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Gestación subrogada
Bioeconomías reproductivas: trabajo, derechos y otros vínculos posibles
Algunas notas más a raíz del debate sobre gestación subrogada y neoliberalismo.
Una vez más se nos abre la pregunta política que atraviesa casi todas las cuestiones vitales que a día de hoy están siendo absorbidas por el mercado: cómo construimos una resistencia e imaginamos salidas posibles al modelo hegemónico que regula nuestros deseos como herramienta fundamental de gobernanza. O dicho de otro modo: cómo construimos discursos efectivos que no queden desmontados de inmediato frente a la fuerza del deseo mercantilizado. Y esto es especialmente complejo a la hora de abordar una cuestión que, a mi modo de ver, es fundamental en la ordenación ética de las sociedades -neoliberales-: la cuestión de los límites.
Que la realidad es compleja es una constatación de la que partimos al abordar casi cualquier problemática contemporánea, que eso sea un elemento para incentivar la reflexión, el debate y el discurso, y no para paralizarlo, es el desafío.
Se han escrito ya algunas cosas* (no diré muchas, porque nunca son suficientes) sobre gestación subrogada, estas notas parten también de esos trabajos previos, y otras conversaciones: si el reto es problematizar políticamente las prácticas individualizadas y las regulaciones neoliberales de estados, cuerpos y mercado, habrá que seguir aportando a las muchas líneas que se pueden abordar desde esta cuestión. En este caso, y siguiendo algunos hilos del debate del otro día**, así como con el deseo de darle continuidad al hilo abierto con el texto anterior***, quería hacer hincapié en algunas de las cuestiones que han ido emergiendo.
La primera es la cuestión del trabajo
En la regulación de las economías reproductivas, en sus múltiples variantes (donación de óvulos o esperma, gestación para terceras, cesión de gametos…) la cuestión del altruismo (compensado o no) solo se contrapone con una relación mercantil.
La sustitución de relaciones laborales por relaciones mercantiles es una de esas naturalizaciones de la actual fase del capitalismo, que con una potente eficiencia está borrando nuestra memoria de lo que era un contrato de trabajo, una aseguración, unos derechos laborales, lo que era, al cabo, una relación laboral con ciertas garantías (allí dónde se alcanzó alguna vez), para convertirlo todo en relaciones mercantiles: el “empresario de sí” vale para un reponedor/a de supermercado o para un cuerpo y la gestión de sus óvulos, matriz y tiempo.
Vida y trabajo se funden y con ello el modelo de organización social y su dimensión productiva, en todos y cada uno de los aspectos de la vida.
Esto tiene, al menos, dos lecturas o derivas: Lo que llamamos “el derecho a autoexplotarse” que apela a esa llamada “libertad individual” concepto ya muy problematizado pues se basa exclusivamente en el principio liberal del individuo, transhistórico, a-social (en el sentido de descontextualizado culturalmente), no interdependiente, y ajeno a cualquier sesgo de clase, raza o territorio. No profundizaré aquí en esta cuestión, más bien, se trata de mencionarla: la reduciré al ya clásico y no por ello menos certero eslogan “no hay libertad sin derechos****”.
La segunda cuestión vinculada a esto, y en la que quería detenerme, es precisamente cómo nuestra capacidad de pensar el cómo abordar la dimensión económica de las prácticas sociales (en esta ocasión la gestación por sustitución, aunque vale para otros casos) se ve restringida por el marco actual de regulación económica, esto es, el marco mercantil. La restricción de esa realidad la tenemos tan asumida que nos cuesta pensar en trascender ese marco, y nos resulta extraño hablar de relaciones laborales (ni que decir de relaciones de cooperación o distribución social). Siendo así , quizá resulte entonces aun más interesante tratar de hacerlo (ojo, no digo que esto sea una solución, pero esta línea salió en el debate del 1 de diciembre antes reseñado, y creo merece atención por lo que puede ampliar los límites regulatorios del asunto).
El punto de partida para pensar desde la lógica laboral es que si una relación se reconoce como laboral, los derechos y obligaciones que establece han de ser respetados según los tratados vigentes con lo que desde ahí agarraríamos ciertos principios de universalidad (cuestión que, en un mundo globalizado donde ciertos servicios se están comprando en el sur global, y en concreto sobre los cuerpos de las mujeres del sur global -cuidados, reproducción, producción-maquila...-, resulta especialmente necesaria).
Hay otra cuestión que trasciende el marco laboral aunque éste puede servir de guía: los límites que se ponen a la resolución económica de cuestiones individuales, comunitarias o estatales (al modo de otros asuntos relacionados con salud y la privatización e individualización de ésta), es decir: que los servicios están supeditados a la capacidad individual de costearlos, y que la salud no sea concebida como un asunto comunitario, no solo en su gestión sino, digamos, como un bien común, o si se prefiere como parte de la riqueza de un país).
Al establecer un marco laboral como modelo de relación de servicio, éste ha de establecer los limites de lo que es considerado un trabajo determinado (como se establecen las horas, las condiciones, los salarios). Estaría por ver si ese marco podría abordar otro marco ético de los límites: que son las motivaciones para subrogar, ¿es más válida una subrogación de una pareja heterosexual que no puede concebir que la de una mujer sola que no puede permitirse dejar su trabajo -o cuyo trabajo depende de su estado físico, pongamos una actriz o modelo- y que contrata a otra para que lo haga por ella? Más aun si la relación contractual de unos y otra son la misma ¿qué se nos activa ahí para reprobar lo segundo frente a lo primero? Pensando en la percepción diferencial del deseo/derecho de unos y otra igual salen algunos fantasmas respecto a la imagen de maternidad (y familia) que tenemos, pero seguro salen también algunas condiciones del mercado respecto a las mujeres, que hay que seguir cuestionando y denunciando, amén de la tiranía cultural sobre el físico femenino.
Hilando con lo anterior, ya que estamos, otra de las cuestiones sobre la mesa, es la relación entre maternidad y crianza. Algo que, en determinados debates, parece completamente escindido. Sin juzgar, a priori, esa escisión (pues es ambivalente y hay, por tanto, una lectura interesante en esa separación), sí nos puede servir para problematizar ambas.
Cuando empezamos hablando de gestación subrogada, los debates, en muchos casos, suelen derivar en algún punto a las cuestiones de la crianza y la protección de la infancia precisamente porque en la regulación del deseo materno por subrogación los elementos movilizadores tiene más que ver precisamente con el derecho privado a la procreación que con al derecho colectivo al cuidado de la infancia. Hay, se ha nombrado ya, un código biologicista fuerte ahí: la maternidad subrogada y muchas de sus normas regulatorias (especialmente la coherencia fenotípica en el caso de donación de óvulos y esperma) dan cuenta de ello. Pero cuando se habla de crianza rara vez se cuestiona la maternidad en sentido de “posesión” de la criatura; en algunos foros y comunidades se han abierto debates (y algunas prácticas) sobre crianza compartida, pero aun en ese intento, el peso del parentesco es evidentemente desproporcionado respecto a la participación de terceras personas. Es decir: la maternidad y paternidad se asocia con un mayor poder y posesión que otras formas de participación en la crianza. El parentesco es, entonces, una clave también para pensar las relaciones, los deseos y el mercado.
Aprovecho, por ir terminando, para introducir la última cuestión que quería mencionar, y es la cuestión de los vínculos para pensar en esos horizontes utópicos de imaginación política tan necesarios en cualquier ejercicio político para pensar otros modelos posibles, en este caso de familias, de crianza, de gestación, de salud y de trabajo que se basen en eso que llamamos “lo común”.
Los vínculos como elemento sustitutorio en el papel de instituciones de mediación que actualmente tienen las clínicas privadas. La regulación actual establece como obligatorio el anonimato de la donación (algo que en gestación no es posible hacer porque no podemos borrar el cuerpo de la gestante de la ecuación). Esa exigencia de anonimato fija a las clínicas privadas como únicas instituciones garantes y por tanto mediadoras de la relación. Desmercantilizar esa mediación, supondría sustituir el papel de las clínicas privadas por otras institucionalidades con otro modelo de gestión que, de paso, pusiesen un poco patas arriba las cuestiones de parentesco, coherencia fenotípica, posesión o asimetría económica.
No es posible pensar un mercado altruista, y por tanto una relación no mercantil ha de ser necesariamente sustituida por otro tipo de vinculación: los vínculos sociales, afectivos, comunitarios, que no son un amor abnegado, sino una des-privatización***** de la gestión de la reproducción social. Quizá así, y sin ánimo de concluir nada, si hablamos de trabajo y vínculos podamos -llegar a imaginar- desligar trabajo de servidumbre.
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* De entre ellas dejo aquí dos aportes de dos compañeras con las que nos preguntamos sobre esto de abrir debates amplios: La externalización del embarazo y el parto: algunas ideas para el debate y Hacia un discurso feminista coherente sobre la gestación subrogada
** En referencia al Taller ¿Gestación subrogada? Debates desde la disidencia
*** En este mismo blog: Gestación subrogada, neoliberalismo y cuidados: bioeconomías en expansión
****Entiéndase aquí los derechos siempre como algo colectivo.
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