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Agricultura
Yendo a la aceituna, produciendo género
“Para recoger las aceitunas hace falta un loco en el árbol y una niña buena debajo”. Este proverbio de mi Provenza natal ilustra la organización de género del trabajo de cosecha, donde la tradición impone que las mujeres recojan las aceitunas del suelo y que los hombres se encarguen de varear.
Cultivar los árboles, “ir a la aceituna”, transformarlas en aceite y comercializarlas implica muchas actividades marcadas por dinámicas de género. Con las herramientas de la antropología y los estudios de género, analizo las prácticas agrícolas y agroalimentarias en torno al aceite de oliva. También, gracias a la historia contemporánea, podemos analizar los cambios en el sector, a nivel local y global, y así entender cómo todo eso afecta los roles de las mujeres, reforzando o transformando ciertas desigualdades.
Esta presentación se basa en un trabajo etnográfico en curso en la región de Jaén en Andalucía, junto con un trabajo de campo anterior en el Souss al sur de Marruecos. En el poema que se ha convertido en el himno oficial de la provincia de Jaén, Miguel Hernández pregunta a los “aceituneros altivos”: “¿Quién levanto los olivos? Y dice “No los levantó la nada, ni el dinero, ni el señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor.” ¿Pero el trabajo de quién? ¿Y dónde están las aceituneras?. El título de este artículo está inspirado por un artículo de Ana Cabana Iglesia y Elena Freire Paz. Y me gustó la expresión de “producir género”, porque mi idea aquí es que “yendo a la aceituna” de la manera que conocemos, producimos la división sexual del trabajo en los campos que después se repercute de manera más amplia.
Tierra y familia
Jaén es hoy representante de una organización minifundista de la propiedad de la tierra: mucha gente comparte parcelas muy pequeñas. Una parcela suele tener unos pocos decenios de olivos, y cada herencia divide un poco más la tierra. Y no se puede vivir de eso, entonces la gran mayoría de los dueños no viven de las aceitunas, sino de un trabajo en otro sector, y cuidan de su tierra durante los fines de semana y vacaciones. Entre las personas que he entrevistado en Andalucía, todos me dicen que las mujeres heredan una parte igual en la distribución de los olivos, pero que, en la práctica, es el marido (o hijo, o hermano), que lo gestiona.
En Marruecos, solo el 1% de las mujeres en las zonas rurales son propietarias de tierras, y allí las normas de herencia son altamente restrictivas para mujeres. En España, el 29% de los titulares de explotación agrícola son mujeres. Pero vemos con estadísticas más finas que solo tienen fincas pequeñas y medianas, y que son mujeres bastante mayores. Ahora la ley de titularidad compartida permite añadir el nombre de la pareja a la explotación, para que también tenga acceso a la seguridad social y jubilación. Existe desde el 2011, pero en Andalucía no se activó hasta el 2018, y solo 29 explotaciones están inscritas aquí.
Muchos trabajos en historia, antropología o sociología muestran como la agricultura familiar se basa en una organización del poder patriarcal y en el concepto de complementariedad entre miembros según diferentes criterios como sexo, edad o estatus. Para la socióloga Christine Delphy, el carácter productivo o no de un trabajo no está ligado a su naturaleza, sino que depende de la relación social en la que se realiza. Aquí, sigue siendo la vieja relación entre, por un lado, un mundo “productivo-público-masculino”, y, por otro lado, un mundo “reproductivo/no productivo-privado-femenino”, que mantiene a las mujeres en tareas subordinadas. A partir de ahí, el rol y estatus que le corresponde a la mujer es el de ayuda familiar.
En la “nueva agricultura familiar”, se invita a los agricultores a ser empresarios modernos. Sus esposas están quizás haciendo menos actividades relacionadas con la tierra, pero se mantienen en tareas “invisibles”. Mari-Carmen, una productora, me dice “Si no vengo a labrar y no monto en el tractor no significa que no trabajo en el campo. Las mujeres van a la cooperativa, hacen las nóminas, van al banco, pagan el riego, archivan los papeles: esto es trabajo, sin ellas el trabajo de campo del hombre no puede existir, pero ellas no aparecen en ningún sitio.”
La historiadora Teresa María Ortega López ha mostrado en un artículo como la construcción social y simbólica del sistema de género sirvió para la productividad agrícola y para tranquilizar la “cuestión agraria” a fines del siglo XIX. Eso gracias, entre otros, a la marginalización profesional de las mujeres, la desvalorización de su sueldo y a la realización gratuita de tareas llamadas “domésticas”. Hoy, con la nueva ola de modernización y las crisis económicas, mi hipótesis es que ese mismo “sistema de género” aún se aplica hoy para favorecer a los hombres sobre las mujeres y, al final, para servir a la agricultura capitalista intensiva exportativa que conocemos en Andalucía.
Nueva cosecha, viejos estereotipos
Ahora quiero enfocarme en la recolección de aceitunas y destacar algunos puntos clave para entender como la economía del aceite ha vivido una revolución brutal que la lleva al estatus de producto de lujo, aunque las tareas de recolección siguen siendo basadas en desigualdades muy fuertes. Con el proceso de modernización y de profesionalización del mundo del aceite, la tradición de la recolección familiar desaparece poco a poco. Eso llega a un sistema de salarización de la cosecha donde los trabajadores son cada vez más empleados contratados por empresas de servicio de cosecha, y cada vez menos directamente por el dueño.
La mecanización es quizás la transformación más importante aquí, que ya ha empezado hace decenios, pero que no para de tener consecuencias sobre la organización social de la recolección. Básicamente, lo que pasa es menos manos y más máquinas para alcanzar más cantidad, más velocidad, y menos coste de recolección. Y como gran parte de ese coste está basado los sueldos de jornaleros y jornaleras, lo que se busca es ahorrar personal. Los campos se llenan de varas vibradoras, de peines mecánicos, de buggys con pinzas y paraguas, de tractores con inmensos remolques, y se vacían de humanos. Pero no cualquier humano, sino los que supuestamente “rinden menos”.
Antonio: “Los hombres rinden más que las mujeres, ellas tiran de mantones y sacan aceitunas, hacen la sopladora, pero claro, ellas no dan palos al olivo para tirar sus kilos!”
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Ana: ¿Por qué no me contratan más? ¡Es solo porque no tengo un hombre ! No nos quieren para nada, y con un hombre tampoco es fácil, nos tienen muy discriminadas. ¿Entonces qué, tengo que buscar un hombre?
Estos extractos hablan por sí solos. En el pueblo donde hice mi investigación en el sur de Marruecos, la recolección todavía se hace manualmente. La vara de madera para hombres, la canasta y la criba para mujeres: así se necesitan más mujeres que hombres (y se les pagaba 4 veces menos). Pero en zonas intensificadas y mecanizadas, las necesidades de mano de obra se han reducido drásticamente.
Las tareas que se valoran y mejor pagan son las que supuestamente requieren fuerza (“dar palos” a los árboles) o habilidades técnicas (conducir un tractor) y son acaparadas por los hombres. Las “actividades residuales”, según la antropóloga Paola Tabet, son aquellas que no requieren el uso de herramientas sofisticadas, y se dejan a las mujeres: recoger las aceitunas del suelo, poner los mantones, soplar las hojas. Sin embargo, tirar de los mantones cuesta arriba cuando pesan 100 kg ES una tarea física. A pesar de la igualdad de salarios, la realidad es que la desigualdad se juega mucho antes, en el momento de la contratación. Y suele pasar que una mujer, si no está “acompañada” por un hombre (que sea padre, marido, hermano, hijo y a veces un “soltero desconocido”), vale en todos casos menos que cualquier hombre, por eso Ana y tantas otras no está contratada.
Una de las grandes preguntas de mi investigación es: ¿adónde van todas estas mujeres que suelen trabajar en la recolección de la aceituna? La respuesta es: fuera del pueblo y/o en la precariedad. Pasan la campana en las colas del ayuntamiento para conseguir un empleo comunitario que asegure su derecho a la renta agraria y la jubilación (limpieza, cuidado de niños). Y, a ese trabajo en el campo o fuera, se le suma la doble o triple jornada que luego deben ocuparse del hogar, del niño, de la abuela, y hacer todas las labores que permitan un nuevo día de cosecha al día siguiente.
Aquí quiero hacer un pequeño punto de metodología porque me parece importante decir que las herramientas de la etnografía permiten entrar dentro de los hogares u observar (y participar) actividades y así ir más allá de lo escrito o de los propios discursos de la gente, que a veces dicen una cosa pero hacen otra. Es así que puedo analizar de manera cualitativa fenómenos como el trabajo doméstico para la recolección, como la rebusca o el robo de aceitunas, como la sobre-declaración de jornadas de mujeres, o también las “socias fantasma” de cooperativas, o el trabajo ilegal. También un tema importante es la importación de mano de obra migrante estacional: con el mismo objetivo de reducir los costes de cosecha sobre la base de la discriminación social y racial. Solo quiero decir que no hay ninguna mujer que venga para las aceitunas, y que es interesante ponerlo en espejo con otro cultivo como la fresa que, al contrario, atrae solo a mano de obra femenina también con argumentos supuestamente biológicos.
Ana: ahora las mujeres son más fuertes! Antes era todo cuidar, cuidar, trabajar, trabajar y el maltrato. Estamos en la línea de salir de todo esto. ¡Tú viniste para preguntar sobre el tema de la aceituna, pero es que se basa todo en lo mismo: que somos mujeres, y ya basta!
Efectivamente, vine a buscar “las aceitunas”: a observar una producción agrícola basada en una fuerte división sexual del trabajo. Y vi como el “sistema de género” defiende la infravaloración de las “tareas femeninas” con razones biológicas o económicas. También vine para contar una “ficción-canasta” como la defiende la novelista Ursula K. Le Guin: a contar las historias de los “no héroes”: las que no hablan de armas sino de cestas, de lo que cosechamos, de cómo lo compartimos. Así que aquí no doy a conocer el agricultor modelo con su tractor y su vara, sino las mujeres con canastas de aceitunas, quienes innovan, y me hablan de jornadas dobles y de solidaridad.