Tecnología
“Sólo quedan máquinas chocando entre sí”

El proyecto de “Olimpiadas Aumentadas” pone en primer plano la tendencia a romper con los límites inherentes al ser humano, en una tendencia narcisista que se extiende también al erotismo.

Desde hace semanas se discute en las secciones de deporte de la prensa anglosajona sobre las llamadas “Olimpiadas Aumentadas” (Enhanced Games). Se trata éste de un proyecto de “olimpiadas alternativas” que se diferenciaría de las oficiales, organizadas por el Comité Olímpico Internacional (COI), por el hecho de permitir a sus participantes utilizar sustancias prohibidas para mejorar su rendimiento deportivo. La iniciativa está impulsada por especuladores de criptomonedas e inversores de capital riesgo, liderados por el empresario australiano Aron D’Souza. Además de D’Souza, las “Olimpiadas Aumentadas” cuentan con el apoyo del empresario alemán Christian Angermayer –quien ha invertido recientemente en la investigación del uso de sustancias psicodélicas en tratamientos psicológicos–, del estadounidense Balaji Srinivasan –co-fundador de Myriad Genetics y ex Chief Technological Officer (CTO) de la plataforma de comercio de criptomonedas Coinbase–, y de Peter Thiel, co-fundador de PayPal, interesado desde hace tiempo en tecnologías que permitan prolongar la vida humana.

A pesar de los obvios problemas éticos y legales, y de las advertencias de las autoridades australianas, británicas o neozelandesas, la iniciativa, de acuerdo con D’Souza, ha atraído el interés de casi un millar de atletas de todo el mundo. El medallista australiano James Magnussen, ya retirado, ha asegurado por ejemplo que estaba dispuesto a “ponerse hasta las trancas” durante seis meses para poder participar en ellas y aspirar al premio de un millón y medio de dólares estadounidenses ofrecido a quien sea capaz de romper el récord de 500 metros en estilo libre, unas declaraciones de las que posteriormente se ha arrepentido.

De la pornografía del rendimiento humano...

El redactor jefe de deportes de The Guardian, Barney Ronay, ha expuesto brillantemente la apropiación retórica de la que hacen gala los organizadores de las “Olimpiadas Aumentadas”. “La premisa básica es simple y previsiblemente chocante”, escribe Ronay, “¿Qué ocurriría si elimináramos todas las barreras a la hora de tomar drogas en el deporte? ¿Qué pasaría si premiásemos y celebrásemos estos hitos conseguidos con drogas, explorásemos la frontera salvaje del potencial humano dopado e introdujésemos un nuevo lenguaje, más amable, para desestigmatizar a la marginada comunidad de usuarios de drogas de tal modo que los atletas dopados se convirtiesen en ‘aumentados’, los no dopados en ‘naturales’ y quienes apoyan a los consumidores en ‘aliados’?” Para Ronay, “esto es lo más importante de las Olimpiadas Aumentadas, el genial marketing profundamente cínico de todo ello: ¿Cómo convertir este sentimiento en algo legítimo y necesario en oposición a, digamos, algo grotesco y extraño? ¿Cómo hacer que la gente quiera verlo y al mismo tiempo sentirse bien y no una especie de freak victoriano voyeur?”.

En la página web de las “Olimpiadas Aumentadas” se asegura que el dopaje es “un término colonialista cargado de violencia simbólica e histórica contra las poblaciones negras y aumentadas y que necesita ser eliminado de nuestro vocabulario”

En sus declaraciones, D’Souza pervierte, en efecto, una vez y otra el discurso de diversidad, integración y discriminación positiva –en propiedad: una doble perversión, pues este discurso ya había sido cooptado antes por el llamado neoliberalismo progresista, pervirtiéndolo– con el que estamos familiarizados. “Los atletas son adultos, y tienen el derecho a hacer con su cuerpo lo que deseen: mi cuerpo, mi elección; tu cuerpo, tu elección”, ha llegado a afirmar D’Souza para añadir que “ningún gobierno, ninguna federación de deporte paternalista debería tomar esa decisión por los atletas”. En otra ocasión, D’Souza ha comparado a los atletas acusados de dopaje con los homosexuales: “Hace 50 años ser gay era como ser aumentado hoy: algo estigmatizado, marginado”. En la página web de las “Olimpiadas Aumentadas” se asegura que el dopaje es “un término colonialista cargado de violencia simbólica e histórica contra las poblaciones negras y aumentadas y que necesita ser eliminado de nuestro vocabulario”.

A estas alturas no debería sorprender que detrás de estas olimpiadas no haya ningún interés altruista. “No se trata solamente de la cuestión de si se puede romper los nueve segundos de los 100 metros, estoy seguro de que se puede”, ha aclarado D’Souza, quien lo que realmente quiere ver es “a un hombre de 40, 50, 60 años batir récords mundiales porque la medicina de rendimiento es el faro a la de frenar en envejecimiento, es la ruta a la fuente de la juventud”. Además, “nada mejorará la productividad de nuestra sociedad más que prevenir el envejecimiento”.

El consumidor habitual de pornografía, ante los atletas sexuales del género, “se siente como sometido a un examen, y a eso se suma la desconexión que se produce respecto al otro”

Ahora bien, como advierte Ronay, a pesar de que todo esto pueda sonar “grotesco”, “una manera de malinterpretar por completo el objetivo del deporte, reemplazando cosas como el relato, los vínculos emocionales, el fracaso y el éxito humanos por la versión más furiosamente literal, basada en los resultados”, de convertir, en definitiva, el deporte en “una pornografía del rendimiento humano”, puede que, al final, acabemos viendo unas “Olimpiadas Aumentadas” aceptadas –y quién sabe si algo más– por un público occidental encallecido y envilecido, en plena apoteosis de ideología neoliberal.

“Puede que hayas comenzado a leer este artículo en un estado de desconcierto e incredulidad”, pero “poco más de cien palabras después ya no parece absurdo del todo, solo una de esas cosas que pasan, el siguiente paso lógico”, se lamenta Ronay. Al fin y al cabo, ¿”no ha abierto el deporte la puerta a este tipo de jugador disruptivo, con su familiar guion de falsa moral y ambición”? Así que, “¿por qué no ceder a sus falsas creencias, a su glorioso nihilismo y ver cómo en Baréin 2028 algún deslumbrante azerbaiyano se hemorragia camino a la meta batiendo el récord mundial semimutante de 800 metros mientras todos hablamos sobre su dignidad, su viaje, su empoderamiento?”

…a los atletas sexuales del porno

“El amor se positiva hoy como sexualidad, que está sometida, a su vez, al dictado del rendimiento”, escribe el filósofo Byung-Chul Han en La agonía del Eros (Herder, 2014). Para Han, en estas sociedades dominadas por el capital “el sexo es rendimiento, y la sensualidad, un capital que hay que aumentar”, y el cuerpo, continúa, “con su valor de exposición, equivale a una mercancía”. Mientras, “el otro es sexualizado como un objeto excitante: no se puede amar al otro despojado de su alteridad, solo se puede consumir.” En ese sentido, “el otro ya no es una persona, pues ha sido fragmentado en objetos sexuales parciales”, de tal manera que “no hay ninguna personalidad sexual”. El capitalismo “no conoce ningún otro uso de la sexualidad”.

Todo esto, que podría parecer una disquisición filosófica, es una realidad social. “Rendir” es aquí la palabra clave. “Tengo miedo de no rendir”, “así aguanto más”, eran algunas de las confesiones realizadas por varios testimonios de jóvenes en un artículo sobre el creciente uso de Viagra como droga recreativa, un uso que, de acuerdo los médicos consultados para aquel artículo, puede desembocar en ansiedad y depresión. También está detrás del consumo de testosterona –otra de las obsesiones de los nouveaux riches de Silicon Valley– y otras sustancias anabolizantes (trembolona, nandrolona, enantato de metenolona) para aumentar tanto el rendimiento deportivo –notoriamente, para conseguir aproximarse a modelos físicos inalcanzables para la mayoría de la población, pero cada vez mas normalizados– como el sexual, lo que ha contribuido a su popularidad a pesar de que los médicos advierten regularmente contra este uso, que conduce a problemas cardiovasculares y renales, a la disminución del volumen testicular y la infertilidad, alteraciones del complejo hormonal y ginecomastia, así como a la incapacidad del organismo de producir su propia testosterona, obligando a los usuarios a medicarse de por vida.

“En clínica lo llaman ansiedad de rendimiento”, explicaba en otro artículo reciente sobre la adicción a la pornografía un especialista médico, para quien el consumidor habitual de pornografía, ante los atletas sexuales del género, “se siente como sometido a un examen, y a eso se suma la desconexión que se produce respecto al otro”. Según este artículo, el perfil mayoritario de consumidor de pornografía que acude a una clínica de tratamiento es “el de chico mayor de 25 años al que le cuesta excitarse con su pareja, no le interesa estar pendiente del disfrute de ella y le compensa más la masturbación con porno porque llega más rápido al orgasmo... el sexo compartido requiere un esfuerzo y le da pereza”. Alejandro Villena, el experto antes citado, ha denominado a este fenómeno “el sexo del yo-yo y el ya-ya, un sexo más egoísta y narcisista, aunque se llegue a ello de forma inconsciente”, y añade que “muchas veces, ya no se busca el placer recíproco”.

Han habla en La agonía del Eros de cómo el consumidor de pornografía “ni siquiera tiene un enfrente sexual” porque “habita la escena del uno”: “De la imagen pornográfica no sale ninguna resistencia del otro o de lo real”, “protege al ego del contacto extraño o de la conmoción”, y, de esta forma, sigue, “la pornografía incrementa la dosis narcisista del yo”. José Manuel Ruiz Blas retrataba no hace mucho a Ayn Rand, uno de los principales iconos de los anarcocapitalistas, los miembros de cuyo círculo de afines “engullían la comida sin alegría, como medio de supervivencia” y para quienes “el sexo no debía disfrutarse”, puesto que “sólo era una reafirmación de los valores más elevados.” Partiendo del liberal conservador Alexander Rustow, este autor recuerda cómo “la actitud social sádica de la clase dominante en el poder, ya fuera a través del matrimonio por secuestro o la institución del harén, acabó permeando las relaciones internas dentro de la propia clase, donde la ternura fue segregada del erotismo”. “El efecto de esto fue la elevación del carácter supremacista masculino de las relaciones amorosas”, concluye.

Una sociedad cada vez más narcisista

El filósofo surcoreano también constata en La agonía del Eros que “vivimos en una sociedad que se hace cada vez más narcisista”, en la que “la libido se invierte sobre todo en la propia subjetividad.” El narcisismo, señala Han, “no es ningún amor propio”, pues mientras “el sujeto del amor propio emprende una delimitación negativa frente al otro, a favor de sí mismo”, el narcisista “no puede fijar claramente sus límites”: el mundo se le presenta “como proyecciones de sí mismo” y nada más.

El narcisista “no es capaz de conocer al otro en su alteridad y de reconocerlo en esta alteridad” y “deambula por todas partes como una sombra de sí mismo, hasta que se ahoga en sí mismo.” ¿Quién, leyendo en esta descripción, no reconoce lo que ocurre en tantas relaciones interpersonales, en tantas aplicaciones para encontrar pareja? “No solo el exceso de oferta de otros conduce a la crisis del amor”, afirma Han, “sino también la erosión del otro, que tiene lugar en todos los ámbitos de la ida y va unida a un excesivo narcisismo de la propia mismidad.” En realidad, sentencia, “el hecho de que el otro desaparezca es un proceso dramático, pero se trata de un proceso que progresa sin que, por desgracia, muchos lo adviertan.” En ese proceso surgen los fenómenos mórbidos de los que hablaba otro pensador de origen sardo y que ya no se circunscriben solamente a la esfera de la política, desde el fenómeno de los incels –descritos apropiadamente en un artículo de The Guardian como “jóvenes solitarios que no son naturalmente sociables, o que no son buenos en el deporte o populares y usan internet para encontrar su comunidad […] probablemente el lector haya reemplazado su interacción en la vida real por una interacción digital más veces de las que esté dispuesto a admitir, pero el mundo incel lo lleva más lejos y radicaliza a hombres jóvenes en un mundo en el que la separación entre lo físico y lo virtual es inexistentes”– hasta el del looksmaxxing, cuyos seguidores, hombres jóvenes, se someten sus rostros a todo tipo de transformaciones quirúrgicas para parecerse a ideales de belleza cada vez más inasequibles, pasando por los más conocidos de la anorexia o la ortorexia. Problemas para los que se plantean falsas soluciones que, inevitablemente, fracasan, agravando el problema original, o lo convierten en uno nuevo. Para el que también habrá una “solución”. El proceso puede durar quizá años, y discurrir en paralelo a la creciente atomización y alienación social, en el que las relaciones interpersonales son cada vez menos y las pocas existentes más distantes y transaccionales.

No sé muy bien cómo, el algoritmo me llevó al vídeo en una conocida plataforma. Era una noticia de hace tres años del South China Morning Post (creo que por aquel entonces debía estar escribiendo algún artículo y consultaba frecuentemente este medio) sobre una modelo de la provincia de Zheijiang. Esta modelo era capaz de hacer, durante una sesión fotográfica, dos poses por segundo, hasta 485 combinaciones de ropa al día, según precisaba la noticia. Cada cierto tiempo vuelvo a él. El vídeo tiene una cualidad hipnótica. “Puede que hayas comenzado a leer este artículo en un estado de desconcierto e incredulidad”, lamenta Ronay, “poco más de cien palabras después ya no parece absurdo del todo, solo una de esas cosas que pasan, el siguiente paso lógico.” Ya lo previó Pier Paolo Pasolini en su última entrevista, muy poco antes de ser asesinado en una playa de Ostia: “La tragedia è che non ci sono più esseri umani, ci sono strane macchine che sbattono l'una contro l'altra” (La tragedia es que ya no quedan seres humanos, solo extrañas máquinas chocando entre si).

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yermag
yermag
7/7/2024 14:01

"A tomar drogas por propia iniciativa se le llama drogarse, en cambio si te las receta un médico le llaman tratamiento", parafraseando a Thomas Szasz en "Nuestro derecho a las drogas". Y si tomas drogas para hacer una barbaridad extreme de esas que llaman "deporte de competición", entonces le llaman "doparse". A tomar café le llaman alimentarse, pero si tomas un té de hojas de coca, te pueden encarcelar por haber traído en tú maleta un kilo de hojas de coca de comercio legal en Perú, Bolivia o el norte de Argentina. La cafeína es considerada un alimento (a pesar de que carece casi por completo de nutrientes), mientras la hoja de coca está prohibida en Europa a pesar de tener 20 veces más calcio que la leche de vaca. Todas las fuentes científicas de izquierda demuestran que está prohibición se hizo por motivos racistas. Como dice Jonathan Ott, químico especializado en sustancias naturales, cualquiera debería poder cultivar cualquier planta y tomar las sustancias que le favorezcan, le permitan una mejor realización y eficiencia, sin discriminaciones de tipo racista. ¿Por qué no prohibir el deporte de competición? o por lo menos advertir de que es perjudicial para la salud llevar el cuerpo al límite, con o sin drogas en el deporte (lo de usar palabros como "doping", se lo dejamos al imperialismo yankee). A quien toma café y le sienta mal al estómago, hay quien bebe infusión de hojas de coca y le sienta bien, trabajan y hacen deporte con mayor rendimiento. No nos gusta el café, preferimos la infusión de hojas de coca. Hay sobrados ejemplos históricos de violencia y terrorismo cuando se empuja a una minoría hacia los márgenes de la represión y la marginación y la calumnia. Que cada quién desayune lo que quiera y tengamos la fiesta en paz. Dejémonos ya de argumentos falaces, parciales, generalizadores y prohibicionistas. ¿Todo el que ve porno se convierte en un narcisista individualista? ¿toda droga es perjudicial en el deporte? parece que este artículo está trufado de generalizaciones que demuestran que la farmacología No es una ciencia conocida por el autor. Las generalizaciones son anti científicas y propias de gentes sectarias, simplistas y autoritarias. Aun teniendo el artículo elementos interesantes, pensamos que es muy mejorable.

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