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Es profesor adjunto de historia rusa en la Universidad de Georgetown.
Nada de lo que puede hacer o decir la izquierda estadounidense cambiará el curso de la guerra en Ucrania, pero aun así fue embarazoso ver al Comité Internacional de DSA [Socialistas Demócratas de EE UU, organización política que trabaja en el seno del Partido Demócrata] obsesionado por “la militarización de la OTAN” en el período previo a la invasión (una posterior declaración por parte del Comité Político Nacional correctamente condena la invasión rusa pero da a entender que el expansionismo de la OTAN “preparó el escenario” para el conflicto). Hay excelentes motivos para criticar a la OTAN, y la intervención de EE UU en el extranjero, tanto de forma general como en este contexto específico y, por supuesto, nuestro deber principal como socialistas es criticar las acciones de nuestro propio gobierno antes que ofrecer versiones de izquierda de su propia propaganda contra Estados hostiles. Pero es demasiado fácil que este tipo de razonamiento se vuelva una forma de provincialismo que ve sólo a Estados Unidos y sus aliados como aliados principales; otros países, desde este punto de vista, sólo actúan en respuesta a la agresión estadounidense y no por motivos propios. Esto es lo que ocurrió aquí.
La verdad es que la OTAN no tiene un cómplice más dedicado que Vladimir Putin. Ningún otro enemigo tradicional del imperialismo estadounidense ha hecho más para validar los sueños febriles de los halcones más extremistas. Hace 20 años la alianza era una reliquia de la Guerra Fría cuya incesante expansión a costa de Rusia era un transparente intento de EE UU de consolidar la unipolaridad mientras sus rivales eran débiles.
Más recientemente, ha estado dividida por crisis internas, desde la agresión turca en Siria y Armenia al claro desprecio de Donald Trump por la organización. Pero cada vez que Putin ha convertido un conflicto político en uno militar, o un conflicto militar local en uno más amplio, se les ha recordado tanto a líderes como ciudadanos de la OTAN que hay, después de todo, algunos beneficios de vivir bajo el paraguas del Artículo 5 [un ataque armado contra un miembro se considerará ataque contra todos].
En Ucrania, sólo una pequeña minoría apoyaba la adhesión a la OTAN hace una década; hoy, tras años de conflicto instigado por los rusos y pérdidas territoriales, lo hace una clara mayoría. Tradicionalmente, la alternativa favorecida por los oponentes de la OTAN ha sido la “finlandización”, en la que Estados más pequeños acuerdan tener un rol neutral en la política de las grandes potencias a cambio de garantías de soberanía y no interferencia interna. Gracias a las acciones de Putin, esta opción se está evaporando ahora: la misma Finlandia apoya ahora sanciones duras contra Rusia y se ha unido a otros Estados europeos en el envío de equipos militares a Ucrania.
Para Putin, resistir a la OTAN es de hecho secundario en relación al objetivo principal de reunir a rusos, bielorrusos y ucranianos bajo mandato ruso
Así que si la principal motivación de Putin es resistir al intransigente expansionismo de la OTAN, ¿por qué se ha comportado de una forma que garantiza que sus vecinos le verán como una creciente amenaza contra la seguridad? Sus propios discursos y escritos ofrecen una respuesta a esta pregunta. Para Putin, resistir a la OTAN es de hecho secundario en relación al objetivo principal de reunir a rusos, bielorrusos y ucranianos bajo mandato ruso; o, si eso fracasa, al menos asegurarse de que los rusófonos de toda la ex Unión Soviética estén en un bloque de alianzas seguro con Rusia (como en el caso de Bielorrusia y Kazajistán, que tienen importantes poblaciones rusófonas) o sean gobernados por ella directamente.
Putin ve estrechamente conectados el Estado ruso y la identidad nacional y lingüística rusa, y está dispuesto a derramar sangre rusa y ucraniana para proteger esta visión nacionalista. También parece creer que el reloj avanza: las generaciones más jóvenes en el mundo post-soviético tienen menos probabilidades de ver las fronteras políticas de la región como un problema que necesita arreglo. De aquí la desesperada y fatal urgencia de los movimientos de Putin en 2013-14 y de nuevo en 2022.
Esto explica la particular virulencia de Putin contra Ucrania; no sólo contra su Gobierno pro-occidental, sino contra la propia naturaleza del Estado ucraniano, que ve como artificialmente construida por Lenin durante la década de 1920. Putin no niega la existencia de una identidad o movimiento nacionales ucranianos antes de la Revolución; en vez de eso, lo que objeta es la predilección soviética por unir regiones principalmente rusófonas como Crimea, el Donbass y Járkov a una república que ve como vulnerable al control por parte de ucranianos nacionalistas que rechazan el alcance imperial de Rusia.
Si Putin no hubiera actuado de forma decisiva, argumenta Akopov, “retornar Ucrania” se habría vuelto más difícil con cada década que pase
Putin describe sus objetivos en Ucrania como “desmilitarización y desnazificación”, pero las implicaciones prácticas de esto siguen sin aclararse. Un ensayo del columnista Petr Akopov publicado brevemente en la web de la agencia de noticias oficial, RIA Novosti, y después inmediatamente retirado —habiendo sido aparentemente redactado en previsión de una victoria rápida— da algo de visión sobre lo que esos objetivos pueden suponer. La cuestión de la seguridad nacional, argumenta, es sólo de “importancia secundaria”. Más importante es resolver “el complejo de un pueblo dividido, el complejo de humillación nacional” reunificando Rusia con Ucrania. Si Putin no hubiera actuado de forma decisiva, argumenta, “retornar Ucrania” se habría vuelto más difícil con cada década que pase. El ensayo muestra que Rusia no quedará satisfecha con unas pocas anexiones en el Donbass: el objetivo es “reconstruir, reestablecer y retornar [a Ucrania] a su condición natural como parte del mundo ruso”. Aunque el ensayo afirma que “esto no significará la liquidación de su Estado”, esta fórmula implica claramente la creación de un satélite leal en Ucrania contra los deseos de su población. Lejos de impedir una nueva Guerra Fría, un movimiento así lo garantizaría.
Carta desde Europa
Todos perdedores
La actual invasión rusa tiene mucho en común con la guerra de 2020 entre Armenia y Azerbaiyán. Ambos conflictos derivan indirectamente de la política bolchevique sobre las nacionalidades, que buscaba dar a las nacionalidades no dominantes estructuras anidadas para el autogobierno local y la autonomía cultural a la vez que se aseguraba la cohesión política mediante el firme mandato del Partido Comunista. Cuando el partido empezó a debilitarse, estas estructuras políticas crearon espacio para que élites nacionalistas tomaran el poder y se involucraran en violentos conflictos. En la exYugoslavia, un conjunto de políticas similar colapsó en una rápida y catastrófica guerra civil mientras el Estado socialista se deshacía. La ex Unión Soviética parece haberlo hecho mejor, a pesar de conflictos menores en lugares como Abjasia y Nagorno Karabaj en los 90 (el último de los cuales formó la primera ronda de la guerra de 2020). Sin embargo, como estamos descubriendo, las semillas de la guerra pueden demostrar ser más duraderas que lo que cualquiera podía pensar inicialmente, especialmente cuando están fertilizadas por el revanchismo nacionalista.
Ésta no es la Segunda Guerra Mundial, y más guerra no puede contener y no contendrá el proceso de radicalización nacionalista
Como otros Estados post-soviéticos, ciertamente Ucrania ha participado en la pose nacionalista tanto interna como externamente. Grupos neonazis, aunque no influyentes en el aparato de gobierno, han sido a menudo capaces de operar con impunidad o con el apoyo tácito de algunos responsables gubernamentales. Pero trazar una equivalencia o ver una posible justificación aquí sería profundamente equivocado. A pesar de las afirmaciones sin base de Putin sobre limpieza étnica o “genocidio” en el Donbass, Rusia ha impulsado de forma consistente la escalada del conflicto, comenzando en 2013-14 cuando agentes rusos como Igor Girkin ayudó a convertir las protestas en el Donbass contra el régimen de nueva creación del Maidán en una insurgencia militarizada apoyada directamente por fuerzas rusas.
Ambos bandos han mostrado desde entonces una voluntad de violar los acuerdos de alto el fuego y de atacar poblaciones civiles, pero Ucrania en última instancia busca una restauración del statu quo ante; sólo Rusia tiene mayores objetivos imperiales en mente, impidiendo una paz genuina. Respecto a los neonazis, la lucha que se desarrolla les ha dado recursos y legitimidad que nunca hubieran tenido de otra forma, y a pesar de su parafernalia neoestalinista, muchos de los nacionalistas rusófonos que Rusia apoya en el Donbass son tan derechistas como sus contrapartes del Batallón Azov. Ésta no es la Segunda Guerra Mundial, y más guerra no puede contener y no contendrá el proceso de radicalización nacionalista.
Se están imponiendo sanciones porque ayudan a encubrir la verdadera incapacidad de Occidente para ayudar a Ucrania de cualquier forma significativa
En este contexto un internacionalismo socialista genuino tiene un papel importante que jugar. En solidaridad con la gente común rusa, deberíamos oponernos a las sanciones, que no hacen nada por ayudar a los ucranianos. Éstas caen en tres categorías: sanciones contra Putin a nivel personal, contra la élite oligárquica y de negocios rusa, y de forma más amplia contra el sistema económico. Las primeras son ineficaces, porque a pesar de su inmensa riqueza Putin no está motivado principalmente por los beneficios materiales. Las segundas están mal dirigidas, porque la élite económica rusa ya no funciona como una fuente de presión sobre el régimen —de hecho, las sanciones de 2013-14 ayudaron a Putin a hacer a la élite más dócil y leal al perturbar sus conexiones con el exterior. Las sanciones económicas generales como desconectar a Rusia del Swift [red internacional de comunicaciones financieras] y congelar los activos del banco central son las peores, porque llevan a la hiperinflación y escasez de importaciones clave de las que dependen millones de rusos vulnerables.
Putin ya ha previsto a los probables efectos de los tres tipos de sanciones y por lo tanto no será detenido por ellas; las sanciones no han funcionado nunca para catalizar la oposición política efectiva al régimen (o a otros regímenes objetivo de sanciones occidentales). A pesar de estos fracasos, se están imponiendo sanciones porque ayudan a encubrir la verdadera incapacidad de Occidente para ayudar a Ucrania de cualquier forma significativa, dando la impresión de satisfacer un deseo de represalia.
Pero la acción militar de la OTAN (que no parece estar sobre la mesa por el momento) podría ser incluso peor, llevando al mundo directamente a la guerra termonuclear global. Aquellos en Occidente que simpatizan con el sufrimiento de Ucrania no tienen más elección que confiar en la resistencia ucraniana y rusa a la guerra de Putin. Miles de rusos han sido ya arrestados por protestar contra la guerra, un número que seguro que crecerá significativamente a medida que la guerra se expande. Millones de ucranianos no quieren morir en bombardeos, vivir bajo mandato imperial o ser forzados a la emigración; millones de rusos no quieren empobrecerse por las sanciones o ser reclutados en una invasión que no les supone ningún beneficio. En nuestra respuesta a la guerra, deberíamos tener cuidado en no hacernos simplemente eco de las élites nacionalistas de Rusia —ellas piensan que culpar a la OTAN desviará la atención de su mandato cada vez más represivo, cleptocrático y militarista en casa. Nuestras lealtades deben estar con el pueblo tanto de Ucrania como de Rusia, y con la causa de la paz.
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Documental sobre la gènesis de la esta historia, Oliver Stone.