Opinión
‘Carrer Robadors’, una obra hecha por blancos para blancos

“El Grec, hermanado con África”, ostenta la propaganda del festival. Una descripción muy prometedora de la obra Carrer Robadors, dirigida por Julio Manrique a partir de una novela de Mathias Enard: “El protagonista como exponente de esos migrantes que se dejan la vida, demasiadas veces de forma literal, por llegar a suelo europeo en busca de un futuro [...] Una serie de actores y actrices jóvenes, parte de ellos de origen árabe”.
Empieza la obra. El actor principal, Guillem Balart, hace de chaval marroquí. Los actores de origen árabe tienen papeles secundarios y cambiantes, mientras el protagonista blanco —que hace de marroquí— tiene un papel central e inamovible. Aparece la primera mujer marroquí. Lleva el hijab. Dos hombres hablan de su culo, de su sujetador rojo… Ella no habla. Hacen bromas baratas sobre nosotros, nuestras luchas, nuestras vivencias, nuestros cuerpos. Bromas sin matices, superficiales. El público ríe. Y así es como narran una historia repleta de personajes estereotipados, explotando al máximo los clichés racistas y machistas. Hombres terroristas, mujeres sumisas, silenciadas...
Los mismos estereotipos de siempre, pero desde el buenismo de cuota. Y es que el racismo no se esfuerza ni para ser creativo. Una clara performance de la otredad, un Ellos frente a un Nosotros. Ellos, los que dan oportunidades a los jóvenes. Nosotros, los que usurpamos vidas. Ellos, los que aman y aprecian. Nosotros, los padres que echan de casa a un hijo por amar. Ellos, los cultos e intelectuales. Nosotros, los catetos que perseguimos y censuramos el conocimiento. Ellos, los revolucionarios incisivos. Nosotros, los de la fe inflexible y acrítica. Un rebaño de retrógradas...
Lo que realmente me enerva es intentar entender de qué forma querían hablar de inmigración y no mencionar el racismo, aunque fuera una pincelada
Y podría seguir así todo el artículo hablando de cómo han construido una identidad del Nosotros contrastada con el Ellos. Pero este no es el tema que ahora nos atañe. Lo que realmente me enerva es intentar entender de qué forma querían hablar de inmigración y no mencionar el racismo, aunque fuera una pincelada. Me hubiera conformado. Supongo. Siendo mujer musulmana inmigrante, me siento especialmente interpelada ante estas narrativas islamófobas. Y no puedo seguir sin más. La rabia me corroe. Hay tantas historias que se podrían haber expuesto en la obra… Y, sin embargo, se ha apostado por seguir con la misma retórica del terrorismo. Pero supongo que exponer las historias de las personas migrantes exige dos capacidades esenciales: escuchar y ceder espacios. Y no nos engañemos, aquí en Europa, escuchar cuesta lo suyo, de ceder espacios ya ni hablamos.
Volviendo al tema central de mi crítica: las múltiples realidades de las personas migrantes negligidas por la obra. Siendo yo un sujeto racializado, me da incluso vergüenza denunciar aquí, en este contexto, que mi eterno estatus de marroquí con NIE no me permite votar, un derecho básico, por cierto. Ni hablar de que me es sistemáticamente vetado presentarme a las oposiciones para Psicóloga Interna Residente, considerándolo demasiado privilegio para una hija de inmigrantes, valga la ironía. Me da vergüenza porque si queremos exponer la vida de las personas inmigrantes, así en general, y de las que habitan la calle Robadors, en particular, hay que dar visibilidad a otras historias. Me toca callar.
Sin embargo, toca hablar a los compañeros que están siendo literalmente perseguidos por la policía, las identificaciones por perfil racial, el acoso y persecución de los vendedores ambulantes. Toca hablar a las mujeres víctimas de trata con fines de explotación sexual encadenadas en la calle Robadors. Toca hablar de una sociedad que exige a estas mujeres ir a denunciar a su proxeneta a la Comisaría de la Policía Nacional, los guardianes de la ley de extranjería, los mismos que llenan las oficinas donde se les deniega el NIE.
Toca hablar de un sistema que se mantiene a base de represión y violencia, que se expresa mediante una inhumana Ley de extranjería. Una ley que exige a las personas migrantes conseguir un contrato a jornada completa de mínimo un año entre otras fantasías, para poder acceder a una residencia legal. Misión imposible.
Con todas estas latentes violencias estructurales ejercidas por las biopolíticas del sistema Estado, permitidas e incluso normalizadas por la mayoría, no es de extrañar que las pocas iniciativas que pretenden acoger al Otro y dar visibilidad a sus luchas acaben reproduciendo una visión sesgada e incluso satanizada sobre Nosotros. Acaban hablando de Nosotros sin Nosotros. Usando nuestros cuerpos racializados para llenar su cuota de diversidad. Una diversidad tan efímera como el papel otorgado a la mujer con hijab en la obra.
No es raro que la obra acabe incrustando más la utopía de la Europa grandiosa omnipotente frente a una África infernal, de la que, “pobrecitos”, todos huyen desesperados. El toque de paternalismo que nunca falte
No es raro que la obra acabe incrustando más la utopía de la Europa grandiosa omnipotente frente a una África infernal, de la que, “pobrecitos”, todos huyen desesperados. El toque de paternalismo que nunca falte. No me cabe en la cabeza de qué forma esta obra pretende “aportar luz sobre la situación y las motivaciones de los migrantes”, según describen en el programa del Grec. Ocultando, sin embargo, con tanta indiferencia la realidad de estos. Deviniendo un ejercicio de violencia racista per se.
El Grec, en su naif voluntad de abrirse a África e ilustrar las situaciones de las personas migrantes, basándose en un libro de un escritor francés, nos ha expoliado lo único que nos quedaba: contar nuestras propias historias
Lo que sí veo muy clara es la relación directa que hay entre estos relatos del musulmán terrorista y el asesinato de Younez Bilal en Murcia el mes pasado por ser marroquí. Estas narrativas del odio camufladas en el buenismo supremacista de la izquierda son la base del iceberg que sostienen los discursos políticos del odio. Permitir estos discursos en un espacio con tanta trascendencia mediática —como es uno de los festivales más importantes del país— es una clara legitimación a los ataques de odio y xenofobia. No nos extrañe entonces que el Grec, en su naif voluntad de abrirse a África e ilustrar las situaciones de las personas migrantes, basándose en un libro de un escritor francés, nos haya expoliado lo único que nos quedaba: contar nuestras propias historias.
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