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Tribuna
Génova: 20 años de la semana en que Italia suspendió el estado democrático
En julio de 2001 se celebró en Génova (Italia) la mayor manifestación internacional contra la globalización neoliberal. El movimiento antiglobalización, que ya había irrumpido en la escena política mundial, llegó a la Contracumbre del G8 en Génova, y esto supuso la culminación de la movilización mundial de toda una generación, un movimiento que, con nuevos lenguajes comunicativos, quería romper el dictado de “no hay alternativa” porque quería el otro mundo posible.
Para la preparación de las jornadas de la Contracumbre, se constituyó el Foro Social de Génova (Genoa Social Forum) que estaba formado por cientos de asociaciones, centros sociales, comunidades, redes sociales, comités y movimientos de toda Italia y del extranjero. Por primera vez se experimentaron nuevas formas de comunicación digital, impulsadas por Indymedia y nuevas formas de protesta. Algo completamente nuevo explotó. En las plazas, coloreadas como nunca antes, se mezclaron diferentes culturas, desde los centros sociales a los movimientos católicos, desde las asociaciones a las ONG, un crisol que se reconocía como parte del mismo mundo que se oponía a la globalización de los poderosos y al poder indiscutible de las multinacionales y de los organismos supranacionales como la OCDE, la OMC, el G8.
Se hablaba un lenguaje que unía la condición más clásica de la explotación laboral y la pobreza con la condición medioambiental, el derecho a la salud, el derecho al cuidado y los derechos de género, cuestiones que hoy se imponen con toda su fuerza. Se organizaron debates, iniciativas, manifestaciones y también actos culturales y fiestas. Se esperaba la participación de 100.000 personas en Génova y llegaron 300.000 (!) de diversas partes del mundo.
El problema es que todo este proceso chocó con el aumento de la violencia por parte del Gobierno italiano.
En aquellos días en Génova, de hecho, tuvo lugar una de las páginas más tristes de la historia de Italia desde la Segunda Guerra Mundial, en la que se produjo el asesinato —que quedó impune— de un manifestante, Carlo Giuliani; también las cargas indiscriminadas y salvajes contra los manifestantes durante las marchas, las palizas a personas indefensas en las calles, la masacre que tuvo lugar en la Escuela Díaz y la tortura sistemática a la que fueron sometidos los detenidos en el cuartel de Bolzaneto durante días, digna de un régimen dictatorial.
Pero contemos los hechos en orden.
Yo era una de las más de cien abogadas y abogados venidos de diferentes partes de Europa y que intervinieron en la Contracumbre. Durante las semanas anteriores habíamos acordado que estaríamos presentes por las calles, para tratar de evitar la infiltración de provocadores y, sobre todo, para mediar en caso de ataques policiales a las manifestaciones, en las que se había decidido por parte del Genoa Social Forum que no habría servicio de seguridad, precisamente para subrayar el carácter absolutamente pacífico de la iniciativa. Para ser reconocibles, llevaríamos sobre la camiseta amarilla del Genoa Social Forum una pechera roja con la palabra “Lawyer” en mayúsculas, y el número de teléfono al que cualquiera podría llamar en caso de emergencia legal.
No podía suponer que la pechera del abogado se convirtiera en el objetivo favorito de la policía incluso para probar los denominados “tonfa”, una herramienta policial que podía ser mortal
En un par de días el número de abogados y abogadas disponibles había crecido mucho, y nos dividimos entre las varias plazas donde habría concentraciones y manifestaciones. Ese día acordamos que un colega y yo iríamos a la Plaza Manin, donde debía estar la concentración de la Rete Lilliput. Muy poco tiempo después de mi llegada, cuando todo seguía muy tranquilamente, pasó por allí cerca un grupo del denominado black bloc. No eran muchos, pero al pasar empezaron a arrancar las señales de tráfico y destruir mobiliario urbano. La policía, al llegar, no intervino siguiendo el bloque negro sino que cargaron contra los manifestantes pacíficos de la plaza Manin, que se habían puesto de rodillas y con las manos arriba. Así fue que yo también recibí mi primer golpe de la policía. Me persiguieron y me apalearon. Intentamos salvar a las desafortunadas víctimas que, llenas de sangre, lloraban bajo los golpes de la policía, pero no lo conseguimos. A partir de entonces quedó claro que la tarea de interposición sería muy difícil y tendría poco éxito. Ciertamente, no podía suponer que la pechera del abogado se convirtiera en el objetivo favorito de la policía incluso para probar los denominados “tonfa” —porra en forma de T—, una herramienta policial que podía ser mortal.
La tarde transcurrió entre un ataque de los Carabineros a la manifestación pacífica de le Tute Bianche en Via Tolemaide, un autobús incendiado y algunos enfrentamientos en los alrededores, cargas violentas e indiscriminadas, todo era un escenario de guerra. Los abogados y abogadas observábamos casi impotentes y nos trasladábamos a nuestros puestos para informar de lo que habíamos visto.
A media tarde, estábamos en la escuela Pascoli, y un enfermero del servicio médico del GFS, Nicola, pidió que le acompañáramos a su puesto cerca de Piazza Alimonda, pues ya nadie se fiaba de ir solo por ahí. Yo lo acompañé. Llegamos a la Piazza Alimonda y un manifestante estaba tirado en el suelo, ya no se movía y los Carabineros mantenían a la gente a distancia. Le dije a un policía que Nicola era enfermero y que podía ver al herido, pero no lo dejaron. Era Carlo Giuliani, que ya no respiraba.
Alrededor de la medianoche nos avisaron de que los escuadrones de la policía estaban entrando en la Escuela Díaz. Corrimos hacia la escuela
La tensión estaba por las nubes, muchas personas resultaron heridas y muchas otras fueron detenidas. Pero ya por la mañana se corrió la voz de que ni siquiera el colectivo de abogados podíamos reunirnos con los detenidos. Una orden del Fiscal Jefe, la cual no era conforme a la ley, prohibía las conversaciones entre abogados y sus clientes. A pesar de nuestras demandas, el Fiscal las desoyó y no cambió su orden.
Al día siguiente, participamos e intervenimos en la gran manifestación en el paseo marítimo con más de 300.000 personas que habían llegado de toda Italia. Después de todo el día tratando de evitar las cargas policiales, los gases lacrimógenos, los camiones de la policía atropellando a la gente, ayudando a los heridos, e interviniendo con la policía para sacar a los manifestantes que estaban atrapados en situaciones extremas, nos fuimos a Piazzale Kennedy a descansar, pensando que el día había terminado. En cambio, poco después comenzaría lo que se recordará como la “carnicería mexicana” de la Escuela Díaz.
Italia fue el territorio en el que se consumó ese intento de aterrorizar, atemorizar, golpear materialmente a toda una generación
Alrededor de la medianoche nos avisaron de que los escuadrones de la policía estaban entrando en la Escuela Díaz. Corrimos hacia la escuela. Mi colega Gianluca (que acababa de conocer), un diputado y yo conseguimos entrar en el patio de la escuela mientras seguían las redadas. Solicitamos hablar con un mando de la policía porque se estaba realizando un registro y teníamos el derecho, pero nos sacaron a la fuerza. A mí, por el pelo. Así que paramos frente a la puerta ya cerrada. Nos quedamos allí toda la noche, viendo cómo los detenidos eran masacrados. Los más graves salían en camillas. Nos quedamos allí, frente a la Escuela Díaz, con las camisas empapadas de sangre y las insignias de los abogados en las manos. Detrás de nosotros, la escuela Pascoli llena de compañeras, y una fila de carabinieri que nos miraban de forma amenazante y también, en mi caso, haciéndome gestos obscenos.
No teníamos miedo: estábamos aterrorizadas. Pero aguantamos, porque esas sucias pecheras nos obligaron a hacerlo y porque siempre creímos en lo justo de nuestras ideas.
Y todo continuó de forma terrible un poco después. La policía entró en la Escuela Pascoli para detener a más gente y destruyendo todo el material de Indymedia y de nuestra “oficina legal”. Además, hubo redadas en los hospitales y decenas de personas heridas fueron llevadas por la policía desde allí al cuartel Bolzaneto.
Todos los que fueron llevados a ese cuartel, más de 200 detenidos, según se puede leer en los papeles de los juicios que se celebraron durante 15 años y en los que participamos como defensores de las víctimas, fueron obligados a ponerse de rodillas con las manos en la espalda, a permanecer de pie durante 24 horas, fueron desnudados, obligados a hacer flexiones, les escupieron, les profirieron insultos racistas, insultos con un trasfondo político; y a las mujeres, además, insultos de carácter sexual. Fueron golpeados y masacrados, verdaderas historias de terror.
Hemeroteca Diagonal
Estrasburgo condena a Italia por los hechos de Génova 2001
Esta respuesta violenta por parte de la policía, combinada con lo ocurrido en otras manifestaciones, representó una ola de violencia y represión hacia ese movimiento global que tanto asustaba a los poderosos. Italia fue el territorio en el que se consumó ese intento de aterrorizar, atemorizar, golpear materialmente a toda una generación, hasta matar a activistas como en el caso de Carlo Giuliani.
Hace 20 años, Italia suspendió el estado democrático durante esos días del G8 en Génova. Y veinte años después siento el deber, además del derecho, de recordar ese importante trozo de historia de mi vida y de la vida de miles de personas, porque es una herida abierta. Y hacerlo juntas, con aquellas personas con las que compartimos esta trágica e inolvidable experiencia, también con el activismo social de diferentes generaciones, en las iniciativas que se celebrarán en estos días en Génova, para no olvidar quiénes somos ni de dónde venimos. Porque sin memoria no hay futuro.