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Teatro
Teatro Yeses, una compañía formada por mujeres presas que quieren volver a ser libres
El Teatro Yeses lleva desde 1985 haciendo más llevadera la condena de convictas y contribuyendo a su reinserción.
La noche que Elena Kolodezneva debutó con el Teatro Yeses era la primera vez que salía de prisión en dos años. Unos 730 días sin pisar el suelo que había más allá de los barrotes, sin sentir el calor de una multitud y sin vivir nada que se asemejara a la libertad. Pero encima de ese escenario todo era distinto.
Por unos minutos del Madrid de 2011 dejó de ser una presa al regalar una actuación al público y dejó de serlo, otra vez, cuando la sala elogió el final del espectáculo a base de aplausos y regalos. “Me quedé estupefacta, me sentía como una actriz. Dos horas atrás estaba en la cárcel bajo observación y después allí, donde me miraban como una actriz y no como una presa”, dice Kolodezneva por teléfono a El Salto.
Ella es una de las aproximadamente 1.000 mujeres que han pasado, a lo largo de las décadas, por el Teatro Yeses, la compañía de teatro formada por presas del Centro Penitenciario de Madrid I Mujeres en Alcalá de Henares. Su objetivo no es otro que hacer más llevadera su condena con ensayos y funciones fuera de prisión. Y su labor ha sido reconocida con varios galardones, como el Premio Dionisos Teatro a proyectos de gran repercusión social, UNESCO 2007, y el Premio Max al Aficionado a las Artes Escénicas 2017.
La antigua cárcel de mujeres de Yeserías vio nacer en 1985 a la compañía que cambiaría para siempre la vida de algunas de sus internas. Era una época en la que la drogadicción, el SIDA y el dolor por estar encerradas tenían demasiada presencia entre las paredes de ese complejo. Y eso hizo que la funcionaria de centros penitenciarios y actual directora del Teatro Yeses, Elena Cánovas, considerara más que oportuno fundar la compañía para regalar a las convictas un atisbo de esperanza, para hacerles entender que, a ellas, la suerte también podía sonreírles.
Antídoto contra la condena
“Ya sabes que en los años 80 las cárceles estaban llenas de toxicómanas y no había metadona ni nada. Las chicas estaban desesperadas, se inyectaban cualquier cosa. Era una prisión muy dura”, cuenta desde el otro lado del teléfono Cánovas. También recuerda cómo algunas integrantes caían por el SIDA, como una “que tuvo mucha importancia” murió a causa del mismo virus y como, en ocasiones puntuales, coincidía que algunas estaban colocadas en el momento de ensayar.
Una situación ante la cual la directora del Teatro Yeses respondió tendiéndoles la mano. “Cuando una lo hacía, no venía al ensayo. Entonces iba a su celda y me la encontraba hecha un cuadro. Le ayudaba a entender que eso no estaba bien y la animaba a subir al escenario”, detalla Cánovas al exponer cómo el teatro contribuyó a que algunas no volvieran a repetir esa actitud y, al mismo tiempo, crear “un espacio de libertad” en un lugar en el que no había libertad.
Kolodezneva, que se adentró en el mundo de la interpretación para salir a la calle y para que le acortaran la condena, no imaginaba que, con el tiempo, le ayudaría sentirse aliviada entre rejas. Especialmente cuando, desde lo alto del escenario, sentía las inagotables muestras de cariño de los espectadores. “Me daban besitos, me sentía importante y olvidaba que era una interna. Aunque cuando me preguntaban: ‘¿cómo te va por allí?’, volvía a recordarlo”, explica Kolodezneva, quien a su vez dice que, de vuelta a prisión, tampoco tenía la percepción de volver a meterse en una celda. Simplemente, iba a su “camita”, donde cerraría los ojos para soñar con la siguiente noche en la que los focos del teatro no harían más que iluminar a una estrella.
Abrir la prisión a la sociedad
Para Cánovas, una de las cosas que ha hecho del Teatro Yeses una verdadera compañía de teatro son las actuaciones fuera de la cárcel. Unas presas esposadas bajando del furgón de la policía, unos agentes “muy nerviosos” escoltándolas y un despliegue policial “tremendo” rodeando el Centro Cultural la Elipa de Madrid fue la estampa de la primera función que protagonizó la compañía en la España de 1987.
“¿Te imaginas la cara de los guardias civiles? Debían de pensar: ‘estas se mezclan entre el público y se fugan”, apunta Cánovas entre risas al recordar el instante que empezaron a regalar al público sus obras. Una de ellas fue Mal Bajío, que retrató cómo eran los centros penitenciarios por dentro. O, lo que es lo mismo, cómo eran los chequeos al ingresar en ellos, los hurtos que se cometían entre internas, la drogadicción que dejaba a muchas “desquiciadas” y una infinidad más de experiencias que mostraban lo arduo que era cumplir condena en los años 80.
“La gente tiene que saber qué ocurre en la cárcel. Hay que abrirla a la sociedad porque la sociedad forma parte de ella”, reclama la directora del Teatro Yeses, que acto seguido, añade que las actrices de la compañía también han estado concienciando sobre la desigualdad que sufrían y sufren las mujeres.
Muestras de ello son escenas que retratan a la mujer perfecta y casada, que únicamente vive a la merced del marido; y otras que presentan a unas presas que, vestidas de albañiles, lanzan piropos a hombres que, en ningún momento, les han pedido su opinión. “Hemos puesto a mujeres a protagonizar esa actitud muy machista que se ha permitido siempre. Al comienzo, la gente se escandalizaba, pero es una verdad”, agrega Cánovas sobre uno de los muchos comportamientos que, desde siempre, han socavado los derechos de las mujeres.
Una herramienta para curar almas atormentadas
A pesar de que, al inicio de la actividad, algún sector penitenciario creía que había otras prioridades antes que el teatro y de que Cánovas se enfrentó a otras dificultades, como que un juez no permitiera actuar fuera a una de sus actrices por pertenecer a una banda, nunca se rindió. ¿La razón? Estaba segura de que ayudaba a esas mujeres, a las que “su ambiente nunca les dio la oportunidad de hacer una cosa lícita”, a reinsertarse en la sociedad. Y eso es más que evidente si tenemos en cuenta que la mayoría de las que han pasado por sus escenarios, no han vuelto jamás a las celdas. “Soy testigo privilegiado de esa evolución”, añade.
Prueba de ello es que, cuatro años después de abandonar el centro penitenciario, Kolodezneva reconoce que a ella no solo le permitió soportar el ambiente carcelario y no deprimirse, sino que también le regaló lecciones que recordará de por vida. Aprender a hablar español, a leer y a escribir, percatarse de que no hay “personajes buenos ni malos”, comprender mejor la psicología de los demás y saber estar en grupo son algunas de ellas. Pero no hay duda de que lo más importante es que transformó para siempre el prisma a través del cual observa su alrededor.
“Me cambió la mirada. Antes veía el mundo un poco gris y, ahora, es de colores. Con el teatro dejé de ver problemas y empecé a ver solo cosas a observar”, indica Kolodezneva, que refleja el crecimiento personal de todas las mujeres a las que ha acompañado Cánovas. “Cuando quedo con algunas de ellas me dicen: ‘menos mal que me enganché al teatro’”, menos mal que el arte de interpretar les reveló que, por muy lúgubre que pueda llegar a ser la realidad, no hay nadie que no pueda reescribir su historia.