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Violencia machista
Armenia: un país marcado por la guerra y la violencia machista
Mariam Geovorgyan sufrió malos tratos por parte de su marido durante diez meses antes de atreverse a denunciar. Su marido y su suegra la agredían física y verbalmente hasta que en 2012 el tribunal dictó sentencia: el marido fue liberado de prisión después de menos de tres años en la cárcel, mientras que la madre fue condenada a dos.
Manu Guloyan murió en 2012. Su muerte fue declarada suicidio a pesar de la insistencia de sus padres en que no lo fue. Su familia, conocedora del maltrato que sufría por parte del marido, insistió en que la mató él. El caso se reabrió y se demostró que, tras sufrir meses de maltrato, su esposo la asesinó.
Mariam y Manu son algunas de las mujeres que Anahit Hayrapetyan mostró en su crónica fotográfica Princess to Slave. Su reportaje refleja la desgracia de ser mujer en Armenia, uno de los países con más casos de violencia machista y familiar, con menos mecanismos legales que ayuden a las víctimas y con mayor tolerancia social hacia el maltrato.
Pero, ¿quiénes son las verdaderas víctimas de la guerra?, ¿por qué las mujeres han sido utilizadas y violadas a lo largo de la historia de Armenia?, ¿cuál es la situación actual de violencia contra las mujeres en este país?
La historia de un genocidio
Entre 1915 y 1923, dos millones de armenios fueron perseguidos y asesinados por el gobierno de los Jóvenes Turcos en el Imperio Otomano. Lo que hoy conocemos como genocidio armenio es una de las mayores tragedias que esconde la historia de este país, pero no es la única. En 1991, tras la desintegración de la URSS, Armenia y Azerbaiyán se convirtieron en países independientes y comenzaron su lucha por Nagoro-Karabaj. Territorio reconocido de manera internacional como parte de Azerbaiyán pero más ligado a Armenia en lo que a cultura e historia se refiere, comenzó una guerra cuyas consecuencias van más allá de lo económico: muerte, violencia, abuso, masacre, tristeza…
Entre un clima de tensión y esporádicos “altos al fuego”, en 2016 murieron dos centenares de armenios. Hace menos de un año se retomó una guerra que obligó a muchos armenios a exiliarse de nuevo. En 2020 murieron decenas de civiles por el uso indiscriminado de armas en el conflicto y unas 75.000 personas tuvieron que abandonar sus casas y dejar Nagorno-Karabaj.
Mientras los altos cargos de Azerbaiyán y Armenia combaten por lo que creen que les pertenece, los civiles luchan por salvar sus vidas de los bombardeos que destrozan sus vidas. Así ocurrió antes de la llegada de las tropas azeríes a Nagoro-Karabaj: muchos habitantes abandonaron y prendieron fuego a sus hogares para huir de la guerra rumbo a la frontera con Armenia.
Crímenes de guerra grabados en vídeo por las tropas de cada bando y publicados en redes sociales por ellos mismos, como las ejecuciones de combatientes de ambos bandos. Exilio de mujeres y niños, fuego, muerte y violencia. Episodios que parecen recordar al genocidio sufrido en la Armenia de 1915. Mardirós Chitjian fue uno de los sobrevivientes de aquel holocausto de principios del siglo XX. Entonces tenía 14 años. En su libro relata la masacre de la que fue testigo en Jarpert: “Cientos de cuerpos armenios asesinados, desfigurados de las maneras más atroces que es dado imaginar; hombres, mujeres, ancianos y jóvenes, niños y bebés. Nadie se salvó. Sus cuerpos habían sido esparcidos o amontonados unos encima de otros”. Expone Chitjian en Al filo de la muerte. Las memorias de Hampartzoum Mardiros Chitjian, sobreviviente del Genocidio Armenio (AIP-PEN-KIM ediciones, 2014).
El genocidio o la guerra en Armenia son solo el reflejo de miles de conflictos que a lo largo de la historia se han basado en la creencia de que las fronteras delimitan como propio un territorio. El ansia de poder y de victoria frente al enemigo ha estado -y está- siempre por encima de la vida de la población. Una población que, frente a la incapacidad de luchar contra misiles y bombas, solo ha tenido dos opciones: huir o morir.
La mujer como arma de guerra
En 1915, Aurora Mardiganian fue testigo de cómo el ejército turco asesinaba a su familia en el genocidio armenio. Después, obligada, tuvo que dejar su país y marchar en caravana durante kilómetros hasta Siria. En esa marcha fue secuestrada y vendida como esclava a cambio de salvar las vidas que quedaban de su familia. Las demás mujeres que la acompañaban también fueron violadas o esclavizadas. Algunas se veían obligadas a casarse con su violador y ser esclavizadas y otras, lejos de pensar que esta era la peor opción, se suicidaban arrojándose al Éufrates. Aurora consiguió escapar y escribió Subasta de almas,, donde cuenta cómo ella misma sobrevivió al genocidio armenio. Posteriormente Ravished Armenia o Subasta de Almas se convertiría en la primera película muda representativa del genocidio armenio.
No todas sobrevivieron. Y muchas de las que lo consiguieron llevan marcado en su piel el recuerdo de su sufrimiento: los tatuajes que las identificaban como esclavas sexuales para que todos sus vecinos recordasen a diario su origen y condición. Suzanne Khardalian, cineasta armenia, no entendía lo que escondía su abuela bajo los guantes y en la frente. Cuando descubrió que había sido violada, esclavizada y tatuada grabó el documental Los tatuajes de la abuela. Como expone Virginia Mendoza en Heridas del Viento. Crónicas Armenias (La línea del horizonte, 2015), “Estos pequeños tatuajes, antiguos amuletos en Oriente Medio, se convirtieron en estigmas y detonantes del escarnio público al que eran sometidas sus portadoras armenias.”
La violencia sexual contra las mujeres como arma de guerra no sólo ocurría en la Armenia de 1915. En países como México, Colombia o Siria -entre otros- también se ha utilizado como símbolo de venganza y poder. Ellas son las principales víctimas sexuales durante las guerras porque esta violencia sirve para lanzar un mensaje al enemigo. Según explica la antropóloga y feminista argentina Rita Segato (2017) en una entrevista para la revista Contexto y Acción, este mensaje “es un signo de arbitrio, o sea, de dominio. Da un mensaje de jurisdicción, de control territorial. Quien puede matar mujeres, torturarlas hasta la muerte sabiendo que quedará impune, está pasando un mensaje de dominación a la sociedad, de dueñidad, en un mundo de dueños.”
Como aclara Raquel M. Alonso en Cuando el cuerpo de la mujer se usa como un arma más en las guerras (RTVE, 2020), la violencia va más allá del simple acto: “Cuando los conflictos se alargan, la violencia sexual deja de ser un arma para formar parte de la normalidad”. Violaciones reiteradas, asesinatos, conversiones forzadas al Islam, marchas obligadas, prostitución… Como en muchas otras guerras, las mujeres sobrevivieron como pudieron. Las mujeres armenias fueron sometidas y algunas, las que no se volvieron locas o se suicidaron, hicieron y hacen lo que pueden con sus cuerpos arrasados. Hoy, siguen luchando contra la violencia machista que impregna la sociedad.
Viviendo con la violencia
Aunque 105 años después Turquía no reconozca que fue un genocidio, las heridas del holocausto armenio han provocado en el país un clima de inseguridad en las mujeres. Mujeres que, durante la guerra, se dedicaron a lo único que se les ha permitido durante la mayoría de la historia: cuidar, alimentar y esconderse. En plena guerra de 2020, Los sótanos de Stepanakert en Nagorno Karabaj, se llenaron de vida. Un grupo de mujeres hicieron de los sótanos su refugio y el de todos los que lo necesitaran. Ante el miedo de perder a sus hijos y maridos en el frente, se dedicaron a hacer todo lo posible por sacar adelante a niños, ancianos y enfermos.
La violencia machista ya no es algo exclusivo de la guerra en Armenia. Según los datos del Consejo de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, siete de cada diez mujeres sufren maltrato por parte de algún familiar y el 61% vive bajo un control estricto de su familia y con sus libertades coartadas. Las razones más comunes por las que son maltratadas suelen ser supuestas infidelidades o falta de atención a los hijos.
Como afirma Amnistía Internacional en Sin Orgullo y en silencio: Violencia sexual y doméstica contra las mujeres “en Armenia, los usos y costumbres sociales aceptan en gran medida la violencia contra las mujeres, y hasta la justifican. Tales actitudes, lejos de circunscribirse a los hombres, son habituales entre las propias mujeres y representan un obstáculo fundamental para la protección y realización de sus derechos.” La aceptación de la violencia machista en la sociedad armenia es el principal problema de las mujeres de este país. Aquellas que sobreviven, viven en silencio por las presiones familiares para que la violación “no salga de la familia”. El motivo es la vergüenza social que supone el divorcio. Aunque el divorcio en Armenia es legal, en este país impera la opinión de que es preferible una familia violenta a una familia divorciada.
La opresión de la mujer está presente en la impunidad del agresor, ya que muy pocos casos de violencia machista en el ámbito familiar llegan a los tribunales. Según Amnistía Internacional, “la víctima tiene que presentar denuncia, algo bastante improbable.” Ante la incapacidad de defensa y la falta de una ley que aborde específicamente la violencia machista, asumen los abusos como algo inevitable.
Las mujeres armenias son el reflejo del machismo integrado en nuestra sociedad. A diario las mujeres sufren violencia psicológica, insultos, violaciones, privación de recursos económicos o asesinatos. Ante estos abusos, en el caso de que la mujer decida expresarlo o denunciar, la respuesta por parte de la policía es nula. En la mayoría de los casos, la policía defiende que la violación es un “asunto familiar” privado y deciden no implicarse.
Como explica Diario Armenia (2021), el primer mes después de anunciada la cuarentena por la pandemia del COVID-19, UNICEF Armenia informó que los casos de violencia de género en el país aumentaron un 30%. Aunque en 2018 se aprobó una ley sobre violencia familiar, “el Código Penal armenio establecía como objetivos restaurar la armonía en la familia y reconciliación, algo que podía entenderse como un incentivo a la víctima para que vuelva con su victimario.”
La voz de mujeres como Aurora Mardiganian o documentales como Los tatuajes de la abuela, abrieron la puerta a conocer el feminicidio cometido en 1915 en Armenia. Las mujeres que sufrieron la esclavitud y los abusos sexuales durante la guerra ahora los sufren en el seno de sus propias familias. Eliminar la violencia contra las mujeres es tarea pendiente para Armenia y para muchos otros países. La normalización de la violencia en la propia familia y en la sociedad es un obstáculo difícil de superar para las mujeres armenias. La situación de las mujeres en Armenia podría mejorar con un cambio de mentalidad social donde no haya cabida ni para el machismo, ni para la violencia contra las mujeres.