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África
Retos del presente para la KNCU, la cooperativa más antigua de África
Nació en 1925, cuando agricultores de once poblaciones de los alrededores del Kilimanjaro, la icónica montaña africana, la más alta de todo el continente, unieron fuerzas para que el café que cultivaban tuviera más pujanza y más presencia. Pero no fue hasta 1930 (las leyes coloniales lo impedían) cuando pudieran registrar su marca. Formaron entonces la KNCU (Kilimanjaro Native Cooperative Union), una cooperativa que todavía vive, la más antigua y longeva de África, que hoy conforman otras 92 pequeñas sociedades. O lo que es lo mismo, 56.000 familias. O lo que es lo mismo, 200.000 trabajadores. Una cantidad considerable en un país, Tanzania, que cuenta con unos 58 millones de habitantes donde casi la mitad, un 49%, debe vivir con menos de un dólar con noventa al día.
El despacho de Godfrey Massawe se encuentra situado en un icónico edificio céntrico de la ciudad de Moshi, una ciudad de unas 150.000 personas situada en la ladera sur del Kilimanjaro y capital de la región que comparte nombre con la montaña. La construcción, de piedra y de aspecto algo decadente, como si hubiera vivido tiempos mejores y alguien se hubiera olvidado de cuidarla, alberga las oficinas de la KNCU. Massawe hace funciones de manager general y de director de ventas de la cooperativa. “Nuestra naturaleza es dedicarnos al café. Tenemos unos 80.000 acres (algo más de 32.000 hectáreas) exclusivas para este producto”, explica.
Massawe se sabe al dedillo la historia de la cooperativa. Dice que abrió sus primeras oficinas en 1939 en un local que es hoy un restaurante que sirve café y comida y también una especie de centro neurálgico de la ciudad. Que, en la década de los 50, se puso en marcha una escuela universitaria de negocios para que los hijos de los agricultores pudieran estudiar cómo sacarle más provecho al café, aunque este colegio lo absorbió el gobierno pocos años después. Que en los sesenta la cooperativa creció mucho, tanto en componentes como en músculo financiero. Que, a principios de los setenta, con la independencia de los británicos recién conseguida, la KNCU perdió mucho peso por leyes que la acorralaron, pero que lo recuperaría poco a poco a partir de 1974. Que sufrió monopolios y corrupción en los noventa, cuando se permitió a empresarios privados gestionar los cultivos. Y que, ya en 2015, el ejecutivo que encabezó el expresidente John Magufuli (fallecido el pasado marzo y famoso por su posición negacionista con respecto a la pandemia de coronavirus, aunque con gran respaldo popular) otorgó a los cooperativistas locales el poder exclusivo de operar con el producto.
“Este es un café único, cultivado en las faldas de una montaña tan especial que le da una posición única en el mercado. Los huertos están regados directamente con el agua del hielo que cae del Kilimanjaro y crecen en un suelo volcánico, muy fértil y rico para la agricultura”
“Este es un café único, cultivado en las faldas de una montaña tan especial que le da una posición única en el mercado. Los huertos están regados directamente con el agua del hielo que cae del Kilimanjaro y crecen en un suelo volcánico, muy fértil y rico para la agricultura”, afirma Massawe con orgullo. Y lo cierto es que esta semilla tiene una importancia mayúscula para el país. El café es el mayor cultivo de exportación de Tanzania; representa algo menos del 4% del valor total de las exportaciones de la nación, esto es, unos 150 millones de dólares. Además, unas 3,5 millones de personas trabajan, directa o indirectamente, alrededor de este producto.
Pero no todo son facilidades para la KNCU. Massawe explica que la zona del Kilimanjaro está sufriendo mucho en los últimos años. El inusual aumento de precipitaciones y las consiguientes inundaciones, que él achaca al cambio climático, los constantes incendios (sobre todo uno que fue declarado el 11 de octubre del año pasado, que no fue controlado hasta una semana después y que arrasó 95’5 kilómetros cuadrados de vegetación, esto es, el 5% del área total de la colina) y la deforestación están haciendo estragos en una economía que, como todas en el mundo, se ha resentido sobremanera por la Covid.
Café como solución
A lo largo de sus casi 100 años de historias, para la KNCU han trabajado agricultores y granjeros de toda índole y condición. Pero, quizás, uno de sus colaboradores más ilustres fue el reconocido botánico Sebastian Chuwa, un hombre que nació en 1954 en Sungu, una pequeña aldea de Kibosho, uno de los pueblos más cercanos al Kilimanjaro, y falleció en 2014, en el mismo lugar y a punto de cumplir los 60 años, y entre medio tuvo una vida dedicada casi en exclusiva a mejorar la vida de sus vecinos. Chuwa ayudó a introducir nuevas variedades de cafetos para reemplazar los árboles viejos y propensos a enfermedades y desarrolló un fertilizante orgánico que funcionaba también como pesticida.
Tanzania pierde unas 484.000 hectáreas de bosques al año debido a la producción de carbón. Este producto se ha convertido en la principal fuente de energía de las cocinas en zonas urbanas, como Moshi, que necesita de los árboles de la montaña para abastecerse
De hecho, una de las cosas que más inquietaba a Chuwa era la incipiente deforestación que asolaba no ya solo la región del Kilimanjaro, sino también al resto de su nación. Una deforestación provocada por la pobreza, por la alarmante falta de recursos, y por el boom demográfico del país, que entre 1960 y 2019, año de los últimos datos publicados por el Banco Mundial, vio aumentar su población de los casi once millones de entonces a los más de 58 millones actuales. Con tantas bocas que alimentar y tantos cuerpos que calentar, la fabricación casera de carbón vegetal se ha hecho algo casi obligatorio. Tanzania pierde unas 484.000 hectáreas de bosques al año debido a la producción de carbón. Este producto se ha convertido en la principal fuente de energía de las cocinas en zonas urbanas, como Moshi, que necesita de los árboles de la montaña para abastecerse.
Chuwa, internacionalmente alabado y reconocido con diversos premios, lanzó varios programas con los que consiguió plantar dos millones de árboles en el Kilimanjaro (de ellos, alrededor de 200.000 cafetos) hasta su muerte y concienciar a maestros y alumnos de las escuelas públicas de la importancia de preservar el entorno. “Simplemente, yo creo que la gente no era consciente. Mi marido ayudó mucho a combatir el problema de la deforestación, aunque todavía queda mucho”, recuerda Mama Baraka, viuda del botánico, en la casa que ambos compartían en Sungu. La vivienda luce rodeada de plantas y árboles frutales. Los que dan café son los más numerosos. “Nosotros producimos para la KNCU, como todos los de nuestro pueblo. Por este clima que tenemos aquí, nuestro café es de los mejores del mundo”, ratifica Baraka.
A sólo unos kilómetros de Sungu se encuentra Materuni, otro de esos pueblos en las faldas del Kilimanjaro cuyas esperanzas de prosperidad se sustentan, sobre todo, en plantar café. Un lugar de dispersas casas de adobe y de puestos callejeros de tomates, patatas y aguacates donde la gente vive de lo que cosecha. Y Godfrey Joseph, un chaval de unos 25 años, que hoy viste pantalón vaquero y camiseta, es uno de esos agricultores. Como toda su familia. “Este es el último pueblo antes de subir a la montaña por este camino. Aquí somos de la etnia chaga. Aquí y, en realidad, en casi todas las aldeas de alrededor”, dice. Y después enseña las plantas y habla sobre ese caldo negro y espeso que es su forma de ganarse la vida. “Cultivamos la variedad arábica, la que es originaria de Etiopía, ideal para las tierras que se encuentran en grandes altitudes de terreno. Aquí estamos a más de 1.600 metros de altitud. Es dulce y huele mucho y muy bien”, afirma.
Joseph no sólo le vende su café al KNCU, también enseña sus plantas y la forma de tostarlo a los turistas o a los curiosos que llegan a su pueblo. Recita de memoria la forma de cultivarlo y todo el proceso hasta llegar a la taza. “Primero se coge, se pela en la máquina y se fermenta. Después hay que esperar a que se seque y quitarle la cáscara antes de tostarlo. Ahí cambia de color poco a poco, y ya debes elegir si te gusta más o menos negro. Cuando tienes todo este hecho, que tardas días, pones a hervir el agua, viertes el grano molido en ella y lo filtras”, explica.
Un largo comino en el Kilimanjaro... y en África
Con todo, los cultivos de café no están exentos de los problemas comunes de Tanzania, entre ellos el trabajo infantil. Pese a un tímido avance tras la aprobación de determinadas leyes a finales de la década pasada, todavía casi el 30% de los niños de 5 a 14 años del país trabajan y el 94% de ellos lo hacen en el sector agrícola. Se estima que, en número totales, la cifra ronda los cuatro millones de menores. Dice Godfrey Massawe, en su despacho de Moshi, que la KNCU batalla contra esta lacra a través de diversos programas. “Tenemos la licencia Fair Trade, lo que significa que luchas para que esto no se produzca. Aunque hay veces que miembros de una misma familia trabajan todos en el campo y los padres enseñan las labores a los hijos desde que son pequeños”, dice.
También dice Massawe que el gobierno actual ha optado por otorgar a las cooperativas un papel clave. “Estamos reorganizando nuestros cultivos para adaptarnos y mejorar. Queremos ser más competitivos y, por qué no, producir otros bienes como aceite para cocinar, cada vez más demandado”. Y que seguirán luchando por el futuro de la KNCU como llevan haciendo ya casi 100 años en un continente, África, a la que todavía le queda un largo camino por recorrer en esta materia. No en vano, la población asociada aquí no llega al 3% (unos 20 millones de personas para unas 85.000 cooperativas en marcha), por el 13% de Asia, el 38% de Estados Unidos o el 45% de Europa.
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