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Tribuna
No todos los Z somos de derecha: la rebeldía viene por izquierda
El próximo 9 de junio se celebran unas elecciones europeas marcadas por el rearme, la complicidad con el genocidio en Palestina, el endurecimiento de la política de fronteras y el avance de la derecha. Dicen que la juventud se ha vuelto de derechas y despolitizada, incluso hasta el punto de culpar a mi generación —tengo 24 años— del ascenso de la reacción.
Pero esa es una visión parcial e interesada que desde la candidatura de la Corriente Revolucionaria de los Trabajadores (CRT), que encabezo junto con mi compañera Lucía Nistal, queremos desmontar. No queremos describir un fenómeno que es preocupante, sino actuar para combatirlo y que la rebeldía y el descontento juvenil se exprese por izquierda siendo la punta de lanza para cambiar el mundo de base.
La oleada de movilizaciones y acampadas en las universidades de todo el mundo en solidaridad con Palestina muestran precisamente la otra cara de la moneda y esta enorme potencialidad. Mientras nos dicen que tenemos que blindar las fronteras contra las personas migrantes y subir los presupuestos militares para defender valores y libertades —esos del “jardín europeo” de Borrell—, los gobiernos de la UE avalan el genocidio contra el pueblo palestino. Entre ellos, se encuentra la coalición “progresista” del PSOE y Sumar, que con una mano reconoce un Estado palestino mutilado y, con la otra, mantiene intactas todas las relaciones militares y comerciales con Israel.
Crecimos sobre las ruinas de las crisis del 2008, aquella en la que el PSOE y el PP se encargaron de rescatar a la banca mientras hacían pagar el coste a la clase trabajadora en forma de reformas laborales
Durante las últimas semanas en la acampada en el edificio histórico de la UB, una idea me venía a la mente en esas conversaciones de piti-pausa. Esas en las que tomas un poco de distancia para pensar qué momento estamos viviendo. Ya éramos la generación de las crisis, la de pandemia y el cambio climático y ahora quieren seamos también los testigos silenciosos del genocidio y los peones de la próxima guerra. El futuro para nosotros es un precipicio construido por otros. Pero desde la acampada tenía la sensación de ser parte de la juventud que ha empezado a decir basta, a decir no en nuestro nombre.
Pero ¿quiénes son esos otros? No se trata de hablar en abstracto del monstruo que es el capitalismo, sino de señalar quienes son sus gestores y pensar cuál es la alternativa. Crecimos sobre las ruinas de las crisis del 2008, aquella en la que el PSOE y el PP se encargaron de rescatar a la banca mientras hacían pagar el coste a la clase trabajadora en forma de reformas laborales, de pensiones y recortes en los servicios públicos. Después, quienes nacieron hablando contra la casta y prometiendo cambiarlo todo llegaron a la Moncloa y gobernaron durante la covid, la crisis inflacionaria y la nueva burbuja de los alquileres.
Sin embargo, la agenda volvió a ser la misma: proteger a las ganancias de las grandes empresas y hacérnoslo pagar a los de abajo. Los beneficios de Amancio Ortega, Ana Botín, los especuladores de la vivienda, las eléctricas y toda la banca se han disparado. Mientras, las y los trabajadores han visto cómo los salarios cada vez dan para para menos y los alquileres ahogan cada vez más. Al mismo tiempo, se nos vendía que la revalidación de contrarreformas como la jubilación a los 67 o el rescate a la banca ahora eran “progresistas”. Quienes confiaron en ellos tras el 15M han sido decepcionados mientras que otros, los más jóvenes, ni siquiera hemos tenido tiempo a creernos las promesas.
En el caso de Catalunya, esta desafección es una mezcla del dolor de la derrota, la traición y la desilusión. Dolor por la brutal represión llevada a cabo por el PP de Rajoy con el apoyo del PSOE y Ciudadanos —y la equidistancia de los Comunes—. Traición porque la hoja de ruta mágica hacia la República Catalana terminó siendo un callejón sin salida para salvar a los partidos de la burguesía independentista. Desilusión con aquellos que se reivindicaban anticapitalistas y acabaron de la mano de los defensores de Foment del Treball.
Pero no podemos dejar que el malestar lo capitalice la derecha. Porque la derecha no es rebelde, sino reaccionaria. En Argentina, el experimento de Milei está demostrando que, detrás del tono enfadado y las palabras contra la casta, se esconden los máximos defensores de los grandes capitalistas. En definitiva, una enorme amenaza anti-derechos que quiere apretar el acelerador en la liquidación de nuestras condiciones de vida.
Frente al peligro de la ultraderecha, nos dicen que tenemos que votar al bloque “progresista” y aceptar el mal menor por responsabilidad. Pero no todos aceptamos esta lógica. Y negarnos a hacerlo, proponernos construir otra cosa, no tiene nada de izquierdismo. Es una decisión consciente. La conciencia de quienes hemos visto que ese mal menor solo ha servido para rebajar las expectativas y traer la desmovilización, al mismo tiempo que imponía parte los marcos mentales de la derecha sobre los cuales Feijóo, Abascal o Milei han avanzado.
La lógica del mal menor nos dice que a lo máximo que podemos aspirar es a una reforma laboral pactada con la CEOE y que mantiene en lo esencial la del PP. Cuando el planeta se encuentra en plena crisis climática, lo máximo es un “pacto verde” en favor de las mismas empresas contaminantes que nos han traído hasta aquí, o frente a la falta de acceso a la vivienda, una ley que deja intacta la acumulación de los especuladores. ¿Qué sentido tiene debatir si esto se hace con poco ruido y sonrisas o con el ceño fruncido, cuando en lo fundamental es una misma política conformista?
En 2023, los grandes bancos españoles ganaron 38.922 millones de euros, así que no nos vendan que un impuesto de 1.000 millones es un gran golpe al capital financiero
Para que la desafección se exprese por izquierda hace falta una alternativa que se plante sin complejos, pues la derecha no los tiene. Eso no es una pose, sino que significa luchar por un programa que dé una respuesta real a los problemas materiales de la juventud, de la clase trabajadora, de las mujeres, las migrantes, las disidencias sexuales. Que frente a la crisis de la vivienda pelee por expropiar los pisos de la banca y los fondos buitres. No es asumible que, solo en Catalunya, los grandes propietarios acumularan 32.8000 pisos vacíos en 2022 según l’Agència Catalana de l’Habitatge.
En 2023, los grandes bancos españoles ganaron 38.922 millones de euros, así que no nos vendan que un impuesto de 1.000 millones es un gran golpe al capital financiero. En este momento, el Ibex35 prevé más de 61.000 millones de beneficio en lo que va de 2024 —récord— según FactSet. La próxima vez que vengan a decir que no se pueden revertir los recortes o que toca apretarse el cinturón para llegar a los 15.000 millones de ajuste que pide Bruselas, necesitamos una izquierda que les desmonte el cuento. Una izquierda que entre sus palabras y sus hechos no haya distancias. Que luche peleando por la nacionalización del sistema bancario e impuestos a los beneficios de las grandes empresas de mínimo el 47% —como el tipo máximo que se aplica a las nóminas de directivos— para financiar la sanidad, la educación y otros servicios públicos esenciales.
La juventud ha empezado alertar de cosas que no tienen ningún sentido ¿Cómo puede haber trabajadores con mil horas extras y pedidos para alargar la edad de jubilación mientras otros tenemos curros a tiempo parcial, temporales o directamente están en el paro? ¿Salir 30 minutos antes del curro es el gran cambio que trae Yolanda Díaz? La única salida es repartir las horas de trabajo sin reducir el salario para trabajador todos, todas y menos.
No se puede frenar a la derecha aplicando parte de su agenda, como han hecho los dos gobiernos de coalición. La derecha que avanza sobre discursos racistas y nacionalistas no puede frenarse con el pacto migratorio de la UE y el rearme imperialista. Jugar en el terreno de la derecha solo favorece a la derecha. En ese sentido, tumbar los presupuestos militares, acabar con las leyes de extranjería y exigir la condonación de la deuda externa de los países semicoloniales, como defendemos desde la candidatura de la CRT, no es solo una cuestión de principios, sino que va mucho más allá. Todo ello tiene que ver con un interés material: el de negarnos a ser carne de cañón para guerras en defensa de las multinacionales que nos explotan y saquean recursos en todo el mundo.
Para nosotros la alternativa no es un significante vacío, sino construir una izquierda que defienda propuestas concretas para hacer real aquello de que la crisis la paguen los capitalistas y no el pueblo trabajador.
“Todo esto ¿es posible?”, nos preguntan. Sí, cuando se está dispuesto a pelearlo, sin detenernos frente los límites del régimen hecho a medida de los poderes económicos que actúan protegidos por la casta judicial y la Corona. Si algo nos enseñaron nuestros abuelos es que la lucha es el único que camino. Que la clase obrera, unida con la juventud, las mujeres, las migrantes, es capaz de parar el mundo y transformarlo. Lo digo con la humildad y, al mismo tiempo, el orgullo de ser un joven catalán nieto del Cinturón Rojo, de emigrantes andaluces, extremeños y manchegos, de un obrero de la SEAT y las CCOO obreras de la clandestinidad.
Industria automovilística
Automoción Seat y el gran estornudo
Pero, lamentablemente, les engañaron. Les dijeron que todo iría poco a poco a mejor y ahora nos vemos empujados hacia la guerra en defensa del imperialismo patrio, con la extrema derecha racista, LTBIfóbica y neoliberal a la ofensiva y, con una izquierda aplicando las políticas de la derecha con discurso “progresista”. Así que ahora nos toca a nosotros luchar por nuestro futuro y en defensa de nuestro pasado, por una salida anticapitalista y socialista.
Contra el genocidio en Palestina, el rearme imperialista y la Europa de las fronteras, es hora de plantarse y recuperar la confianza en nuestras propias fuerzas. El potencial está ahí: en la clase trabajadora que se empezó a levantar en Francia contra Macron, en la juventud que nos ponemos en pie por Palestina, en las mujeres que salen a la calle contra el patriarcado. En un momento donde nos empujan a la barbarie capitalista, queremos limpiar las banderas del socialismo ensuciadas por el estalinismo y recuperarlas para luchar por una sociedad sin explotación ni opresión.
Esa es la voz que desde la CRT queremos levantar en estas elecciones europeas. Una pequeña parte de la disputa por el sentido común en la gran lucha por acabar con el capitalismo y conquistar gobiernos de las y los trabajadores, donde la economía esté planificada democráticamente y desde abajo en función de las verdaderas necesidades sociales. Es decir, una salida anticapitalista y socialista.