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Guerra civil
Vida y muertes del Teniente Santamaría
Francisco Cortés era un vecino cualquiera de Layana, una pequeña localidad situada entre dos de las Cinco Villas, Sádaba y Uncastillo. El golpe de Estado que se produjo en julio de 1936 le cogió como cualquier otro verano, en su pueblo, donde vivía con su mujer Catalina y sus ocho hijos (siete varones y una mujer). Francisco no tenía una afiliación política concreta. A sus 65 años, es muy probable que ni siquiera entendiese lo que sucedía en el resto del país.
El 25 de julio, una semana después de aquel fatídico día 18, regresaba de su pequeño huerto como cualquier otra tarde. Por la época del año, las cebollas, los tomates o los pimientos ocuparían buena parte de aquel viejo saco que le acompañaba en su camino de vuelta a casa. Un camino tranquilo, la misma ruta de todos los días, con el calor propio de finales de julio. Esta calma fue interrumpida por el ruido de una camioneta que se aproximaba llena de falangistas. En ese momento, Francisco se apartó del camino para dejarles paso. Sin previo aviso, fue asesinado.
Muchos años después, un testigo presencial le contó a uno de sus hijos que el ejecutor había sido el Teniente Hernández Santamaría, jefe de la Comandancia de la Guardia Civil en las Cinco Villas, tal y como recogen las Memorias de la Guerra Civil en Sádaba publicadas por Ismael Cavero, un vecino de la localidad.
Una carrera meteórica: De Alhucemas a Zaragoza
Serán sus hazañas y sus grandes logros los que llevarán al bando franquista a ensalzar su nombre. Nacido en 1902 en Cogolludo (Guadalajara), Santamaría tuvo claro desde el principio su camino militar. Con 20 años ingresó en la Academia de Infantería. Tres años después de su entrada en el ejército ya era teniente. El siguiente paso en su meteórica carrera fue África. Un parte médico de noviembre de 1925 deja constancia de su presencia en Alhucemas, desde donde fue trasladado a Melilla debido a una enfermedad. Formaba parte entonces de uno de los Tercios de la Legión. Santamaría combatió en la Guerra del Rif y su estancia como soldado en el continente africano se prolongó hasta 1934.
Su vuelta de Marruecos supuso un ligero cambio. Dejó su vida militar para ingresar en la Guardia Civil. La comandancia de Jaén sería su primer destino. Dos años después de su llegada, en Abril de 1936 y tras la victoria electoral del Frente Popular, la estancia del teniente en la ciudad jienense concluye. Su traslado se vio precipitado por reprimir con dureza una serie de “desórdenes públicos” posteriores al triunfo en las elecciones de la izquierda. Una revista publicada por la Dirección General de la Guardia Civil en 1975 hace referencia a la “enérgica actitud” de Santamaría. No será un caso aislado, sino más bien un indicativo de lo que estaba por venir.
El 25 de abril de 1936 ingresa en la Comandancia de Logroño, aunque su estancia allí será corta. El 7 de Julio, tan solo once días antes del alzamiento militar, Santamaría es destinado a Zaragoza. Tras el golpe de estado, su nombre irá ligado para siempre a la región de las Cinco Villas. Un vínculo forjado en el miedo y la represión, que permanecerá en el tiempo por el temor a hablar de quienes lo vivieron. Frente al silencio de los vencidos, la retórica de los vencedores. San Simón y el frente de Alcubierre, donde se encontraba con la Tercera Bandera Móvil de Falange, sirvieron para enterrar el recuerdo de los meses de terror.
Leyenda y realidad: Cómo la muerte puede condicionar toda una vida
La Sierra de Alcubierre atraviesa la comarca oscense de Los Monegros. El frente se estableció allí, a 50 kilómetros de Zaragoza, al comienzo de la Guerra Civil. Suponía el principal obstáculo para “tomar café” en la capital aragonesa, como se decía entre los soldados republicanos. Esta pequeña cadena montañosa se convirtió en uno de los escenarios bélicos más importantes de Aragón. A la derecha de la carretera que hoy comunica Alcubierre y Zaragoza, San Simón es la segunda de otras cinco posiciones y forma parte de la zona conocida como Las Tres Huegas. Desde su cima se pueden observar los pueblos de la zona: Robres, Alcubierre, Leciñena e incluso la lejana Zaragoza, si el día lo permite.
Este pico, conocido antes de la guerra como Pico Ladrón o Puigladron, adquiere un nuevo nombre tras el ataque a la posición por parte de tres batallones republicanos de la columna Ascaso el 15 de octubre de 1936. La resistencia del sargento San Simón, uno de los legionarios que defendieron el lugar, sirvió como pretexto al bando franquista para cambiar su nombre.
El 9 de abril de 1937, un batallón republicano de la Brigada Macià-Companys logró tomar la cima. Un ataque que acabaría con la vida de varias decenas de combatientes franquistas, entre los cuales figuraba Eugenio Hernández Santamaría. El relato heroico de la defensa hasta la muerte y la posterior recuperación de la cima corrió como la pólvora. “Sesenta falangistas se dejaron matar heroicamente en la defensa de una posición en la Sierra de Alcubierre”. Este titular aparecía en la portada del Heraldo de Aragón el 10 de abril. La Gesta de Alcubierre acababa de nacer.
Con el paso de los años, este relato ha sido tan aceptado como difundido en el imaginario popular. Sin embargo, el paso del tiempo ha destapado incoherencias a partir de otros testimonios. Javier Ruiz, de la asociación memorialista CHARATA, asegura que, de haber tomado la posición San Simón, las tropas republicanas lo habrían tenido difícil para romper el frente y llegar a Zaragoza. A oídos de Javier Ruiz ha llegado también la historia que trata lo sucedido en San Simón como una venganza. Un supuesto chivatazo de varios sindicalistas cincovilleses, que se unieron como voluntarios a Falange para salvar su vida, habrían revelado a los republicanos la presencia de Santamaría. El teniente era de sobra conocido por ser el brazo ejecutor de la represión en las Cinco Villas. Sin embargo, tampoco parece realista por lo complicado que supondría movilizar a todo un batallón.
El ataque responde a la lógica de la guerra de posiciones, en la que eran habituales las escaramuzas nocturnas para causar bajas o hacer prisioneros en las filas enemigas. Esto fundamenta la versión más cercana a la realidad, transmitida por algunos excombatientes. Miembros de la brigada Macià-Companys atacaron San Simón en la madrugada del 9 de abril y dejaron la posición desierta una vez acabó el combate. Al amanecer, quienes fueron a retomarla no encontraron oposición. Se especula que las últimas palabras de Santamaría fueron: “Me han matado. Arriba España. Viva el General Franco”.
Meses de terror en las Cinco Villas
Sobre el terreno pedregoso de San Simón llegaría el final del teniente. Resulta paradójico que su muerte condicione el recuerdo de toda una vida. En la comarca de las Cinco Villas, el teniente Santamaría dejó una larga lista de represaliados. Ayudado por vecinos “voluntarios”, requetés y Acción Ciudadana, sembró el pánico durante los primeros meses de la Guerra Civil.
El modus operandi de la represión seguía siempre un patrón. Las órdenes para llevarlo a cabo llegaban de instancias superiores. Los detenidos eran acusados por múltiples causas: desde su afiliación a partidos y sindicatos izquierdistas hasta su alteración del orden público por “llevar una vida desarreglada”. En los propios expedientes se hacían claras distinciones: los vecinos fusilados figuran como “desaparecidos”. Los que conseguían esquivar la pena capital no se libraban de castigo, pues en muchos casos sus tierras, ganado y propiedades eran confiscadas. En Sádaba se llevaron a cabo multitud de “requisaciones”, notificando la naturaleza de su propietario anterior: vecino “huido”, “desaparecido” o, el grupo más extenso, “marxistas”, que engloba a todo aquel que tuviera una mínima significación política contraria al bando nacional.
Los vecinos “desaparecidos” eran trasladados en camionetas, confiscadas con anterioridad, a otras poblaciones. Los objetivos, según afirma José Antonio Remón, autor de publicaciones como Ejea: 1936. La sombra de una guerra, eran varios. En primer lugar, realizar acciones ejemplarizantes con los más conocidos, como ocurrió con el entonces alcalde de Uncastillo y vicepresidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, Antonio Plano. Por otro lado, sembrar el terror en la población, para evitar posibles insurrecciones. Desplazando a los “desaparecidos” a otros pueblos, lograban acabar con posibles preguntas. Con esto también creaban la confusión entre los vecinos de los distintos pueblos de la comarca, que veían como llegaban decenas de hombres para ser torturados y asesinados. Por último, este patrón permitía no dejar registro alguno, salvo contadas excepciones, de los fusilamientos.
Las víctimas, en muchas ocasiones, no eran conducidas en primera instancia al pelotón de fusilamiento. Tras su detención eran llevadas a la cárcel de Ejea, donde se efectuaban las famosas “sacas”. La estancia era un infierno. Los testimonios orales de algunos presentes han mantenido vivo el recuerdo de las torturas que allí se producían: los falangistas, en muchos casos con unos tragos de más, obligaban a algunos presos a pelear entre ellos con el “premio” de salvar la vida del vencedor. Otros casos eran más sangrantes, como el de Tomás Aísa, teniente de alcalde de Sádaba. Fue arrastrado por una camioneta hasta el cementerio, donde llegó muy malherido, y fue fusilado.
Eugenio Hernández Santamaría, como máximo cargo de la Guardia Civil en todas las Cinco Villas, era responsable directo y conocedor de estos hechos. Otra prueba de ello es el caso de Juan Sancho, ex alcalde de Ejea de los Caballeros. Sancho, de orientación cristiana pero anticlerical, había desarrollado durante su mandato una buena relación con las monjas mercedarias de la localidad. Los testimonios orales que han podido conservarse recuerdan como varias de ellas, incluida la madre superiora, intentaron sin éxito interceder por su vida cuando fue detenido. La respuesta de Santamaría, cuentan, fue contundente: “Si tanto os importa, cambiaos por él”. Juan Sancho sería fusilado días después.
Jesús Marín, alcalde de la capital cincovillesa entre marzo y julio del 36, esperaba tranquilo la llegada de Santamaría. Al parecer, el propio teniente le había prometido lealtad. El cabo García, de la Policía Rural de Ejea (cuerpo leal a la República) le advirtió del peligro del teniente, ya que conocidas eran sus detenciones por supuestas alteraciones del orden público que no eran tales. Muchos miembros de la Policía Rural de Ejea de los Caballeros acabarían fusilados, incluido el mencionado cabo. Marín, en alerta, consiguió huir a Francia sin provocar ningún tipo de desorden, ya que su familia tuvo que permanecer en la localidad.
Pero sin duda el caso más sonado es el de Antonio Plano, alcalde de Uncastillo. Plano, que también ostentaba el cargo de vicepresidente de la Diputación Provincial de Zaragoza, fue detenido en la capital maña y trasladado a su pueblo natal. Con el fin de humillarle por su destacado papel izquierdista, decidieron que su ejecución fuese pública y de obligada asistencia para todos los vecinos y vecinas, desde niños de tres años hasta los más ancianos. No fue el único caso de ejecución pública en las Cinco Villas, pero sí el más despiadado. Víctor Lucea, en su libro Dispuestos a intervenir en política, relata el suceso con todo detalle.
El traslado se produjo en octubre, justo dos años después de la huelga general revolucionaria de 1934, en la que Plano tuvo un destacado papel, al igual que varios vecinos de Uncastillo. “Había que enterrar con Plano las ilusiones y esperanzas despertadas en buena medida por él durante la República”. Salió del cuartel torturado y malherido. Le hicieron tomar una botella de ricino, y su cuerpo ya no respondía. Tras ser asesinado, cuenta Lucea, algunos de los presentes mostraron su alegría, mientras la mayoría de vecinos agachaban la cabeza, humillados ante el esperpéntico espectáculo. No contentos con eso, sus verdugos desmembraron algunas partes de su cuerpo con una azada. Pero la humillación no acababa ahí, pues Plano fue multado con una cifra cercana a las 30.000 pesetas, heredada por su familia.
Hernández Santamaría fue considerado durante años un héroe dentro del ideario franquista. Tras su muerte en San Simón fue propuesto para recibir la Gran Cruz Laureada de San Fernando, máxima distinción militar, como así lo demuestra el “Juicio contradictorio” publicado en el BOE del 31 de agosto de 1937. Una enseña que no recibió, al contrario de lo que se cuenta hoy. Meses antes, en Ejea de los Caballeros, se aprobó el cambio de nombre de la Calle Puente de Sádaba a Calle Teniente Hernández Santamaría. Dicha nomenclatura permaneció hasta 1979, cuando fue renombrada como Calle Concordia.
La industria de la gesta
No es casualidad que la faceta represiva de Santamaría haya pesado menos en la historia que su condición de mártir para el régimen. Aquí entra en juego la Gesta de Alcubierre, conmemorada cada año desde el final de la guerra en una fecha entre abril y mayo. Al evento asistían miles de personas. El seco paisaje monegrino se llenaba de autobuses abarrotados por niños, adolescentes con el uniforme de Falange, ex combatientes y personas de toda la provincia con el traje reservado para las fiestas patronales. En la cima de San Simón, misa, corona de flores, discursos, ‘Cara al Sol’ y brazo en alto. Año tras año durante décadas para conformar a fuego lento la historia de los ‘60 de Alcubierre’ y ensalzar a Eugenio Hernández Santamaría, su particular mártir.
Gustavo Alares, autor de Políticas del Pasado en la España Franquista, afirma que la exaltación de los ídolos era algo habitual en los países que sufrieron el fascismo. Desde los mitos medievales hasta la Guerra de Independencia, en el caso de Aragón. Y por supuesto, la Guerra Civil. Una cruzada para poner fin a la decadencia española corporeizada en la II República. San Simón fue un campo de batalla ideológico para la Falange y sus organizaciones, como el Frente de Juventudes. Los “caídos” jugaban un papel fundamental en la construcción de la identidad franquista. Santamaría, como cabeza visible de San Simón, alcanzó un estatus de verdadero héroe para varias generaciones de monegrinos.
En los años previos a la muerte de Franco, tuvieron lugar algunas de las concentraciones más numerosas. La de 1973, presidida por el Vicesecretario General del Movimiento, Valdés Larrañaga, contó con un espacio destacado en el diario falangista Amanecer. Su discurso se cierra con un “¡Arriba España!”, entre vítores y loas al de la multitud. “¡Presente Eugenio Hernández Santamaría!”, clama Trillo-Figueroa y Vázquez, gobernador civil de Zaragoza.
El 30 de abril de 1974, ABC cifró en 20.000 personas la asistencia a la penúltima conmemoración antes de la Transición. El Ministro y Secretario General del Movimiento, José Utrera Molina, fue uno de los invitados estrella. Entre la parafernalia de gobernadores civiles, altos cargos militares y legionarios se encontraba también Blas Piñar, fundador del partido ultraderechista Fuerza Nueva en 1976. Tras la muerte de Franco, el recuerdo de la Gesta de Alcubierre dejó de ser cuestión de estado. No por ello se abandonó la tradición.
José Luis Corral fue el encargado de recoger el testigo. El ex miembro de Fuerza Nueva fundó el Movimiento Católico Español en 1982 y después Acción Juvenil Española a imagen del Frente de Juventudes del franquismo. Hoy apenas congregan a una veintena de personas en sus actos, pero siguen recorriendo la geografía española, saltando de un vestigio franquista a otro. Una caravana que tiene parada fija en San Simón. El acto responde a la liturgia clásica. De nuevo misa, coronas de flores y brazo en alto. Los asistentes, que no suelen ser de la zona, escuchan los discursos de Corral y terminan entonando himnos franquistas. De sus palabras ha ido desapareciendo de forma progresiva la figura de Eugenio Hernández Santamaría, en pos de una retórica de ‘copia y pega’ que podría servir para cualquier otro acto. La pandemia impidió su celebración por primera vez en décadas. El 24 de abril de 2021, se volvió a realizar.
Alicia Alted, en su libro 'La voz de los vencidos: el exilio republicano de 1939', decía que la historia la escriben los vencedores, pero acaba siendo reescrita por los vencidos. Eugenio Hernández Santamaría fue uno más en una industria de mártires y héroes construida y propagada durante el franquismo. Uno más en una extensa lista de personajes cuyo único valor histórico se sustenta en un supuesto final heroico, desmentido a lo largo de todo el reportaje. Un Guardia Civil, joven como tantos otros, que tuvo a bien sembrar el pánico y el terror en las Cinco Villas. Su objetivo no era otro que evitar futuras insurrecciones en una zona muy valiosa en términos estratégicos como retaguardia y de una significación muy progresista.
A los pies de San Simón, un cartel narra la historia original de lo ocurrido en 1937. La placa sirve al mismo tiempo para sacar de dudas a los curiosos que visitan la zona y para atraer a los nostálgicos del fascismo a ese lugar. Una España que ha vivido durante décadas en el silencio de los que sufrieron a Santamaría y que permanece oculta entre archivos, listas, chivatazos y leyendas orales. Cuando el teniente descargó su arma contra Francisco Cortés, cuentan que los demás se echaron las manos a la cabeza.