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Tras el euroescepticismo: la extrema derecha y la Unión Europea

Lo que se está produciendo en la Unión Europea, es un giro a la derecha en la composición del Parlamento, pero el euroescepticismo estridente ha sido sustituido por un reformismo tibio.
Elecciones Europas 9J voto joven
Foto: European Parliament
19 jun 2024 07:07

Las elecciones al Parlamento Europeo significan cosas diversas para personas diferentes. Para la prensa de Bruselas son una ocasión para especular febrilmente sobre quién se hará con los «altos mandos» de la Unión Europea —las presidencias del Consejo y la Comisión, la presidencia del Parlamento, el Alto Representante para la Política Exterior— tras días de regateos y acuerdos entre bastidores. Para los dirigentes de los Estados-miembro constituyen una oportunidad de aumentar el número de parlamentarios de sus respectivos partidos y la posibilidad de liderar el correspondiente grupo parlamentario, lo cual les permite ganar poder y prestigio, además de incrementar su poder de negociación respecto a otras naciones europeas. Para los políticos que se hallan en la oposición en sus respectivos países, el Parlamento Europeo es una forma útil (y lucrativa) de esperar a que surjan oportunidades políticas domésticas. El actual ministro de Asuntos Exteriores italiano, Antonio Tajani, ha pasado más de dos décadas en el Parlamento Europeo y Marine Le Pen y Nigel Farage también han sido eurodiputados durante mucho tiempo.

Para los ciudadanos de la Unión Europea, entretanto, la importancia de las elecciones reside a menudo en la cristalización de las luchas políticas nacionales. Los comicios de 2014 marcaron la irrupción de Podemos y el Movimiento Cinque Stelle y permitieron a Syriza apartar de escena al PASOK y convertirse en la primera fuerza electoral de la izquierda griega. En el Reino Unido, la votación de 2019 funcionó como un segundo referéndum de facto sobre el Brexit. En 2024 se suponía que íbamos a asistir a un sorpasso reaccionario a escala continental: un momento en el que populistas y extremistas derribarían las principales formaciones políticas del Parlamento. Ursula von der Leyen, candidata a un segundo mandato como presidenta de la Comisión, dudaba de poder mantener su «gran coalición» de centristas y liberales y tendió la mano a la italiana Giorgia Meloni antes de las elecciones, lo que indicaba la perspectiva de un acuerdo con la extrema derecha.

Sin embargo, cuando se celebraron las elecciones el pasado 6-9 de junio, los rumores de una victoria aplastante de la extrema derecha resultaron ser exagerados. En Holanda, el Partido por la Libertad de Geert Wilders obtuvo seis escaños, pero fue derrotado por la coalición de centro-izquierda y los Verdes. En Alemania, Alternative für Deutschland pasó de nueve a quince escaños, pero quedó muy por detrás de la alianza CDU-CSU, que obtuvo veintinueve. En España, Vox obtuvo seis escaños, incrementando en dos su representación, pero su porcentaje de votos se mantuvo por debajo del 10 por 100, mientras que el Partido Popular se alzó con la victoria, aventajando en cuatro puntos porcentuales al gobernante PSOE. Los Verdaderos Finlandeses también obtuvieron menos del 10 por 100 de los votos y perdieron un escaño, mientras que los Demócratas Suecos ganaron uno, pero acabaron en cuarto lugar por detrás de los partidos mayoritarios del país y de los Verdes. Las agrupaciones dominantes en el Parlamento Europeo también se han mostrado relativamente resistentes. El Partido Popular Europeo (PPE), de centro-derecha, ganó nueve escaños, con lo que suma ciento ochenta y cinco, mientras que los Socialistas y Demócratas (S&D), de centro-izquierda, perdieron sólo dos, con lo que se quedan en ciento treinta y siete. Los grandes perdedores fueron los liberales de Renovar Europa y Los Verdes, que perdieron veintitrés y diecinueve escaños respectivamente.

Von der Leyen ha insistido en que «el centro se mantiene» y que su coalición vivirá un día más, quizá apuntalada por los Verdes

Las dos principales formaciones de extrema derecha sólo ganaron trece escaños sumando los de ambas: los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) tienen ahora setenta y tres, mientras que Identidad y Democracia (ID) cuenta con cincuenta y ocho. Hay pocas posibilidades de que estas formaciones se unan y aún no está claro dónde encajará Alternative für Deutschland, que no está afiliada a ninguna de ambas. ECR fue creada en 2009 por los conservadores británicos, que consideraban que el PPE se estaba volviendo demasiado proeuropeo. Representa al ala más moderada de la extrema derecha y no está sujeta al cordón sanitario, que excluye a los eurodiputados de la derecha radical de los puestos de poder en el Parlamento. Entre sus miembros se encuentran los Fratelli d'Italia de Meloni, Vox y el partido polaco Ley y Justicia. ID, por el contrario, se considera más allá de los límites, ya que acoge a Rassemblement National de Le Pen y a la Lega de Matteo Salvini, así como al Partido Popular Conservador de Estonia.

Lo que se está produciendo en la Unión Europea, por lo tanto, es un giro a la derecha en la composición del Parlamento, aunque a un ritmo más lento de lo esperado, que conoce agrupaciones populistas-nacionalistas aquejadas de profundas divisiones. Los resultados electorales indican que todo seguirá igual. Von der Leyen ha insistido en que «el centro se mantiene» y que su coalición vivirá un día más, quizá apuntalada por los Verdes. Las principales corrientes políticas de la Unión Europea parecen dispuestas a dejar de lado sus diferencias para mantener su hegemonía. Sin embargo, como muchos saben en Bruselas, esta estrategia de gran coalición puede hacer que el centro político parezca aún más una masa indiferenciada de políticos ávidos de poder, alimentando el apoyo a sus oponentes y causando problemas en el futuro próximo.

El politólogo Peter Mair observó en una ocasión que la peculiar estructura de este organismo supranacional dificultaba que los ciudadanos dieran forma o impugnasen las políticas publicas europeas específicas

Las contiendas nacionales más emocionantes fueron las que parecían presagiar transformaciones políticas en el frente doméstico. Los buenos resultados de Péter Magyar, un antiguo miembro del Fidesz reconvertido en opositor y denunciante de diversas irregularidades en el establishment húngaro, se interpretaron, quizá prematuramente, como una señal de que el dominio de Viktor Orbán estaba en declive. En Polonia, Ley y Justicia continuó su caída, perdiendo cinco escaños y cediendo más terreno a la Plataforma Cívica de Donald Tusk. Meloni hizo una campaña extraordinariamente personalizada, pidiendo a sus seguidores que escribieran «Giorgia» en sus papeletas de voto, lo cual le granjeó el apoyo de algo menos del 30 por 100 de los votantes, obteniendo catorce escaños más que en 2019. Por su parte, el SPD de Scholz fue superado tanto por la oposición de la CDU-CSU como por Alternative für Deutschland, lo que suscitó especulaciones sobre cuánto tiempo más el actual canciller puede durar al frente del gobierno.

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Francia, sin embargo, se llevó el primer premio en dramatismo a escala nacional. Rassemblement National, el partido liderado por Marine Le Pen, planteó las elecciones como un referéndum sobre el segundo mandato de Macron y obtuvo más del doble de votos que Renaissance (2016), la formación electoral del presidente. Raphaël Glucksmann, al frente del Partido Socialista francés, emergió como una nueva figura del centro izquierda al obtener trece escaños —el mismo número que el partido de Macron— para su nueva lista conjunta. Los demás partidos de la fracturada alianza NUPES obtuvieron en general malos resultados, aunque La France Insoumise obtuvo el 10 por 100 de los votos y nueve escaños, tres más que en 2019. A la vista de los resultados Macron ha disuelto la Asamblea Nacional y ha convocado nuevas elecciones legislativas para el 30 de junio y el 7 de julio, lo cual parece un intento poner en un brete a Rassemblement National y hacerle exhibir su fuerza real en unas elecciones nacionales. La extrema derecha dice estar dispuesta a gobernar, pero si gana las próximas elecciones, su líder, Jordan Bardella, podría convertirse en primer ministro y Macron continuar como presidente de la República, sabiendo, no obstante, que es difícil mantener la popularidad en esa posición.

Se ha hablado menos estos días de lo que todo esto significa para la principal división de la política europea, esto es, la fractura que corre entre los partidarios de la Unión Europea y sus críticos. El politólogo Peter Mair observó en una ocasión que la peculiar estructura de este organismo supranacional dificultaba que los ciudadanos dieran forma o impugnasen las políticas publicas europeas específicas. En consecuencia, la oposición a éstas adoptaba necesariamente la forma de una oposición a la Unión Europea tout court. Aunque el euroescepticismo ocupó un lugar destacado en el seno de la izquierda durante la totalidad del periodo de posguerra, a partir de la década de 1990 se asoció con la derecha soberanista y nacionalista, cuyos epítomes fueron el United Kingdom Independence Party (UKIP) en el Reino Unido y el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ). Este cambio reflejaba tanto la implosión de los partidos comunistas del continente como fuerza electoral, recuérdese el espectacular declive del Partido Comunista francés, como el abandono del principio de soberanía nacional por parte de la izquierda en general, reflejado vívidamente en la trayectoria del PASOK, que pasó de ser un crítico acérrimo de la integración europea durante la década de 1970 a convertirse en un partidario leal de la misma a finales de la siguiente.

Este año, aunque los partidos de extrema derecha han logrado los avances más espectaculares registrados en la historia de la Unión Europea, las elecciones también han reflejado hasta qué punto estos se han acomodado a la institución. El euroescepticismo estridente ha sido sustituido por un reformismo tibio, ejemplificado por el lema de campaña de Meloni: «Italia cambia Europa». Wilders, otrora partidario de abandonar la Unión Europea, abandonó rápidamente esta postura al iniciarse la campaña. Le Pen también abogó por el «Frexit» en las elecciones europeas de 2014, pero desde entonces ha adoptado una política de «cambio desde dentro».

Las posiciones contrarias a la UE se han convertido en un lastre electoral. Aunque los líderes de la extrema derecha se presentan a menudo como ideólogos inquebrantables, en realidad la mayoría de ellos son pragmáticos flexibles

En este sentido, los partidos de extrema derecha de Europa Occidental han empezado a imitar las estrategias de sus homólogos de Europa Central y Oriental. Ley y Justicia lleva años enfrentado a Bruselas, pero nunca ha planteado seriamente la idea del «Polexit». Fidesz choca a menudo con la Unión Europea por las obligaciones que le imponen los Tratados, pero no se plantea abandonar el barco. Una excepción a esta tendencia reformista parece ser Alternative für Deutschland, que sigue manteniendo una línea dura respecto a la salida de la zona euro y la reintroducción del marco alemán; sin embargo, esta no es en absoluto la raison d’être del partido, ni la causa de su éxito, que se debe mucho más a su papel en el fomento de las guerras culturales en Alemania.

Una de las razones de esta tendencia a la moderación es el Brexit, acontecimiento que, al provocar una crisis constitucional sin precedentes en el Reino Unido y no reducir la inmigración, enseñó a la extrema derecha europea a ser prudente sobre las ventajas de abandonar la Unión Europea. Otra es el apoyo continuado al bloque europeo entre las poblaciones de la mayoría de los Estados miembros. Dada la estrategia de grupos como Rassemblement National y Fratelli d'Italia, que tratan de desplazar a los partidos tradicionales de las respectivas derechas domésticas cortejando a los votantes indecisos, las posiciones contrarias a la Unión Europea se han convertido en un lastre electoral. Aunque los líderes de estos partidos se presentan a menudo como ideólogos inquebrantables, en realidad la mayoría de ellos son pragmáticos flexibles. Quienes se muestran demasiado rígidos, como Maxmilian Krah, de Alternative für Deutschland, suelen ser marginados. Durante los últimos años, las fuerzas populistas de Europa se han asimilado lentamente a la jerarquía de Bruselas. Puede que estas elecciones no hayan visto ascender a la cúspide de las instituciones europeas a las fuerzas políticas de la extrema derecha, como algunos predijeron, pero han demostrado que estas están dispuestas a facilitar su ascenso separándose del euroescepticismo.

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Artículo original After Euroscepticism publicado por Sidecar, blog de la New Left Review y traducido con permiso expreso por El Salto. Véase Christopher Bickerton, «La persistencia de Europa», NLR 122 y «Pensando como un Estado-miembro», NLR 138.
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Max Montoya
21/6/2024 15:16

«Le Pen también abogó por el “Frexit” en las elecciones europeas de 2014, pero desde entonces ha adoptado una política de ‘cambio desde dentro». Como dijo un YT User Holandés hace tiempo: el Brexit ha servido para que todos los que pedían salirse de Europa retiren sus propuestas. El desastre del Brexit para los Británicos ha reforzado a la Unión Europea.

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