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Libertad de expresión
Los 6 de Zaragoza, pendientes del Supremo. La manifestación antifascista que se convirtió en una pesadilla
17 de enero de 2019, aunque ya es de noche, todavía no son ni las siete de la tarde. Pedro ha quedado con uno de sus mejores amigos, hace unos días vio en Instagram que se convocaba una manifestación en contra de un mitin de Vox, que se celebraba ese mismo día. Fiel a sus principios no dudó ni un momento en acudir.
La manifestación arrancaba en la entrada del Parque Grande, una vez allí la intención era que la protesta fuese avanzando hasta el auditorio de Zaragoza, dónde se estaba llevando a cabo el discurso de Santiago Abascal. El recorrido no era muy largo, no les llevaría más de media hora, o al menos eso es lo que pensaban.
Cuando llegó, para su sorpresa, había bastante gente, serían unas cien personas. Lo cierto es que no tenía muchas esperanzas, porque en pleno enero a 2 grados de temperatura, la idea igual no resultaba demasiado atractiva para muchos.
Conforme se fue adentrando entre la gente reconoció a varios colegas “Ya los saludaré después” pensó Pedro.
La policía ya había llegado. Pudo escuchar como alguna persona se quejaba de que les habían confiscado unas pancartas, lo cierto es que tampoco le sorprendió demasiado, pero no le dio más importancia. A pesar de eso, parecía todo en orden.
A las siete en punto comenzó la manifestación. La policía seguía de cerca al grupo. Desde el primer minuto llevaban las porras en la mano. “Es su trabajo, supongo” consideró Pedro. Todo le resultaba bastante irónico, las personas que estaban promulgando un discurso de odio, y los que estaban siendo partícipes de él, estaban sentadas en un recinto público, nada menos que en el auditorio de Zaragoza, sin ninguna objeción ni impedimento. Sin embargo, a ellos les escoltaba la policía, como si fuesen delincuentes.
Comenzaron a avanzar hacia el auditorio, el ambiente estaba cada vez más cargado. Conforme caminaban, sin darse cuenta, la policía les bloqueó el paso. Era imposible que continuaran por ahí. En ese momento, la manifestación dio la vuelta y acto seguido los agentes empezaron a cargar contra los manifestantes.
El instinto natural era echar a correr, intentando esquivar a los policías. Todo el mundo huía, cada quien por un lado. Mientras Pedro corría, no podía creer semejante despropósito nada más empezar la mani. Pensó en irse a casa, pero había agentes por todos lados y era imposible salir de la zona.
La manifestación, que en esos momentos pasó a ser más bien una persecución policial, trataba de avanzar por la Gran Vía hasta plaza San Francisco. El ambiente ya sí que sí estaba caldeadísimo. Ya en la plaza, muchos de los manifestantes se refugiaron en el campus universitario. La Universidad como refugio le pareció una buena idea a Pedro, que a estas alturas comenzaba a sentir cierta preocupación por lo que pudiese suceder.
Como la policía tiene prohibida la entrada al campus, a no ser que cuente con una autorización judicial, los manifestantes creyeron que allí estaban a salvo, pero lo cierto es que en breve caerían en la cuenta del encierro en el que se encontraban. Los agentes habían bloqueado todas las salidas de la Universidad.
Habían pasado veinte minutos y la situación dentro era exasperante. La desesperación y la impotencia se respiraba entre los manifestantes.
Fue en ese cúmulo de sensaciones cuando comenzaron los actos violentos y aquello se convirtió en una batalla campal. Volaron piedras desde dentro de la ciudad universitaria, y de vuelta cayeron pelotas de goma que lanzaban los policías, ardieron contenedores e incluso se destrozaron coches.
Pedro miraba perplejo en lo que se había convertido la manifestación, no daba crédito a lo que estaba sucediendo.
El tiempo pasaba cada vez más lento. Como si el reloj se hubiera estropeado. Finalmente la policía se retiró de las entradas del campus, o eso parecía, y Pedro pensó “yo me voy de aquí”.
Entre todo aquel caos había logrado encontrarse con su amigo. Juntos debatieron sobre cómo sería mejor escapar del recinto. Querían pasar inadvertidos, evitando cualquier posible jaleo con la policía.
Finalmente, uno de los dos recordó la existencia de una puertecita en uno de los laterales del campus. Se dirigieron hasta allí y, aunque había calma y silencio, la tormenta y los nervios iban por dentro.
Lograron salir con éxito de la Universidad, algo que durante horas les había parecido misión imposible. Coincidieron en que era mejor idea rodear la zona y evitar cualquier problema. No les dio tiempo a decidir por dónde, cuando un furgón de la Policía Nacional entró en dirección contraria por la calle donde se encontraban. Asustados, cometieron un error: correr. A escasos metros estaba el bar Sportivo, donde se refugiaron.
Javitxu también acudió a la manifestación aquella tarde, y también se encontraba en ese momento en el Sportivo. Estaba tomando un café con leche cuando los vio entrar corriendo y segundos después a la policía. Javitxu y Pedro se conocían de vista, aunque no habían hablado nunca, hasta aquel día.
Los agentes sacaron a Pedro del bar, junto con él a su amigo, y también a dos jóvenes más que estaban tomando algo. Los detuvieron a todos.
De repente, cuando estaban a punto de marcharse, uno de los agentes reconoció haber visto a Javitxu al comienzo de la manifestación. Tras identificarlo también lo detuvieron.
Aquellos jóvenes, detenidos en ese momento por acudir a una manifestación, no podían imaginarse que pronto serían conocidos como los 6 de Zaragoza. Ellos son Javier A. V., Antonio Daniel L. D., Adrián L. R. e Imad M. B., y los dos menores de edad. Hemos tenido acceso a hablar con uno de los menores al que le hemos asignado el nombre ficticio de Pedro, porque prefiere mantenerse en el anonimato, y con Javitxu, uno de los mayores. En el momento de la detención, 5 de ellos estaban en el Sportivo. El sexto fue arrestado cuando un agente lo identificó al pasar por la calle en la que se estaban produciendo las detenciones.
DÍAS PREVIOS AL JUICIO Y DÍAS DEL JUICIO
Casi dos años ya desde aquella noche que ninguno de ellos olvidaría. Faltaban pocos días para el juicio. Llega el día. 18 de noviembre de 2020. Pedro, que no tenía antecedentes penales, no podía evitar sentir vértigo cada vez que recordaba que se acercaba la fecha. Y aunque suponía que era impensable una sentencia que los declarase culpables sin ningún tipo de pruebas, nadie sabía lo que podía pasar.
Días más tarde, tocaba el turno de los mayores de edad. El miedo les invadía y sus familias, angustiadas, les acompañaban en el juicio. “Prudentes. Sin hacer declaraciones. Ya me advirtieron de que tuviéramos cuidado con la presunción de veracidad que se le otorga a la policía”, expresa Francisco Aijón, padre de Javitxu.
Los juicios se celebraron por separado. Por un lado, los menores, que en un primer juicio les ofrecieron la posibilidad de declararse culpables, asumiendo una multa de 3.000€. Propuesta que rechazaron porque entendieron que lo lógico era declararse inocentes. Así se reconocían, sobre todo porque iban a ser juzgados sin pruebas. Ante sus declaraciones, el juicio se pospuso.
En la siguiente sesión, los jóvenes se valieron de pruebas para demostrar su inocencia. Sin embargo, fueron desestimadas por el juez que los declaró culpables con una sanción económica de 15.000€ a repartir entre los dos. Los cargos de los que se les acusó fueron: Atentado contra la autoridad y desórdenes públicos.
En cambio, en el juicio de los mayores, todo parecía a su favor. Los abogados demostraron contradicciones de algunos agentes a la hora de identificar a los acusados, llevaron testigos e incluso aportaron un vídeo de las cámaras de seguridad de la Universidad en el que no se identificaba a ninguno de los seis en los actos violentos. “La sentencia debía de ser no culpable o directamente sobreseer el caso”, suspira Francisco, el padre de Javitxu.
Pero, contra todo pronóstico, y para sorpresa de todos, el juez Carlos Lasala desestimó las pruebas y dio validez al atestado policial.
La sentencia para los mayores de edad no salió a la luz hasta enero de 2021, y aunque las esperanzas eran escasas, nadie imaginaba lo que sucedió. Javitxu había ido a trabajar, sabía que la sentencia estaba al caer, y cada día realizaba más los ejercicios de relajación que llevaba meses practicando. Recibió una llamada, era uno de los 6 de Zaragoza. El Heraldo de Aragón había publicado las penas de su sentencia.
Lo primero que pensó es que tenía que ser un bulo “cómo va a saber el Heraldo la cantidad de años que nos han caído antes que nosotros”. Pasados 15 minutos recibió otra llamada. Era su abogado, quien le confirmaba la sentencia.
Libertad, se podría considerar algo efímero. Algo que ronda en el mismo aire que respiramos, pero no somos conscientes de ello hasta que la perdemos. Prisión. Al igual que la muerte, está a la vuelta de la esquina, agazapada esperando que cometas un error o, en estos casos, una injusticia. Javitxu se levantó un día pensando que luchaba por un bien común y nunca pensaría que su libertad sería coartada. Observaba cómo se tomaba el café, a sorbos pequeños y sin parar de mirar hacia abajo. Lo estaba disfrutando, puede que no le quedaran muchos momentos así. “Nos acusaron de atentado a la autoridad, con la condena máxima de tres años, de desorden público con otros tres años y de los delitos de lesiones tanto graves como leves a los agentes de policía y ahí es la multa de 2.800€ a los mayores de edad”, relató Javitxu.
El juez Carlos Lasala había marcado su futuro.
La condena retumbó por cada sala de la Audiencia Provincial de Zaragoza, atravesando las paredes como si fueran de papel. A pesar de la cruda sentencia que se estaba viviendo, de condenar con años de prisión a unos jóvenes por acudir a una manifestación, un derecho reconocido en la Constitución; las personas que estaban allí presentes no se inmutaron. No hicieron mucho caso, no iba con ellos. Era como otro día cualquiera.
“La Audiencia Provincial de Zaragoza condena a los cuatro acusados como autores de delitos de desórdenes públicos y de atentado. Uno de ellos es condenado, además, por delito leve de lesiones. La única prueba de cargo fueron los testimonios de los policías. Dando por válidos los hechos probados en la sentencia, la actuación de los acusados revistió gravedad, pues incluyó el lanzamiento de “piedras y adoquines contra agentes, viandantes y vehículos”, explica David Colomer, profesor de Derecho Penal en la Universidad de Valencia.
Una sentencia que duró un suspiro y un resultado que podría permanecer seis años rondando en la cabeza de los acusados.
Tras la revisión del caso, Colomer nunca estuvo tan seguro de algo. “La condena a seis años resulta excesiva por dos motivos: 1) los delitos de desórdenes públicos y de atentado se podrían haber aplicado en concurso ideal”, que se da cuando un sólo hecho comprende 2 o más de delitos, por lo que se podría haber castigado con el delito más grave en vez de separadamente, “lo que hubiese determinado la imposición de una pena menor; 2) el hecho de que los acusados cometan los delitos participando en una manifestación o reunión numerosa es tomado en cuenta por el tribunal para apreciar el tipo agravado de desórdenes públicos, lo que supone penalizar el contexto reivindicativo”.
Los testimonios de la policía fueron “set y partido”, lo que quiere decir que son indiscutibles y sobre todo irrefutables. Ningún otro testimonio valía. Un silencio sepulcral se hacía en la sala cada vez que uno de los uniformados amagaba con hablar. La tensión se palpaba en el ambiente. “Cuando los policías se presentan como víctimas del delito, para que su testimonio opere como prueba de cargo, la declaración incriminatoria debe ser creíble y persistente, lo que requiere de una especial motivación judicial para dotar a dicho testimonio de eficacia probatoria”, añade Colomer.
En la justicia española, hay varios casos similares, uno de ellos es el de Raquel Tenías. Fue una de esas personas que tuvo la suerte de su lado. Ella, al igual que los acusados, nunca se esperaría que, tras asistir a una manifestación, le acusarían de un delito que no había cometido.
El 22 de marzo de 2014 Raquel acudió a una manifestación en Madrid por la Dignidad. Tras la marcha, se produjo una carga policial en la que la aragonesa resultó herida y cayó al suelo. Acto seguido se encontró rodeada de antidisturbios que la detuvieron.
La acusaron de delitos de desórdenes públicos y atentado contra la autoridad, cargos por los que pidieron 4 años de cárcel para ella. Si se presta atención, la historia parece coincidir. Mismos cargos de desorden público y atentado contra la autoridad, pero diferente desenlace. Resultó absuelta tras no poder demostrarse que ella fuera una de las implicadas.
MOVILIZACIONES EN CONTRA DE LA SENTENCIA
“La esperanza es lo último que se pierde” es algo que Francisco Aijón se repite cada día. Francisco es otra de las víctimas de este caso. La sentencia llega a sus manos. Lleva mucho tiempo esperando esto, pero todavía sigue sin creérselo. El miedo de ver cómo su hijo puede perder su libertad y acabar en la cárcel provoca que se derrumbe ante nosotros y como cualquier padre haría por su hijo, va a estar con él hasta el final. “Por ello, decidimos organizar la plataforma con el objeto de visibilizar el caso” expresa Aijón, que es el portavoz de la Plataforma de Madres y Padres por la Absolución de los 6 de Zaragoza. Esta se constituyó tras la sentencia. En la actualidad organiza manifestaciones o conciertos por la libertad de sus hijos y realiza venta de camisetas para sufragar los gastos de los juicios.
Los familiares e imputados descontentos con la sentencia de la Audiencia Provincial, elevaron un recurso al Tribunal Superior de Justicia de Aragón tras conocer la sentencia de la Audiencia Provincial. Presentaron de nuevo el vídeo exculpatorio, con la esperanza de reducir algo la condena.
Octubre de 2021. Puede que no haya sido uno de los mejores veranos de sus vidas. Con la caída de las hojas, llega una nueva sentencia. Todos estaban expectantes pero finalmente “el juez no quiso asumir la prueba gráfica del vídeo de las cámaras de seguridad de la Universidad donde no se podía demostrar su culpabilidad y les añadió un año más de condena'', explica Aijón.
Según la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Aragón (TSJA): “Los policías detuvieron a los acusados porque los identificaron como algunos de los manifestantes a quienes vieron realizar los actos violentos”. Asimismo, el TSJA justifica las contradicciones policiales a la hora de identificar a los acusados haciendo hincapié en que ha pasado mucho tiempo y que los acusados han cambiado de aspecto entre el momento de los hechos y el juicio.
Tras la decisión del juez de añadir un año más de condena, Javitxu perdía la esperanza de conseguir su inocencia. La cárcel la veía cada vez más cerca. Ya casi podía percibir el olor a óxido que rezumaba de los barrotes. “Fue un momento de decir a tomar por culo la campaña, voy a ir a la cárcel, está todo perdido” repetía nervioso. Casi nunca recibía llamadas de teléfono que le pudieran hacer cambiar de idea, a no ser que fueran de su abogado. Un día tuvo una llamada de Alfonso Fernández “Alfón”, conocido antifascista del barrio de Vallecas de Madrid. Aunque sus casos tuvieran similitudes, Alfón había pasado 4 años en la cárcel. Nunca nadie le había sido tan claro. Por primera vez fue capaz de ver la luz al final del túnel. “Esperar lo mejor, sabiendo que puede pasar lo peor” le contestó. Javitxu estaba preparado para la posibilidad de entrar en la cárcel.
“Desde ese momento, nos hemos dedicado a visibilizar el caso fuera de Aragón porque el recurso ahora es en el Supremo. Estuve en Bruselas invitado por Miguel Urbán de Podemos para exponer el caso ante los eurodiputados, de partidos como la CUP, Esquerra, PNV…” relata Francisco Aijón.
Diciembre de 2021. Llega el frío y con él, la caída de la última hoja. Pablo Echenique apoyado por Podemos decide llevar el caso al Congreso de los Diputados. Javitxu estaba dispuesto a hablar, a contar su historia. Aún así, nunca se había sentido tan pequeño.”Dio un paso adelante y empezó a hablar y a mostrarse. Ahora está fuerte y sobre todo ha asumido que puede entrar en la cárcel” contaba entristecido su padre, Francisco Aijón. De repente todo se detuvo, su voz había sido aplacada por un ruido externo. El himno de la Policía Nacional, que había sido una muestra de provocación por parte de Vox, era ahora lo que marcaba el ritmo en la sala Clara Campoamor del Congreso.
FUTURO DE LOS SEIS DE ZARAGOZA
Mayo de 2022. Han pasado tres años. El caso de los mayores de edad se encuentra con un recurso al Tribunal Supremo. Están a la espera. Parece que “uno de los 6 de Zaragoza se ha quedado sin abogado, entonces, como está sin defensa, no hay juicio. Tenemos que esperar a que el Supremo nos diga si nos admite el recurso y ahí ya son 6 meses”, explica Javitxu.
En cambio, los menores han tenido más suerte, según como lo miremos, y su caso ya está cerrado. No les han quedado antecedentes en su expediente. Pero sí resignación e impotencia.
Por su parte, Javitxu se sigue manteniendo fiel a sus valores tal y como lo hizo en aquella manifestación. No pierde la esperanza. Sabe que es inocente. “Estamos haciendo una campaña que llega lejos, con implicación de partidos políticos, de personas de la cultura, fuimos a Estrasburgo. Hemos hecho una campaña muy buena que da esperanzas para que en el Supremo, igual no nos concedan la inocencia directamente, pero sí nos rebajen la condena”.
Su padre se muestra apesadumbrado. No ve muchas esperanzas en la resolución del caso o puede que su confianza en la justicia esté tambaleándose. “No confío mucho en la palabra del Supremo porque además ellos no tienen por qué hacerlo. Ellos normalmente lo que van a hacer es ver si técnicamente la sentencia se basa en criterios legales”.
La condena del TSJA con 7 años de prisión sigue vigente en estos momentos. Aunque el tiempo pesa cada vez más y la incertidumbre de no saber qué va a pasar empieza a hacer mella en Javitxu, la esperanza en que el Tribunal Supremo falle a favor de la inocencia de los 6 de Zaragoza no se pierde. Una de las últimas balas que tienen para evitar ser condenados y terminar una pesadilla de más de tres años de lucha que parece no tener fin.
Por su parte, Pedro, sin dejarles de lado, sigue vinculado al colectivo antifascista y a día de hoy solo piensa en empezar a trabajar para poder pagar mensualmente la multa.