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Sexualidad
El sexo de las madres
Alejandra tiene dos hijos: un bebé de pocos meses y un niño de tres años. Afirma que sus dos embarazos transformaron su conexión con la sexualidad: desde el primero empezó a tener más conciencia de su propio deseo, pasó de colocarse con su pareja en el lugar de sujeto deseado al sujeto deseante. “En este segundo embarazo, que he vivido aún con más conciencia y respetando más mi cuerpo y sus necesidades, se ha afianzado esa sensación de buscar el placer desde mi propia fisicidad sin buscar constantemente la aprobación externa”, cuenta.
Ese aumento del deseo también es recordado por Carmen, madre sola de dos hijos de 2 y 4 años que decidió recurrir a la reproducción asistida para llegar a la maternidad. “En mi primer embarazo tenía muchas más ganas de tener relaciones que de normal”, cuenta. Dado que no tenía pareja, Carmen mayormente compartía experiencias íntimas con personas de confianza, a las que cariñosamente llama “chorvoagendos”, pero también tuvo relaciones sexuales esporádicas. “La sensación era muy agradable, quizás porque todo estaba mucho más apretadito de lo normal, y eso sumado a mis ganas constantes, hicieron que mi primer embarazo fuese una época de mi vida sexual muy activa y placentera”. En el segundo embarazo, sin embargo, desde aproximadamente los cuatro meses, tuvo placenta previa y no pudo tener sexo hasta después de parir.
Para algunas mujeres el embarazo es un momento en el que el deseo puede manifestarse en todo su esplendor; para otras, esta etapa complejiza su sexualidad debido a problemas en su relación de pareja
Para algunas mujeres el embarazo es un momento en el que el deseo puede manifestarse en todo su esplendor. Para otras, esta etapa complejiza su sexualidad debido a problemas en su relación de pareja —muchos problemas se dejan ver en el momento del embarazo o tras el parto—, traumas o patologías previas, como trastornos de la conducta alimentaria en los que la distorsión de la imagen corporal y las preocupaciones sobre el peso pueden influir en el deseo sexual. “Hay de todo y nada es debido a causas únicas”, señala Ascensión Gómez, matrona y fisioterapeuta especializada en suelo pélvico, autora de Puérpera perdida, la transformación vital posparto (Oberon, 2022). Para la experta, si bien hay mujeres a las que el embarazo “les pone libidinosas”, otras se quedan sin ganas de sexo. “Influye todo, sobre todo cómo se encuentren físicamente y, especialmente, el miedo que sientan (al aborto, a que algo salga mal, a cualquier cosa) o no. Muchas veces lo que hay es un problema de pareja subyacente que se hace intolerable y el embarazo es la excusa perfecta; hay de todo…”, reitera.
El puerperio: una etapa adaptativa
Previo al embarazo, cuando Irene y su pareja decidieron ser padres, hubo un aumento de la libido: el sexo cobraba más entidad, era algo más trascendente. Después del parto, en cambio, durante ese golpe de realidad que es el postparto, la sexualidad prácticamente desapareció de su pensamiento y su vida durante meses. Lo mismo ocurrió durante el segundo embarazo y posparto. Ella se sintió apoyada por su pareja, y no sintió presión por su parte, sin embargo, una vez pasada la “cuarentena” dice que comenzó a sentirse agobiada por la idea social de que “hay que tener sexo al menos de vez en cuando para que todo vaya bien”.
En el caso de Silvia, madre de dos niños de 4 y 7 años, si bien en el primer embarazo se sentía con muchas más ganas, ya que notó un cambio en su sensibilidad que le hizo disfrutar mucho más del sexo, en el segundo esas ganas “se esfumaron” ya que desde el posparto del primero su deseo sexual cambió: “Ya en el posparto de mi primer hijo sentí mucho menos deseo. Además de las molestias físicas iniciales por la episiotomía, la libido se ha reducido mucho, fruto del cansancio y la poca improvisación del día a día”. Las sensaciones también son diferentes —necesita distintas estimulaciones que antes no requería— y el pecho tras la lactancia ha pasado a ser terreno prohibido. “Mi pareja vive este cambio en nuestra sexualidad con mucha paciencia, me siento afortunada porque los ritmos han cambiado mucho y no es fácil”, dice.
La comprensión mutua en la pareja, y especialmente en relaciones heterosexuales, no siempre es fácil de lograr. Para Sonia Encinas, sexóloga y autora de los libros Feminidad salvaje (B de Bolsillo, 2022) y Sexo afectivo (Montesa, 2023), es curioso, porque con la maternidad todo cambia y, sin embargo, se encuentra en consulta a parejas (no solo madres) esperando que la sexualidad siga siendo igual. “El principal problema que suele surgir en el puerperio es la frustración y la culpa asociadas a no entender qué está pasando, porque la expectativa que se tenía previamente es que tras nacer una criatura, una vuelve a ser la misma tras cuarenta días, menudo engaño tan dañino”, dice, y añade que es habitual que una parte de la pareja se sienta frustrada por creerse no vista y descolocada por no poder entender o empatizar con el proceso de la madre gestante. “El desconocimiento sexual de esta etapa y la frustración de una pareja que expresa su malestar constantemente por la cantidad de sexo genera culpa en la otra parte, que tampoco entiende por qué no tiene ganas porque nadie nos dijo que es normal, que no pasa nada y que si nos damos permiso para no tenerlas, las ganas volverán”, reflexiona. “La culpa y la exigencia nos sacan de la vivencia sexual posparto que nos toca atravesar... y así, poco a poco y una vez más, nos vamos alejando de nuestro cuerpo, de nuestros deseos y nuestras necesidades”.
No solo entendemos muy poco la sexualidad femenina y mucho menos la sexualidad en el puerperio, sino que el sesgo de género es enorme, dice la matrona Ascensión Gómez
Encinas suele preguntar en consulta ¿sexo para qué y para quién?, una pregunta para recordar que el sexo debería ser siempre placer y disfrute, nunca una tarea que cumplir. “Los hombres tienen aquí un enorme trabajo pendiente por hacer, el relevo lo tienen ellos”, sostiene. Lo mismo señala Ascensión Gómez, quien recuerda que, no solo entendemos muy poco la sexualidad femenina y mucho menos la sexualidad en el puerperio, sino que el sesgo de género es enorme: “Los estudios científicos al respecto adolecen de androcentrismo y coitocentrismo. Usando ese medidor, claro que salen los datos que salen: que casi todas las mujeres en el puerperio presentan algún tipo de disfunción sexual. ¿Tantas? ¿No será que no estamos entendiendo bien las cosas?”.
Un estudio (How do new mothers describe their postpartum sexual quality of life? a qualitative study) publicado en 2023 en BMC Women’s Health analizó la percepción de la calidad de vida sexual posparto en mujeres de Irán y Suiza. Se identificaron tres temas principales: la perspectiva sexual, que incluye creencias y comportamientos sexuales; la relación interpersonal, que aborda cambios en las relaciones y el papel de apoyo de los esposos; y la “tormenta sexual posparto”, que engloba cambios directos e indirectos en la actividad sexual y la reanudación de las relaciones sexuales posparto. Aunque hubo similitudes en los resultados de ambas culturas, se destacaron diferencias en aspectos como intereses sexuales, comportamientos de las parejas y apoyo emocional. En resumen, el estudio subraya la complejidad de la vida sexual posparto, influida por factores culturales y personales.
Alejandra destaca cambios en su cuerpo y en la dinámica sexual, adoptando ahora que es madre un enfoque menos centrado en la penetración y más abierto. Su pareja también ha ampliado su concepción del sexo, y cree que se debe al haber presenciado el proceso de embarazo, parto y crianza de sus hijos, lo que ha sido muy positivo para su relación.
El puerperio es una etapa adaptativa a todos los niveles: físicamente el cuerpo trata de recomponerse tras el embarazo y el parto y emocionalmente la mujer debe adaptarse a la nueva vida y al bebé. Gómez señala que para que el deseo pueda darse, es imprescindible que la mujer esté tranquila, descansada y segura. “¿Falta deseo o faltan circunstancias que faciliten el deseo?”, pregunta. Por otro lado, nos invita a que nos preguntemos qué es el deseo: “La mujer puede estar muy satisfecha con la oxitocina que le genera estar con su bebé y ahora mismo no le apetece un contacto sexual con otra persona. O a lo mejor siente deseo por sí misma, pero no es buen momento para compartir. El cuerpo ha cambiado, y hay que redescubrirlo antes de compartirlo. Si no te da la vida para ducharte, es muy probable que no quieras sexo; quieres dormir. Ahora, si esto lo medimos en números de cuántas veces tienes coito y lo comparas con la actividad sexual compartida que tenías antes, probablemente no salgan bien las cuentas”, explica.
Violencia obstétrica, prácticas innecesarias y salud sexual
Alejandra, Caren, Irene, Silvia. Todas las mujeres entrevistadas en este reportaje manifiestan haber sido víctimas de violencia obstétrica en diferentes grados. No es de extrañar la cifra que aporta la asociación El Parto es Nuestro, que estima que solo un 10% de las intervenciones obstétricas que se realizan en España se basan en evidencia científica. El resto, son prácticas innecesarias o injustificadas que tienen consecuencias en la salud física y emocional de la madre y del bebé.
Alejandra relata que su primer parto en el hospital, aunque rápido y fisiológico, le hizo darse cuenta de que no era el entorno ideal para dar a luz. Menciona haber sufrido violencia obstétrica por parte de matronas y enfermeras, sobre todo paternalismo y maltrato psicológico. El último parto fue en casa, permitiéndole experimentar la intimidad y la sexualidad del proceso de parto, algo que considera prácticamente imposible en un hospital.
Para Silvia, el primer parto, inducido con oxitocina, fue prolongado y estuvo marcado por prácticas de violencia obstétrica por parte de los profesionales sanitarios, sobre todo a nivel verbal. Además, le realizaron una episiotomía innecesaria que fue mal cosida, lo que derivó en molestias sucesivas tras el parto durante mucho tiempo. El segundo parto, aunque inducido por la rotura de bolsa y utilizando prostaglandina, fue bastante respetuoso y no recurrió a la epidural.
Los dos partos de Irene fueron inducidos debido a preocupaciones sobre el bienestar fetal. En el primero, la matrona del centro de salud le aconsejó que intentara negociar con los obstetras para retrasar la inducción. Sin embargo, la negociación se interrumpió cuando le preguntaron si estaba dispuesta a arriesgar la salud de su bebé solo porque deseaba iniciar el parto. En el segundo parto, no hubo espacio para la negociación, ya que la placenta no funcionaba adecuadamente. En este caso, manifestó al llegar al hospital que no deseaba que le rompieran la bolsa y que prefería que comenzara con prostaglandinas. La reacción del personal médico fue de sorpresa.
Carmen admite haber profundizado en el tema y dice que ahora es cuando ha sido consciente de que sufrió violencia obstétrica durante su primer parto. Asegura que desde su llegada al hospital el trato verbal fue terrible. Además, la epidural le afectó mucho y limitó su participación al empujar. “En el momento de dar a luz, una médica joven decidió realizar una episiotomía sin previo aviso, a pesar de que solo me dejó empujar por mí misma cinco minutos y no hubo complicaciones en ningún momento del parto; fue una experiencia vergonzosa”, cuenta. En el segundo parto, que fue una cesárea de urgencia, no tuvo opciones de elección. Sin embargo, un error en la información proporcionada llevó a que su hijo pasara las primeras 12 horas de su vida solo en una cunita en la UCI pediátrica debido a que dieron incorrectamente el teléfono de contacto de su hermano.
Según Ascensión Gómez, todo lo que sucede en el parto impacta en la vida sexual dado que “el parto forma parte de la sexualidad de la mujer y es inevitable que influya de un modo u otro”. En este sentido, sufrir violencia durante un evento de la vida sexual, como es el parto, evidentemente va a tener un impacto negativo. “Hay estudios que han demostrado que las mujeres que sufren agresiones sexuales y las mujeres que han sufrido violencia obstétrica manifiestan muchas similitudes en cuanto a sintomatología: miedo al sexo, incluso rechazo absoluto, dolor con la penetración, falta de respuesta de excitación, hipertonía perineal. En estudios cualitativos en los que se ha preguntado a mujeres por sus sensaciones durante un parto que ha sido vivido con violencia, ellas mismas han referido haberse sentido como si hubiera sido una violación, es muy duro”, cuenta.
La violencia obstétrica forma parte de las violencias machistas, pero también de las violencias sexuales que vivimos las mujeres en este sistema, y puede afectar a la vida sexual de las mujeres
Sonia Encinas recuerda que la violencia obstétrica forma parte de las violencias machistas, pero también de las violencias sexuales que vivimos las mujeres en este sistema. “El parto es un hito dentro de nuestra historia sexual, un acto sexual que se convertirá en uno de los más importantes de nuestra vida y dejará un registro en nuestro cuerpo y en nuestra memoria. Como todo acto sexual, debe ser respetado, cuidado, protegida su intimidad y sostenida su vulnerabilidad”, explica. La sexología, tradicionalmente, no recoge la etapa concreta del puerperio y mucho menos, el impacto de la violencia obstétrica en la vida sexual de las mujeres que la han sufrido. Por ello, Encinas considera esencial una mayor investigación y visibilización para crear consciencia. “Es increíble que aún haya profesionales que niegan la violencia obstétrica, como si “no tener intención de violentar” fuera suficiente para no hacerlo”, señala.
¿Cómo debería ser la atención al parto para evitar impactos negativos en la salud sexual posteriormente? La respuesta es obvia para Ascensión Gómez: “La atención al parto debe ser lo más respetuosa posible con la fisiología, es decir, que las intervenciones sean siempre las mínimas estrictamente necesarias. Eso es atender un parto correctamente, basado en evidencia”. Insiste la matrona también en que la seguridad y las necesidades de cada mujer pueden ser diferentes, pero es muy importante que los profesionales que atienden los partos sean conscientes de cómo la experiencia vivida por la mujer puede influir en su vida sexual. “Puede ser necesario que haya intervenciones, incluso que haya riesgos importantes y sea preciso actuar rápidamente. Eso no exime de ser cuidadosos, de respetar la ley y pedir permiso siempre, y, en caso de que la urgencia haya requerido acabar el parto de forma quirúrgica, compensar después”.
En este sentido, informar a las mujeres de que pueden tener dificultades más adelante y ofrecer servicios de apoyo y recuperación, tanto física como emocional y sexual, debería ser, para la experta, una prioridad al mismo nivel que la propia atención al parto. “La salud sexual se entrelaza con la salud general. Todas las facetas de nuestro bienestar son interdependientes. La sexualidad, más que simples prácticas, abarca la comunicación, el afecto y el placer. Este último, esencial para la salud, no solo es un aspecto de la vida, sino que le da sentido”, concluye.