Opinión
Veinticinco años de los crímenes de Alcàsser

El hecho de que el crimen de Alcàsser, del que se ha cumplido un cuarto de siglo, sea un caso de violencia machista no parece haber permeado la memoria colectiva.

Pasquín del Ayuntamiento de Alcàsser
Pasquín del Ayuntamiento de Alcàsser con información para localizar a las tres chicas desaparecidas en noviembre de 1992.
20 nov 2017 11:15

La noche del viernes 13 de noviembre de 1992, Toñi, Miriam y Desirée desaparecían para siempre en algún punto de la carretera que une las localidades de Alcàsser y Picassent. La primera tenía quince años, la dos últimas catorce. Habían salido de su casa a media tarde para ir a la discoteca Coolor, donde se celebraba una fiesta en la que se recaudaban fondos para el viaje de fin de curso.

El padre de Miriam iba a llevarlas en coche, pero esa tarde se encuentra mal. Tiene fiebre y no se siente capaz de conducir hasta Picassent. Las tres adolescentes deciden ir a la discoteca en autoestop. Es una carretera concurrida y no tardan en recogerlas.

Sin embargo, el chico que las acaba de montar en su coche no puede llevarlas hasta la sala. El motor falla a menos de un kilómetro de su destino. Miriam, Toñi y Desirée se bajan y caminan hasta una gasolinera cercana para buscar otro coche.

El último tramo de la carretera entre Alcàsser y Picassent es oscuro y no hay viviendas junto a la carretera, así que las adolescentes piensan que es mejor no recorrerlo andando. Sin embargo, las cámaras de vigilancia de la gasolinera no llegan a grabarlas allí. La noche acaba de tragárselas.

La inquietud de las familias crece durante todo el fin de semana. Miriam, Toñi y Desirée han salido de su casa con lo puesto y sin dinero. La llegada del lunes hace cada vez más evidente que no se trata de una huida voluntaria, como había creído la policía hasta entonces. La búsqueda comienza.

Durante los primeros días, la investigación se centra en los amigos de las menores y en los clientes habituales de la discoteca. Varios testigos aseguran haber visto a las adolescentes aquella noche caminando por la carretera, pero no recuerdan nada más. Demasiadas pistas falsas, demasiados rastros que no llevan a ninguna parte.

La policía está segura de que las adolescentes no llegaron a la discoteca, así que amplía la búsqueda a los reclusos de Picassent que habían salido esos días. Durante dos semanas sigue la pista de un hombre que satisfacía sus deseos sexuales en un descampado de la zona con muñecas que compraba en una tienda cercana. Los medios explotan la historia sin descanso, la búsqueda comienza a alimentar horas y horas de televisión.

La atención mediática provoca la aparición de cientos de testigos que aseguran haber visto a las adolescentes en distintos puntos del país. Se organizan dispositivos policiales en varias ciudades y la búsqueda se amplía a medida que pasan los días.

El ministro de Interior, José Luis Corcuera, y el presidente del Gobierno, Felipe González, se entrevistan con las familias de las adolescentes. En el caso de González, el encuentro se celebra el día de Nochebuena. El dolor de las víctimas genera mucho rendimiento y todos quieren sacarle partido.

La mañana del miércoles 27 de enero de 1993, exactamente setenta y cinco días después de la desaparición, dos apicultores descubren un brazo humano medio desenterrado en las cercanías de sus colmenas. El lugar se conoce como La Romana, un paraje montañoso en el término municipal de Llombay, a 22 kilómetros de Alcàsser.

Cuando la Guardia Civil desentierra el cadáver descubre otros dos más. Los tres cuerpos están maniatados y envueltos en una alfombra, apilados unos encima de otros pero sin tocarse entre sí. A pesar del avanzado estado de descomposición, los signos de tortura son evidentes. Los cadáveres pertenecen a tres mujeres.

La violencia mediática

Los familiares de las adolescentes acuden al ayuntamiento de Alcàsser para conocer los resultados de la autopsia preliminar. Allí les espera Nieves Herrero, una de las periodistas más populares del momento. Su programa retransmite en directo lo sucedido desde que se ha filtrado el hallazgo de los cuerpos. En un plató improvisado en el salón de plenos, las cámaras graban el momento exacto en el que los familiares son informados de los resultados. El dolor de los padres es retransmitido en directo a millones de televisores. Para aumentar el impacto visual, la presentadora ha repartido fotos de las adolescentes a los padres y les anima a que abracen los retratos y hablen con ellos.

Durante los meses siguientes, el caso Alcàsser alcanzará unas cotas de violencia mediática sin precedentes hasta entonces. La retransmisión en directo de los resultados de la autopsia preliminar es considerada el nacimiento de la telebasura en el Estado español, pero después de aquella emisión vendrán muchos otras.

Algunos de los programas más seguidos del momento, como Esta noche cruzamos el Mississipi y Quién sabe dónde, reproducirán hasta la náusea cada uno de los detalles del crimen y de la vida de las adolescentes. La violencia mediática se ensaña con ellas.

Los tertulianos debaten sobre si las adolescentes tenían la menstruación, si salían con muchos chicos, si iban vestidas de forma provocativa. Las culpan de ser demasiado imprudentes, demasiado confiadas. Las hacen responsables de su violación, su tortura y su asesinato.

En aquel momento, el caso Alcàsser no fue interpretado como un asesinato machista. Se buscaron toda clase de explicaciones, pero en ninguna de aquellas miles de horas de televisión se dijo que Miriam, Toñi y Desirée habían muerto por ser mujeres.

No importa quién fuese el responsable o si había más implicados además de Anglès y Ricart: las violaciones, torturas y asesinatos de Alcàsser fueron realizados por un puñado de hombres que se divirtieron con el dolor y la humillación de las víctimas y que actuaron protegidos por una sociedad que les da el derecho de ejercer violencia sobre el resto de cuerpos.

Hombres a los que nos gustaría llamar monstruos pero que sabemos que en realidad son ciudadanos honrados, padres de familia, funcionarios comprometidos, ejecutivos exitosos, vecinos simpáticos. Engranajes perfectamente funcionales de la trituradora patriarcal, miembros completamente adaptados a la sociedad que la hace posible.

La herida colectiva

La reproducción constante de los detalles del caso en los medios contribuyó a fijarlo en la memoria colectiva. Alcàsser se convirtió en un trauma, en una herida, en un catalizador del miedo y el dolor.

Demostraba que aquella imagen triunfalista de un país moderno y avanzado que los políticos se empeñaban en vender a base de especulación inmobiliaria y eventos masivos escondía mucho más de lo que mostraba. Los estadios recién estrenados y los alaridos de Monserrat Caballé y Freddie Mercury no podían tapar la violencia soterrada, esa que los sujetos subalternos sufren de forma constante y que de vez en cuando estalla ante los ojos de la audiencia.

Todas las sociedades tienen traumas colectivos. Sucesos como la caída de las Torres Gemelas, la explosión de las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki o las matanzas de Utoya y Colombine actúan como catalizadores sociales del miedo y el dolor.

En nuestra sociedad, uno de esos traumas es sin duda el crimen de Alcàsser. Sin embargo, el hecho de que sea un caso de violencia machista no parece haber permeado la memoria colectiva.

En estos días, veinticinco años después de aquel suceso, vemos cómo la televisión sigue reproduciendo la misma violencia mediática que empleó entonces. Los programas de máxima audiencia rebuscan en los perfiels en redes sociales de las víctimas para cuestionar su testimonio mientras vociferan sobre una presunción de inocencia que nunca respetan cuando los acusados son migrantes, o musulmanes, o gitanos.

Los tertulianos repiten hasta la náusea los detalles escabrosos del caso mientras hacen encuestas a la audiencia sobre si la víctima consintió o no su violación, fingiendo una supuesta objetividad que ya no es capaz de engañar a nadie.

Sin embargo, los constantes intentos de despojar de significado los sucesos que construyen nuestra memoria colectiva no han conseguido su objetivo. Miriam, Toñi y Desirée están en nuestra memoria como las víctimas de la violencia patriarcal que fueron, una violencia que se expresó en su violación y asesinato pero también en su culpabalización en los medios. La violencia del crimen de Alcàsser forma parte de nuestra genealogía, esa que sirve para aprender y da armas para luchar.

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