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Sidecar
Línea de sucesión en Indonesia
Este año las diversas consultas electorales que se celebran en todo el mundo nos recuerdan que los votantes pueden esperar muy poco de la democracia liberal, incluso en condiciones de competencia «libre y justa». Es fácil lamentarse de los resultados amañados en Bangladesh, Pakistán y Rusia o de las ventajas de estar en el poder que cosecha en la India el BJP (Partido Popular Indio) y en Sudáfrica el ANC (Congreso Nacional Africano). Pero el espectáculo de una eventual revancha entre Biden y Trump en Estados Unidos más las pésimas expectativas de un gobierno presidido por Starmer en el Reino Unido sugieren que los problemas de los sistemas electorales contemporáneos no se limitan a los regímenes represivos o clientelistas. En Indonesia, la tercera democracia más poblada del mundo y la mayor de mayoría musulmana, está a punto de asumir el poder una figura notoriamente siniestra y volátil. Prabowo Subianto, elegido el pasado 14 de febrero, es exyerno del dictador militar Suharto, exgeneral del ejército indonesio expulsado con deshonor tras supervisar presuntamente el secuestro y la tortura de disidentes, y un político que ha explotado las tensiones étnicas y religiosas y amenaza ahora con devolver al país a un régimen autoritario.
Prabowo se presentó a las dos elecciones anteriores y perdió ambas frente a Joko Widodo («Jokowi»). Tras ser cooptado por este último como ministro de Defensa en 2019 volvió a presentarse en 2024 con el hijo de Jokowi, Gibran Rakabuming Raka, como compañero de candidatura, lo cual constituía una clara señal de que esta había sido bendecida por el presidente en funciones. El respaldo tácito de Jokowi, así como la intimidación, el soborno y la movilización de funcionarios locales para conseguir los correspondientes apoyos, puede ayudar a explicar por qué el 58 por 100 de los votos obtenidos por Prabowo el día de las elecciones superó en casi diez puntos porcentuales las encuestas preelectorales. La magnitud de su victoria evitó la necesidad de celebrar una segunda vuelta contra sus dos oponentes, el exgobernador de Yakarta Anies Baswedan, que obtuvo el 24 por 100 de los votos, y el gobernador de Java Central Ganjar Pranowo, que sólo obtuvo el 17 por 100. Sin embargo, para entender por qué los indonesios han ungido a este grotesco personaje como presidente de su país, debemos examinar más de cerca el sistema político realmente existente en Indonesia.
En comparación con anteriores materializaciones de la democracia, los parámetros de la política indonesia se han establecido de forma muy estricta desde la vuelta a las elecciones competitivas en 1999. Durante la lucha por la independencia efectuada una vez concluida la Segunda Guerra Mundial, la asediada Republik estuvo dirigida por una sucesión de gobiernos multipartidistas pugnaces. Tras la emancipación de la dominación holandesa se verificó un breve experimento parlamentario, que contó con cuatro partidos predominantes en las elecciones de 1955: el Partai Nasionalis Indonesia (Partido Nacional Indonesio, 22 por 100), el Masyumi (Partido de la Asociaciones Musulmanas de Indonesia, 21 por 100), el Nahdlatul Ulama (Renacimiento de los Ulemas, 18 por 100) y el Partai Komunis Indonesia (Partido Comunista de Indonesia, 16 por 100).
Todos ellos eran organizaciones de masas con sus propios bastiones regionales y sociológicos e infraestructuras de grupos de la sociedad civil. En ese momento, el Partido Comunista de Indonesia no dejaba de ganar poder entre el electorado y en el seno del Estado. Su federación de trabajadores, su sindicato de campesinos, sus grupos de mujeres y de jóvenes, junto con su panoplia de artistas e intelectuales y sus numerosas publicaciones de partido, lo convirtieron en una presencia formidable en la vida pública y en el discurso político: se trataba probablemente del mayor Partido Comunista legal activo en el campo político, dejando de lado los respectivos partidos de la Unión Soviética y de la República Popular China.
La maquinaria electoral del régimen, el Golkar (abreviatura de Golongan Karya o «Grupos de Funcionarios»), dominaba el parlamento, que se limitaba a ratificar la legislación propuesta
Pero este sistema altamente inclusivo y participativo no pudo sobrevivir a la Guerra Fría. En medio de las rebeliones regionales de 1957-1959 respaldadas por la CIA, el presidente Sukarno proclamó la ley marcial y disolvió el parlamento, prohibiendo el Masyumi en 1960. Tras el golpe militar de finales de 1965, dirigido por el general del ejército Suharto y apoyado por Estados Unidos, el Partido Comunista de Indonesia fue exterminado mediante un pogromo anticomunista, que provocó el asesinato de cientos de miles de activistas y afiliados comunistas y la intimidación y el encarcelamiento de millones de personas. Durante las tres décadas siguientes, el régimen militar conservó un sutil barniz de legitimidad pseudodemocrática, celebrándose elecciones cuidadosamente organizadas, que propiciaron un parlamento dócil y un órgano supraparlamentario, en gran medida designado, que primorosamente «reelegía» a Suharto y a su vicepresidente escogido cada cinco años. El PNI y los dos pequeños partidos católico y protestante existentes se vieron obligados a fusionarse en el Partai Demokrasi Indonesia (Partido Democrático de Indonesia, PDI), mientras que Nahdlatul Ulama y otros partidos islámicos se unieron en el Partai Persatuan Pembangunan (Partido Unido para el Desarrollo, PPP). Mientras tanto, la maquinaria electoral del régimen, el Golkar (abreviatura de Golongan Karya o «Grupos de Funcionarios»), dominaba el parlamento, que se limitaba a ratificar la legislación propuesta, gracias al apoyo garantizado por el estamento militar, la burocracia y, con el auge del capital indonesio durante la década de 1980 y la primera mitad de la de 1990, la creciente clase empresarial.
La crisis económica asiática de 1997-1998 y la obstinada prioridad otorgada por Suharto a los imperios empresariales y a las fortunas políticas de sus hijos provocaron finalmente, sin embargo, la disidencia abierta y las deserciones explícitas en el seno del régimen, que acabaron por desestabilizarlo. En mayo de 1998 los líderes del Golkar se unieron a los ministros del gabinete y a altos cargos del ejército para insistir en que Suharto dejara paso al vicepresidente B. J. Habibie, ministro de Investigación y Tecnología desde hacía mucho tiempo y acérrimo rival de su hija, Tutut. Los diversos intereses empresariales representados en el régimen —empresas de construcción y despachos de aduanas, concesiones madereras y mineras, agroindustria y empresas inmobiliarias— no pudieron resistir la continua depreciación de la rupia y el agravamiento de la recesión económica. Suharto y su familia tenían que irse.
Habibie restableció las elecciones competitivas en 1999 y el sistema de partidos de Indonesia se expandió, pero dentro de unos límites muy restringidos. El persistente anticomunismo descartó cualquier resurrección del Partido Comunista de Indonesia. Los organizadores sindicales y los activistas estudiantiles no tuvieron más remedio que unirse al rebautizado Partai Demokrasi Indonesia Perjuangan (Partido Democrático de la Lucha Indonesio, PDI-P), liderado por Megawati Sukarnoputri, hija de Sukarno, y respaldado por suficientes oficiales retirados del ejército y empresarios evangélicos protestantes como para contrarrestar cualquier tendencia izquierdista.
Los diez años de Susilo Bambang Yudhoyono en el cargo resultaron ser una década de oportunidades perdidas para la reforma institucional y la consolidación industrial
Los resultados de las elecciones de 1999 marcaron la pauta de la democracia indonesia en el nuevo milenio: el PDI-P se hizo con el 34 por 100 de los votos y el Golkar con el 22 por 100, repartiéndose gran parte de los votos restantes entre una multitud de partidos más pequeños, que representaban diversas corrientes de inspiración islámica y de vida asociativa. Este nuevo sistema ofrecía una forma muy conservadora de pluralismo en la que cada partido y sus financiadores disfrutaban del patrocinio del Estado y de la correspondiente influencia política en una sucesión de gobiernos de coalición de amplia base, que los observadores pronto empezaron a calificar de «cárteles de partidos».
En este contexto, las perspectivas de una reforma política o económica significativa se limitaban en gran medida a la presidencia. Tras el breve y decepcionante mandato de Megawati entre 2001 y 2004, Susilo Bambang Yudhoyono, un general retirado con una reputación de «soldado profesional», cómoda para el marketing político, y experimentado ministro de gabinete, fue elegido, primero en 2004 y de nuevo en 2009, con la promesa de superar la corrupción y la ingobernabilidad de la política partidista. Pero sus diez años en el cargo resultaron ser una década de oportunidades perdidas para la reforma institucional y la consolidación industrial todo ello en medio de la bonanza económica producida por repetidos incrementos de los precios de las materias primas impulsados por la creciente demanda proveniente de la cercana China.
En 2014 la candidatura presidencial de Jokowi ofreció lo que parecía ser una visión más prometedora del cambio promovido desde arriba. Jokowi, un empresario de poca monta, titular de una empresa exportadora de muebles, fue elogiado por su capacidad para resolver problemas y crear coaliciones como alcalde del PDI-P de la ciudad de Solo, en Java Central, y por sus publicitadas charlas improvisadas con los residentes locales como gobernador de Yakarta. Sus antecedentes empresariales supuestamente «limpios», su historial de campaña y cooperación con diputados cristianos de etnia china, su compromiso con ONG locales, grupos comunitarios y líderes sindicales, así como su distanciamiento de Megawati, ahora presidenta del PDI-P, hicieron concebir esperanzas de que sería un presidente incorruptible, independiente, integrador y progresista.
Bajo el mandato de Jokowi el crecimiento económico continuó gracias a la demanda mundial de minerales, de aceite de palma y de otros productos indonesios destinados a la exportación, mientras el gobierno efectuó un gasto masivo en infraestructuras que contribuyó a aumentar la popularidad del presidente. Jokowi también impresionó a sectores de la población indonesia al asumir el manto del nacionalismo económico. Impuso la prohibición de exportar minerales sin procesar, como el níquel, en cuya producción Indonesia tiene una cuota dominante del mercado mundial, lo que estimuló una oleada de inversiones, la mayoría chinas, en nuevas plantas de procesamiento de minerales. En respuesta a la creciente preocupación por la baja altitud de Yakarta, propensa a las inundaciones y al continuo hundimiento, Jokowi puso en marcha planes para trasladar la capital nacional a una nueva ciudad planificada en una remota zona rural de Kalimantan Oriental, situada en el Borneo indonesio. Estas medidas contribuyeron a mantener sus índices de popularidad, que se mantuvieron por encima del 80 por 100 durante sus dos mandatos.
Tras las duras protestas callejeras que siguieron a su reelección en 2019, Jokowi incorporó a su dos veces oponente Prabowo a su gabinete como ministro de Defensa
Sin embargo, las expectativas de una reforma progresista fueron tristemente erróneas, como quedó demostrado con la aprobación de nuevas leyes que imponían restricciones a la organización sindical, los medios de comunicación y la libertad sexual. Al final de su década en el poder, el movimiento obrero, los activistas cívicos y los grupos de derechos humanos se sintieron amargamente traicionados. Los críticos acusaron a Jokowi de un talante cada vez más autoritario y de intolerancia hacia la disidencia. Mantuvo como asesores cercanos a varios generales retirados del ejército, como A. M. Hendropriyono, exjefe de la Agencia Nacional de Inteligencia de Indonesia, implicado en una matanza de activistas islamistas en 1989 y en el asesinato del activista pro derechos humanos Munir Said Thalib en 2004.
Pero la mayor decepción estaba aún por llegar. Tras las duras protestas callejeras que siguieron a su reelección en 2019, Jokowi incorporó a su dos veces oponente Prabowo a su gabinete como ministro de Defensa, ignorando las preocupaciones sobre la retórica incendiaria y el historial de violación de los derechos humanos de este último. A finales de 2023, en lugar de aceptar como candidato presidencial del PDI-P al exgobernador de Java Central propuesto por Megawati, Jokowi llegó a un acuerdo entre bambalinas con Prabowo y pasó los últimos meses de su presidencia asegurando la victoria de su heredero ungido. Hasta aquí llegó su promesa de cambio.
¿Cómo caracterizar al propio Prabowo? En la mayoría de los medios de comunicación occidentales existe una tendencia casi patológica a presentarlo como una figura marginada, cuya resurrección política refleja el atractivo «populista» de su estilo descarado y personalista, pero su ascenso a la presidencia sólo puede comprenderse a través de un análisis debidamente historizado. Prabowo nació en 1951 en el seno de los priyayi, la aristocracia javanesa que dotó de personal al Estado colonial holandés y sobrevivió a la transición a la independencia, así como a las décadas posteriores de cambios económicos, sociales y políticos, conservando intactos muchos de sus privilegios. Su abuelo fue un funcionario colonial educado en Holanda, que se unió al gobierno republicano durante la Revolusi, la revolución social y militar que llevó a la independencia de Indonesia del Reino de los Países Bajos, y fundó el banco central del país. El padre de Prabowo, Sumitro Djojohadikusumo, se doctoró en Economía por la Universidad de Rotterdam y ocupó carteras económicas clave en sucesivos gabinetes en la década de 1950, pero como miembro destacado del conservador Partai Sosialis Indonesia (Partido Socialista de Indonesia, PSI) desempeñó un papel en las rebeliones contra Sukarno a finales de esa década, cuya derrota le obligó a exiliarse junto con su familia durante gran parte de la adolescencia de Prabowo.
Guerra fría
Vincent Bevins, autor del 'Método Yakarta' “La masacre de un millón de comunistas en Indonesia se convirtió en un modelo para EE UU y sus aliados”
Tras el establecimiento del régimen militar conservador de Suharto a mediados de la década de 1960, sin embargo, Sumitro regresó a Indonesia para ocupar el cargo de ministro de Comercio (1968-1973), desempeñando un papel clave en la reapertura de la economía indonesia al endeudamiento, la inversión y el comercio extranjeros. Prabowo ingresó en la Academia Militar de Indonesia en 1970 y se graduó cuatro años después. Su entorno familiar y sus años de formación ponen en evidencia las huellas de la dominación colonial holandesa, el privilegio aristocrático y el éxito del anticomunismo conservador y del liberalismo económico para capear tanto la transición a la independencia como la eventual integración en la dictadura militar.
A mediados de la década de 1990 Prabowo fue ascendido para ocupar puestos militares clave en Yakarta, primero como comandante de las Kopassus y después como comandante de la Kostrad
La carrera de Prabowo en el ejército se verificó fundamentalmente durante la era de Suharto y el apogeo del gobierno militar, mientras que su matrimonio con una de las hijas de este en 1983 le aseguró el ascenso a puestos de alta dirección del Estado. Gran parte de su carrera se desarrolló en las Fuerzas Especiales (Kopassus), pasando largas estancias en el Timor Oriental ocupado por Indonesia donde participó presuntamente en actos de violencia a gran escala contra civiles, incluido el despliegue de milicias irregulares para aterrorizar a la población local. Se enfrentó a acusaciones similares cuando dirigió las operaciones de las Kopassus en Papúa Occidental, donde la resistencia local a la incorporación forzosa a Indonesia a finales de la década de 1960 se saldó con una dura represión militar durante toda la era Suharto, que se prolongó tras su caída.
A mediados de la década de 1990 Prabowo fue ascendido para ocupar puestos militares clave en Yakarta, primero como comandante de las Kopassus y después como comandante de la Kostrad, la Reserva Estratégica del Ejército, el puesto que ocupaba Suharto cuando tomó el poder a finales de 1965. En la primavera de 1998, cuando el anciano dictador se enfrentaba a una crisis económica sin precedentes y a peticiones de dimisión, Prabowo controlaba la mayor guarnición de Yakarta, mientras que amigos cercanos ostentaban los puestos de mandos clave de las Kopassus y de la región de la Gran Yakarta. Fue en este contexto en el que Prabowo organizó la detención ilegal de destacados activistas estudiantiles y orquestó disturbios a gran escala en Yakarta, previendo evidentemente un escenario de ley marcial en el que podría consolidar su poder.
Pero dada la acelerada huida de capitales y empresarios de etnia china del país y tras las deserciones acaecidas dentro del propio régimen, a finales de mayo de 1998 se puso en marcha un plan alternativo de reestabilización. Suharto dimitió, Habibie asumió la presidencia y el comandante de las Fuerzas Armadas, Wiranto, recuperó el control efectivo del estamento militar. Prabowo y sus aliados fueron destituidos sumariamente de sus mandos y en pocos meses fue expulsado de las Fuerzas Armadas. Tardó nada menos que veinticinco años en volver por sus fueros, utilizando su cuantiosa fortuna (adquirida gracias a sus intereses en los combustibles fósiles y el aceite de palma), la maquinaria de su partido (incluido su propio Movimiento de la Gran Indonesia, Gerakan Indonesia Raya o Gerindra) y su presencia en las redes sociales para montar una exitosa campaña presidencial, que prometió continuidad en ámbitos clave de las políticas públicas de su predecesor.
A muchos votantes indonesios jóvenes esta historia puede haberles parecido totalmente irrelevante durante el período previo a las elecciones y la hipervalorada personalidad de Prabowo puede haber inspirado confianza en su capacidad para ejercer la autoridad presidencial con mayor eficacia que sus oponentes. A lo largo de los años Prabowo se ha forjado una reputación de eficaz operador político. Dirige su propio partido y había conseguido hacerse con un puesto en el gabinete y ganarse el apoyo tácito de Jokowi, al tiempo que se apropiaba de parte de la popularidad de este. En un sistema de democracia oligárquica deprimentemente estable en el que el campo político se ve restringido por el requisito de la nominación de cualquier candidato por uno de los principales partidos, junto con las necesidades prácticas de financiación de las campañas, la elección de Prabowo no es una aberración «populista». Es en realidad el feo reflejo de lo que la democracia ha llegado a significar en la Indonesia actual. Prabowo y su familia han desempeñado un papel fundamental en la historia de Indonesia tras la independencia y él es un emblema de las fuerzas ultraconservadoras, que siguen acechando su presente y su futuro.