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Turquía
La izquierda turca se conjura para echar a Erdogan del poder
Como cada primero de mayo de la última década, la izquierda turca se dio cita en el parque de Maltepe, en un suburbio de la zona asiática de Estambul. Entre los 80.000 asistentes a la concentración, no figuraba toda la militancia. Los más valientes intentaron congregarse en la mítica plaza Taksim, el lugar habitual para esta celebración desde que el 1 de mayo de 1977 la policía masacrara a 34 manifestantes. Allí, en el centro, se solían congregar hasta 500.000 personas. Para evitarlo, el Gobierno del islamista AKP incluso cerró las paradas de metro más céntricas, como viene haciendo desde las protestas de Gezi, en 2013. La jornada terminó con algunos disturbios y el arresto de 35 personas. En la Turquía de Erdogan, la izquierda ni tan siquiera puede elegir dónde celebrar su fiesta anual.
Así pues, no es de extrañar que la izquierda turca, en toda su variedad de acentos e historias, se haya conjurado para expulsar a Recep Tayyip Erdogan de la presidencia del país en las elecciones presidenciales y legislativas del próximo 14 de mayo. Este objetivo estuvo en presente en pancartas y consignas, también en los parlamentos desde el estrado de la dirigencia. “Tenemos que librarnos de este sistema maligno de una vez por todas. Hagamos una promesa, vamos a eliminar el Gobierno de los tiranos”, proclamó Arzu Çerkezoglu, secretaria general de DISK, el sindicato turco más potente, que instó al pueblo turco a escoger entre “despotismo y libertades”. No mencionó a Erdogan, pero no hizo falta, todo el mundo lo entendió.
La izquierda ha sufrido los estragos de una ley electoral que, para evitar la entrada al Parlamento de los partidos nacionalistas kurdos, ha contado tradicionalmente con un umbral electoral del 10% de los votos para poder entrar en el Parlamento
La enorme importancia de los comicios, en plena deriva autoritaria del Gobierno, no escapa a los dirigentes, ni a la base. Y ello requiere medidas excepcionales, como la adoptada por el Partido Comunista de Turquía (TKP). “Por primera vez en la historia, el partido no boicoteará las elecciones, sino que llamará a votar por Kemal Kiliçdaroglu”, comenta Jan, un joven de melena larga y rizada, recién graduado de la universidad que hace más de cuatro años que milita en el TKP. Kiliçdaroglu es el líder del CHP, de centro-izquierda, principal partido de la oposición, y será el candidato a las presidenciales de una coalición de seis partidos que incluye el derechista IYI, así como tres partidos islamistas, unas compañías que todavía acentúan la excepcionalidad del paso dado por el TKP.
Sidecar
El terremoto del Estado en Turquía
El TKP es un pequeño partido extraparlamentario, como la mayoría de la veintena que hacían ondear sus banderas esta soleada mañana de primavera a orillas del Mar de Mármara. No obstante, en unas elecciones que pueden decidirse por un puñado de votos, todos los apoyos son imprescindibles. A falta de poco más de una semana, varias encuestas pronosticaban un empate técnico entre Kiliçdaroglu y Erdogan.
La izquierda ha sufrido especialmente los estragos de una severa ley electoral que, para evitar la entrada al Parlamento de los partidos nacionalistas kurdos, ha contado tradicionalmente con un umbral electoral del 10% de los votos a nivel nacional para poder entrar en el Parlamento. Después de muchos lustros de ostracismo, la izquierda del CHP más pragmática ha aprendido a gestionar sus diferencias y a pactar la creación de amplias coaliciones electorales. En los últimos años, el partido HDP, última versión electoral del histórico movimiento nacional kurdo, ha sido la columna vertebral de estas coaliciones de izquierda. En las elecciones de 2018, obtuvo 57 diputados con cerca del 12% de los votos.
A medida que se acercaban las elecciones, ha ido aumentando la represión de los activistas kurdos con el arresto de más de 130 de ellos a finales de abril, incluido algún candidato a las elecciones legislativas
Esta vez, sin embargo, ni tan siquiera se presentará en la coalición progresista “Alianza de la Libertad y el Trabajo” bajo sus siglas, sino las del Yesil, un pequeño partido ecologista. La razón es su posible ilegalización por parte de la Corte Suprema a causa de sus presuntos vínculos con el PKK —la milicia que lucha desde 1984 por la soberanía del pueblo kurdo—, algo que sus dirigentes niegan. A medida que se acercaban las elecciones, ha ido aumentando la represión de los activistas kurdos con el arresto de más de 130 de ellos a finales de abril, incluido algún candidato a las elecciones legislativas. El líder del HDP, Salahatin Demirtas, continúa preso a pesar de una sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos exigiendo su liberación. Asimismo, en los últimos años, han sido disueltos casi 60 consistorios municipales en manos del HDP.
“Apoyo al Yesil porque creo que encontrar una solución a la cuestión kurda es el principal problema del país”, comenta Bahadir, un estudiante de Ciencias Políticas que luce una gorra con una imagen del Che Guevara. Sentado a su lado en el césped, Emre, un compañero de clase, asiente y añade que la paz en el Kurdistán es un problema más urgente para la izquierda que una subida salarial acorde a la inflación. Sorprendentemente, ninguno de los dos es kurdos. “Aparte de esto, los partidos kurdos tienen una mentalidad más abierta en muchos aspectos, y no solo en los derechos de las minorías. Por ejemplo, en cuestiones de feminismo”, asevera Emre.
En Turquía, la clasificación de los partidos en el eje izquierda-derecha se complica porque está atravesada por la cuestión nacional y el rol del islam en la vida pública. “En muchos aspectos, el CHP de Kiliçdaroglu es asimilable a los partidos socialdemócratas franceses o alemanes. Son keynesianos, laicos y progresistas en cuestiones morales. Ahora bien, son muy nacionalistas y han tenido a menudo un discurso anti-kurdo”, sostiene el politólogo Omer Taspitar. En la concentración del 1 de mayo, enviaron una pequeña delegación que palidecía frente a la partidos minúsculos y extraparlamentarios. Tampoco subió al estrado ninguno de sus dirigentes más conocidos.
“La mayoría de partidos de izquierda de la coalición ‘Alianza de la Libertad y el Trabajo’, incluido el HDP, decidieron no presentar candidato y apoyar a Kiliçdaroglu. Nosotros no estábamos de acuerdo. Creíamos que teníamos que presentar una plataforma progresista en la primera vuelta de las presidenciales, y apoyar a Kiliçdaroglu en la segunda”, explica Görkem Duru, candidato al Parlamento por Estambul del IDP, un partido trotskista. Según sus cálculos, los pequeños partidos de izquierda coaligados con el HDP pueden representar un 3% del electorado.
“Las políticas de un gobierno de Kiliçdaroglu no creo que sean muy de izquierdas, la verdad. No solo porque el CHP es centrista, sino por los otros partidos de la coalición”, presagia Duru, que señala el incremento de las desigualdades como el principal problema del país. El año pasado, la lira turca se depreció más de un 50%, y la inflación se disparó hasta el 85%, siendo la clase trabajadora la que ha pagado un mayor precio. “Pero ahora, la prioridad es librarnos de Erdogan y garantizar la supervivencia de la democracia. Luego, ya nos movilizaremos por las luchas sociales”, dice este político, que debe rondar la cuarentena. Esta reflexión la comparten ahora estalinistas, trotskistas y maoístas turcos. Lo que ha unido el islamista Erdogan no lo han podido separar ni las peleas por las cuotas en las listas conjuntas. Un auténtico milagro.