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15M
15M, los mejores días
Fotógrafo
Fotógrafo
¿Qué se quiere contar cuando se escribe sobre el 15M? ¿Cuál es el sentido de recuperarlo como efeméride? Posibles respuestas: convertirlo en un fósil, algo insípido que queda bien en las estanterías, algo del tipo “dónde estabas tú cuando se tomaron las plazas”. Puede servir para tratar de legitimar un proyecto político actual (suerte a quien lo intente), para reivindicar el valor intrínseco de las utopías o para lamentarse por lo que fue el canto del cisne de una generación que, en la siguiente década, se vio arrasada, expuesta a la burbuja del alquiler o expulsada a la migración. Las más de las veces, los textos sobre el movimiento del 15 de mayo, llamado en su día de “los indignados”, servirán para llevar a cabo un ejercicio de nostalgia, más o menos bella, escasamente útil si no trata de neutralizar el efecto paralizante de la nostalgia.
El objetivo de este texto y de esta selección fotográfica es recapitular, tratar de explicar a quienes no tenían edad de estar allí cómo surgió el 15M, qué fue el movimiento que se llamó la “Spanish Revolution” y cómo quiso cambiar el sistema a través de un cambio del lenguaje y de la forma de relacionarse con la política. No juzgar sus éxitos y fracasos sino recordar su valor para proponer una transformación colectiva sin precedentes desde, al menos, los años 60 y 70. Es obvio que el texto, no así las fotos, fracasará en ese intento. No se puede resumir la experiencia de cientos de miles de personas que sintieron, durante unos días, unos meses e incluso algunos años, que encontraban un sentido político que estaba cifrado en esos tres signos, “15M”. Apenas se pueden aportar una serie de datos, hechos y perspectivas que acompañen a quienes vivieron de ese modo radical la expansión de la “política de las plazas” y que aclaren algo a quienes no lo hicieron.
El punto de arranque es una manifestación. Convocada un domingo, 15 de mayo, por actores políticos novísimos, sin apenas tradición organizativa. Es una manifestación que transcurre plácidamente por las calles del centro de Madrid y se disuelve, o casi se disuelve, en la Puerta del Sol, el kilómetro cero de la red viaria española. Tras ese final, un comienzo casi olvidado. Un grupo de jóvenes se dirige a Callao. Interviene la policía. Un pequeño torrente de humanos baja a la carrera por la calle Preciados. El torrente se divide de nuevo en Sol. Un grupo prosigue la carrera hacia la plaza de Jacinto Benavente. Otro decide sentarse pacíficamente en una esquina de Sol. Los antidisturbios dudan si cargar contra esa sentada. Forman un cordón, se colocan los cascos. El puñado de manifestantes se mantiene firme. No están cortando el tráfico, simplemente aguardan la carga. Lo que viene tras la orden o la decisión de no cargar es la propuesta de acampar allí.
El lunes 16, Delegación de Gobierno revoca la idea inicial de no desalojar. Ese error dará pie a todo lo demás. Se produce una concentración, apretada, abigarrada. Cientos de manifestantes se quedan hombro con hombro para defender la posición ganada. La convocatoria se repite al día siguiente. El martes llueve. Alguien tira una lona desde una farola a otras tres. Así se pasa de la acampada al campamento, al asentamiento y el pequeño poblado laberíntico que se levantará durante casi dos meses en Sol.
El repertorio de las acampadas tuvo su recorrido antes, pero la idea parece nueva. Las siguientes semanas confirmarán que lo es. La combinación entre los cuerpos reunidos en torno a la acampada y las ideas vertidas en las redes sociales transforma el mapa político en pocas semanas. Es una primavera en la que cambiar el estado de las cosas parece tan sencillo como hacer bocatas para todas las personas que caben en una asamblea. Solo cuestión de voluntad.
Se han producido réplicas en distintas ciudades. Sevilla, Barcelona, Málaga, Bilbao, Las Palmas, Palma de Mallorca o Santander. ‘Expats’, trabajadores migrantes españoles, se plantan en las embajadas de Londres y Estambul. En unos minutos esas acampadas dejan de ser réplicas para ser movimientos autónomos interconectados. El 15M se extiende asimétricamente. Arraiga poco en el País Vasco y se convierte en otra cosa en Barcelona. En la plaza de Catalunya se elabora un programa político detallado y también se resiste a un intento de desalojo en el que los Mossos d’Esquadra se desempeñan con dureza contra las personas de la acampada. Se trazan líneas tangentes que cruzan los conceptos de soberanía y derechos económicos, líneas que llegarán hasta hoy confundidas, distorsionadas y fundidas en el proyecto político de la independencia de Catalunya. Una altra cosa.
En octubre surge Occupy London, que toma el relevo a Occupy Wall Street, que toma el relevo al movimiento Syntagma, que toma el relevo al 15M, que tomó el relevo de las primaveras árabes. Se han abandonado los núcleos centrales de la protesta pero la descentralización funciona aún unos meses más. Nacen los stop desahucios y les suceden las mareas, por la sanidad, por la educación. En octubre se impulsa la primera jornada de protesta global contra la austeridad. Las fechas y las movilizaciones se suceden unas a otras. Dos huelgas generales ponen las políticas de la austeridad contra las cuerdas.
El 15M transforma también las relaciones sociales e interpersonales. Es un cursillo acelerado de cultura política, también para los viejos militantes. La retirada de una pancarta feminista bajo el grito “¡La revolución no es cuestión de sexos!” es respondida con pedagogía y con la conciencia clara de que esa victoria es inminente. El movimiento feminista será el más importante del siglo XXI, 2011 es un paso en la expansión de sus principios: los de la no violencia, la horizontalidad, la visibilización de las tareas reproductivas.
El 15M es también una máquina de crear lemas, una explosión colectiva de ingenio. El propio concepto recuperado de “plaza” como espacio de creación política es la consigna. Está teniendo lugar una revolución en la gramática y el vocabulario. Nos quieren en soledad, nos tendrán en común, nuestros sueños no caben en sus urnas, lo llaman democracia y es Botín.
La transformación cultural del 15M aún perdura. La reacción también. El sistema responde súbitamente. Lo han entendido todo. La Ley de Seguridad Ciudadana de 2012 amordaza la disidencia e impone el lenguaje de la sanción administrativa. La abdicación del rey Juan Carlos I es la señal de que el error del sistema ha requerido la instalación de una nueva versión. El final de la década cambiará el vocabulario. No sobrevivirán las consignas a un tiempo radicales e ingenuas del movimiento —“no somos mercancías en manos de políticos y banqueros”— y se impondrá la gramática cuartelera del “a por ellos”. El lenguaje y el derecho penal del enemigo se dan la mano.
Una década después, ¿qué se quiere contar cuando se escribe sobre el 15M? Hay un recuento nostálgico, pero también el reconocimiento de lo que somos lleva a contestar que el 15M fueron los mejores días de nuestra vida, aquellos en los que parecía posible la construcción de un proyecto común, radicalmente democrático, republicano en el sentido amplio del término. La nostalgia, sin embargo, puede ser paralizante, puede incapacitar para reconocer cuándo y dónde salta la chispa de otro movimiento que, en su radicalidad, cambia todo a su paso.
Mientras tanto, las huellas del 15M se aprecian en los tejidos vivos de las ciudades y pueblos. Las despensas solidarias levantadas durante el estado de alarma no habrían sido posibles sin el 15M, tampoco se habrían parado decenas de miles de desahucios. El lenguaje de 2011 aún permanece vigente, a la espera de que otro impulso lo encuentre y lo supere.