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Sistémico Madrid
Ignacio Garralda, puro capital
El presidente de la Mutua Madrileña respira el impuro aire de la capital bruñido por cuadros del Museo del Prado y las glorias literarias de la RAE. Garralda, pionero de la banca de inversión, representa como nadie la hornada de superejecutivos de primera hora que hoy controla las corporaciones españolas.
Para gustos, los colores, pero creo que la calle Moreto tiene unos de los mejores balcones de Madrid. Se ve atardecer que es un primor, pueden leerse a simple vista los nombres de Berceo, Fernando de Rojas, el Marqués de Santillana y otros padres de la lengua tallados en el lateral de la Academia de la Lengua y, al trasluz, hasta se le intuyen las costillas a las mismísimas Meninas.
Venía melancólica subiendo por la ladera del Museo del Prado. Lo que voy a contar no es la historia más agradable de una serie que de habitual no lo es y, sin embargo, la panorámica ha distraído mi mente.
Moreto, 3 tiene una facha de ladrillo elegante, portero las 24 horas, aire acondicionado centralizado, dos plazas de garaje para cada vecino, sin que falten enchufes para cargar el coche eléctrico, y unos gastos de comunidad de 800 euros. Ahora, con la derrama, más aún: 2.200 euros al mes.
En el quinto se asienta Ignacio Garralda Ruiz de Velasco (Madrid, 1951), notario en excedencia y presidente y consejero delegado de la Mutua Madrileña, consejero de Endesa, La Caixa, BME y Faes Farma. Cobra 1,7 millones de euros al año de todos ellos, su patrimonio conocido asciende a unos 60 millones de euros, por lo que no asoma entre los megarricos españoles. Es, sin embargo, uno de los directivos más respetados (por el resto de directivos, se entiende) y poderosos del país.
Garralda también tiene el honor de ser uno de los introductores del capitalismo financiero en España. A mediados de los años 80, él y otros siete, sin duda adelantados, crearon la agencia Asesores Bursátiles, luego AB Asesores. Fue tan viento en popa que en 1999 Morgan Stanley, que por entonces eran los amos de la banca de inversión de Manhattan, les compraron el negocio por entre 300 y 420 millones de euros, nunca se supo la cifra exacta ni la forma de pago.
De la noche a la mañana se habían cubierto de oro y, conociendo el filón, cada uno hizo camino y carrera en la banca de inversión y alrededores. Uno de ellos, Pedro Guerrero (otro notario), es presidente de Bankinter; otro, Santiago Eguidazu, socio principal de Alantra. Pero el más conocido de los ocho es Luis de Guindos, vicepresidente del Banco Central Europeo (BCE), ministro con Rajoy, secretario de Economía con Aznar y expresidente de Goldman Sachs España.
Al capitalismo financiero ya no le hace justicia la definición clásica que lo presenta como “aquel que persigue el beneficio mediante la especulación, moviendo el capital o dinero atendiendo a las tasas de interés, tipos de cambio, variaciones de precios, adquisición y venta de numerosos productos financieros y derivados”. La más actual y precisa lo acota como “aquel que para sobrevivir persigue el control de gobiernos y personas y obtiene beneficio mediante sofisticados modos de presión política y crediticia a costa del bienestar de la población, a la que arrebata su patrimonio para ponerlo en manos de las grandes corporaciones y sus gestores”.
Garralda eligió el camino de las corporaciones. Quienes vivimos en Madrid tenemos una idea de la dimensión de la Mutua Madrileña, dueña de 20 grandes edificios de la capital —siete de ellos en La Castellana—, entre ellos el más alto, la Torre de Cristal. Es raro pasear sin toparse con su emblema azul en coches, grúas, lonas publicitarias, coronando sus edificios. Y en Catalunya también deberían ponerle rostro, pues además de decenas de inmuebles, controla el 2,11% de CaixaBank y el 50% de SegurCaixa Adeslas.
Las mutuas son al capital lo que los orcos evolucionados al ejército de Mordor. No tienen accionistas, pertenecen a los mutualistas (unos dos millones en este caso), que no perciben dividendos sino descuentos y ventajas en sus primas. Están, de facto, en manos de sus directivos y consejeros. La Mutua no es Blackstone, pero si alguien reúne aspiraciones, esa es la entidad en la que Garralda aterrizó hace 16 años. Desde que la preside, en una década ha duplicado su tamaño (11.500 millones en activos) y ya es una de las mayores corporaciones del Estado.
En 2015, los directivos consiguieron que la junta de la Mutua Madrileña cambiara sus estatutos para otorgarles más poder y llevar a cabo sin la aprobación de los socios grandes operaciones corporativas. Garralda es una especie de Sauron.