entonces, hacerle la trampa al sistema? Al fin y al cabo, es siempre ágil reconfigurándose. Ya en el texto de Pikara Magazine de 2013, Vasallo alertaba de que la mera impugnación a la monogamia no alcanza si se incurre en prácticas sexoafectivas que abren otras compuertas al capitalismo. “Del mismo modo que la posesión de los cuerpos y deseos ajenos forma parte del capitalismo emocional, la desvinculación de los mismos también lo es, pues comparte con ella la cosificación, el usar y tirar: las personas y los cuerpos como puro objeto de consumo, como entes sustituibles”, explica.
‘Plenty of fish’: consumir relacio nes
Mientras se profundiza en la politización de lo amoroso, de lo sexual, también han ido alterándose las prácticas y los espacios. Las relaciones, dice Francesc Núñez, sociólogo especializado en las emociones, están marcadas por la confluencia de intereses. Se trata de la idea de “relación pura” que desarrolla el sociólogo británico Anthony Giddens en La transformación de la intimidad: sexualidad amor y erotismo en las sociedades modernas (Cátedra, 2004). Una “relación pura” que dura lo que duran los intereses de los dos miembros de la pareja. Si bien, aclara el sociólogo, es innegable que esa forma de pensar el amor tiene un potencial emancipatorio, es necesario problematizar la idea de “libre elección” que se plasma en estas “asociaciones voluntarias”, pues, del mismo modo que el mercado descontrolado lleva a situaciones de “monopolio, expolio y brutalidades tremendas”, las condiciones en las que hombres y mujeres “eligen” parten de un suelo patriarcal que da ventajas a ellos frente a ellas. “Eva Illouz advierte de que esto seguirá así mientras no nos atrevamos a cuestionar el papel de la libertad y la autonomía en las relaciones afectivas”, alerta el sociólogo, para quien urge introducir valores éticos y morales, constricciones a la libertad para evitar el sufrimiento, porque si no: “¿Por qué te vas a quedar con una si deslizas a la izquierda y tienes quince más?”.
“No te precipites, que hay muchos peces en el mar”, le decía su abuela a Núñez. Plenty of Fish es, de hecho, el nombre de una de las más famosas aplicaciones de citas en el mundo anglosajón. “La búsqueda de pareja online desbanca la fórmula de los amigos, la familia, la universidad, el trabajo o el bar”, decía una noticia publicada en La Vanguardia a mediados de julio, haciéndose eco de una investigación estadounidense que concluía que un 40% de las personas heterosexuales ligan a través de las apps.
“Si buscas compromiso en una app, ármate de alegría, la vas a necesitar”, advierte Olivia, que tacha las aplicaciones de citas de “charcutería del amor”
ROTGS tiene 36 años y no es ni heterosexual, ni anglosajón, ni usa Plenty of Fish. Tampoco se llama ROTGS, este es el nick con el que se interna en otras apps de citas, pues reconoce que pueden ser útiles como espacios de sociabilización. Aunque también señala elementos dañinos: la competencia por llamar la atención en “un espacio de aparente libertad pero cargado de racismo, plumofobia y transfobia”. Cansado de ver perfiles que son pura “adoración a la masculinidad hegemónica”, ROTGS siente que estas apps “nos contagian y acostumbran a tratarnos como mercancía desechable y de manera poco cuidadosa o respetuosa”.
Para Luis, que, como actor “privilegiado” en el mercado —joven, guapo, heterosexual, de clase media—, ha cosechado cuantitativamente buenos resultados, el ciclo “conocer a alguien, que te cuente su vida y acabar en su casa” se volvió tedioso. Ahora se pregunta si es un poco conservador, pues lleva mal que la gente desaparezca sin dar explicaciones o que no sea clara con lo que quiere. “Se pierde la paciencia, la importancia de ir conociéndose poco a poco; al primer problema que hay me da igual porque hay otra persona que va a estar ahí”.
“Piensa, compara, calcula y te quedas con lo que te resulte mejor. Nadie está en las relaciones afectivas para sacrificar nada que vaya en su contra, que le haga tener menos capacidad, menos éxito, que lo descapitalice”, resume el ciclo Núñez. Y rescata otro concepto que puede resultar conservador: “El compromiso, que es un valor moral, apuesto por ti y me comprometo, es un acto de confianza”.
“Si buscas compromiso en una app, ármate de alegría, que la vas a necesitar”. Es la conclusión de Olivia, de 43 años, que ha decidido cortar con las apps, que acabaron siendo “una charcutería del amor con fotopolla incluida”. “El nivel de frustración y decepción para mí fue in crescendo, sentir que solo formas parte de un catálogo y todo a un ritmo vertiginoso me llegó a angustiar”. A Noa, 30 años, las apps también le han dado buenos ratos, le han permitido conocer a gente interesante, pero, en general, “es como buscar oro en aguas turbias”, donde, desde luego, hay poco pescado feminista y sí algún tío que le ha dado miedo, y mucha gente “cuyas referencias son el porno y te usan como un puto objeto. La única diferencia que hay para ellos entre el consumo de prostitución y echarse así un polvo sería que no pagan por ello”.
¿Otros amores son posibles?
La escritora Cristina Fallarás no conoce las agitadas aguas de las aplicaciones, no las ha usado nunca: “Me aterra objetualizarme, convertirme en algo que alguien pueda elegir para follar o para tener una relación: estar en un catálogo. También estoy en una edad en la que una se baja las bragas con más dificultad”, se ríe. Luego, se pone seria: “Yo creo que el amor es un compromiso, que es exactamente lo contrario a la idea de consumo”.
Fallarás cuenta que, al menos en su experiencia, del amor romántico se sale, aunque sea a hostias. “Lo que he ido haciendo poco a poco es desbrozar el daño, quitar el dolor, quitar la propiedad e ir quedándome con los más básico”, dice. Todo esto después de haber tenido varias parejas, hombres y mujeres, alguna abierta. Ahora está bien, en lo que define como un amor de resistencia, que se gestó en un momento vital terrible marcado por su propio desahucio y el de quien aún no era su compañero: “Si la relación entre nosotros es brutal y de una fortaleza que yo no había conocido es porque nosotros nos construimos no desde el amor romántico, sino de vivir la vida a mordiscos y ver dónde comemos mañana”, relata.
No es que Fallarás esté especialmente aferrada a la monogamia, pero dice: “Si algo he descubierto estando sola, es que el amor te quita mucho tiempo”. Sí cree que las relaciones de amor —sean de dos o más personas— pueden ser una forma de subversión, “de enfrentarse al sistema y demostrar otras posibilidades de relaciones”.
“Viví la apertura total durante muchos años y en el camino cambié mi idea sobre lo que significa cuidar y lo que significa libertad y respeto a las personas con las que te implicas emocionalmente”, cuenta Rocío L. Bardají, que ahora integra una familia formada por tres personas adultas que crían dos hijos. Así impugna desde la práctica el pensamiento monógamo construyendo comunidad “desde el amor y el deseo”. Una comunidad que implica “amor no monógamo, grupo intergeneracional e interdependencia económica”.
Para Bardají, la crítica feminista y la revisión del romanticismo o los cuidados han posibilitado una especie de “preludio” hacia otras formas de relacionarse. Se trata de ir ensayando. Además, “la puesta en común de experiencias transformadoras hace que estas crezcan: estamos ampliando el campo de las posibilidades y eso solo sucede cuando ampliamos el campo de lo imaginable”.