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Pretensión democrática en Serbia
Tras las elecciones celebradas en Serbia el pasado 17 de diciembre, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) ofreció una rueda de prensa que se antojó un funeral. Una mesa presidida por solemnes burócratas leyó la lista de irregularidades registradas durante la consulta electoral, que fueron legión. En los últimos años, las votaciones nacionales serbias han sido un tanto surrealistas, caracterizadas por votos emitidos por votantes fallecidos hace mucho tiempo y otros casos de fraude. Pero esta vez la escala ha sido diferente. La OSCE concluyó que las elecciones se habían celebrado en un clima de intimidación entre casos de violencia, compra de votos, registros dudosos, descuadre entre el número de papeletas y votantes, presión sobre los empleados del sector público y «múltiples acusaciones» de transporte masivo en autobús de personas procedentes de la vecina Bosnia para votar por el gobernante Partido Progresista Serbio (Srpska napredna Stranka, SNS) del presidente Aleksandar Vučić.
Incluso teniendo en cuenta las tácticas turbias del SNS, el partido obtuvo una victoria convincente a escala nacional, haciéndose con cerca del 47 por 100 de los votos, mientras que el bloque de oposición liberal Serbia Contra la Violencia (Srbija protiv nasilja, SPN) quedó en un lejano segundo lugar, cosechando algo menos del 24 por 100 de los sufragios. El SNS parece que puede obtener la mayoría absoluta en el Parlamento de 250 escaños: 147 escaños frente a los 63 del SPN. Aunque la oposición sostiene que el resultado habría sido diferente en un panorama mediático menos dominado por el gobierno, Vučić siguió superando las expectativas. En la mayoría de los casos, parece que el amaño electoral complementó su mandato en lugar de alterar drásticamente el resultado final. Una excepción importante, sin embargo, fueron las elecciones municipales al Ayuntamiento de Belgrado, donde se registraron irregularidades en el 14 por 100 de los colegios electorales. El SPN confía en haber sido el verdadero vencedor en la capital.
Serbia
Elecciones en Serbia Sin sorpresas en Serbia: Aleksandar Vucic vuelve a ganar la presidencia
La coalición del SPN surgió de las protestas a gran escala provocadas por dos tiroteos masivos consecutivos registrados en mayo de 2023. Los manifestantes culparon de los asesinatos a la cultura de glorificación de la violencia y la criminalidad, que consideran encarnada en la imponente figura de Vučić. Se cree que el presidente tiene amplios vínculos con el crimen organizado, incluidos algunos que se remontan a los bajos fondos de la década de 1990, esto es, durante el curso de la guerra, cuando fue ministro de Información de Milosević. En ese cargo fue conocido por su implacabilidad a la hora de gestionar los medios de comunicación y las críticas al gobierno. Es una reputación que ha conservado desde entonces. Vučić domina la política del país, presentándose como el garante de la estabilidad y el guardián de los intereses nacionales serbios en una región hostil. Desde que su partido llegó al poder en 2012, ha acumulado un control total sobre los servicios de seguridad del Estado y ha supervisado una escabrosa degradación de la prensa, que utiliza para hostigar brutalmente a sus detractores. En vísperas de las últimas elecciones, a un miembro del SPN le robaron de su casa un ordenador que contenía un vídeo sexual privado; en las semanas previas a la consulta, el vídeo se emitió en la televisión matinal progubernamental.
Aunque las reñidas elecciones locales de Belgrado han constituido la principal preocupación de las protestas, el SPN exige ahora la anulación de la totalidad de las elecciones celebradas en la última jornada electoral
La coalición de SPN está formada por varios partidos y asociaciones políticas: el Frente Verde-Izquierda, el Partido de la Libertad y la Justicia, nominalmente de centro-izquierda, el Movimiento de Ciudadanos Libres, de tendencia liberal, y el Movimiento Popular de Serbia, de tendencia conservadora, entre otros. Su campaña se centró en la corrupción, la represión política y mediática y las cuestiones medioambientales. La oposición liberal ha intentado trazar una línea divisoria entre su política exterior y la del gobierno de Vučić. Mientras que la orientación de este es deliberadamente ambigua, prometiendo una neutralidad militar continuada y el mantenimiento de lazos tanto con Rusia como con Occidente, el SPN ha criticado al gobierno por no unirse a la Unión Europea en la imposición de sanciones contra Moscú. Tal vez porque su principal base electoral se remite a las clases medias urbanas con estudios, la campaña del SPN no giró en torno a la espiral inflacionista de los precios de los alimentos registrada en Serbia, que actualmente es la segunda más alta de Europa. Los partidarios de Vučić, por su parte, tienden a ser rurales, conservadores y de clase trabajadora.
Las protestas contra los resultados electorales comenzaron pocas horas después del cierre de las urnas en las que el SPN exigió de modo inmediato que la comisión electoral anulara los resultados de Belgrado. Una semana después estallaron enfrentamientos con la policía tras romperse una ventana del edificio del Ayuntamiento y al menos treinta y ocho manifestantes fueron detenidos. Desde entonces, los estudiantes han bloqueado algunas de las principales arterias de Belgrado y han levantado tiendas de campaña en sus calles. En la tarde del pasado 30 de diciembre, decenas de miles de manifestantes se congregaron en el centro de la ciudad para escuchar los discursos de ProGlas («ProVoto»), un grupo de artistas e intelectuales que piden reformas democráticas. Uno de ellos sostenía una bandera de la Unión Europea descolorida y raída, que había llevado durante las marchas contra Milosević de la década de 1990. También asistió una visiblemente débil Marinika Tepić, figura destacada del SPN, que se declaró en huelga de hambre tras las elecciones. Aunque las reñidas elecciones locales de Belgrado han constituido la principal preocupación de las protestas, el SPN exige ahora la anulación de la totalidad de las elecciones celebradas en la última jornada electoral, tanto a escala local como nacional.
Bajo el mandato de Vučić, Serbia ha participado en más ejercicios militares con la Alianza Atlántica que con Rusia
Ambas partes de la línea divisoria política que recorre el país están estableciendo paralelismos entre la situación actual y la «revolución de colores» que derrocó a Milosević. Funcionarios serbios y rusos han acusado a Occidente de intentar organizar un «Maidan serbio», eslogan que algunos manifestantes han impreso en sus pancartas. El embajador ruso, Alexandr Botsan-Kharchenko, declaró a la prensa que Serbia estaba en el punto de mira por negarse a imponer sanciones contra su país. Superficialmente, los contornos de los disturbios recuerdan a las revoluciones de colores del pasado en la medida que se enfrentan a dos élites: la facción abiertamente prooccidental y otra más proclive a Rusia (aunque no exclusivamente). Pero el elemento ausente, a pesar de la narrativa oficial de Vučić, es el firme apoyo político, financiero y logístico de Occidente a la oposición.
Ello es especialmente significativo para muchos serbios, dado el enorme papel que desempeñó Estados Unidos en la derrota del régimen de Slobodan Milosević en 2000. En los meses que precedieron a su caída, Washington aportó 80 millones de dólares a las llamadas «iniciativas de ayuda a la democracia» y proporcionó un amplio apoyo logístico a la oposición. En aquel entonces, Occidente prometió a Serbia un brillante futuro democrático. Ahora, el poder de resistencia de Vučić refleja lo mucho que ha cambiado el mundo desde principios de siglo. Tal vez los gobiernos occidentales continúen financiando a las ONG que velan por la limpieza electoral, pero en su mayor parte se han mostrado cautos a la hora de criticar las recientes elecciones o al propio presidente serbio. En toda la región se considera que el embajador estadounidense Christopher Hill es excesivamente complaciente con el actual régimen serbio. Poco después de las elecciones del pasado 17 de diciembre señaló que estaba «deseando» seguir trabajando con el presidente en funciones, mientras se apresuró a criticar a los manifestantes por haber recurrido supuestamente a la violencia. Hill ha afirmado que las preocupaciones sobre las irregularidades electorales deben ser tratadas por las instituciones nacionales serbias. Esto no es un Maidan. Esta vez la caballería de la «democracia» no cabalga al rescate.
Ello se debe, en parte, a que Vučić ha equilibrado sus argucias electorales y sus acercamientos a Moscú con iniciativas diseñadas para complacer a Occidente. Aquí podemos constatar una división entre las esferas de opinión política y mediática. Los consejos editoriales tanto de The Guardian como de The Washington Post han publicado mordaces denuncias contra Vučić, describiendo la Serbia contemporánea como un «caso de libro de texto de captura del Estado» y ambos medios han rechazado las recientes elecciones como un fraude. Han calificado la actual estrategia estadounidense de apaciguamiento y han pedido un nuevo modelo de relaciones con Belgrado, sugiriendo que Serbia se está acercando a Moscú. Sin embargo, guardan un llamativo silencio sobre la continua cooperación de Vučić con la OTAN, incluida una conferencia de prensa conjunta celebrada con Jens Stoltenberg a finales de noviembre. Bajo el mandato de Vučić, Serbia ha participado en más ejercicios militares con la Alianza Atlántica que con Rusia. Las acusaciones de golpismo occidental siguen siendo un elemento básico del discurso público del país, convenientemente amplificado por sus estridentes medios de comunicación, pero en la Serbia de Vučić la retórica populista prorrusa siempre ha ocultado acciones más discretas favorables a Occidente.
Incluso cuando Vučić culpó a Washington y Bruselas de orquestar protestas masivas contra él, también dio a entender que continuaría jugando su juego. El pasado 25 de diciembre, un día después de la detención de decenas de manifestantes y de que la indignación por las elecciones alcanzara su punto álgido, su gobierno anunció que permitiría a partir de entonces el uso de matrículas de Kosovo en Serbia: una medida controvertida objeto de presión continuada por parte de Occidente. La Unión Europea elogió la decisión como señal de «progreso», que supuestamente demostraba la voluntad de Vučić de resolver la cuestión de Kosovo sobre la que el SPN suele guardar un grueso silencio fruto de su división interna sobre el asunto.
Es poco probable que se produzca un cambio drástico en el planteamiento estadounidense de modo inminente. Las triquiñuelas electorales en Serbia son una cuestión relativamente menor, dadas las numerosas guerras y crisis geopolíticas en las que Washington está ahora envuelto. El intervencionismo liberal y la promoción de la democracia con mano dura en los Balcanes parecen ahora un lujo del momento unipolar. Contemplada la situación desde el punto de vista de las próximas elecciones estadounidenses, parece que una victoria de Trump anunciaría una relación aún más amistosa entre Estados Unidos y Serbia. El gobierno de Trump no ocultó su antipatía hacia el primer ministro de Kosovo, Albin Kurti, y Vučić seguramente espera que una Casa Blanca republicana otorgue ventajas a Serbia en sus tortuosas negociaciones con Pristina.
Tampoco es probable que la crisis poselectoral presagie un cambio político inminente en Serbia. Casi con total seguridad la oposición no conseguirá la repetición electoral. El SPN ha declarado que las protestas continuarán con una periodicidad semanal, pero la existencia de manifestaciones callejeras que alteran la vida ciudadana en Belgrado parece haberse convertido en una característica habitual de la vida en la capital. En ausencia de un poderoso patrocinador occidental, sin embargo, este activismo tiene una función en gran medida terapéutica. El reciente periodo de vacaciones ya ha reducido la escala de las protestas. Incluso el objetivo más factible de la oposición –conseguir la celebración de nuevas elecciones municipales en Belgrado– parece menos probable a medida que pasan las semanas. Si la oposición lograra esta concesión, ello podría ser no obstante el mejor resultado para todos: una oposición victoriosa podría legitimarse gobernando a escala municipal, mientras que Vučić podría seguir sosteniendo que Serbia es una democracia y Occidente podría seguir fingiendo que la apoya.