Análisis
El estado de las cosas (7)

Análisis de la coyuntura política y de las posibilidades de acción antisistémica.
8M 2023 Cibeles
Vista aérea desde Cibeles. David F. Sabadell

Es editor de la New Left Review en español.

23 abr 2023 05:03

0. La composición política de clase del movimiento antiglobalización, del movimiento feminista global y del movimiento por la justicia climática y los nuevos sujetos políticos antisistémicos. El aspecto crucial es que el movimiento antiglobalización, el movimiento feminista global y el incipiente movimiento por la justicia climática se constituyen en torno a este eje de la crítica del proceso de producción y acumulación, que señala las características del concepto de lo político susceptible de desencadenar prácticas políticas de masas y por ende nuevos paradigmas de comprensión de la constitución de lo político a partir del carácter mismo de los procesos de producción y acumulación de renta y riqueza, que en la coyuntura actual significan fundamentalmente la creación de sendas viables de abandono de la producción negativa de valor, de estrategias de eliminación de las sinergias negativas exponenciales producidas actualmente por el actual ciclo sistémico de acumulación y de procesos de producción que incorporen como variable macroeconómica fundamental la producción de los derechos fundamentales y el aseguramiento de las propias infraestructuras y condiciones de reproducción político-ecosistémicas de los procesos de producción propiamente dichos, porque el hecho de producir ha dejado de estar ligado a la pura reproducción de las condiciones económicas y de los procesos concomitantes de producción de valor y riqueza, tal y como son teorizados en la episteme de la teoría económica convencional de las clases dominantes, para convertirse en un hecho tan preñado de consecuencias sistémicas que se convierte por definición en el acto político por antonomasia de las formaciones sociales contemporáneas.

Este es el hecho crucial percibido claramente por el movimiento antiglobalización y en realidad por el movimiento feminista global y por el movimiento por la justicia climática, que han colocado la producción global de mercancías privada de toda restricción política impuesta sobre la misma en el centro de su proceso de construcción de una nueva panoplia de objetos políticos, que los movimientos no plantean ante los respectivas formas Estado nacionales, sino que lo enuncian en un contexto desterritorializado respecto a los criterios de la soberanía nacional tradicional y ante un organismo (la OMC en el caso concreto del movimiento alterglobalización) que gestiona las relaciones de clase en el mercado mundial de modo eminentemente político respecto a una dimensión transnacional acorde con los instrumentos y paradigmas de gestión inéditos del nuevo orden productivo y por ende político impuesto por las clases dominantes occidentales y su potencia hegemónica en un momento crucial del desenvolvimiento de la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense justo en los prolegómenos del siglo actual. Y el movimiento alterglobalización y a fortiori estos otros movimientos enuncian este carácter eminentemente político de la producción sin solución de continuidad con su reconstitución como movimiento de movimientos que se opone de modo frontal y global a la guerra, esto es, al inicio de la Guerra de Iraq de 2003, gratuita y frívolamente lanzada por la potencia hegemónica estadounidense y las clases dominantes hegemónicas globales occidentales, poniendo a punto la serie de protocolos puestos a prueba desde 1999 o, si se prefiere, desde 1994, porque su cartografía de los nuevos procesos de clase de producción de valor, que en ese momento se denominan genéricamente «globalización», percibe con total nitidez que en este punto de crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense «producción» quiere decir inevitablemente «guerra», porque el hecho macroscópico de la sustracción de lo político del proceso de producción, impuesto por las clases dominantes hegemónicas y tolerado por los sistemas de partidos realmente existentes en las formaciones sociales del sistema-mundo capitalista, solo podía ser ocupado por la violencia bélica como criterio de racionalización de la productividad total de los factores sociales, sistémicos y ecosistémicos de acuerdo con la colocación del proceso de producción –de los procesos de producción de valor y de su estructuración­– en manos del cálculo unilateral de las clases dominantes occidentales, que todavía no han sido capaces de transformar su episteme política para comprender que es hoy el poder y la reproducción social en una sociedad democrática, concepto que el liberalismo, comprendido como la episteme dominante de las clases propietarias dominantes occidentales, siempre ha fatigado enormemente en entender y todavía más en relacionarlo con el conjunto de variables reales que garantizan la reproducción social de las sociedades capitalistas, cuyo tipo ideal constituye el frame político-epistémico de esta racionalización ideológica del poder de clase que es el liberalismo como teoría política de la modernidad. El movimiento antiglobalización –y a fortiori el movimiento feminista global y el movimiento por la justicia climática– comprende, pues, con total claridad, que en esta fase del ciclo sistémico de acumulación de capital liderado por la potencia hegemónica estadounidense y dada la composición de clase en juego de la fuerza de trabajo global como sujeto político potencial, así como dada la objetivación del circuito productivo en el general intellect del sujeto proletario, el proceso de producción –la reproducción de la complejidad de lo que significa hoy producir valor y conservarlo en el tiempo de acuerdo con las relaciones de fuerzas de clase vigentes– incluye en su construcción estructural un componente político insuprimible e imprescindible para poder efectuar los procesos de realización de valor y acumulación de capital y que si ese vector no es el input democrático tendencialmente holístico, que en definitiva ha estabilizado parcial y temporalmente por primera vez las tendencias más destructivas del capitalismo tras la Segunda Guerra Mundial, deberá ser la guerra quien ocupe su lugar a fin de que la violencia inherente a un proceso de producción no democrático y oligárquico sea posible en un entorno potencialmente sobresaturado por el antagonismo y la lucha de clases tras el impacto que el proceso de aprendizaje político del largo siglo XX ha insertado potencialmente en los campos políticos nacionales y a fortiori en el sistema-mundo capitalista y sus escenarios globales. El movimiento non global comprende en 1999, tras dos décadas de reestructuración neoliberal, y tendencialmente el movimiento feminista global y el movimiento por la justicia climática en sus ritmos específicos de constitución política, que la sustracción del vector democrático del proceso de producción es la premisa de la introducción de la violencia en la lógica estructural del mismo y que esta lógica introyectada en los circuitos productivos globales, que por definición definen y conforman la reproducción de los circuitos dichos nacionales de la economía-mundo capitalista, deberá sobredeterminar el resto de estructuras domésticas y mundiales hasta que la guerra se convierta en la nueva ratio de un proceso de producción profundamente desdemocratizado esta vez a escala verdaderamente global, porque la voluntad de tal reorientación por parte de las clases dominantes hegemónicas globales es extirpar el contenido democrático allí donde su implantación política y su realidad institucional han adquirido una mayor consistencia y densidad, esto es, en el centro de esta economía-mundo capitalista, así como su capacidad tendencial de estructuración de la reproducción de las formaciones sociales realmente existentes que no han sido tan intensamente o no han sido en absoluto conformadas por el mismo.

Este desplazamiento en pro de la producción de mercancías por medio de mercancías consistentes en violencia bélica precipitan de modo ejemplar en el proceso de ampliación de la OTAN

Seattle 1999, Bagdad, 2003 es el lema bárbaro de este desplazamiento constatado y procesado intelectual y políticamente por la composición de clase del movimiento alterglobalización y la cifra de la expansión de esta lógica de someter los procesos de producción y, por consiguiente, la propia reestructuración estratégica del ciclo sistémico de acumulación estadounidense a esta nueva economía política de la violencia ante la incapacidad mostrada por las clases dominantes actuales de comprender la relación inescindible entre producción y democratización absoluta de la reproducción social. Este desplazamiento en pro de la producción de mercancías por medio de mercancías consistentes en violencia bélica precipitan de modo ejemplar en el proceso de ampliación de la OTAN, única alianza militar ofensiva operativa en el mundo, verificado durante las últimas tres décadas y en su desenlace trágico en la fatídica fecha de 2022, que supone un salto cualitativo de normalización de la guerra por parte del bloque occidental –dicho así por darle un regusto geográfico-cultural al concepto de clases dominantes hegemónicas globales– en la concepción y organización del proceso de producción o, dicho de modo menos abstracto, en la reestructuración de la economía-mundo capitalista y por ende en la mencionada conformación del actual ciclo sistémico de acumulación de capital, que ahora postula abiertamente tanto la violencia en el seno de los procesos de producción de valor, como la guerra en tanto que criterio de ordenamiento del orden geopolítico y de la hegemonía global, que ha de hacer posible tal modelo de producción de valor negativo, profundamente disruptivo de los derechos fundamentales y enormemente amenazador de la justicia ecosistémica, feminista y constitucional, ya de asegurar igualmente la contención de sus efectos multidimensionales por parte de los movimientos antisistémicos siempre en proceso de reelaboración relanzamiento por parte de las clases trabajadores y pobres.

La práctica política del movimiento antiglobalización puso en evidencia, pues, que la desdemocratización iba de la mano de la renacionalización de lo político

El movimiento antiglobalización fue y el movimiento feminista global y el movimiento por la justicia climática son, pues, la primera constatación política de que las clases dominantes hegemónicas globales se abocaban irremediablemente a la desdemocratización de la producción y de las condiciones de reproducción, a la utilización de la violencia para ordenar la producción (negativa) de valor y su circulación y distribución (también negativas) y al despliegue de la guerra globalmente para garantizar que se podrá producir valor (negativo) sin contenido democrático alguno y que se (re)producirá negativamente para no ceder ni un ápice en cuanto a los parámetros de la destrucción de la lógica democrática en las formas y procesos de reproducción social en todas y cada una de las formaciones sociales y de sus correspondientes formas Estados realmente existentes en el sistema-mundo capitalista. La actual guerra librada ocasionalmente en Ucrania es una etapa más en esta introducción del uso de la violencia en los procesos de producción y un ejercicio de dura pedagogía de abjuración de la democracia en las formaciones sociales que todavía disfrutan de la misma y la promesa gris de que las que no lo hacen seguramente no lo harán jamás, si ello no es remediado por una intensísima ola de luchas protagonizadas por movimientos antisistémicos educados en la complejidad de la actual coyuntura histórica. La composición de clase del movimiento antiglobalización enunció que producir es hoy destruir las condiciones democráticas de la producción de valor y asegurar que la producción negativa del mismo se verificará en las condiciones más oligárquicas, desiguales e insostenibles posibles global y nacionalmente. El movimiento feminista global y el movimiento por la justicia climática están desarrollando estas intuiciones con toda la riqueza preciosa de su autonomía político-epistémica en un proceso que opera mediante la producción acumulativa de estratos epistémicos, procesos teóricos y protocolos de luchas, que perfeccionan la enunciación y la comprensión del impacto de este nuevo paradigma de producción de violencia sistémica sobre toda relación y proceso sociales, que estos movimientos declinan convergentemente desde sus respectivas posiciones respecto a sus efectos multidimensionales y específica y privilegiadamente enunciados por su concreto punto de vista político. La práctica política del movimiento antiglobalización puso en evidencia, pues, que la desdemocratización iba de la mano de la renacionalización de lo político, que ambos procesos no eran posibles sino por mor de la introducción de la guerra como variable económica tout court y que este triple conjunto de tendencias respondía a la propia inviabilidad del capitalismo como sistema histórico en condiciones democráticas en esta coyuntura histórica de su evolución plurisecular. Y ello mismo está ahora siendo cartografiado y enunciado conceptualmente por el movimiento feminista global y el movimiento incipiente por la justicia climática y medioambiental.

El elemento crucial para pensar qué es hoy el campo político de la izquierda y por ende la capacidad de expandir su potencia sobre el campo político predominante con el fin de disputar la sobredeterminación de este por la enorme violencia sistémica ejercida sobre los sistemas democráticos es proseguir la línea indicada por el movimiento antiglobalización y comprender que la guerra constituye la solución de las clases dominantes hegemónicas no del desorden geopolítico o de las ambiciones (sub)imperialistas de potencias medias o sólidamente regionales, sino la estrategia para reducir el potencial democrático de toda conceptualización del régimen de producción de valor susceptible de mantener el actual orden de injusticia y brutalidad estructural derivado del actual ciclo sistémico de acumulación estadounidense, así como la demostración fehaciente de que los parámetros y las relaciones fundamentales de este se hallan fuera de discusión y evidentemente excluidas de todo tratamiento democrático nacional y a fortiori global.

El movimiento antiglobalización (y ahora el movimiento feminista global y el movimiento por la justicia climática) cambio la escala de protesta y el conflicto, porque comprendió perfectamente que el campo político nacional se hallaba sobresaturado por sistemas de partidos y formas Estado de tal modo conformadas y capturadas por las relaciones sistémicas impuestas por las clases dominantes hegemónicas globales y regionales que era imposible crear un campo político de calidad suficiente para construir los objetos y los sujetos políticos correspondientes en torno a la organización y la estructuración de los procesos de producción de valor vigentes, que habían experimentado una intensísima reestructuración de clase para impedir todo proceso de autovalorización proletaria, que por definición es antipatriarcal, antirracista y universalista en el disfrute de los derechos fundamentales, comprendidos este como el zócalo primordial para producir diferencia e innovación política y (anti)sistémica. El movimiento antiglobalización no protestaba primordialmente contra los aspectos más nocivos de la globalización neoliberal ni contra el intercambio desigual y las estrategias de depredación factibles en el mercado mundial, sino contra la imposibilidad de convertir en objetos políticos en los campos políticos nacionales el conjunto de los procesos de producción de valor que los instrumentos sistémicos de acumulación convertían luego en los procesos de acumulación global de capital y por ende en un modelo en toda regla de ejercicio del poder de clase global sobre las clases trabajadoras y pobres mundiales dotado de un correlato geopolítico cada vez más regido por la guerra a medida que la desdemocratización y la renacionalización de lo político se imponían como mecanismos políticos privilegiados de destrucción de los sujetos políticos generados por el campo de la izquierda, de los derechos fundamentales y, simultáneamente, de concentración del poder de toma de decisiones a escala hegemónica global.

Fue la composición de clase de estas multitudes desobedientes constituidas en este ciclo de protestas –que posteriormente encontraron una nueva expresión política en el denominado movimiento de las plazas, cuya dialéctica política todavía no se ha cerrado, así como de modo privilegiado en los mencionados movimiento feminista global y en el movimiento por la justicia climática– la que constituyó el elemento vertebrador del horizonte epistémico y político del movimiento antiglobalización y de su pretensión de convertir la deriva del modelo de extracción de plusvalor y su acoplamiento en el nuevo régimen de acumulación neoliberal, sustentado estructuralmente, como decíamos, por una geopolítica percibida claramente por el movimiento como absolutamente autoritaria, violenta y potencialmente devastadora para las propias condiciones de producción conmensurables estas con la calidad del general intellect de esta nueva fuerza de trabajo posposfordista, ahora de facto potencialmente global y caracterizada por las socialización objetiva del proceso de producción en el propio sujeto productivo, además de situada en esta coyuntura en el punto de arranque de un nuevo ciclo político antisistémico de enormes dimensiones capaz de lidiar con la pretensión de universalidad del capitalismo y de destruir su lógica de reproducción sistémica a escala del mercado mundial realmente existente.

Las clases dominante hegemónicas globales, por su parte, pretendían racionalizar y resolver este conjunto de tensiones y dilemas únicamente mediante la captura diferencial de las formas Estado y la transformación de lo político en clave netamente autoritaria, mientras que la composición de clase del movimiento, que constituía el nervio político-intelectual de las movilizaciones, pretendía hacerlo mediante la transformación radical de los objetos políticos susceptibles de ser elaborados en los campos políticos nacionales en el proceso mismo en el que, como las propias movilizaciones del movimiento estaban demostrando, la problematicidad de esos objetos se convertía en sustancia de una protesta global, que pretendía encontrar una nueva lógica de elaboración posnacional de los procesos de reproducción social susceptibles de ser objeto de tratamiento genuinamente democrático y que, por consiguiente, exigían ser necesariamente desoligarquizados y sustraídos de su elaboración ideológica por la episteme utilizada por las clases hegemónicas para comprender el ejercicio del poder y, en consecuencia, la sustancia y el alcance de lo que puede significar la incorporación de la lógica democrática en la fisiología dinámica de los sistemas políticos y a la postre de los procesos de reproducción social globalmente considerados en los albores del siglo XXI.

Esta episteme del poder de las clases dominantes, cognitivamente infranqueable en su concepción e imposición estructural del poder de clase, choca frontalmente con la desoligarquización del conjunto de objetos políticos tradicionalmente excluidos del tratamiento democrático en las formaciones sociales modernas (reproducción social sistémica, guerra y violencia bélica, utilización de la violencia estructural y sistémica, orden geopolítico y geoestratégico global, régimen de los derechos de propiedad, uso violento de la forma dinero y tendencias de crisis sistémicas económico-financieras) y con el paulatino tratamiento de los mismos mediante procesos genuinamente políticos y, por consiguiente, democráticos sometidos al análisis racional más estricto de la totalidad sus efectos sistémicos, aproximación conceptual y antagonista que todavía está por explorar prácticamente como contenido expansivo del próximo ciclo de luchas antisistémicas. Esta colisión tectónica define a su vez la problematicidad teórico-práctica de clase de la crisis del concepto de lo político y la sustancia intelectual de la conceptualización de lo que debe ser hoy el campo político de la izquierda y por ende de su reflexión sobre cómo la reconfiguración de este puede destruir las tendencias de oligarquización de la política y de sustracción creciente del número más elevado posible de procesos de reproducción social de su incipiente tratamiento democrático durante el periodo fordista/desarrollista y su concentración en un circuito de toma de decisiones cada vez más exclusivo y restringido controlado por las clases dominantes hegemónicas globales y las clases dirigentes y elites políticas, que la reestructuración de la relación capital ha producido durante las últimas cuatro décadas. Esta episteme del poder utilizada por las clases dominantes para comprender la propia crisis sistémica generada por su furia oligarquizadora y desdemocratizadora del sistema-mundo capitalista, que es la traducción política de un ciclo sistémico de acumulación de capital disfuncional y de la potencia explosiva latente de la lucha de clases en esta coyuntura, ha producido desde entonces comportamientos catastróficos manifestados en la serie de guerras mencionadas que han asolado Oriente Próximo, el Magreb, áreas de la gran masa euroasiática y ahora la guerra de la OTAN en Ucrania, en la desorganización irreversible de los procesos de producción de valor y en la destrucción de los procesos ecosistémicos primordiales colocados en umbrales de ruptura, comportamientos todos ellos que han agravado ineluctablemente todas y cada una de las variables de comportamiento de la reproducción sistémica global y reducido todavía más la posibilidad del tratamiento político por parte de la actual composición de clase de estas problemáticas complejas de constitución socioeconómica, tecnoproductiva y ecosistémica, lo cual por definición implica la complejización e intensificación democrática de los campos políticos nacionales y su articulación y superación mediante prácticas políticas de masas capaces de incidir en estos de modo democráticamente expansivo y por ende de trasladar la potencia de lo político así construida en procesos de convergencia hiperdemocrática en nuevos campos políticos transnacionales y posnacionales capaces de dotar de una institucionalidad coherente a las intuiciones prácticas que el movimiento alterglobalización expresó todavía de modo balbuceante e insuficiente, pero políticamente preciso a lo largo de su ciclo de movilizaciones y que la emergencia del nuevo movimiento feminista global, del movimiento por la justicia climática están explorando en procesos virtuosos de retroalimentación subversiva y, por consiguiente, racional en el sentido más preciso epistémicamente del término.

1. La gramática político-constitucional de la transformación antisistémica. Esta desdemocratización de los sistema políticos europeos nacionales y supranacionales –y a fortiori globales en lo que atañe a al sistema de instituciones internacionales como potencial matriz de democratización planetaria– reproduce la misma lógica de poder que la esgrimida por la actual potencia hegemónica a escala del sistema-mundo capitalista en su conjunto respecto a las decisiones tomadas regional y globalmente por la misma en el actual régimen de acumulación y en su correlato geopolítico, así como respecto al mantenimiento de este carácter democrático débil y vigorosamente oligárquico y autoritario de los sistemas políticos nacionales mediante los que se legitima ese modelo de explotación. Esta desdemocratización del comportamiento de la reproducción estructural del capitalismo y este debilitamiento de todo tratamiento político de la misma se miden con la estrategia de reconstrucción del campo político de la izquierda, contemplado desde el punto de vista de la nueva composición de clase (global) educada en la crisis del fordismo y en la destrucción del posfordismo al hilo de la materialización masiva y objetiva del general intellect del sujeto productivo en potenciales formas de constitución política organizadas en torno a la intensificación integral de la redemocratización de los sistemas políticos dichos nacionales y su proyección transnacional e internacional y por ende de la redemocratización de la reproducción social a partir de cuya tensión autoritaria y destructiva se juegan el resto de los procesos de estructuración política y, por consiguiente, se sitúan y se verifican tanto (1) la producción o destrucción de los derechos fundamentales, que son todavía una terra ignota para las inmensas mayorías de la población del sistema-tierra, en términos básicos de disposición suficiente de renta y riqueza para llevar una vida digna, de seguridad laboral, socioeconómica, sanitaria y educativa, de acceso libre e irrestricto al conocimiento, de derecho a la movilidad global sin restricciones, de garantía de una calidad de vida ecosistémica y del disfrute de la plena dignidad constitucional y política; como (2) la continuidad o la gestión y reversión de las tendencias objetivas de agravamiento de las actuales crisis económicas, monetarias, productivas, ecosistémicas y constitucionales, que se hallan en estos momentos cruciales a la vista de todos. Así pues, la desdemocratización de los sistemas políticos europeos (pero no solo) supone la imposibilidad de ligar las tendencias derivadas de la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y de los límites sistémicos del capitalismo histórico a los procesos de conversación política que se verifican en las formaciones sociales nacionales actuales mediante sus sistemas políticos y de partidos, que por definición sobresaturan y constituyen el funcionamiento de sus esferas públicas también nacionales y, por consiguiente, las diversas matrices y dispositivos de producción ideológica de los procesos de enunciación social, lo cual supone la exclusión de las áreas de problematicidad derivadas de las mismas de los procesos de producción de objetos políticos, que la composición de clase actual ha conceptualizado durante las últimas décadas y que está en condiciones tanto de imponer como la sustancia misma de los procesos políticos democráticos susceptibles de definir el contenido de lo político en las sociedades actuales, como de insuflar como sustancia democrática en la totalidad de los procesos de reproducción socioeconómica, político-constitucional, militar, ecosistémica y cultural, que constituyen la red y la matriz del proceso que a su vez desencadenará por definición en la estructura política genuinos procesos de poder constituyente de una gran envergadura, imprescindibles para convertir en realidad constitucional los procesos de reestructuración de las esferas productiva, económico-financiera, monetaria, energética, jurídico-política y ecosistémica impuestos en el horizonte epistémico-político, moral e institucional de la justicia, la igualdad, la diversidad y la sostenibilidad.

A partir de ahí es posible conceptualizar qué supondría en esta coyuntura el desencadenamiento hiperdemocrático de la movilización de la totalidad de los factores productivos para evaluar, analizar, diagnosticar e implementar el resultado de tal convergencia de recursos democráticamente movilizados respecto a la ralentización y eventual destrucción de los procesos más irreversibles, dañinos y entrópicos en curso actualmente producto de la crisis del capitalismo histórico, que oscilan y giran peligrosamente (1) en torno a la guerra y el uso de la violencia bélica como protocolo de regulación de las relaciones económico-financieras y de las estrategias de producción sobre todo en el Sur global; (2) en torno al uso indiscriminado de la violencia sistémica contra las clases trabajadoras y pobres mediante la utilización de los mercados y los instrumentos del sector financiero global en su configuración actual para reestructurar la totalidad de la relaciones sociales en clave hipermercantilizadora e hiperprivatizador contra el contenido democrático, en el mejor de los casos, de las respectivas formas Estado y de sus constituciones o, a falta de ese contenido democrático, de la potencial aplicación en la respectiva formación social de las respectivas codificaciones del derecho internacional respecto al tratamiento clásico de los respectivos derechos constitucionales fundamentales; (3) en torno a la intensificación de una lógica de la propiedad privada exacerbada, que funciona como vector objetivo de desdemocratización y de estrechamiento de las posibilidades de concepción e implementación de las políticas públicas necesarias para intervenir diferencial y sofisticadamente en la complejidad de la crisis sistémica actual, y (4) en torno a la aplicación de la lógica de gran potencia (militar, financiera, monetaria, tecnológica) por parte de Estados Unidos y sus aliados a la resolución de los dilemas geopolíticos estratégicos planteados en el seno del sistema internacional de Estados respecto a las grandes áreas de problematicidad y caos sistémico relacionadas fundamentalmente (a) con la brutal desigualdad y la falta severa de oportunidades socioeconómicas y por ende vitales y existenciales de sectores enormes de la población mundial diferencialmente evaluada; y (b) con la crisis medioambiental y energética y su impacto sobre los procesos bioecológicos primordiales y los límites ecosistémicos del sistema-tierra y en consecuencia sobre sus efectos sobre las formaciones sociales atravesadas por los mismos y por ende sobre su consistencia democrático-constitucional o, en el peor de los casos, sobre la desintegración de su forma Estado o sobre intensificación desmesurada de su carácter hiperautoritario y violento procesos todos ellos verificados en condiciones sociopolíticas y socioeconómicas puestas a prueba irremediablemente por situaciones de grave estrés ecosistémico. Este conjunto de vectores de crisis sistémicas, que en la actualidad se muestran totalmente impermeables a la lógica democrática, se construye de modo espurio y contrahecho epistémica y racionalmente en las concepciones y las epistemologías del poder de las actuales clases dominantes y, en consecuencia, en sus marcos decisionales, que apuestan por el mantenimiento de las posiciones unilaterales de hegemonía global de la actual potencia hegemónica estadounidense en la medida que estas epistemologías, de modo igualmente irracional, construyen esta situación de desequilibrios brutales presentes en el sistema-mundo capitalista como el fruto del funcionamiento liso y aséptico de un espacio global, que ideológicamente enuncian como el «orden liberal internacional», que es el constructo que racionaliza el orden hegemónico global estadounidense, cuyo funcionamiento pretenden mantener y extrapolar hasta el paroxismo en su forma actual en tanto que terreno de juego supuestamente neutro puesto a disposición de hipotéticos actores (geo)políticos y (geo)económicos racionales e iguales en el cual las grandes potencias, las potencias regionales o las respectivas formas Estado compiten y se adaptan supuestamente a este entorno y a su normatividad de acuerdo con la lógica financiarizada de acumulación de capital vigente o bien, si se radicaliza este cuadro como sucede en los periodos de crisis, disputan y luchan en el mismo por la hegemonía concebida por las actuales clases dominantes hegemónicas occidentales como un miserable juego de suma cero, que todas ellas desean ganar a toda costa sin variar ni siquiera un ápice la lógica de comportamiento del actual ciclo sistémico de acumulación liderado por Estados Unidos, lo cual aboca al sistema-mundo y al sistema-tierra capitalistas a sendas de comportamiento y a escenarios de reproducción socioeconómica, ecosistémica y política enormemente inestables y muy peligrosos y a la postre catastróficos. Si la presente estrategia de dominación de las brutales clases propietarias actuales logra evitar la incorporación a este cuadro de la lógica del antagonismo de clase, consistente en una serie compleja de procesos de conflicto, enunciación, construcción teórica e ideológica y de lucha social y política dotados de impacto antisistémico, al comportamiento de las áreas de problematicidad mencionadas y por ende esta red de antagonismo no logra convertirse en sujeto político capaz de crear puntos de vista analíticos y racionales sobre las tendencias derivadas de tal estrategia y por ende situaciones duras de conflicto y procesos de lucha antisistémica capaz de variar las actuales tendencias y protocolos de reproducción sistémica del poder de clase, entonces resulta prácticamente imposible que la episteme y el aparato cognitivo de las actuales clases dominantes y dirigentes occidentales (pero no solo) consiga no ya comenzar a resolver mediante las decisiones de los actores privados y las correspondientes políticas públicas de las forma Estados actuales, sino simplemente comprender los envites sistémicos en juego en la presente coyuntura y las consecuencias en el corto, medio y largo plazo de los patrones de toma de decisiones que estas clases dominantes han exhibido durante las últimas cuatro décadas no solo para la mayoría de la población del planeta, esto es, para las clases trabajadoras y pobres que constituyen las respectivas ciudadanías dichas nacionales, sino para el conjunto del proyecto de la modernidad política y el conjunto del sistema-tierra comprendido como unidad biofísica de reproducción de la vida en el planeta en la edad del capitaloceno, porque estos efectos y estas consecuencias son por definición invisibles epistémicamente para las clases dominantes hegemónicas globales actuales, comenzando por las estadounidenses y occidentales, y para sus paradigmas de comprensión del ciclo productivo y reproductivo del sistema-mundo capitalista realmente existente y por ende del sistema-tierra como ecosistema común irreductible a lógica de la acumulación privada de capital. De modo idéntico, estos procesos y comportamientos son igualmente invisibles para los sistemas políticos y de partidos que en la actualidad privatizan y reprimen la productividad de la cooperación social de trabajo y la enorme expansividad y plasticidad de su potencia constituyente y productiva tal y como se halla absorbida por el general intellect de la actual composición de la fuerza de trabajo colectiva.

Esta operatividad del antagonismo de clase como dispositivo político-cognitivo consiste precisamente (1) en aplicar criterios de justicia, igualdad y racionalidad exhaustivos a las condiciones y consecuencias del comportamiento constitucional, ecosistémico, productivo-tecnológico y jurídico-económico provocadas por el conjunto de tendencias de la crisis sistémica actual del capitalismo histórico para desencadenar a partir de tal aplicación procesos de seguimiento, trazabilidad y explicitación de sus impactos sobre todas y cada una de las subestructuras y procesos de reproducción social verificados en una determinada formación social específica y a partir de ahí en su densificación regional y sistémica de sus efectos. Estos efectos comienzan a analizarse a tenor de esta episteme del antagonismo de clase y desde la posición de clase de la fuerza de trabajo a partir de su impacto sobre los dos deciles más pobres de la población nacional objeto de análisis y, paulatinamente, de los mismos deciles de las respectivas formaciones sociales de la correspondiente unidad regional en la que todas ellas se hallan insertas y así de modo acumulativo respecto a los deciles inmediatamente superiores, colocando la situación respectiva de los mismos respecto a la normatividad dogmática de sus textos constitucionales y al funcionamiento político-administrativo de sus respectivas formas Estado, así como de los marcos socioeconómicos vigentes en los respectivos entornos nacionales y regionales; y (2) en derivar y transformar la totalidad de las consecuencia verificadas por tal análisis exhaustivo en inputs que alimentan el proceso de producción de nuevos objetos político, cuyo desenvolvimiento han nutrido previa o simultáneamente las luchas que producen estos mediante mecanismos de retroalimentación recíprocos y en cuyo despliegue inmanente se construyen también al hilo de estas los potenciales sujetos políticos antisistémicos, que enuncian la integralidad de esos efectos, efectúan las conexiones existentes entre ellos para explicitar el grado en que constituyen la expresión de tendencias sistémicas que logran ser impuestas temporalmente en la formación social correspondiente como el proyecto de clase de un determinado bloque histórico de poder, que encuentra sus condiciones de posibilidad en las estrategias geopolíticas de la potencia hegemónica global, que dirige el correspondiente ciclo sistémico de acumulación de capital a escala mundial. Igualmente, la operatividad de esta capacidad productiva del antagonismo de clase efectúa la construcción de las dinámicas de impacto de estas tendencias muy problemáticas y altamente destructivas como cuestiones políticas absolutamente perentorias y dirimentes, de modo que sean cada vez más masivamente percibidas por el general intellect de la actual composición de clase y por ende por la transversalidad de las opiniones públicas realmente existentes en las correspondientes esferas públicas, que son nacionales pero tienen la inequívoca vocación de devenir regionales y posnacionales en esta precisa coyuntura histórica.

La conditio sine qua non de la constitución política actual es la introducción más o menos simultánea en un campo político posnacional y por ende en los respectivos campos políticos nacionales de estas dinámicas y procesos del antagonismo de clase creadas de acuerdo con lo ahora mismo indicado, porque en otro caso la debilidad la izquierda en el primero y la configuración de los patrones de comportamiento de las clases dominantes en el segundo generan una serie de procesos que tildados ideológicamente de políticos no pueden considerarse en realidad tales en la medida en que la unilateralidad de las relaciones de poder sistémico impuesta por estas clases y elites dominantes es tal que lo político se confunde con el conjunto de procesos puramente discursivos de administración gerencial de la reproducción sistémica de la estructura1 de estructuras de poder vigente, que enuncian e imponen las condiciones inmodificables del ejercicio del poder de clase de las mismas y de su proyecto de dominación, que ya no cabe en el concepto de neoliberalismo, porque que apunta a las condiciones geopolíticas y bioecosistémicas mismas de la reproducción del actual modelo de hegemonía global estadounidense, que, conviene no olvidarlo, es un concepto complejo por la densidad de su articulación sociohistórica y sistémico-productiva, y cuyo fundamento está constituido por el mantenimiento del actual ciclo sistémico de acumulación de capital en toda sus combinatorias productivas posibles en función de los activos sistémicos susceptibles de ser utilizados en un periodo histórico determinado por las clases dominantes globales, sobre todo occidentales, y de sus pautas históricas de comportamiento con independencia absoluta de las consecuencias que la proyección de tal modelo pueda tener en cualquiera de los procesos, subestructuras, sujetos sociales, procesos ecosistémicos y bioecológicos o situaciones morales de los sujetos sociales, ecosistemas, comunidades y sujetos humanos individualmente considerados en la especificidad concreta de sus atributos políticos, tan cara al dicho liberalismo clásico, comprendido este como la gramática primordial de la dominación de clase en la modernidad y de modo canónico en los ciclos sistémicos de acumulación británico y, sobre todo, estadounidense, y empleada incluso, de modo inaudito por la ideología y la doxa dominantes, como llave maestra ideológica durante el actual periodo de caos sistémico como correlato justificativo de las estrategias decisionales del bloque hegemónico global liderado por Estados Unidos en el ámbito geopolítico definido por el actual sistema internacional de Estados y vertebrado desde hace dos décadas por la guerra como ratio última de producción de valor y acumulación de capital.

2. La epistemología del concepto de producción de los nuevos sujetos políticos antisistémicos en la actual fase de caos sistémico. En este sentido, el concepto de ciclo sistémico de acumulación de capital elaborado en la obra de Giovanni Arrighi (1994, 1999) constituye la elevación epistémica y teórica exponencial de los conceptos de relaciones producción, de modo de producción y de antagonismo de clase y de luchas de clases declinados al mayor nivel de sofisticación intelectual logrado por la actual composición de clase, que lo ha construido conceptualmente para comprender el capitalismo histórico como objeto político y a fortiori para hacerlo en esta coyuntura histórica de caos sistémico y como mapa conceptual y matriz cognitiva para teorizar y organizar el ciclo de luchas antisistémicas del modo más multiescalar y articulado posible en la misma. En esta coyuntura el actual sujeto productivo debe conceptualizar su posición estructural y construirse como sujeto político a partir del análisis y la crítica del concepto de ciclo sistémico de acumulación y del concepto de la producción inherente al mismo al hilo de la organización de procesos de lucha dotados de gran complejidad, los cuales (1) han de ser eficaces simultáneamente en las subestructuras sociales, económicas y políticas de una serie más o menos homogénea (regionalmente) o heterogénea (globalmente) de formaciones sociales, al tiempo que deben impactar diferencialmente en entornos socioeconómicos y ecosistémicos diversos, pero que convergen local, regional y globalmente en los procesos de reestructuración monótonos implementados en idéntica clave de hipermercantilización, hiperprivatización, hiperdesposesión e hiperinsostenibilidad por las clases dominantes y dirigentes locales en esas mismas formaciones sociales respectivas e impuestos por las clases dominante hegemónicas globales occidentales a escala global como el contenido mismo del actual proyecto hegemónico estadounidense; y (2) han de servir para pensar y organizar esta complejidad en términos de construcción de sujetos políticos fácilmente convergentes y homologables regional y globalmente en sus matrices cognitivas y teórico-practicas y en sus protocolos de acción, relación, antagonismo y lucha, porque se constituyen a partir del concepto complejo de producción inherente al concepto de ciclo sistémico de acumulación de capital, comprendido como conjunto de procesos de producción, extracción y distribución de valor y riqueza, que crean dinámicas sistémicas globales de dominación, explotación y uso sistemático de la violencia heterogéneas localmente, pero diferencial y convergentemente devastadoras en sus efectos geopolíticos, ecosistémicos y constitucionales globales. Estas dinámicas únicamente pueden combatirse y eventualmente destruirse antisistémicamente, si composiciones de clase heteróclitas (1) reconocen la articulación de la diversidad de las tasas de explotación y de los procesos de reestructuración y por ende de dominación específicos registrados en las respectivas formaciones sociales al hilo de la articulación de procesos de producción de valor que garantizan localmente su realidad sistémica; y (2) si a partir de tal constatación se articulan simultáneamente como red de sujetos políticos hiperactivos en cada una de estas y convergentes en campos políticos posnacionales y globales en función de su oposición intransigente a la actual estructura de poder geopolítica, caracterizada por tasas elevadas de violencia, militarización del conflicto y tendente a provocar situaciones acumulativas de catástrofe, a pesar de lo cual son intensificada no obstante por las actuales clases dominantes, porque, en su opinión, garantizan las condiciones de posibilidad del proceso de acumulación global de capital y poder de clase, las cuales son construidas ideológicamente como la expresión máxima e irrebasable de todo modelo de reproducción social.

Las clases dominantes occidentales han impuesto históricamente e imponen en la actualidad esta reestructuración de los procesos de producción básicamente por medios sistémicos, que no son objeto de legitimación política democrática alguna

De nuevo el movimiento non global comenzó a experimentar en esta dirección de modo aproximado pero indicativo de su potencia política in nuce, dado que demostró que el actual ciclo de reestructuración neoliberal de los procesos de producción homogéneos pero diferencialmente construidos e implementados histórica-geográficamente por las clases dominantes hegemónicas globales lideradas por Estados Unidos y sus respectivos bloques de poder nacionales y regionales, se cruza de modo muy intenso con las tendencias sistémicas del capitalismo activas en este momento histórico, las cuales se topan a su vez y deberían chocar frontalmente en todo caso con el antagonismo de composiciones de clase fenomenológicamente heterogéneas, que se enfrentan, sin embargo, a idénticas tendencias y a matrices estratégicas convergentes de explotación, extracción y depredación de valor impuestas por las mencionadas clases dominantes globales. Estas composiciones de clase heterogéneas pero convergentes se oponen igualmente a las tendencias de exacerbación de las condiciones de dominación y destrucción de todo parámetro democrático impuestas por estas clases dominantes mediante la reestructuración de los procesos de producción efectuada durante las últimas tres décadas y a sus consecuencias políticas tanto globales como locales para lo cual deben construir simultáneamente estrategias de constitución política nacionales, que son al mismo tiempo inputs de modelos y estrategias de antagonismo, lucha y constitución política genuinamente trasnacionales y posnacionales, capaces de atacar tanto el funcionamiento nacional de los procesos de producción dotados de tales efectos desdemocratizadores, como la eficacia de los instrumentos de poder globales, que solo pueden conducir a entornos cada vez más inestables y violentos, mediante el bloqueo de sus efectos y sus condiciones de ejercicio locales, cuya estabilidad y reproducción constituyen la conditio sine qua non mediante la cual las actuales clases dominantes hegemónicas globales pretenden prolongar indefinidamente el actual ciclo sistémico de acumulación de capital estadounidense y sus premisas geopolíticas y geoestratégicas.

Las consecuencias epistémicas y teóricas de esta matriz política construida a partir de este concepto expandido de (re)producción son pertinentes para pensar integralmente la facticidad de lucha de clases en toda su complejidad local, regional, sectorial y global en esta coyuntura de caos sistémico y por ende la constitución política de los sujetos antisistémicos derivados de las diversas estructuras nacionales y regionales de reproducción del actual ciclo sistémico de acumulación de capital. La producción de estos nuevos objetos políticos, que es la consecuencia multidimensional de esa concentración espacio-temporal elevadísima de las luchas, debería generar, en la mejor de las hipótesis, procesos que doten a la acción política antisistémica de capacidad de contrarrestar la no normatividad de las actuales relaciones de poder, dominación y explotación y la facticidad de sus efectos devastadores sobre los derechos constitucionales fundamentales y, por consiguiente, sobre las condiciones medias de reproducción social de las clases trabajadores y pobres nacionales, regionales y globales. Las clases dominantes occidentales han impuesto históricamente e imponen en la actualidad esta reestructuración de los procesos de producción básicamente por medios sistémicos, que no son objeto de legitimación política democrática alguna y que son inimputables a priori a los sistemas de partidos realmente constituidos como dispositivo de desinflación de lo político, lo cual constituye de facto un rasgo estructural primordial del capitalismo histórico y de las relaciones de producción capitalistas durante la modernidad y a fortiori durante el largo siglo XX y, sobre todo, durante la crisis de su paradigma político keynesiano y fordista verificado durante las últimas cuatro décadas. Así pues, la identificación empírica, el tratamiento conceptual y la construcción teórica y política de estos efectos del caos sistémico actual, derivado de la reestructuración autoritaria de los procesos de producción y acumulación de capital en las formaciones sociales, como objetos políticos susceptibles de ser introducidos en los campos políticos democráticos nacionales y simultáneamente capaces de definir campos políticos posnacionales a escala regional, resulta crucial, porque la irreversibilidad de sus impactos desestabilizadores están ya provocando a corto y medio plazo y provocarán todavía más en el futuro situaciones de extrema gravedad en múltiples subestructuras y procesos sociales, económico-financieros, monetarios, políticos, militares y ecosistémicos, que, como está demostrando el conflicto ucraniano o el calentamiento global, son, por un lado, transnacionales y, por otro, imposibles de procesar y gestionar puntualmente y menos aun acumulativamente en clave democrática y sostenible por los actuales sistemas políticos y de partidos (nacionales, transnacionales, internacionales), cuyas elites y clases dirigentes sostienen, siguiendo la pauta histórica de las clases dominantes hegemónicas globales occidentales, (1) que no existe otra lógica que la impuesta por la lógica de suma cero dictada por los dispositivos del mercado y la competencia, construidos estos dispositivos en su eficacia actual de acuerdo con la governance neoliberal imperante durante las últimas tres décadas, y (2) que toda hipótesis de acción en tal entorno supone renacionalizar la disputa e incrementar la competencia por los recursos dentro de los límites sistémicos del modelo actual de producción y distribución de la renta y la riqueza, así como reeditar al alza todas y cada una de las técnicas de poder de clase puesta a prueba plurisecularmente por el capitalismo como sistema histórico en el seno de toda formación social y a toda escala de gestión de la dominación regional o global.

Esta producción de objetos políticos conceptualizados y teorizados a partir de la actual crisis sistémica multidimensional del mencionado ciclo sistémico de acumulación estadounidense y del concepto de producción inherente al mismo es la conditio sine qua non primordial para que los nuevos sujetos sociales y políticos de clase logren producir un nuevo concepto de lo político capaz de (1) pensar la (no)legitimación de la dominación de clase en las sociedades actuales dichas democráticas –por no hablar de las que flagrantemente no lo son– y los nuevos conjuntos de prácticas políticas capaces de comprender el contenido profundamente antidemocrático de las actuales procesos de producción de valor y de acumulación de capital y su permanente reestructuración en curso; y (2) someter a un tratamiento antagonista el impacto de esta crisis sistémica del capitalismo y del ciclo sistémico de acumulación estadounidense en las formas Estado, en los sistemas políticos y en sus sistemas de partidos y, obviamente, a partir de la comprensión de este para conceptualizar sus efectos en las formaciones sociales discretas en las que estas instituciones y dispositivos intervienen y cuyas dinámicas estructurales contribuyen a definir y constituir. La imbricación de ambos procesos debe garantizar el lanzamiento de operaciones y estrategias políticas antisistémicas de gran calado capaces tanto de disputar la subordinación y explotación de todos los recursos sociales, naturales y políticos a la reproducción del ciclo sistémico de acumulación de capital estadounidense, como de apoderarse de la dirección sistémica de los procesos de producción de valor y de reproducción estructural de las formaciones sociales correspondientes en las que operan estos nuevos sujetos políticos antisistémicos en escenarios de violencia bélica explícita y de degradación ecosistémica conformados por la despolitización absoluta de esos mismos procesos de producción valor.

El sistema-mundo capitalista posee una lógica de poder de clase, como atestigua dramáticamente hoy la guerra ucraniana y a fortiori su trayectoria durante las últimas tres décadas

La construcción de estos nuevos objetos políticos, que es inmanente y simultánea a los procesos de antagonismo y lucha de los sujetos sociales que epistémica y prácticamente los elaboran y los hacen posibles socialmente y por ende es inmanente a las nuevas prácticas políticas organizadas fuera y dentro del sistema político y de la forma Estado correspondientes, tiene como objetivo primordial y esencial incidir drásticamente en la atrofia de la participación popular, en la congelación de la discusión política y en la legitimación del conjunto de políticas públicas decididas a escala nacional y supranacional (Unión Europea en nuestro caso), que han de ser implementadas para debilitar y destruir la matriz destructiva derivada del específico despliegue estratégico seguido por la potencia hegemónica estadounidense para prolongar intacto el contenido de clase de su hegemonía global y para asegurar la preservación de las dinámicas sistémicas del capitalismo histórico manifestadas en esta coyuntura histórica en las patologías del ciclo sistémico de acumulación estadounidense, cuya conservación igualmente intacta es igualmente fuente de una desestabilización permanente al límite de la resistencia de los sistemas sociales, políticos, bioecológicos y ecosistémicos del sistema-mundo capitalista y del sistema-tierra capitalista. Teorizar la política de clase a partir de la comprensión de las implicaciones derivadas del concepto de ciclo sistémico de acumulación de capital, históricamente comprendido en términos del juego y del despliegue de las diversas composiciones de clase heterogéneas pero convergentes regional y globalmente, supone a su vez (1) la crítica de las política reformistas seguidas invariable y monótonamente por el extremo centro, que hoy por definición son reaccionarias, porque no logran frenar el desplazamiento del sistema-mundo capitalista a rangos de entropía, inestabilidad y catástrofe cada vez más insostenibles, así como (2) la crítica y la subversión del tipo específico de legitimación política construido por los diversos sistemas políticos dichos nacionales y supranacionales permitidos por las actuales clases dominantes para garantizar la neutralización de los campos políticos de las respectivas formaciones sociales nacionales a fin de convertir estos sistemas-políticos y por ende las esferas públicas concomitantes en enormes laboratorios de conflicto, de prácticas antagonistas y de experimentación intelectual y social en torno a los nuevos tipos de políticas públicas y a los nuevos modelos monetarios, financieros, tributarios y macroeconómicos susceptibles de liberar el flujo de las luchas del espacio epistémico-político nacional una vez saturado este con tales lucha a fin de lograr revertir o situar en una nueva senda de comportamiento estructural los actuales modelos de organización y utilización de los recursos sistémicos producidos históricamente por la cooperación social del trabajo ahora concentrados y sometidos a las estrategias productivas cada más torpes de las actuales clases propietarias y de sus instituciones locales y globales. La deconstrucción de los fundamentos del ciclo sistémico de acumulación de capital estadounidense, que es una tarea global por definición, efectúa la crítica de las tendencias sistémicas de este para convertirlas también de modo diferencialmente global en líneas de organización de luchas descentralizadas pero convergentes y en líneas de atracción de prácticas sociales antagonistas respecto a los efectos producidos por las mismas en los diversos procesos de reproducción social verificados en las respectivas formaciones sociales, cuyos efectos, convertidos en otros tantos objetos políticos, se colocan como hemos indicado, por estos nuevos sujetos políticos en los respectivos campos políticos nacionales, a todas las escalas de la organización político-constitucional y administrativo de la forma Estado respectiva, para trazar la productividad de esta última en la reproducción de las relaciones de clase y de poder, que permiten la explotación indiscriminadas de los recursos públicos y comunes para hacer posible el funcionamiento correcto de los procesos de producción y realización del capital, que validan los actuales procesos de acumulación y, por consiguiente, el severo deterioro de las condiciones de reproducción social atestiguado durante las últimas tres décadas.

El sistema-mundo capitalista posee una lógica de poder de clase, como atestigua dramáticamente hoy la guerra ucraniana y a fortiori su trayectoria durante las últimas tres décadas por no remontarnos más hacia el pasado de su historia plurisecular, que se ha demostrado tanto absolutamente incompatible con los equilibrios imprescindibles para la vida humana y no humana en el planeta, como, y ello es fundamental, igualmente destructiva de los entornos necesarios para generar tasas lo suficientemente altas y complejas de innovación política, institucional, moral y tecnológica a priori factibles en las formaciones sociales realmente existentes para revertir estos desequilibrios hacia sendas de comportamiento sistémico compatibles con la reproducción compleja de las sociedades humanas en condiciones de justicia normativa, alta innovación social, política y económica, igualdad sustantiva, dignidad constitucional y sostenibilidad medioambiental. Y así, únicamente la reinvención del concepto de lo político mediante la colocación y tratamiento en el campo político de la izquierda (1) tanto de las condiciones sistémicas del funcionamiento del actual ciclo sistémico de acumulación de capital estadounidense mediante la minuciosa producción política de sus efectos en la reproducción de toda formación social (y su expansión vírica a otras contiguas hasta definir áreas regionales convergentes), (2) como del conjunto de las variables sistémicas que atacan en la actualidad de modo muy intenso el núcleo democrático del constitucionalismo moderno y por ende su expansión capilar en la totalidad de las procesos y prácticas sociales, puede desencadenar en esta coyuntura histórica dosis de inteligencia crítica, de invención política, de racionalidad militante, de coherencia ética, de empeño cívico y de innovación institucional capaces de someter al más duro, lúcido e intransigente tratamiento antagonista las prácticas y las decisiones más destructivas, dañinas y brutales para las clases trabajadoras y pobres y para el propio sistema-tierra impuestas en esta fase de caos sistémico tomadas por las clases dominantes hegemónicas globales, que no tienen empacho, dificultad ni restricción alguna en gestionar su poder en clave cada vez más brutal, excluyente, violenta, destructiva, irracional, inmoral e insostenible.

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