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Tecnología
El imperio de los datos
Escándalos como la venta por parte de Facebook de datos que sirvieron a la victoria de Donald Trump o la de Grindr sobre sus usuarios, incluidos los datos sobre si sufrían el virus VIH. ¿Qué papel juega la minería de datos en todo esto?
El escándalo de Facebook y Cambridge Analytica se ha convertido, por méritos propios, en el gran hito-fiasco tecnológico de 2018. El robo masivo de datos a 87 millones de usuarios de la red social ha destapado una realidad incontestable: la información que compartimos en internet se ha convertido en moneda de cambio habitual de aplicaciones y empresas tecnológicas. Es su modelo de negocio, sus condiciones de uso implícitas en un contrato que el usuario contrae en el momento en el que completa un formulario de registro.
Cambridge Analytica, la empresa dedicada a la minería de datos que utilizó información robada para influir en el voto de los usuarios durante la campaña presidencial de Donald Trump en 2016, ya ha anunciado su cierre. Su actividad, sin embargo, continuará a través de una extensa red de empresas y afiliados. En el caso de Facebook, tras el vacuo papel de Mark Zuckerberg en forma de carta de disculpa y excursión al Congreso de Estados Unidos, se han puesto en marcha medidas para impedir que terceros puedan volver a acceder de forma masiva a datos de los usuarios.
Estando aún envueltos bajo el manto de la resaca post Facebook, salía a la luz que Grindr, la aplicación de citas gays, había estado compartiendo datos de sus usuarios con terceros, también si eran portadores del VIH. Pasado el ruido que sacudió a Grindr durante unos días, silencio. Hasta el siguiente golpe. Llegados a este punto, en el que el volumen de información con el que se nos bombardea tiende a la desproporción, cabe preguntarse para qué quieren nuestros datos las empresas y qué valor tiene nuestra información personal. Pero, sobre todo, ¿qué papel juega la minería de datos en todo esto?
Francisco Herrera, catedrático de Ciencias de la Computación e Inteligencia Artificial en la Universidad de Granada, es uno de los científicos españoles más influyentes de nuestro tiempo en el ámbito de la informática. “La minería de datos o ciencia de datos —el nombre actualmente popularizado para estos algoritmos— se dedica a convertir los datos en conocimiento”, explica. Para ello, se diseñan “algoritmos de aprendizaje que extraen dicho conocimiento desde los datos”. En el caso de Facebook, dice Herrera, se diseñó “un algoritmo que predecía la personalidad de una persona que navega por Facebook con el análisis de solo 70 likes”. Estos algoritmos pueden llegar a conseguir “aprender” la orientación política de los usuarios y que esta sea utilizada para “programar propaganda política capaz de influir en la opinión de los usuarios”.
“Era factible que ocurriese o que esté ocurriendo sin enterarnos con datos de otras redes sociales”, dice Herrera. Nuestro uso continuado de internet y aplicaciones móviles “deja muchísima información que las empresas intentan recolectar para su negocio. Cuando nos bajamos aplicaciones móviles gratis, hemos de pensar que debe existir alguna forma de negocio, no se regalan altruistamente”. El negocio está, explica, “en los datos y rastro que dejamos en su uso”. Ocurre lo mismo cuando usamos otras herramientas, como los buscadores, donde aportamos “información sobre nuestro comportamiento, gustos, compras... Habitualmente para publicidad en la red, pero que igualmente podrían utilizarse con otros objetivos, véase el caso actual de debate”.
Con la llegada del Reglamento General de Protección de Datos (GDPR) de la Unión Europea, Twitter —que también ha sido recientemente señalada por vender datos a Cambridge Analytica, en este caso públicos—, Instagram o la propia Facebook, han estrenado nuevas políticas de protección de datos. Facebook, además, ha aprovechado la ley europea para lanzar una herramienta que permite al usuario, de manera más intuitiva, elegir qué quiere compartir y qué no en aspectos como política, religión o relaciones personales. Un pequeño paso en la dirección de salida al despiporre en el que la plataforma se ha ido convirtiendo con el paso de los años: una deriva existencial en la que ha olvidado el componente social de sus usuarios para abrazar una cómoda posición política mundial.
Historiales de llamadas, mensajes, geolocalización del usuario incluso cuando está desactivada... La ristra de datos que, poco a poco, hemos ido constatando que Google y compañía almacenan sobre nosotros es inmensa. Gigas de información con los que ellos hacen millones en publicidad y lo que surja, y que nosotros, en última instancia, permitimos que se almacenen a golpe de click. “Siempre que instalamos una aplicación en nuestro móvil o en un ordenador estamos aceptando las condiciones —letra pequeña de los contratos que no solemos leer— y con ello estamos permitiendo el almacenamiento y procesamiento de nuestros datos”, apunta Herrera.
Y, entonces, ¿qué? Pese a la comentada pérdida de confianza en Facebook, la realidad —según datos de SimilarWeb, empresa dedicada a medir audiencias globales— es que el uso de la red social por parte de sus usuarios no se ha movido un ápice. En declaraciones de Gitit Greenberg, responsable de la firma, “es importante separar la frustración generada del impacto real en el uso de Facebook”. Palabras que contrastan con el hecho de que, asumido o no por la generación actual, el acceso a redes sociales es un privilegio. Lo que nos aporta socialmente es, al menos perceptiblemente, demasiado valioso. En el fondo lo sabemos, no nos importa demasiado que nuestros datos estén expuestos. “Yo no me preocupo por ello, soy consciente de que es el precio que pago por el uso de herramientas gratuitas de internet: buscadores, acceso a prensa, redes sociales...”, dice Herrera.
Aunque en los últimos días se está hablando de un futuro en el que las redes sociales puedan ofrecer versiones de pago libres de anuncios, la idea suena descabellada si tenemos en cuenta la férrea competencia entre servicios y el modelo de negocio bajo el que se sustentan. El propio Mark Zuckerberg se refería a ello en una reciente entrevista paraThe New York Times: “Nuestra misión es construir una comunidad para todo el mundo. Y una parte muy importante de eso es crear un servicio que las personas puedan pagar. Mucha gente, una vez que superados los primeros mil millones de personas [usuarios potenciales de la red social], no puede permitirse pagar mucho. Por tanto, ofrecerlo de forma gratuita y tener un modelo comercial respaldado por publicidad es algo clave”.
A pesar de los movimientos en aras de la privacidad, es inevitable pensar en el debate que se cierne hoy sobre Facebook y otras aplicaciones como el inicio de una carrera que enfrentará a gobiernos, empresas tecnológicas y usuarios. Y, mientras los mea culpa se convierten, cada vez más, en simples efectos colaterales, conviene empezar a hablar de la (re)educación de unos usuarios que deben ser conscientes del uso, no siempre bajo unas connotaciones negativas, que se hace de sus datos en internet. “El futuro nos deparará más y más algoritmos que permitirán conocer mejor nuestro comportamiento, gustos, y que se adelantarán a ellos”, vaticina Herrera, que abre la puerta a nuevos casos como el de Cambridge Analytica: “Ya ha pasado una vez, ¿por qué no puede volver a pasar?”.