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¿Adiós Erdoğan?
Desde 2019 la política económica turca se ha caracterizado por los repetidos giros radicales de Erdoğan. Inicialmente su régimen adoptó un programa basado en tipos de interés bajos y expansión del crédito, rompiendo con la ortodoxia neoliberal para consolidar el apoyo político entre las pequeñas y medianas empresas, lo cual provocó la devaluación de la lira, altas tasas de inflación, un creciente déficit por cuenta corriente y el aumento de la deuda externa, gracias a la gran dependencia de Turquía de las importaciones. En un intento de contrarrestar estos efectos, el gobierno pivotó hacia un programa neoliberal tradicional: altos tipos de interés para atraer capital extranjero y estabilizar el valor de la lira turca, junto con la contracción del crédito para luchar contra la inflación y el endeudamiento. Sin embargo, como estas políticas ponen en peligro la base electoral del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), el Erdoğan ha optado continuamente por un planteamiento más heterodoxo, una oscilación de ida y vuelta que Ümit Akcay ha analizado en estas páginas.
Mientras la economía turca se halle integrada en el orden neoliberal transatlántico, no parece haber alternativa al zigzagueo de Erdoğan. El imperativo estratégico de mantener a flote a las pequeñas y medianas empresas mediante políticas económicas expansivas era irreconciliable con la posición del país en el mercado mundial. Sin embargo, más recientemente, este movimiento oscilatorio parece haber sido abandonado en favor de una firme apuesta por la heterodoxia económica. Desde la primavera de 2021, los tipos de interés del Banco Central turco (TCMB) han sido reducidos hasta el punto de situarlos ahora en territorio negativo (acercándose a menos 80 por 100 en su nadir). Los depósitos convencionales en liras turcas, patrimonio de la inmensa mayoría de la población, están arrojando pérdidas masivas. Mientras tanto, el crédito comercial y al consumo se ha ampliado masivamente.
Como era de esperar, estas medidas permitieron a Turquía alcanzar altas cifras de crecimiento en 2021, pero a costa de una devaluación masiva de la lira y una inflación disparada. El alto crecimiento ocultó una caída masiva del nivel de vida de la mayoría de la población, cuyos ingresos no siguieron el ritmo de la inflación a pesar de la introducción de medidas compensatorias como las subidas del salario mínimo, los controles de precios y las rebajas de impuestos. Esta dinámica condujo a una situación de estancamiento económico a finales de 2021, ya que las empresas no podían calcular bien los precios y perdieron contratos comerciales denominados en divisas. La catástrofe económica sin paliativos se evitó por los pelos, cuando Erdoğan anunció el 20 de diciembre de 2021 lo que en esencia era una garantía estatal para los depósitos en divisas protegidos.
Las políticas de Erdoğan acabaron logrando exactamente lo contrario de lo que pretendían conseguir. En lugar de desinflar el precio de los bienes de exportación, acabaron por elevarlo
Poco después, el TCMB puso en marcha la llamada «estrategia de lirización», que implicaba de facto mecanismos de control de divisas al hilo de la restricción del acceso a los préstamos del TCMB a las empresas con grandes cantidades de divisas, la prohibición del uso de divisas en las transacciones nacionales y la introducción de incentivos para que los bancos optaran por los depósitos denominados en liras turcas. Con ello el TCMB pretendía impulsarse la demanda de la moneda nacional por parte del sector privado y mantener a raya la devaluación. Pero como no se produjeron los correspondientes cambios estructurales profundos en la economía turca, todos los males de este enfoque heterodoxo —devaluación, alta inflación, elevado déficit por cuenta corriente— retornaron o persistieron. Esta vez, sin embargo, vinieron acompañados de un aumento de los tipos de interés y del endeudamiento.
Esta constelación de factores dio lugar a una paradoja en el ámbito de las políticas públicas todavía más perversa. A lo largo de 2022 Turquía empezó a experimentar con una serie de «medidas macroprudenciales» para contener la crisis, como los controles de capital de facto —penalizaciones económicas a los bancos que concedieran préstamos a tipos de interés superiores al 30 por 100— concebidas para impulsar la concesión de préstamos de bajo coste denominados en liras turcas dirigidos al sector privado. Sin embargo, al desacelerarse la devaluación debido a la estrategia de lirización, la tasa de inflación se mantuvo por encima de la tasa de devaluación, debido al efecto retardado de la segunda sobre la primera y a las tensiones inflacionistas procedentes de la economía mundial, lo cual, a su vez, condujo a la apreciación efectiva de la lira turca.
En otras palabras, las políticas de Erdoğan acabaron logrando exactamente lo contrario de lo que pretendían conseguir. En lugar de desinflar el precio de los bienes de exportación, acabaron por elevarlo. Del mismo modo, la reducción de los tipos de interés vino acompañada de una desaceleración masiva de la actividad crediticia de los bancos privados, que al comprobar cómo se reducían sus márgenes de beneficio se precipitaron desordenadamente a intentar compensar los efectos de la política gubernamental, lo cual únicamente se vio compensado por el correspondiente incremento de la actividad crediticia pública durante el otoño de 2022.
Así pues, la economía turca sigue atrapada entre la espada y la pared. El AKP se resiste a imponer remedios neoliberales, pero es incapaz de formular una alternativa viable. Con las elecciones presidenciales y parlamentarias previstas a lo sumo para el verano de 2023, la crisis hegemónica del gobierno se hace cada vez más evidente. En esta coyuntura, se han perfilado tres vías distintas: la combinación de políticas económicas improvisadas y de la consolidación autoritaria del régimen, favorecida por el gobierno actual; la restauración neoliberal a gran escala, favorecida por sectores del capital y por la oposición más consistente al gobierno; y un programa de reforma democrático-popular, favorecido por la izquierda.
Hasta ahora no se ha producido una ruptura decisiva entre las principales facciones del capital y el régimen de Erdoğan, pero la principal asociación empresarial del país se hace oír cada vez más en su exigencia de reimponer las políticas neoliberales
El nuevo planteamiento político de Erdoğan encierra implícitamente una estrategia de «industrialización por sustitución de importaciones» en la que los altos costes de estas, unidos al bajo coste de la financiación de las inversiones y las ventajas de costes debidas a la devaluación y los bajos tipos de interés, fomentarían la inversión industrial, ofreciendo a Turquía una salida de su excesiva dependencia del mercado mundial. Sin embargo, este ambicioso modelo nunca tuvo visos de convertirse en realidad, ya que su éxito dependía de una estrategia de planificación y/o inversión dirigida por el Estado, que siempre brilló por su ausencia. Así pues, sería más exacto caracterizar el reciente giro heterodoxo de Turquía como otro intento de gestión de la crisis y no como la transición a un nuevo régimen de acumulación. Su propósito era proteger a amplios sectores de la población, especialmente a los que trabajan en las pequeñas y medianas empresas, de los efectos del rápido deterioro de la situación económica, lo cual permitiría que el AKP ganase el tiempo suficiente para llegar a las próximas elecciones generales de este año.
Una vuelta a la política económica neoliberal ortodoxa supondría costes políticos mucho más elevados que un planteamiento concebido simplemente para salir del paso dirigido a mitigar los efectos de la crisis sobre las pequeñas y medianas empresas y el consumo interno. La estrategia política actual del AKP consiste en posicionarse como el único salvavidas para las pequeñas empresas en apuros, al tiempo que aumenta la represión contra las posibles amenazas a su hegemonía. Pero este no es un método infalible. Por ejemplo, las pequeñas y medianas empresas altamente eficientes capaces en su opinión de resistir las presiones competitivas de una política monetaria ortodoxa pueden optar por aliarse con los capitalistas que reclaman una ampliación del papel de Turquía en la economía mundial. De hecho, las facciones del capital más cercanas al AKP, en su mayoría orientadas a la exportación y con menor dependencia de las importaciones, ya han empezado a criticar al gobierno por su chapucera devaluación de la moneda.
Hasta ahora no se ha producido una ruptura decisiva entre las principales facciones del capital y el régimen de Erdoğan; la mayoría de los sectores siguen obteniendo elevados beneficios (los bancos han quintuplicado los suyos) gracias en parte a la contención salarial provocada por la inflación. Pero la principal asociación empresarial del país, la Asociación Turca de la Industria y la Empresa (TÜSIAD), se hace oír cada vez más en su exigencia de reimponer las políticas neoliberales, cuyo el objetivo último es aumentar la centralidad de Turquía en las cadenas de producción internacionales. También aboga por un alejamiento del autoritarismo del AKP hacia un modelo con más libertades civiles y equilibrios constitucionales capaz de reducir lo que considera los efectos socialmente desestabilizadores del sistema actual.
A medida que los intereses del AKP se han ido alejando de los del gran capital, la lucha entre el régimen y sus rivales políticos también ha llegado a un punto crítico. Las encuestas muestran que la opinión pública se ha vuelto en contra del partido gobernante y que su victoria en las próximas elecciones no está en absoluto garantizada, lo cual ha llevado al bloque de la oposición, liderado por el Partido Popular Republicano (CHP), a pasar a la ofensiva.
La mayoría de las veces ello redunda en el intento de sobrepasar a Erdoğan y sus aliados en cuanto al nacionalismo y el chovinismo turcos. La oposición, si llega al poder, ha prometido la persecución y repatriación de los refugiados sirios junto con una guerra a gran escala contra el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Su futuro ministro de Economía, Ali Babacan, ha prometido que su partido seguirá considerando ilegales las huelgas. Y el bloque se ha mantenido firmemente en contra de cualquier forma de movilización popular. Como afirmó el líder del CHP, Kemal Kılıçdaroğlu: «Una cosa es la oposición activa y otra tomar las calles [...]. Sólo tenemos un deseo, que nuestro pueblo permanezca lo más tranquilo posible, al menos hasta que lleguen las elecciones».
El objetivo de la oposición es restablecer el régimen neoliberal a mayor escala, purgado de su actual estructura hiperpresidencialista, pero incorporando algunos de los elementos ideológicos autoritarios y nacionalistas asociados con el AKP y sus predecesores sin dejar de desmovilizar y despolitizar a la población. Esta será la contrapartida de cualquier pequeño grado de reforma democrática.
¿Puede una visión así, por poco inspiradora que sea, conseguir galvanizar al electorado para echar al actual presidente turco? Las encuestas sugieren un alto nivel de desafección hacia el gobierno, pero también de escepticismo respecto a la oposición. Erdoğan, a pesar de sus diversos errores, ha sabido mantener la conexión identitaria entre su partido y su base, lo cual, combinado con su programa populista y redistributivo a corto plazo, que incluye subsidios para las facturas de los hogares, nuevos aumentos salariales, vivienda social y programas de crédito público para las pequeñas y medianas empresas, puede ser suficiente para mantenerlo en el poder. Las encuestas más recientes muestran un repunte del AKP tras el anuncio de tales medidas.
Sin embargo, gane quien gane las próximas elecciones, sigue habiendo una alternativa para Turquía más allá de la consolidación autoritaria y la restauración neoliberal y esta se encuentra en nuevos grupos como la Alianza del Trabajo y la Libertad (Emek ve Özgürlük İttifakı), una coalición de partidos prokurdos e izquierdistas, que pretende unificar a estas fuerzas disidentes. Para ellos, la única vía para salir de la crisis nacional es una estrategia económica coherente y democráticamente responsable que altere fundamentalmente el modelo turco en favor de las clases populares, junto con una reforma política de gran alcance. Sus intentos de organizarse en un clima cada vez más represivo serán una ardua batalla, pero si no se libra la perspectiva de democratizar Turquía se desvanecerá por completo.