Violencia machista
Respuesta del feminismo anticapitalista contra el terror sexual

Como ya han analizado muchas pensadoras e investigadoras feministas, el terror sexual es una herramienta usada por el patriarcado para ejercer el control social sobre las mujeres. En este artículo construido en común denunciamos los mecanismos que arman el terror sexual y la respuesta que podemos dar desde el feminismo anticapitalista.
Xarxa de Feministes Anticapitalistes dels Països Catalans
25 nov 2022 08:00

Los pinchazos a mujeres en espacios de ocio, fiestas mayores o transportes marcaron la agenda mediática durante el verano pasado. Desde que se dieron las primeras agresiones, se hizo evidente que no solo se trataba de un nuevo método de sumisión química. En la mayoría de casos, el pinchazo no causó efectos físicos; en otros, ni siquiera se inyectó ninguna sustancia. Pero todos, de forma consciente o inadvertida, cumplían con un propósito: generar alarma y pánico, inocular terror sexual.

El terror sexual es una de las estrategias clave del patriarcado para ejercer control social sobre las mujeres, someterlas a través del miedo y el disciplinamiento de su comportamiento. Tal y como señala Maitena Monroy, experta en autodefensa feminista, “el terror sexual genera muros simbólicos que frenan a las mujeres en el ejercicio y disfrute de sus derechos. Es una amenaza no concretada pero real, que facilita un control aceptable sustentado en una falsa protección”. Cabe entenderlo, pues, como una estrategia patriarcal que busca disciplinar a las mujeres por querer ocupar libremente el espacio público; por querer abandonar los roles de subordinación en el hogar, en el ámbito laboral o en los espacios de socialización; por no adherirse a los preceptos de la sexualidad heteronormativa y casta del amor romántico.

El terror sexual es una de las estrategias clave del patriarcado para ejercer control social sobre las mujeres, someterlas a través del miedo y el disciplinamiento de su comportamiento

Es una amenaza que, además, suele proponer su propia solución: tenemos que hacer caso y “dejarnos proteger”, por los padres, por los hermanos, por los novios, por la policía, por las instituciones. Todo desde una perspectiva patriarcal, moralista, punitivista y colonial que nos culpa de la violencia y que nos niega la capacidad de respuesta, individual y en colectivo, ante las agresiones. Según afirma la politóloga Nerea Barjola, “es una sumisión de los cuerpos a través de las ideas”. O, como recuerda también la abogada Laia Serra, “es un crimen de mensaje”, ya que la violencia sexual agrede a una mujer, pero impacta en los derechos y las libertades de todas.

¿Cómo se propaga el terror sexual?

Las narrativas del terror sexual se despliegan en gran medida a través de los medios de comunicación, y buscan producir una subjetividad moral y colectiva que apela a las emociones de miedo y de supervivencia. Como una especie de fantasma recurrente, se aparece a generación tras generación de mujeres como relato aleccionador, tal como expresa Nerea Barjola cuando analiza el caso Alcàsser. Según datos recientes del Instituto de las Mujeres, un 60,7 % de las mujeres de entre 18 y 25 años declara haber tenido miedo a sufrir algún tipo de violencia sexual en espacios públicos. Estos datos no se explican sin narrativas que, a través de recursos como el énfasis en el peligro, el escándalo y la morbosidad, instauran un clima de preocupación, temor y alarma generalizado.

Por otro lado, están las retóricas condescendientes que responsabilizan de la agresión a las mismas que la sufren y, a la vez, nos enmarcan a todas en lo que se ha llamado indefensión aprendida. En una actitud pasiva por el miedo a que defenderse traiga consigo consecuencias peores, cuando probablemente tendríamos opciones para protegernos ante una situación de violencia. Justamente en el caso de los pinchazos, hemos visto que tanto las mujeres agredidas como las personas que iban con ellas han reaccionado de forma loable a las agresiones (incluso muchos locales han actuado de forma correcta y han adoptado protocolos de actuación). En cambio, de nuevo el foco de los medios mayoritarios se ha centrado en muchas ocasiones en la indefensión de las mujeres como hecho inevitable. Se hace énfasis en el desempoderamiento, y no en cómo la reacción de las mujeres demuestra que estos últimos años de sensibilización y trabajo feminista han dado frutos.

El foco de los medios mayoritarios se ha centrado en muchas ocasiones en la indefensión de las mujeres como hecho inevitable. Se hace énfasis en el desempoderamiento, y no en cómo la reacción de las mujeres demuestra que estos últimos años de sensibilización y trabajo feminista han dado frutos

Estos mensajes de miedo y desempoderamiento se reproducen, a su vez, en los espacios afectivos y de seguridad: en la escuela, en la familia, en el grupo de amistades... Maitena Monroy señala que el imaginario del terror se construye así de forma más efectiva, ya que “los mensajes son asimilados como un ejercicio de afecto y de protección, en lugar de como el ejercicio de control que son”. Esta “amenaza no concretada”, como dice la activista, es además “asumida como algo natural, imposible de combatir”. El hecho o no de sufrir una agresión dependerá de nosotras, de si las incitamos o no con nuestras acciones. No podemos disfrutar, no podemos bailar, no podemos vestir provocativas, no podemos beber, no podemos marcharnos con desconocidos.

En definitiva, somos nosotras las que continuamos en el centro del debate, lo que no solo nos responsabiliza de las agresiones y los miedos que sufrimos, sino que deja a los hombres que cometen estas agresiones en concreto, y la construcción de la masculinidad en general, absolutamente al margen del debate público. La otra cara de la moneda de la construcción de las mujeres como víctimas pasivas es la construcción de una masculinidad agresiva, que no puede poner freno a su deseo sexual, y que se impone a la voluntad de las mujeres.

En este sentido, es tan importante hablar de cómo las mujeres debemos salir del lugar de víctimas y de nuestra indefensión aprendida como hablar de cómo se construye y se reproduce la masculinidad hegemónica. Debemos interpelar a los hombres en este debate y poner el foco en la responsabilidad social de superar estos mandatos de género. Al fin y al cabo, los hombres que cometen agresiones no pueden ser vistos como monstruos excepcionales, como tampoco los hombres que no las cometen o que despliegan funciones de protección deben ser vistos como héroes. Toda la estructura social, material y simbólica lleva a estas masculinidades que debemos cuestionar y desmontar.

Más allá del punitivismo y las instituciones

Las narrativas de terror sexual también toman fuerza cuando se pone el foco casi exclusivamente en las violencias sexuales, siempre presentadas dentro de este marco contradictorio en que la agresión se presenta como algo excepcional (pero la amenaza es permanente) ejercida por un desconocido violento (pero al mismo tiempo la responsabilidad es de la víctima). Así se invisibiliza el patriarcado como estructura social, así como las otras violencias que se ejercen para mantenerla.

Estas narrativas del terror ayudan, además, a la instrumentalización de la lucha feminista para justificar una reacción exclusivamente punitiva por parte de las instituciones, en lugar de aceptar el reto de educar a la sociedad, especialmente a los hombres cisgénero, en una sexoafectividad sana, basada en el respeto, el deseo, el consentimiento y la corresponsabilidad. De nuevo en el caso de los pinchazos, hemos visto cómo las instituciones casi siempre han respondido con la solución policial; en algunos casos, incluso se ha criminalizado y perseguido a compañeras de puntos lila por ser ellas las primeras en atender denuncias por pinchazos, como ocurrió en el caso de las fiestas mayores de Algorta, en Euskadi.

Contra el terror sexual, el poder punitivo receta el aumento de efectivos policiales o colocación de cámaras de videovigilancia. Toma como bandera una supuesta defensa de las mujeres (de la que excluye a las mujeres migrantes) para limitar derechos y libertades

Contra el terror sexual, el poder punitivo receta el aumento de efectivos policiales o colocación de cámaras de videovigilancia. Toma como bandera una supuesta defensa de las mujeres (de la que, no obstante, excluye a las mujeres migrantes) para limitar derechos y libertades, especialmente los de las comunidades más impactadas por la vigilancia masiva y la violencia institucional.

Al mismo tiempo, el terror sexual refuerza todo el complejo entramado de relaciones sociales configurado sobre la base patriarcal de opresión a las mujeres. Cuando decimos que la justicia es patriarcal o que la pobreza tiene rostro de mujer, queremos mostrar precisamente que ni el patriarcado es únicamente un elemento cultural, ni tampoco lo derrotaremos únicamente con respuestas culturales. Así pues, a pesar de que la educación es una herramienta imprescindible para el cambio de conciencia social respecto al machismo, no podremos lograr un empoderamiento real como mujeres mientras continuemos experimentando mayor precariedad en nuestras vidas.

Vivir en una situación de dependencia económica, tener miedo a perder a los hijos a causa de leyes racistas, no poder disponer de tiempo para formarse por tener que combinar tres trabajos mal pagados y los cuidados... Son dificultades para poder ejercer nuestra autodefensa feminista ante la violencia machista. Las instituciones ni siquiera mencionan cómo las políticas sociales y económicas que promueven impactan en las mujeres a quienes dicen querer defender con las reformas del código penal o con el aumento de policía.

Red, comunidad y autodefensa feminista

Tal como dice Nerea Barjola, “el feminismo es la herramienta que contextualiza la violencia sexual, le pone nombre, la pone en su lugar, la (de)sitúa de su variable terrorífica y le confiere importancia política. No es un suceso o un caso aislado, es violencia machista, es la norma imperante. Por tanto, es des de la autodefensa feminista que se debe seguir plantando cara al terror sexual”.

Como se apuntaba antes, las respuestas que hemos visto en el caso de los pinchazos nos demuestran que podemos enfrentarnos a las agresiones si nos cuidamos las unas a las otras, si reaccionamos cuando una mujer es agredida. Todavía queda camino por recorrer, pero esto nos demuestra que se va consolidando el potencial de ir más allá de la denuncia y llegar a la intervención, tanto a nivel individual como colectivo, y finalmente estructural. Sentir que contamos con herramientas y una red que va a responder en una situación de agresión, es una de las claves para derrotar el terror sexual y para desarmar a quienes lo utilizan como estrategia para reproducir el miedo. Sin el miedo, el terror sexual no funciona.

La autodefensa feminista debe partir de las mismas mujeres que sufrimos la violencia, pero tiene que ir un paso más allá e implicar al conjunto de la comunidad a la hora de desterrar los discursos de terror sexual y la violencia machista

La autodefensa feminista, por tanto, debe partir de las mismas mujeres que sufrimos la violencia, para defendernos de forma colectiva, pero tiene que ir un paso más allá e implicar al conjunto de la comunidad a la hora de desterrar los discursos de terror sexual y la violencia machista. De la misma forma que hemos visto durante los últimos años cómo era posible dar una respuesta y salir del lugar pasivo donde nos quería colocar, podemos también repensar el concepto de seguridad como algo que construimos entre todas, conjuntamente, en lugar de venir proporcionada por el estado y sus recursos policiales. Un ejemplo cotidiano lo tenemos en los bloques de la PAH, donde se pone freno a las violencias machistas desde el control comunitario. Por tanto, es necesario seguir generando red vecinal, y así consolidar y proteger los pasos hechos ante el avance del terror sexual y de la contraofensiva reaccionaria. Las comunidades fuertes y bien cohesionadas, construidas alrededor de consensos como el feminismo, son el dique de contención ante estas amenazas.

Las Feministas Anticapitalistas dels Països Catalans tejemos redes de apoyo mutuo para ejercer nuestra capacidad de agencia en casa, en la calle, en el ocio y en todas las esferas de nuestra vida. Denunciamos pública y conjuntamente las violencias machistas, físicas y discursivas, para dotarlas de la relevancia política y mediática que tienen. Nos damos apoyo en los casos de represión política que sufrimos por todo el territorio, por parte de un estado que quiere silenciar nuestra lucha. Nos reunimos y trabajamos en asambleas de barrio, con otras colectivas de nuestras ciudades y del territorio; creamos comunidad resiliente y resistente a los discursos del pánico. Compartimos herramientas y recursos para formarnos en autodefensa feminista, en el uso de nuestra propia fuerza, en conocernos a nosotras mismas para empoderarnos de forma individual y colectiva. Nos acompañamos en el miedo hacerle frente y dar respuesta a cualquier agresión. A pesar de opresiones y represiones, no olvidamos que el feminismo es un proyecto transformador que va más allá de las violencias y propone una enmienda a la totalidad de un sistema explotador, jerarquizado e injusto.

Y a la vez que nos hacemos fuertes y nos organizamos mejor, calle a calle y barrio a barrio, continuaremos plantando cara a todos aquellos que nos atacan y que legitiman políticas y discursos que atentan contra nuestra libertad y nuestros derechos. Los medios de comunicación que reproducen estos discursos. Las instituciones que nos victimizan y nos revictimizan. Los partidos que utilizan los derechos de las mujeres para implementar más control social. Los empresarios que se aprovechan todavía más de nuestras situaciones de vulnerabilidad. Ya hemos aprendido que juntas somos más fuertes, y trabajamos para ser imparables. Conseguir que el feminismo avance es la mejor manera no solo de protegernos del terror sexual y la violencia, sino también de avanzar hacia una sociedad donde todas seamos libres.

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yermag
25/11/2022 12:36

El artículo está muy bien. Es poco comprensible hablar de "terror sexual" en vez de terrorismo. La definición más extendida de terrorismo es esta que describe el artículo, causar terror con fines políticos, en éste caso reaccionarios. Los pinchazos a mujeres, y a algun hombre, son parte del terrorismo ultraderechista, organizado en torno a Vox o no (es de momento indemostrable), pero no es "terror sexual" es terrorismo fascista. Pinchar a alguien no tiene porque tener un componente sexual, pinchar sobre todo a mujeres es una forma de violencia fascista - machista del entorno de Vox. Y la Ley de Partidos se creó para ilegalizar este tipo de violencias con brazo político (y con esa éxcusa ilegalizaron solo a H.B. y al PCE-r ). Es hora de llamar a las cosas por su nombre: Terrorismo ultraderechista, que nace del entorno de Vox. Unos pinchan, otros vomitan su odio en el Congreso de los Imputados.

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