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Análisis
El estado de las cosas (4)
0. Este nuevo modus operandi de los sistemas políticos occidentales (y no solo) sancionado por la guerra ruso-estadounidense librada en Ucrania es el corolario de las intensísimas políticas de desigualdad impuestas por las clases dominantes hegemónicas estadounidenses y occidentales, así como por las regionales que han acoplado sus formaciones sociales al funcionamiento del capitalismo global para definir el criterio de implementación de sus propias constituciones materiales, en la medida que sociedades cada vez más desiguales producen por definición sistemas políticos cada vez más oligárquicos, formas Estado cada vez más violentas y más orientadas contra sus propias ciudadanías y sistemas políticos cada vez más ciegos ante las opciones geopolíticas, geoeconómicas y geoestratégicas de las clases dominantes hegemónicas y protohegemónicas en tanto que producir desigualdad es el producto privilegiado de la crisis de hegemonía que la minoría global quiere perpetuar sobre la mayoría global, lo cual debe implementarse por el momento a través de los débiles circuitos de legitimación político-constitucional democrática nacional e internacional, cada vez más deteriorados y nominales, todavía vigentes. Y así no debe legislarse ni diseñar plan global alguno contra el cambio climático y la crisis medioambiental, porque la lógica del actual ciclo sistémico de acumulación de capital no puede conceptualizarse como la matriz de dinámicas que deben ser deconstruida mediante un ambicioso programa político, legislativo, administrativo y regulador global, regional, nacional y local; tampoco deben salarizarse las prestaciones laborales actuales o potenciales ligadas a la gran transición provocada por la crisis y el caos sistémicos actuales del capitalismo histórico, ni deben suplirse mediante la entrega de renta social las dificultades insuperables de lograr situaciones masivas de empleo digno, definido este por el mejor derecho laboral internacional realmente existente al conjunto de la población del planeta, al hilo de los planes necesarios de deconstrucción de las actuales matrices productivas, tecnológicas y ambientales; igualmente deben reducirse y deteriorarse las pensiones, que es otra forma de decir que es justo reducir el ciclo integral del salario directo e indirecto hasta los niveles exigidos por la tasa de transferencia de riqueza de abajo hacia arriba decidida por las clases dominantes para librar y disputar la actual lucha hegemónica global, así como deben conservarse todas las patologías ligadas a la concentración de la renta y la riqueza del actual ciclo sistémico de acumulación de capital, las cuales constituyen una cuestión no negociable democráticamente por parte de las clases dominantes hegemónicas globales, dirigidas por la potencia hegemónica estadounidense; deben privatizarse o congelarse sine die los derechos constitucionales y la calidad de los servicios públicos, porque el capital global, regional y local es absolutamente incompetente para crear riqueza sin producir valor negativo, esto es, producir simultáneamente poder exorbitado de clase y destrucción social y ecosistémica irreversibles para privar de todo poder político a las ciudanías constitucionalmente dotadas todavía de derechos fundamentales al tiempo que se deterioran o destruyen sus condiciones de vida hasta niveles abyectos, como sucede con las poblaciones migrantes y con los siete deciles inferiores de renta y riqueza en el denominado Sur global y los seis deciles correspondiente del denominado centro de la economía-mundo capitalista; no debe abordare de modo prioritario la erradicación absoluta de la pobreza extrema, absoluta y relativa como matriz estructurante de la nueva economía política nacional y global, ni debe trazarse plan alguno para paliar y revertir los efectos de las últimas cuatro décadas de crecimiento exponencial de la desigualdad, la cual no es únicamente socioeconómica, sino que se reproduce minuciosamente en innumerables prácticas sociales, sanitarias, educativas, vitales, existenciales. laborales, intelectuales y culturales con efectos acumulativos cada vez más nocivos, perversos, insidiosos y destructivos de la socialidad y de las condiciones democráticas de reproducción social; y, last but not least, debe recurrirse como corolario inexorable de estas tendencias a la guerra siempre que ello sea necesario, incluido el conflicto nuclear, para que la potencia hegemónica y sus aliados en los diversos bloques de poder regional y global, conserven de la manera más intacta posible el control de su ciclo sistémico de acumulación y para que su proyecto de clase hegemónico global se mantenga durante un periodo de tiempo tan largo como indefinido, aun a costa de hacer inhabitables partes del planeta y de reducir a masas cuantiosas de la población mundial a una existencia situada en el punto medio entre lo atroz biológica, ecológica y socialmente y la barbarie político-militar al hilo una apuesta que tiene en su seno los peores elementos de la concepción nazi del mundo, que era realmente una concepción tan compleja como espeluznante, surgida de las entrañas de la Weltanschauung de clase occidental y de la modernidad reaccionaria, producto esta de la modernidad tout court, que afortunadamente produjo las suficientes herramientas teóricas, epistémicas y morales para destruir intelectual y políticamente estos diseños irracionales, bestiales y bárbaros y para diseñar, construir e implementar proyectos viables de emancipación ligados a la Ilustración radical y a los mejores frutos del pensamiento crítico producidos por las formas de antagonismo inteligente que conformaron los largos siglos XIX y XX. Así pues, librar la guerra de Ucrania y apostar por su escalada continua como están haciendo desde febrero de 2022 las clases y elites dominantes occidentales —y de modo infame e ignominioso la Unión Europea y sus máximos dirigentes— no es únicamente un acto insensato desde el punto vista bélico, sino un componente esencial de su proyecto de destrucción del contenido democrático de las constituciones materiales vigentes y una apuesta sin paliativos por imponer la desigualdad integral y omnidireccional como criterio rector de la reproducción social a escala global y de modo primordial en Estados Unidos y en Europa, regiones políticas donde la tendencia ha adquirido obviamente durante las últimas décadas una enorme intensidad.
Análisis
El estado de las cosas (1)
El hecho de que (1) los sistemas políticos y los sistemas de partidos occidentales actuales (pero no solo) se precipiten durante las últimas cuatro décadas y de modo paradigmático durante los últimos meses de guerra sobre ambas sendas de comportamiento de la intensificación bélica y de la imposición de proyectos de clase brutalmente inequitativos y destructivos de las condiciones estructurales justas de reproducción social al ser incapaces de calcular sus efectos y de someter al campo político democrático la senda geopolítica hegemónica actual y sus implicaciones multidimensionales, que es también la apuesta por un régimen de acumulación que produce valor negativo, cuya insostenibilidad es manifiesta para las inmensas mayorías del planeta, y que (2) al mismo tiempo ambos sistemas profundicen con la misma convicción en la destrucción o la reducción drástica de los derechos constitucionales fundaméntale en sus respectivas polities, esto es, en las formaciones sociales de los respectivos Estados-nación y en toda la gama de las formas de estatalidad político-constitucional realmente existentes en su seno, es crucial para construir el concepto de campo político de la izquierda en esta coyuntura y para pensar la organización de los sujetos políticos que constituyéndose en el mismo han de ser capaces de desequilibrar y destruir el actual campo político reaccionario tout court vigente en la actualidad en la totalidad de las formaciones sociales realmente existentes, comenzando por las europeas, que es donde nosotros hacemos política, y cuyos fundamentos deben ser revolucionados durante los próximos años por venir, si las sociedades actuales quieren evitar la catástrofe ineluctable que las clases y elites dominantes se afanan con tanto ahínco por hacer realidad. Este campo político predominante en los sistemas políticos actuales genera, pues, el siguiente doble comportamiento (1) de insostenibilidad y destrucción de los ecosistemas, la riqueza y los derechos constitucionales por mor de la esterilización del campo político como campo radicalmente democrático y (2) de cercenamiento deliberado o de imposición de trabas cuasi insuperables a la constitución de los nuevos sujetos políticos y de sus correspondiente formas partido, así como de los modelos políticos susceptibles de desencadenar procesos de conceptualización, análisis, debate y participación pública capaces de producir objetos políticos eficaces en los sistemas políticos actuales adecuados para comprender cómo (a) el proyecto hegemónico estadounidense y occidental, (b) la panoplia de estrategias de destrucción o paralización de las políticas garantistas de los derechos constitucionales fundamentales y (c) el uso de la guerra y de la violencia armada se hallan imbricados y condensados en las características operativas de los sistemas de partidos realmente existentes y en el conglomerado de poder que estos favorecen domésticamente en una formación social determinada mediante la conservación y recreación de los bloques históricos dominantes nacionales respectivos reajustados al hilo de su adecuación al despliegue de la geopolítica y la geoeconomía regionales de la potencia hegemónica, despliegue que ofrece el zócalo a partir del cual un determinado bloque histórico nacional recalcula y reequilibra sus estrategias de poder doméstico y conforma su sistema político y sus estrategias de dominación de clase correspondientes a fin de apuntalar e implementar la misma longitud de onda de violencia presente en las relaciones dichas internacionales en la producción de las relaciones de dominación y poder dichas nacionales, las cuales configuran la calidad de las relaciones sociales, económicas y exteriores que esta determinada formación social y su forma Estado, articulados localmente con el funcionamiento del ciclo sistémico de acumulación hegemónico, dotan de contenido, realidad y sustancia estructural en su concreta existencia histórica y en la realidad del funcionamiento de las relaciones estructurales de poder de clase que lo hace políticamente posible global, regional y localmente. La renacionalización de la proyección de las formas Estado en la arena internacional y las pretensiones de nacionalizar las comunidades políticas sin Estado para dotarse de una forma Estado independiente como proyecto político nacional deben analizarse en virtud de estos parámetros en la coyuntura de caos sistémico actual.
1. La sincronización de estos dos circuitos de circulación de la violencia del ciclo sistémico de acumulación de capital estadounidense como fenómeno intrínsecamente global y estructural y la (re)producción de su funcionamiento en las formaciones sociales, sus forma Estados y sus sistemas políticos y de partidos concretos, que lo reconocen como la textura misma del contenido de lo político y de la propia constitución social, es fundamental para la estabilidad de las relaciones de dominación y explotación, que lo dotan de realidad en la medida en que estas son continuamente legitimadas políticamente por los sistemas políticos constituidos y los sistemas de partidos que procesan este contenido material de la dominación sistémica como el contenido mismo de lo político y de la política en sus respectivas formaciones sociales.
La naturalización de las relaciones de poder de clase en una determinada formación social mediante un sistema político y el correspondiente sistema de partidos produce simultáneamente la legitimación política de las opciones de la potencia hegemónica en un momento histórico determinado y de las estrategias seguidas para implementarlas por todos los medios necesarios, así como la legitimación de la totalidad de los efectos domésticos que tal estrategia trae inevitablemente aparejados, como sucede en esta coyuntura tanto con la reestructuración neoliberal, conservadora y reaccionaria global de las relaciones socioeconómicas, ecosistémicas, laborales, normativas y constitucionales de las formaciones sociales actuales, como con la indicación, impuesta durante las últimas dos décadas de modo subyacente y de modo sobredeterminado desde febrero de 2022 con el abrazo del oso de la guerra en Ucrania, que postula que durante los próximos años el expediente militar podrá y deberá ser utilizado como instrumento legítimo de organización global del sistema-mundo capitalista y que ello es correcto y recibe la sanción del sistema político nacional correspondiente, que construye la legitimidad del orden constitucional nacional correspondiente en la que se engloba esta opción por la guerra y la violencia militar de la potencia hegemónica estadounidense. Es, pues, fundamental comprender y analizar el funcionamiento de esta doble aspa (1) de la aceptación y borrado de la violencia sistémica que se transmite a partir de las relaciones geopolíticas y geoestratégicas sobre la formación social que estos sistemas de partidos y por ende estos sistemas políticos estructuran políticamente y (2) del incansable juego de legitimación y distorsión de producción de lo político y de las políticas públicas que apuntalan la posibilidad de ese orden global mediante la continua reestructuración y adaptación del conjunto de relaciones sociales y económicas nacionales en clave autoritaria verificadas en su seno ideológicamente como el resultado de una opción libremente expresada por las respectivas ciudadanías, fatalmente reducidas a la condición de pueblo, y, por consiguiente, privadas de una métrica de análisis y de una gramática política capaces de contemplar simultáneamente el funcionamiento de ambas matrices y de ambos circuitos de producción y circulación de la violencia sistémica de clase ínsita en el corazón de todo proyecto hegemónico global característico del capitalismo histórico en los campos político nacionales. Esta doble aspa, por otro lado, es la que ha generado hasta ahora la imposibilidad o la enorme dificultad a la hora de producir objetos políticos nuevos en los campos políticos actuales y la que alimenta el empobrecimiento de la conversación política y, por consiguiente, la exclusión de aspectos fundamentales de la reproducción del poder sistémico del tratamiento democrático por parte de los sistemas políticos vigentes y por ende su tratamiento por las formas Estado realmente existentes, dado que esta imposición de las condiciones sistémicas del ciclo sistémico de acumulación de capital (el estadounidense en nuestro caso) y por ende del diseño geopolítico de la potencia hegemónica como el contenido político primordial por el sistema político y por el sistema de partidos de una formación social en la reproducción de la misma genera una selectividad estructural en el funcionamiento de su forma Estado y su capacidad de producir políticas públicas, así como en su forma política de producción de legitimidad, que bloquea primero y destruye después la sustancia democrática de los sistemas políticos que han conseguido cotas de democracia constitucionalmente basada en los derechos fundamentales tras la Segunda Guerra Mundial al hilo del fordismo y la constitución del sujeto proletario global —al tiempo que obstruye la emergencia de líneas de comportamiento tendencialmente democráticas en los sistemas políticos que no han accedido al modelo democrático occidental— e impide la necesarísima profundización democrática mediante la introducción de estos nuevos objetos políticos ligados a las formas más peligrosas y cruciales de la actual crisis sistémica del capitalismo como sistema histórico impuestas por la actual crisis de la hegemonía estadounidense.
La insensatez de las palabras de Macron , de Borrell, o de Draghi demuestran la mezcla tóxica de impostura y brutalidad de la actual clase dirigente
2. Al respecto conviene no olvidar que la circulación de esta violencia sistémica en el circuito global y su reproducción acrítica por los sistemas políticos y de partidos nacionales en las estructuras de las formaciones sociales discretas se multiplica exponencialmente cuando una determinada hegemonía global se resquebraja y se hace insostenible, como sucede en la actualidad, porque se aleja cada vez más y a la postre definitivamente de toda posibilidad de universalización de su promesa ideológica de justicia, emancipación, progreso e igualdad y opta por una reducción drástica del número de privilegiados recompensados simbólica y materialmente por el funcionamiento cada vez más maltrecho, por otro lado, de su régimen de acumulación cristalizado en el respectivo ciclo sistémico de acumulación de capital, que sus clases dominantes globales han controlado durante un dilatado periodo de tiempo en la materialidad de los siglos largos. La situación de la Unión Europea y de las formaciones sociales que la componen es particularmente lábil en este sentido, porque su situación de privilegio secular le invita a apuntalar la estrategia geoeconómica, geoestratégica y bélica de la actual potencia hegemónica estadounidense, la cual, sin embargo, desecha sin contemplaciones su asociación imaginada por los viejos aliados en un diseño incrementalmente más brutal en tanto que es realísticamente calculado como un proyecto indefectiblemente cada vez más excluyente y desdeñoso respecto al uso de los recursos y los bienes comunes del planeta, a la transformación radical del régimen de acumulación, a la reestructuración de su ecuación energética y a la extensión universal de los derechos fundamentales y democráticos, lo cual se cruza con la incapacidad de los campos políticos europeos de permitir la incorporación de nuevos objetos políticos al funcionamiento de su realidad institucional supranacional, lo cual significa por definición nuevos sujetos políticos o, dicho con mayor precisión, el surgimiento de nuevos sujetos políticos (antisistémicos) nacionales, transnacionales y posnacionales al hilo de luchas antisistémicas originales, que imponen esos nuevos objetos políticos, que puedan leer esta complejidad de modo no conservador y reaccionario como sucede en la actualidad y que sean capaces de desencadenar procesos inéditos de legitimación de las políticas públicas necesarias para gestionar la transición hegemónica actual, como ha quedado demostrado en la incomprensión total de los envites de la guerra de Ucrania por el establishment político europeo supranacional y nacional, así como por su ecosistema mediático (ilustrado en este caso, en un registro menor, en la celebración de Mario Draghi al frente del gobierno italiano durante sus dieciocho meses de mandato y de su defensa a ultranza de la guerra, ambos recibidos por una hagiografía descerebrada y acrítica por parte de los medios de comunicación italianos predominantes y, en general, europeos, que ha alcanzado cotas realmente abochornantes).
El problema crucial para el campo y los sujetos políticos de la izquierda europea es que este rompecabezas de dilemas y disyuntivas se presenta, como no podía ser de otro modo, cuando la oligarquización de los sistemas políticos y la degradación y uniformización de los sistemas de partidos demuestran haber alcanzado una dinámica propia muy poderosa: el vaciamiento de la democracia produce automáticamente situaciones extraordinarias y asombrosas de consenso y de unanimidad voluntaria y apresuradamente generadas en pro de estas decisiones sistémicas de la potencia hegemónica global para hurtar todo debate estratégico y eventualmente todo proceso de toma de posiciones realmente democrático (eventualmente contrarias al mencionado proyecto hegemónico) capaz de sopesar las gravísimas consecuencias derivadas de las decisiones sistémicas que las elites y clases dominantes hegemónicas globales han tomado durante la últimas tres décadas, como ha sucedido hasta la fecha con los diversos posicionamientos nacionales y supranacionales respecto a la guerra de la OTAN y Estados Unidos en Ucrania, respecto a sus antecedentes y respecto a sus ineluctables terribles consecuencias para los pueblos ucraniano, ruso y europeo-mediterráneos. La insensatez de las palabras de Macron –«Se acabo la época de la abundancia»–, de Borrell, que pretende convertir a Rusia en la Corea del Norte de Europa, o de Draghi, que invitaba a la ciudadanía italiana a utilizar por razones éticas inconmensurables los termostatos de sus domicilios para salir del desastre actual, demuestran la mezcla tóxica de impostura y brutalidad de la actual clase dirigente europea, tan incapaz de gestionar los asuntos corrientes, como de comprender lúcidamente los acontecimientos extraordinarios, así como la coyuntura histórica actual, todo ello ante la pasividad de ciudadanías cada vez más vapuleadas por el desnorte provocado por la degradación política e institucional y el deterioro deliberado de los dispositivos de producción de objetos políticos adecuados a las condiciones siempre cambiantes de la reproducción social, mientras, contra toda lógica, se renacionalizan y requetenacionalizan los campos políticos nacionales, que estas elites políticas controlan para paradójicamente desnacionalizar y atomizar exponencialmente toda capacidad de acción colectiva tanto a escala nacional como europea de los supuestos pueblos en busca de su destino.
3. El hecho de que esta lógica de la insostenibilidad y la exclusión en el ámbito geopolítico y respecto a los respectivos envites geoestratégicos en juego se acepte por estos sistemas de partidos constituidos nacionalmente es la condición para que la degradación de la gestión pública se verifique hasta el ámbito más concreto de la acción política doméstica, porque a partir de este posicionamiento los respectivos sistemas políticos nacionales orientan indefectiblemente sus opciones jurídico-constitucionales y político-administrativas en la reproducción de una idéntica lógica destructiva respecto a las mismas hasta sus más ínfimas consecuencias, generando al hilo de estos procesos procesos de desplazamiento de las problemáticas acuciantes a todas las escalas de una determinada formación social y de su organización de la forma Estado y de su modelo de Administraciones públicas –y normalmente también de su organización territorial– en un proceso osmótico y conmensurable con la violencia geopolítica ejercida por la potencia hegemónica y aceptado y legitimado por los sistemas políticos nacionales. Esta relación compleja entre (a) la aceptación del diseño actual del new american century asumido por la potencia hegemónica estadounidense, que desea mantener a toda costa un modelo de hegemonía global periclitado por lo antidemocrático y excluyente y, por consiguiente, proclive a dosis de violencia e irracionalidad cada vez mayores, y (b) la reproducción de las estructuras de poder político que legitiman el mismo nacionalmente y que —y ello es fundamental— no son capaces de imponer un modelo social capaz de contrarrestar, enfrentarse o diseñar un principio de orden social alejado del modelo social implícito en ese proyecto geopolítico global, esta relación compleja, decíamos, garantiza además la privación de todo anclaje material a la generación posible de otros procesos políticos y sociales capaces de lidiar en el ámbito micropolítico de una determinada formación social con las tensiones y problemas derivados de la actual crisis sistémica del capitalismo histórico en campos políticos todavía democráticos, que aun cuentan con formas Estado no absolutamente capturadas por las clases dominantes globales y los bloques de poder nacionales y con Administraciones públicas capaces de gestionar determinadas tareas en pro del bien común.
Esta falta de anclaje material para concebir y diseñar modelos contrahegemónicos políticos y micropolíticos de nuevas políticas públicas alejadas u opuestas al modelo de la potencia hegemónica estadounidense es uno de los factores que explica hoy la crisis de lo político y de la política y lo hace en la medida que esta tensión congela toda capacidad de innovación institucional y bloquea por todos los medios estructurales posibles al alcance de la forma Estado correspondiente el surgimiento de sujetos políticos capaces de revertir esta cadena de causalidad estructural derivada de la aceptación del actual modelo de hegemonía global y la imposición del proyecto hegemónico concebido para organizar políticamente este siglo XXI, al tiempo que elimina con una ferocidad digna de otra finalidad cualquier desajuste en el modo en que estas clases dominantes globales, nacionales y locales conciben el uso de la forma Estado, el poder público y las potestades administrativas (1) para imponer sus intereses, como sucede globalmente, y a partir de cuyas fisuras se debe imponer el nuevo contenido de lo político y la superación de la falta de eficacia y la corrupción constitucional tanto de lo público como de las políticas públicas, así como (2) para generar el perfilado de las nuevas subjetividades sociales y de los nuevos sujetos políticos antisistémicos capaces de comprender este doble proceso de legitimación de la barbarie y de la catástrofe. Este bloqueo de lo político se halla ligado, pues, a la falta de ambición de los diseños legislativos y a la ineficacia de la acción administrativa, así como a la corrupción y debilitamiento institucional de la forma Estado, tanto para concebir las innumerables situaciones de crisis digamos domésticas, como para implementar sendas que rompan la inercialidad y la reproducción de las tendencias dañinas y destructivas presentes por doquier en las formaciones sociales discretas y en sus respectivos sistemas políticos, como ha quedado demostrado durante las últimas décadas de degradación neoliberal y, especialmente, durante los últimos meses y atestiguado de modo imborrable, por esta guerra a la vez de opción y por delegación librada en Ucrania por la OTAN desde febrero de 2022, por la devastación ecosistémica de este último verano en Europa y en el Mediterráneo y por la estupidez, la aquiescencia y la resignación que los sistemas políticos europeos han mostrado y están mostrando ante la ineluctabilidad de la destructividad impresionante de lo que está sucediendo ante nuestros ojos en un momento histórico en el que resulta una decisión racional la destrucción de un gaseoducto submarino de 1200 kilómetros de longitud, apoyado a 200 metros en el lecho del mar Báltico, que constituye el método más rápido y barato para transportar gas entre dos grandísimos productores y consumidores del mismo en plena situación de degradación fatal e irreversible de la huella de carbono en el sistema-tierra.
4. El eje fatídico de la crisis de hegemonía de la actual potencia hegemónica, característico, por otro lado, de anteriores transiciones hegemónicas globales del capitalismo histórico, pero que toma en la presente coyuntura un cariz mucho más grave y peligroso por la doble constricción impuesta por la crisis ecosistémica y por la voluntad de destrucción de la modernidad política antagonista y democrática como forma política predominante en las formaciones sociales del siglo XXI mostrada por las clases dominantes, es que la pérdida de hegemonía estadounidense, esto es, la pérdida de la capacidad de organización de un ciclo sistémico de acumulación de capital —por definición doblemente articulado en torno al uso de la violencia militar y a la generación de consenso dotado de un perímetro más o menos amplio—, precipite irremediablemente por la pendiente del uso de la fuerza militar y de la violencia generalizada, como demuestra el ciclo bélico de las últimas dos décadas, en el proceso mismo de reducción drástica del consentimiento cosechado globalmente en torno al nuevo proyecto hegemónico impuesto autoritariamente durante las últimas décadas en forma de neoliberalismo, de pérdida o no expansión de los derechos fundamentales y de drástica degradación ecosistémica por la potencia hegemónica estadounidense en la medida en que los fundamentos material-tecnológicos, ecosistémicos y políticos para redefinir el ciclo sistémico de acumulación de capital actual o sus variaciones posibles, dada la actual constelación de poder de clase, está simplemente agotado en términos de innovación política.
Esta transición de la hegemonía global ha supuesto históricamente —y exige de modo exponencial en el momento presente— la invención e implementación de nuevos catálogos de derechos fundamentales, que sean mínimamente compatibles o, en realidad, absolutamente virtuosos en la mejor de las hipótesis, con los fundamentos materiales del nuevo ciclo sistémico de acumulación de capital, que eventualmente debe permitir generar volúmenes de riqueza y de valor a escala mundial de mayores dimensiones y de superior calidad cuantitativa y tecnológicamente hablando, además de ser distribuido de forma infinitamente más justa a escala global y en el seno de toda formación social entre las clases implicadas en el proceso considerado (re)productivo en el periodo histórico determinado en el que se verifica ese ciclo sistémico de producción de valor y acumulación de capital.
En la coyuntura actual la tendencia es precisamente la contraria, lo cual remite a la propia crisis sistémica del capitalismo como sistema histórico y al desorden que ello produce en las clases dominantes occidentales y especialmente en las que dirigen la potencia hegemónica estadounidense, lo cual a su vez trastorna y contamina el conjunto de los sistemas políticos democráticos —por no hablar del impacto que ello tiene en los autoritarios o violentamente reaccionarios o en aquellas formaciones sociales que no han logrado niveles mínimos de estatalidad o institucionalidad o que han experimentado procesos severos de degradación o cuasi desintegración de ambas— en cuya totalidad y mediante procesos fenomenológicamente diversos pero estructural y objetivamente convergentes y a velocidades sociales tendencialmente elevadas podrían desencadenarse y dilucidarse procesos políticos antisistémicos cualitativamente diferentes adecuados a la actual composición de clase y a los procesos de autovalorización de su autonomía y mediante ello comenzar a producirse otro tipo de opciones sistémicas y a definirse un nuevo conjunto de políticas estructurales para frenar, desactivar o reinventar las tendencias del sistema-mundo capitalista actual y su gravísima crisis sistémica actual, de lo cual, de nuevo, la decisiones tomadas para desencadenar la actual guerra en Ucrania ofrece a contrario un ingente material de análisis. Esta imposibilidad de inventar nuevos catálogos de derechos fundamentales funcionales a un hipotético nuevo ciclo sistémico de (des)acumulación de capital o, dicho en otros términos, la pretensión estadounidense de rediseñar unilateralmente el actual sofocando toda innovación política antisistémica y sin ceder en absoluto cuota alguna de poder sistémico a escala del sistema-mundo capitalista bajo la imposición de un supuesto juego de suma cero entre las potencias (proto)hegemónicas realmente existentes, condenadas de acuerdo con este constructo ideológico a ciclos recurrentes de competencia irremediablemente conducentes a la guerra, y menos aún de distribuir la riqueza producida con un criterio plurisecular de justicia más intenso y omnicomprensivo que el ligado a la normatividad liberal inherente al ciclo sistémico de acumulación estadounidense y la construcción política de la modernidad conservadora desplegado durante el largo siglo XX, siglo político por antonomasia, dota a la crisis actual de un potencial contenido profundamente regresivo y por ende de involución peligrosamente autoritaria, como se está demostrando durante las últimas tres décadas y de modo cada vez más exponencial desde la crisis financiera de 2008 y el afloramiento de la guerra como la ratio definitiva, de nuevo, de dilucidación de la racionalidad última de la episteme liberal y del capitalismo como sistema histórico de clase.
Análisis
El estado de las cosas (2)
5. En realidad, la tendencia en esta crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense en los albores del largo siglo XXI es justo la contraria a la trabajosa y lentamente manifestada en el resto de transiciones hegemónicas globales verificadas desde el siglo XVI en el sistema-mundo capitalista de ampliación y complejización de los derechos fundamentales, cuyo arco histórico plurisecular demuestra el carácter profundamente violento e inequitativo de este sistema histórico de acumulación de capital y riqueza que es el capitalismo, que primordialmente ha desencadenado los procesos históricos de estructuración de las formaciones sociales modernas y en su curso procesos de reproducción de modelos muy asimétricos e injustos de dominación política y de distribución del (plus)valor socialmente producido. Esta contradicción es fundamental estructuralmente para el funcionamiento del sistema y para la definición de las sendas de transición que se han abierto de manera explícita durante las últimas dos o tres décadas, así como lo es para sus posibles trayectorias sistémicas y todavía lo es más para pensar un concepto adecuado de lo político y, en consecuencia, para pensar el campo político de la izquierda, sus modelos de organización y el contenido de sus políticas frente a la violencia inaudita del proyecto global de las actuales clases dominantes hegemónicas globales y de sus alianzas de clase regionales construidas o impuestas durante la actual fase de caos sistémico en la que se combinan irremediable y fatalmente, pero también productiva y constitutivamente, las dimensiones geopolíticas y domésticas de la política con efectos todavía por verificar en todo su impacto problemático y potencialmente regresivo sobre todas y cada una de la formaciones sociales y sobre todas y cada una de las relaciones sociales que definen la constitución de las sociedades contemporáneas, así como obviamente sobre del sistema-mundo capitalista y sobre el sistema-tierra en su conjunto. La tensión irresoluble en esta coyuntura es precisamente la imposibilidad de que el proyecto global de las actuales clases dominantes occidentales y primordialmente estadounidenses genere un escenario adecuado para resolver la tensión existente entre (1) las condiciones de posibilidad de un nuevo ciclo sistémico de acumulación de capital construido a partir de la unilateralidad de la actual potencia hegemónica y su bloque de poder geopolítico y la persistencia de las condiciones de acceso a los recursos infraestructurales que lo hacen y lo harían posible de acuerdo con la persistencia del capitalismo como sistema histórico y (2) la expansión de los derechos fundamentales para las grandes mayorías, esto es, las clases trabajadoras y pobres planetarias, que coinciden con los sietes deciles más bajos en términos de renta y riqueza de la población global, del sistema-mundo capitalista como criterio primordial de una nueva economía política capaz de definir un nuevo ciclo sistémico de producción y acumulación de valor, que desprograme las tendencias destructivas del capitalismo histórico y su paroxismo concretado en la destrucción de las condiciones ecosistémicas del sistema-tierra, que es el corolario máximo del poder de clase expresado por este sistema histórico hasta la fecha, mediante el uso de la guerra y la violencia como criterio último de reordenación global de las relaciones de dominación y de poder de clase.
Esta doble hélice de comportamiento introduce criterios conductuales cada vez más violentos e irracionales tanto en el ámbito geopolítico, como en el funcionamiento de los sistemas políticos dichos nacionales, los cuales reproducen de modo diferencial pero causalmente articulado esa imposibilidad de reorganizar la economía-mundo capitalista en la esfera nacional de un modo no regresivo para los derechos, las variables ecosistémicas y los modelos de funcionamiento de los respectivos sistemas jurídicos y de las correspondientes formas Estado, lo cual penetra hasta el corazón mismo de los procedimientos y de la sustancia de la legitimidad democrática de las formaciones sociales actuales dotadas del modelo de constitucionalismo democrático y de aquellas todavía no instaladas en el mismo de modo aproximadamente maduro y tendencialmente estable. La violencia derivada de la crisis del ciclo sistémico de acumulación de capital estadounidense y de las dificultades insuperables para que a partir del mismo pueda surgir un nuevo modelo de producción, acumulación y distribución de renta, sostenibilidad, justicia y riqueza –y por ende un nuevo ciclo sistémico de acumulación (poscapitalista) dotado de variables sistémicas absolutamente novedosas– en función de la unilateralidad de las decisiones impuestas por las clases dominante occidentales y a fortiori estadounidenses durante las últimas tres décadas se reproduce diferencialmente por definición en los sistemas políticos nacionales que se convierten así en los campos de microgestión de esa imposibilidad a escala de la política local a partir de toda una serie de efectos acumulativos que hacen a su vez ingestionable la destrucción simultánea de las condiciones de producción de riqueza a medio plazo y la capacidad de pensar y conceptualizar las tendencias de crisis que se manifiestan nacionalmente, las cuales se convierten por ende, como hemos indicado, en el contenido mismo de la política de lo respectivos campos políticos nacionales y de los respectivos sistemas de partidos, los cuales son a su vez sometidos a un estricto proceso de reingeniería para que produzcan los cuadros, los modos de organización interna y los horizontes de acción política pública más tendencialmente adecuados a la reproducción de tal imposibilidad de gestionar y estabilizar la crisis y, proyectados estos hacia el futuro, de abordar y lidiar con las tendencias más destructivas de la crisis del actual ciclo sistémico de acumulación de capital y de la propia crisis del capitalismo como sistema histórico.
6. Esta contradicción coloca una restricción fundamental en el contenido democrático de las formaciones sociales que han seguido esta vía de orden constitucional tendencialmente democrático, restricción que es todavía más intensa en el caso de la supuesta tendencia democratizadora del conjunto del sistema-mundo capitalista propugnada por la ideología liberal sustentada por los países occidentales de acuerdo con la construcción ideológica del denominado «orden liberal internacional» propalada por la potencia hegemónica y su bloque geopolítico y geocultural de referencia. Si el ciclo sistémico de acumulación de capital estadounidense es inviable como orden capaz de garantizar la estabilidad geopolítica, lo es en realidad no por la mala praxis de clases dominantes y dirigentes agotadas en su función de dominar y dirigir y cegadas por la hubris de decisiones políticas erróneas o irreversibles tomadas en sus efectos negativos o devastadores o por el comportamiento díscolo o irracional de determinadas potencias de medio rango, que no cumplen incomprensiblemente las reglas de comportamiento postuladas por ese orden hegemónico, o de potencias dotadas de vocación global competidoras en la lucha por la hegemonía del sistema-mundo capitalista, sino porque resulta imposible garantizar la producción de riqueza de forma justa y sostenible en entornos democráticos basados en la expansión de los derechos fundamentales y no corrompidos por la desigualdad, la corrupción y la violencia, dados los fundamentos de la acumulación de capital ínsitos en la mismísima concepción sistémica del capitalismo comprendido como sistema histórico, lo cual pone en evidencia de modo irreversible el carácter absolutamente político de este modo de producción, que es ante todo un modo de (re)producción de desposesión de la riqueza colectiva y sistémicamente producida; de jerarquización racista, étnica, religiosa y patriarcal de la fuerza de trabajo; de atribución por los mismos criterios de las recompensas económicas, sociales y simbólicas inherentes a toda formación social derivada del mismo; y de diseño e imposición de sistemas políticos programados estructuralmente para reproducir la imposibilidad de (1) la estabilidad y la expansión de los derechos fundamentales, de (2) la apropiación democrática de la innovación social y tecnológica y de (3) la rizomatización de principios de justicia sustantivos en todas y cada una de las prácticas sociales reproducidas en el conjunto de las formaciones sociales que articulan mediante su reproducción –o, dicho de otro modo, que son (re)producidas por– la reproducción del sistema-mundo capitalista.
El neoliberalismo —esto es, el proyecto prosistémico de clase articulado como respuesta a la revolución global de 1968— intuye e impone avant la lettre la crisis geopolítica actual y el uso cada vez más indiscriminado de la guerra
Desde el punto de vista de la lucha de clases —concepto comprendido como el conjunto de redes, diagramas y dispositivos de antagonismo y lucha desplegados e insertos estructuralmente en la constitución y reproducción del capitalismo—, este sistema histórico ha sido sometido a olas potentísimas de antagonismo, que han intentado ligar el núcleo de la producción y acumulación de valor a la diagramatización del mismo a partir de la imposición de derechos fundamentales conmensurables a la riqueza, la innovación y la democratización política propiciada por su propia potencia productiva derivada de la cooperación social del trabajo (la destrucción/innovación creativa dicho en los términos de la doxa de la ideología dominante) y por las luchas de los sujetos (re)productivos, que han sometido históricamente el conjunto de las formas de discriminación inventadas o recreadas por el capitalismo histórico en forma de dispositivos estables y monótonos de producción de racismo, sexismo, aporofobia y patriarcalismo a constantes procesos de crítica, análisis, conceptualización, teorización, deconstrucción y destrucción de la dominación de clase realmente existente, la cual es ininteligible si no se aborda desde la polivalencia de las relaciones de poder que someten a los sujetos explotados al conjunto de modalidades de no reconocimiento, de superexplotación, de discriminación negativa, de jerarquización estratificada y de humillación social, política, simbólica y cultural.
7. Esta línea de choque del antagonismo de clase así conceptualizado se manifiesta igualmente en la actual coyuntura de crisis sistémica del capitalismo y de ruptura del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y por ende en el actual conflicto bélico desplegado en Ucrania en torno a la implementación del modelo de hegemonía global objeto de disputa por parte de Estados Unidos para el largo siglo XXI en tanto que el sujeto productivo actual explotado en los circuitos diferenciales de producción de (plus)valor, en toda su diversidad fenomenológica global y local, tiende desde el punto nodal de 1968 a conceptualizar e imponer al modelo de producción de valor y riqueza la incorporación de los derechos constitucionales fundamentales en el contenido mismo de las mercancías, productos, bienes, servicios y procesos de producción, que se organizan en el sistema-mundo capitalista al hilo del ciclo sistémico de acumulación estadounidense, cuya crisis padecemos en la actualidad, mientras que, por el contrario, las clases dominantes y su proyecto de acumulación y crecimiento económico, precipitado hacia el futuro a partir de la crisis inducida por esta nueva productividad del sujeto productivo global y su actual composición técnica, política y moral, han tendido, por el contrario, a descarnar absolutamente los procesos productivos y los procesos de acumulación de capital de este input crucial de los derechos fundamentales convenientemente constitucionalizados de acuerdo con el modelo del constitucionalismo democrático puesto preliminarmente a prueba durante el fordismo (condensado su ciclo con este término en aras de la economía expresiva) como matriz jurídica primordial de estructuración de la reproducción social.
El neoliberalismo ha consistido y consiste precisamente en ello, esto es, en la incapacidad sistémica manifiesta del capitalismo histórico —y, en especial, en esta coyuntura de la hegemonía estadounidense y por ende occidental— de producir mercancías y riqueza dotadas de la complejidad derivada de que su composición incluya la pertinencia ineludible de los derechos fundamentales como contenido inexcusable del proceso de producción económica de valor, que debe hacer hace posible su manufactura y el proceso concomitante de acumulación de capital que este modo producción trae aparejado. La complejidad de la composición de la forma mercancía es en realidad la forma social de la complejidad y de la riqueza productiva, intelectual, ontológica, política y moral de la actual composición de clase de la fuerza de trabajo global.
El neoliberalismo —esto es, el proyecto prosistémico de clase articulado como respuesta a la revolución global de 1968— intuye e impone avant la lettre la crisis geopolítica actual y el uso cada vez más indiscriminado de la guerra como instrumento normalizado en la medida en que el no reconocimiento de esta complejidad de clase de los procesos productivos y su necesaria composición jurídico-constitucional de los productos y servicios producidos y prestados por la estructura1 económica solo puede ser compensada mediante el incremento del uso de la violencia para colmar la distancia cada vez mayor entre un proceso económico regido por la no incorporación a su estructura de los costes de las condiciones materiales de la productividad total de los factores que lo hacen posible y la necesidad de mantenerlo a ultranza no solo en beneficio de una exigua minoría de las clases dominantes globales y de una restringida parte de la población mundial, sino a costa de la propia racionalidad económica que exige por definición el computo y la contabilización integral de la totalidad de los factores productivos para cerrar las condiciones económico-financieras de un determinado proceso de producción y por ende la satisfacción de las derivadas de la matriz de costes, precios y retribución de los factores y así garantizar las condiciones macroeconómicas en situación de no crisis permanente del conjunto de procesos económicos globales y, por consiguiente, locales.
El neoliberalismo y la catastrófica gestión actual de la transición hegemónica global a la que estamos asistiendo de modo muy intenso durante las últimas dos décadas son el resultado de la incapacidad de las clases dominantes y dirigentes globales y regionales, así como de los sistemas políticos realmente existentes, para conceptualizar correctamente la producción de valor y riqueza tras el impacto de la innovación, la creatividad y la capacidad productiva y política del sujeto proletario durante el largo siglo XX y primordialmente tras la respuesta y la inventiva de la composición de clase surgida de la gran movilización general puesta a punto (1) por la revolución de 1968 con el reconocimiento masivo de que el fordismo contenía límites inaceptables en términos de justicia global, (2) por la ruptura de 1989 respecto al modelo antisistémico soviético –que había demostrado irreversiblemente su carácter insuficiente y nefasto respecto a un proyecto de emancipación duradero para el largo siglo XXI, más allá de su carácter simplemente constituyente de la dialéctica política del largo siglo XX– acontecimiento qua ha abierto tras el hundimiento de la URSS un nuevo continente de complejidad para la imaginación y la política antisistémicas, que todavía tiene que dar sus frutos en términos de innovación política global, y (3) por las movilizaciones de 2003 como gran respuesta global contra la guerra imperial prosistémica precipitada en la invasión de Iraq, que inicio la crisis de la transición de la hegemonía global estadounidense, cuyo despliegue ha mostrado una coherencia sistémica admirable desde el punto de vista analítico marxista en cuanto al comportamiento de sus variables sistémicas y las bifurcaciones catastróficas que ha planteado, así como desde el punto de vista de la precipitación de las respuestas torpes y nocivas de las clases dominantes occidentales, que ya las ha deslegitimado irreversible y absolutamente por el cúmulo de decisiones ineptas, crueles y carentes de visión constructiva alguna tomadas desde 1991 hasta el día de hoy, hecho que abre un enorme campo de posibilidad, por otro lado, para los nuevos sujetos políticos antisistémicos en curso de constitución en esta coyuntura y la elasticidad y potencia de su imaginación política. La interacción de estos tres acontecimientos, que son en realidad líneas de complejidad sociohistóricas de enorme densidad, y la disputa planteada por la actual complejidad de la composición de clase de los sujetos productivos de la fuerza de trabajo actual en cuanto a la necesidad de incluir el insumo de los derechos fundamentales en todo proceso de producción de mercancías, bienes y servicios, lo cual redefine el concepto mismo de ciclo sistémico de acumulación en esta coyuntura histórica y señala una de las bifurcaciones primordiales para pensar lo político en el siglo XXI, todavía no ha sido procesada y respondida por el campo político de la izquierda de modo antisistémico coherente, lo cual ha producido un agravamiento continuo de las condiciones de reproducción a escala sistémica del capitalismo histórico, como demuestra (a) el deterioro de las condiciones económicas y ecosistémicas durante las últimas tres décadas y sobre todo desde 2008, además de la nula innovación en cuanto a los paradigmas e instrumentos de governance a todas las escalas de la gestión macroeconómica, económico-financiera, monetaria y empresarial, y (b) el uso de la guerra y la violencia militar como gran horizonte en el que colapsan estrepitosamente todas las pretensiones de legitimidad y moralidad de las actuales clases dominantes hegemónicas globales y por ende la debilidad democrática de las respuestas a lo que ideológicamente se denomina la crisis de legitimidad de los sistemas políticos nacionales, supranacionales e internacionales realmente existentes y por ende el carácter oligárquico, posdemocrático, autoritario, reaccionario y usurpador de los mismos.
La hipermercantilización de la reproducción social (constitucional, ecosistémica, laboral) y la hipertrofia de violencia bélica indican, pues, con toda precisión, que las clases dominantes y la potencia hegemónica y su bloque de poder geopolítico y geocultural son incapaces de pensar qué supone hoy producir riqueza y valor, al tiempo que demuestran que de acuerdo con su episteme están dispuestas a mantener por tiempo indefinido este modo defectuoso de producir ambos a costa de concentrar la tasa decreciente de valor y riqueza realmente producidos en un número por definición decreciente de grupos y personas, cuidadosamente delimitados en función de criterios clasistas, racistas, coloniales y patriarcales, que, aun siempre presentes en la lógica dinámica del capitalismo, conocen ahora una intensificación sin precedentes a medida que el cálculo económico global erróneo inspira cálculos geopolíticos igualmente erróneos y catastróficos, lo cual propicia a su vez por definición cálculos y evaluaciones limitados e incompletos de los sistemas políticos nacionales y de su funcionalidad política en los procesos económicos que se verifican en los respectivos perímetros de las correspondientes formaciones sociales realmente existentes, que a su vez inciden y generan los correspondientes desequilibrios globales del sistema-mundo y la economía-mundo capitalista en su conjunto. El problema de este cruce de regresiones conceptuales y prácticas referidas a la producción actual de valor y riqueza en el cierre del ciclo sistémico de acumulación estadounidense es que los efectos de las decisiones geopolíticas tomadas incrementan exponencialmente su impacto destructivo en las polities locales y regionales que abrazan su modelo y, en consecuencia, lo implementan en la concreción de su específico radio de acción político-administrativo, lo cual tiene consecuencias devastadoras en los campos políticos discretos (nacionales, regionales, locales, supranacionales) mediante su transmisión y reproducción a través de los correspondientes sistemas de partidos y a fortiori de las organizaciones denominadas supranacionales, cuya renacionalización es absolutamente paralizante y su gestión roma y embotada, como demuestra el comportamiento de la Unión Europea desde febrero de 2022 o a fortiori desde 1993, o internacionales, cuya opacidad, unilateralidad y autoritarismo las desgaja absolutamente de toda rendición de cuentas democrática, como demuestra durante las últimas tres décadas el comportamiento irresponsable de la OTAN, todavía nominalmente considerada por la doxa dominante como una organización internacional defensora del mundo democrático, o la impotencia y la paralización de la Organización de Naciones Unidas, y la precipitación de todo ello en la intensificación cada vez más abyecta del uso de la guerra y la violencia como instrumentos de gestión ordinaria de estos desequilibrios sistémicos irresolubles de las actuales estructuras globales de producción y distribución y de poder de clase hegemónico. Resulta crucial, pues, dilucidar la dinámica y las características de la crisis sistémica del capitalismo histórico en sus dimensiones geopolíticas y geoeconómicas, esto es, del propio ciclo sistémico de acumulación estadounidense como ratio de reproducción social en el proceso mismo de producción de (plus)valor a escala global y en la causalidad estructural compleja que corre entre este y la crisis de la política y la cuasi paralización de los sistemas políticos dichos nacionales y la urgente necesidad de pensar y organizar campos políticos antisistémicos posnacionales, así como a fortiori el sistema de organizaciones supranacionales e internacionales, frente a las subcrisis sistémicas más acuciantes, que se manifiestan diferencial pero convergentemente en esta coyuntura histórica, y que abocan al sistema-mundo capitalista y al sistema-tierra a una situación explosiva de incapacidad de producción de respuestas genuinamente políticas a las tendencias de crisis más profundas y devastadoras, al tiempo que las clases dominantes hegemónicas globales y su bloques de poder regionales intensifican ambas estrategias de hipermercantilización y destrucción de los derechos fundamentales y de utilización de la guerra y la violencia militar como horizonte único de reestructuración del actual ciclo sistémico de acumulación de capital y de poder de clase, pauta de conducta y línea de comportamiento que deben ser objeto prioritario de neutralización y reversión por parte de la nueva composición de clase de la fuerza de trabajo actual y de los sujetos políticos antisistémicos que está en curso de crear en el momento presente.