Análisis
El estado de las cosas (3)

Tercera parte del análisis de la coyuntura política y de las posibilidades de acción antisistémica.
Zelensky Boris Johnson Kiev
Volodimir Zelensky y Boris Johnson. Foto: Gobierno de Ucrania

Es editor de la New Left Review en español.

3 ene 2023 05:24

0. La expresión más pueril, ridícula, grotesca e inmoral, pero altamente significativa, de esta degradación y banalización de lo político y de la política en las sociedades democráticas actuales o, en realidad, respecto a la normatividad democrática impuesta como constructo ideológico especialmente reelaborado y eficaz durante las últimas décadas tras la disolución de la Unión Soviética y como criterio discriminante de normalización política en el sistema-mundo capitalista, ha sido la celebración y la puesta en escena alucinantes en las principales instituciones políticas mundiales, así como en las propias de los países occidentales del presidente ucraniano, recibido y oído en sus banalidades y platitudes como un sabio-guerrero moderno al servicio de una verdad aparentemente oculta para la mayoría de las atónitas ciudadanías europeas (y no solo), incluida la ucraniana, objeto de tal sobreexposición mediática, ideológica y discursivamente concebida para proscribir cualquier tipo de debate sobre el uso de la guerra en esta coyuntura por Estados Unidos y, en combinaciones variables, por las potencias occidentales, para censurar cualquier aproximación racional en el seno de las esferas públicas y políticas de las sociedades europeas de las condiciones y consecuencias del conflicto ucraniano y para construir una apariencia de consenso absolutamente inatacable en el que la catastrófica estrategia bélica seguida por Estados Unidos, la Unión Europea y sus Estados miembros, con escasas divergencias, y por el grueso de sus establishments mediáticos y sus campos políticos se presenta como la expresión absoluta del consenso democrático y de la racionalidad política por parte de sus respectivas formaciones sociales y de sus sistemas políticos, a la cual el discurso del presidente ucraniano debía dotar de todo el peso de la legitimidad moral derivada de su condición de parte agredida por la inadmisible invasión rusa, discurso construido mediante el expediente rígido de la pura la simplificación intelectual y la exclusión de toda referencia a las tendencias sistémicas que han precipitado en la actual guerra librada en Ucrania. En este capítulo intelectual, política y moralmente vergonzoso, que explicita el contenido, las dinámicas y las tendencias de la forma democrática que las clases dominantes y las elites políticas occidentales consideran adecuadas para imponer su actual proyecto de clase, se condensa buena parte de las patologías de estos sistemas políticos formalmente democráticos, cuya sustancia y funcionamiento internos imponen un tratamiento cada vez más autoritario y unilateral de las opciones sistémicas decididas por las clases dominantes (condiciones regresivas de reproducción social y ecosistémica, deterioro de los derechos constitucionales fundamentales, imposición de sendas de crecimiento insostenibles, censura de la emergencia de nuevos sujetos políticos, imposición de vectores de comportamiento tecnológicos disfuncionales, etcétera), al mismo tiempo que se multiplica la proliferación de la construcción mediática de la banalidad de la conversación política como trasunto de una pluralidad inexistente de puntos de vista adecuados a la riqueza de la actual composición de clase del sujeto productivo y a la gravedad de las bifurcaciones a las que se enfrenta el capitalismo como sistema histórico. En el caso de la construcción política del presidente ucraniano implementada en los dañados campos democráticos actuales constitutivos de los sistemas políticos occidentales, la visibilidad y la proyección públicas extraordinarias de este se ha verificado –y ello es crucial– mediante la inversión en la operación de todo el peso de la institucionalidad política representativa desplegada en toda su gama nacional, transnacional y multinacional, que ha sido orquestada a escala global y reeditada simultáneamente a escala nacional mediante la implicación de las máximas instancias representativas democráticas nacionales y supranacionales expresadas en sus respectivos formatos de máxima solemnidad institucional democrática de modo que el discurso del presidente ucraniano quedará proyectado en un campo de verdad inexistente en el que debía producirse la validación de su discurso nacional-popular y de su aproximación a la guerra y a la necesidad de prolongarla a ultranza, lo cual era el corolario del conjunto de la estrategia desplegada por Estados Unidos y la OTAN desde el punto de inflexión representado por el cambio de ciclo de la política ucraniana registrado en torno a 2014 y de facto desde 1991, que abrió la puerta a la penetración militar y política cualitativamente decisivas de ambos actores, decisión tomada con independencia de las consecuencias que pudieran derivarse de la misma a todas las escalas de la reproducción global de las grandes variables sistémicas del sistema-mundo capitalista, e igualmente con total indiferencia de la escala de sus implicaciones geopolíticas, subordinadas todas ellas a la estrategia de la defensa, conservación y prolongación de la hegemonía global estadounidense, y totalmente indiferentes por supuesto a los impactos selectivos que tal decisión de desestabilizar el corazón de Europa y la masa continental euroasiática pudiera tener sobre las formaciones sociales nacionales implicadas en grados diversos en el radio de acción de sus efectos, comenzando por la ucraniana, las europeas y las mediterráneas.

El hecho de que Ucrania es invadida por Rusia en febrero de 2022, absolutamente condenable desde el punto de vista del derecho internacional, se presenta como el único aspecto de la matriz sistémica desencadenante de los comportamientos geoestratégicos previos que puede ser colocado en los campos políticos nacionales y, por consiguiente, someterse a la elaboración de los sistemas políticos y de partidos de las formaciones sociales europeas y occidentales, convirtiendo la complejidad genealógica y prospectiva de una guerra de consecuencias imprevisibles por el poder destructivo de las potencias nucleares implicadas y por los impactos devastadores de la misma sobre un sistema productivo global ­­sometido a su vez a un tremendo estrés por la violencia introducida por las clases dominantes hegemónicas globales durante las últimas tres décadas y por la resolución y la incapacidad manifiestas de estas de no variar un ápice el curso de la crisis tanto del ciclo sistémico de acumulación estadounidense como la del propio capitalismo como sistema histórico, en una fábula antropomórfica carente de toda profundidad conceptual y deliberadamente privada de toda atribución de responsabilidad a las clases y elites dominantes estadounidenses, europeas y occidentales, que simplemente cumplen un deber moral sagrado de rigor democrático para evitar hacer explícito que ejecutan materialmente una estrategia geopolítica de clase, cuyas patologías sociales, ecosistémicas, autoritarias y morales precipitaban en una guerra que por definición debía implicar, en caso de desencadenarse, la destrucción del país que Estados Unidos y las potencias occidentales habían decidido que merecía la pena ser sacrificado para implementar la apuesta geopolítica y geoestratégica decidida como fundamental para avanzar sus intereses de dominación planetarios.

La enormidad de la decisión de la guerra y de sus impactos en esta precisa coyuntura debía elaborarse como la insignificancia del comportamiento aberrante de un hombre solo en la culpabilidad de su extravío moral y psicopatológico

Esta antropomorfización de los orígenes de la guerra cristalizaba en la voluntad de un hombre todo el conglomerado de circunstancias y tendencias sistémicas producto de complejos determinantes históricos de clase, cuya problematicidad debía ser elidida en los respectivos campos políticos nacionales y en la esfera pública internacional, asegurando primordialmente que en los primeros no se llegara a producir momento alguno antagonista y menos aun constituyente ante tamaña irresponsabilidad de las clases dominantes hegemónicas globales y ante el seguidismo ciego de los sistemas y elites políticos nacionales, que debían amoldar su percepción y construcción de las cosas de acuerdo con estos criterios de máxima simplificación intelectual y extrema rudimentariedad política de los problemas colocados sobre la mesa, las cuales debían traducirse e introyectarse en el funcionamiento de sus propios sistemas políticos. La enormidad de la decisión de la guerra y de sus impactos en esta precisa coyuntura debía elaborarse como la insignificancia del comportamiento aberrante de un hombre solo en la culpabilidad de su extravío moral y psicopatológico: la política no cabe en este acontecimiento, porque únicamente la condena moral debe operar como criterio único y máximo de construcción intelectual y racional de la coyuntura. El dispositivo Zelensky entra en juego en consecuencia para suturar la construcción de esta impostura ideológica y para hacerlo debe sustituir la ausencia de toda sustancia democrática producida por los sistemas políticos nacionales y por el sistema internacional de Estados y de governance internacional producto del tipo y de la realidad específicos de la actual hegemonía global estadounidense por un discurso supuestamente cargado de una pretensión de moralidad y de razón absolutas, que se convierte en la única descripción posible del tratamiento político de esta crisis gravísima en las respectivas esferas políticas y públicas nacionales y en el horizonte único de resolución presente y futura de las condiciones sistémicas que han producido situaciones de guerra regionales como los expedientes inevitables para acompañar el agravamiento objetivo a escala global y local de la crisis sistémica multidimensional, que el ciclo sistémico de acumulación estadounidense inyecta en la propia crisis sistémica del capitalismo como sistema histórico. Si los sistemas políticos nacionales no pueden ni deben convertir en objeto político esta complejidad y si ni siquiera un acontecimiento como una guerra de elección lanzada en el corazón de Europa puede torcer o transformar la selectividad estructural regresiva de los actuales sistemas políticos democráticos, y a fortiori autoritarios, impuestos por las clases y elites dominantes, entonces debe rellenarse ese vacío de enunciación por un flujo discursivo autoritario que dote de consistencia moral a las decisiones geoestratégicas de la parte más fuerte del conflicto, cuya capacidad tanto de evitar el estallido de la guerra, como de evitar su prolongación le hace deudora objetiva de una responsabilidad histórica que la clases dominantes hegemónicas occidentales y sus elites políticas no quieren ni pueden asumir. La supuesta moralidad del discurso del presidente ucraniano, que es un elemento crucial del dispositivo geopolítico y bélico estadounidense, debe ocupar el lugar del vacío epistémico de las descripciones del comportamiento del sistema-mundo capitalista en esta coyuntura, que los sistemas políticos democráticos –y a fortiori los sistemas políticos autoritarios­– bloquean por todos los medios para no despotenciar la legitimación democrática espuria concebida durante las últimas cuatro décadas de governance neoliberal para acometer la destrucción precisamente del fundamento democrático y tendencialmente pro igualitario todavía presente en los mismos.

1. El funcionamiento del dispositivo Zelensky es realmente digno de análisis, porque cartografía la profunda reticencia que los sistemas políticos democráticos actuales –o, dicho con mayor precisión, las restricciones constitutivas del carácter normativo de la forma democrática como forma ideológica predominante de respetabilidad política impuesta por la potencia hegemónica global estadounidense– muestran respecto a la introducción en sus respectivos campos políticos de las características sistémicas, que generan las condiciones de crisis no gestionables por el funcionamiento actual de los protocolos de lo que puede ser legitimado en su seno mediante la participación democrática de las respectivas ciudadanías nacionales dotadas de derechos constitucionales. Analicemos, pues, de acuerdo con este marco analítico, la lógica de funcionamiento del dispositivo Zelensky puesto a punto por los aparatos de producción ideológica operativos en los sistemas políticos actuales y su imbricación con los sistemas de partidos y la configuración de las esferas públicas nacionales y transnacionales realmente existentes. En la construcción ideológica del dispositivo Zelensky por parte de las clases y elites dominantes occidentales, el discurso del actor menos dotado de recursos sistémicos o militares en el conflicto bélico, cuyas consecuencias, sin embargo, son de hecho devastadoras para todas las partes implicadas, comenzando obviamente por el pueblo ucraniano, y cuyos resultados acumulativos pueden ser fatales sistémicamente y realmente destructivos para Europa, para Rusia y para la cuenca mediterránea y obviamente a una escala exponencialmente mayor para Ucrania, se convierte por mor del funcionamiento de los actuales sistemas políticos en el canon a partir del cual debe comprenderse el conflicto y su desenvolvimiento y respecto al cual se orientan los comportamientos de la práctica totalidad de los sistemas de partidos y de las elites políticas europeas y a fortiori occidentales, que procesan los intereses de las clases dominantes hegemónicas globales y regionales.

La productividad discursiva del dispositivo Zelensky se ha construido total y deliberadamente al margen de la enunciación de las condiciones de posibilidad de la guerra y de sus efectos

La hipertrofia de este discurso en todas y cada una de las esferas públicas europeas y occidentales ha sido, por otro lado, como hemos indicado, el correlato exacto de la supresión y la censura de debate político racional alguno en las respectivas sociedades y en sus sistemas políticos sobre las condiciones de emergencia del conflicto bélico, sobre sus implicaciones multidimensionales para los nodos críticos de la reproducción sistémica de las formaciones sociales implicadas regionalmente y a la postre de la reproducción global de las mismas, senda de comportamiento que restringe severamente por definición las opciones posibles de comportamiento tanto de los contrincantes directos e indirectos enfrentados, como de los afectados mediatamente por sus efectos económicos, migratorios, energéticos, ambientales, presupuestarios o sociales. El discurso producido por el dispositivo Zelensky y su funcionamiento epistémico y conceptual en los sistemas políticos europeos es, pues, el correlato mismo que las clases y elites dominantes hegemónicas pretenden imponer como sustancia última de sistemas democráticos que deben ser desactivados, si la irracionalidad de la extrapolación del actual modelo hegemónico debe imponerse sobre las ciudadanías de las formaciones sociales formalmente democráticas o aspirantes a serlo en la actual coyuntura de caos sistémico del capitalismo histórico. Se trata, pues, de un discurso convertido en la descripción y la analítica máximas de la guerra, que es emitido, sin embargo, por un sujeto político privado absolutamente de los recursos para imponer la voluntad nominal de su deseo, que se remite a la reproducción fantasmática de una comunidad nacional-popular ucraniana, cuyas condiciones materiales dignas de reproducción el dispositivo Zelensky reivindica al tiempo que su discurso tolera la destrucción por la invasión rusa y la estrategia geopolítica estadounidense la infraestructura material y las vidas de quienes afirma representar y defender über alles y cuya capacidad para lograr tales fines no depende en medida alguna de sus propios medios económicos, logísticos y militares, los cuales deben ser proporcionados irremediable y graciosamente por la potencia estadounidense, cuyos designios a su vez han definido el escenario, las condiciones y el marco de acción para desencadenar en primer lugar el conflicto bélico, cuyo periodo de incubación se mide por años, no por semanas o meses, para garantizar que las circunstancias de la guerra con Rusia estuvieran maduras a fin de que esta se produjera en condiciones de viabilidad geopolítica para la primera. Este proceso de construcción de las condiciones y del momento propicio de estallido de la guerra para la potencias estadounidense y la OTAN se ha efectuado, por otro lado, en suelo ucraniano y con la total complicidad de su establishment económico y su sistema político oligarquizado y escasamente democrático (al cual pertenece el actual presidente ucraniano), dado que debía aceptar e implementar la penetración e instalación de la inteligencia militar estadounidense y de la OTAN, transformar la institucionalidad militar y efectuar la reorganización en profundidad de las fuerzas armadas ucranianas y eventualmente la institucionalidad civil de país para dotarla de una funcionalidad y eficacia mínimas para librar la guerra en ciernes desde 2014, todo lo cual, además, verificado durante el desenvolvimiento de un conflicto militar similar a una guerra civil librado en las regiones orientales del país dentro de las propias fronteras ucranianas durante ese mismo periodo de incubación del actual enfrentamiento bélicos por parte de la potencia estadounidense. En estas condiciones, el discurso del presidente ucraniano opera de modo simplemente absurdo como medida única, binaria y excluyente de la necesidad de intensificar y prolongar la guerra con independencia de cualquier otra evaluación de la conveniencia, consecuencias, implicaciones y alternativas al curso bélico actual, así como de la posibilidad de que su desencadenamiento y prolongamiento pueda inducir el uso ulterior del dispositivo bélico en este punto complejísimo de bifurcación del capitalismo histórico y de la posible superación poscapitalista de sus opciones más destructivas.

La construcción y el funcionamiento del discurso del presidente ucraniano ha operado perfectamente de acuerdo con una homología isomórfica crucial tanto en lo referido a la problemática de la decisión de desencadenar y prolongar la guerra, como en lo referido al funcionamiento de los sistemas políticos posdemocráticos actuales, que deben aceptarla y legitimarla. Y ello en la medida en que la productividad discursiva del dispositivo Zelensky se ha construido total y deliberadamente al margen de la enunciación de las condiciones de posibilidad de la guerra y de sus efectos, dado que sus consecuencias materiales inevitablemente ligadas a destrucción de Ucrania y la muerte de sus ciudadanos, desaparecían de aquella, porque el contenido performativo de su supuesto contenido democrático proyectaba fantásmaticamente en el presente la constitución misma de la democracia en el país y garantizaba todavía más en el futuro su proyección y madurez institucional democráticas definitivas, además de encauzar al país en la senda del desarrollo y la prosperidad económicos. Esta tensión se ha convertido durante estos meses de guerra en el parámetro normativo para justificar y organizar la concentración tanto de los recursos y activos sistémicos ucranianos, como de los canalizados a través de la descomunal ayuda estadounidense y europea, así como para ocultar la desmesura de tal inversión de riqueza precisamente en la destrucción de país, de cual se debía garantizar de nuevo fantasmáticamente su constitución y reproducción democráticas gracias a su ahora definitiva alianza con el bloque occidental. Esta homología isomórfica entre la construcción del desencadenamiento de la guerra en Ucrania y la construcción de la democracia ucraniana y mientras se destruye el país y mueren sus ciudadanos, por un lado, y la supuesta reafirmación y fortalecimiento de la democracia en los países occidentales mediante la decisión de enviar ayuda militar en cantidades ingentes como medio de sustentar la hegemonía global estadounidense, aquejada de una iniquidad sociopática solo conmensurable a la propia insostenibilidad sistémica de la misma, que favorece estrepitosamente a los países occidentales en la actual división internacional el trabajo y la riqueza, ha constituido el núcleo del funcionamiento del dispositivo Zelensky y la razón de sus efectos altamente perniciosos en los sistemas políticos europeos y a fortiori occidentales y aliados. El grado de deterioro de nuestros sistemas políticos y de sus sistemas de partidos puede medirse, pues, de modo privilegiado a partir del análisis del funcionamiento de este dispositivo en torno este acontecimiento primordial representado por la opción del desencadenamiento de la guerra en el corazón de Europa, porque este ha contribuido a la realización de un ejercicio paradigmático de destrucción de la esfera política mediante la transposición de un discurso ideológico dotado de una enorme violencia en la medida en que la irracionalidad e impostura de su contenido se han construido mediante protocolos de unanimidad de la totalidad de los sistemas políticos europeos, que han efectuado la importación de una descripción totalmente pueril e irracional de los factores, vectores, recursos y decisiones implicadas en un acontecimiento como la guerra, cuyos efectos son simplemente tan inmensos como inapelables, y cuya inmensidad y trascendencia se han logrado escamotear absolutamente de los campos políticos nacionales y supranacionales, lo cual ha contribuido al vaciado de su consideración en la esfera pública y, por consiguiente, ha permitido la imposición de la inexistencia de análisis de sus condiciones de posibilidad y la conveniencia de que tal ausencia se prolongue en el tiempo como criterio básico de comprensión del conflicto y, además, ha garantizado sobresaturación unilateral del discurso de la elites políticas dominantes, cuya lógica, vieja como el mundo, ha girado en torno a la banal lógica binaria del bien y del mal, lo cual ha creado por definición un abismo de irracionalidad susceptible de ser declinado en todas las posibles formas de no verdad inimaginables y ha abierto sendas de degradación del comportamiento político absolutamente peligrosas como estos diez meses de guerra han demostrado hasta la saciedad.

El carácter absoluto de la construcción ideológica de Zelensky es el envés del carácter absolutamente no democrático de las decisiones no tomadas hasta febrero de 2022 y de las tomadas después de esa fecha por las clases dirigentes occidentales de la mano de las estadounidenses

2. ¿Cómo es posible entonces que el sabio-guerrero y a fortiori las clases y elites dominantes ucranianas actuales, que han apostado por la implementación desde 2014 de la penetración de la OTAN y de la diplomacia y la inteligencia militar estadounidenses y europeas a todos los niveles de sus instituciones civiles y militares, lo cual respondía tanto al diseño geopolítico de la potencia hegemónica en su búsqueda desesperada de recursos logísticos y geoestratégicos para prolongar el new american century durante el presente siglo, como al cálculo del actual bloque de poder ucraniano ligado al modelo oligárquico de país realmente existente, que sus elites (su actual presidente incluido) desean mantener sobre todas las cosas, de que la apuesta por la occidentalización del país sería la mejor garantía para proseguir con este modelo de extracción de recursos en beneficio estrictamente personal y clientelar, puedan encontrarse con las clases y elites dominantes estadounidense y europeas en esta infame alianza propicia a la utilización de la guerra como expediente factible de consecución de sus respectivos intereses en esta coyuntura gravísima y que ambas consideren que sus respectivas estrategias son susceptibles además de ser legitimadas en los sendos sistemas políticos que controlan? ¿Cómo es posible que el actual bloque de poder ucraniano haya podido deducir, de acuerdo con su percepción de las cosas, que su estrategia se adecuaría perfectamente al modus operandi de las democracias occidentales en proceso acelerado de vaciamiento y oligarquización, las cuales, dirigidas por la sabia mano estadounidense, a la postre iban a trocar satisfechas la aceptación de la particular versión ucraniana de neoliberalismo despótico a cambio de la entrega militar de su territorio y de sus recursos logísticos y humanos a la estrategia de cercamiento de Rusia, diseñada por las clases y elites dominantes occidentales, que a su vez tienen en mente como horizonte estratégico provocar un cambio de régimen en este país amoldado a su diseño de construcción de la hegemonía global estadounidense en curso? ¿Cómo es posible que este cálculo burdo y reaccionario sea leído y construido por las clases dominantes y por las clases dirigentes y elites políticas europeas, porque el juego es banalmente claro para los estrategas estadounidenses educados en la gestión inflexible de su hegemonía global, como la apología de la democracia y la afirmación irrefutable del derecho a la resistencia de un pueblo agredido, eludiendo toda otra consideración de los intereses en juego y de las consecuencias derivadas de los mismos, así como del enorme precio que esta impostura está haciendo pagar y va a hacer pagar en el futuro al pueblo ucraniano, además del peligro y de los retrocesos que ello implica para la región europea, su identidad política y su supervivencia ecosistémica? ¿Cómo es posible que el presidente ucraniano y el establishment político que lo sustenta, que es el mismo que pretende prorrogar la oligarquización de su economía y de sus recursos nacionales, a los que se añade la nueva elite política emergente en el curso de la guerra actual, que claramente percibe su futuro político y profesional en la prestación de servicios de legitimación y represión del nuevo orden geopolítico que esta traerá aparejado por definición y que lo hace con total desprecio de los efectos que este ya está teniendo tras la invasión rusa y la prolongación de la guerra y que tendrá irremediablemente si esta se prolonga sobre las clases trabajadoras y pobres ucranianas durante las próximas décadas? La construcción de la figura del presidente ucraniano y su dura proyección grotesca es el correlato preciso del concepto de lo político que las clases dominantes y de las elites políticas estadounidenses y por ende europeas, en su situación de subalternización estricta al actual diseño hegemónico global estadounidense, manejan para construir en sus sistemas políticos los procesos débiles o inexistentes de legitimación democrática y rendición de cuentas de la serie de toma de decisiones y acciones geopolíticas, que afectan y definen las condiciones de reproducción de sus respectivas ciudadanías y la calidad de sus derechos constitucionales. En el caso de los Estados europeos, además, sus clases y elites políticas dominantes han optado por su adecuación a este nuevo orden hegemónico del pretendido new american century a partir del cálculo de su interés estrictamente nacional efectuado respecto a ese nuevo orden, cuyas consecuencias son incapaces de vislumbrar ni sistémica ni estricta y estrechamente ligadas a sus percibidos intereses nacionales o regionales (Alemania en el caso europeo), si no es al hilo de la persistencia de las actuales tendencias de oligarquización, insostenibilidad y inmutabilidad del juego de suma cero del orden geopolítico regional y global actual y del correlato del tipo de sistema político nacional y supranacional realmente existente en el seno de la Unión Europea del que precisan para neutralizar cualquier desafío interno a los enormes costes sociales, medioambientales y económicos que tanto tal estrategia hegemónica, como la decisión de adaptarse a la misma y desdemocratizar sus sistemas políticos traen y van a traer inevitablemente aparejados sobre las poblaciones europeas, esto es, sobre los sujetos políticos que fundamentan el orden constitucional democrático de sus respectivos Estados.

3. Esta lógica implica que la figura del presidente ucraniano debe operar como un vector puro de democracia y democratización internas y simultáneamente como la conditio sine qua non de todo análisis y posicionamiento respecto al despliegue de la operación militar occidental en curso respecto a la invasión rusa y a su propia lógica de comportamiento, elidiendo así el estudio y la comprensión de las funciones que los sujetos implicados desempeñan en la reestructuración de las relaciones hegemónicas globales, siempre sometidas a una apuesta temporal proyectada en un futuro incierto, y, sobre todo, las consecuencias inmediatas que la guerra tiene sobre la situación de las clases trabajadoras y pobres ucranianas, rusas y europeas y a fortiori regionales y globales, así como también sobre las restricciones del cálculo político que la guerra impone sobre las clases dominantes y las clases dirigentes occidentales y no occidentales respecto a la crisis sistémica del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y las bifurcaciones del propio capitalismo como sistema histórico. Si el presidente ucraniano y su establishment oligárquico son la clave de bóveda y el baricentro de todas las decisiones que los países occidentales, supuestamente comprometidos in toto e indistintamente con el restablecimiento del derecho internacional, toman para definir su intervención en el conflicto, entonces de modo especular las consecuencias de las mismas deberían ser sometidas a escrutinio democrático por las democracias europeas –y no solo– a partir de la cuidadosa evaluación de su impacto sobre las circunstancias económicas, ecosistémicas, militares, energéticas, securitarias y macroeconómicas que tal clarividencia presidencial introduce en la esfera política europea y por ende global. De facto, la construcción ideológica del presidente ucraniano en los sistemas políticos europeos (y no solo) es completamente distinta, dado que la atribuida omnipotencia democrática de este, construida en torno a un patriotismo indistinto de la comunidad nacional-popular ucraniana ya arraigado antes del conflicto pero fortalecido en el curso de la guerra, es el reverso de la absoluta impotencia política y militar del propio presidente y del país y de su mansa conducción desde 2014 por una elite oligárquica y antidemocrática al más que probable desenlace del enfrentamiento militar con la potencia rusa de la mano de la OTAN y de la potencia estadounidense, que el establishment político y las clases dominantes ucranianos prooccidentales consideraron, como decíamos, una apuesta razonable en su pugna con el establishment oligárquico ucraniano prorruso, el cual albergaba idénticas pretensiones y expectativas respecto a sus posibles alianzas geopolíticas regionales, si se alineaba con Moscú, que a su vez alberga sus respectivos cálculos de poder y de oligarquización sobre Ucrania en clave también netamente antidemocrática en su búsqueda del correspondiente contrapunto geopolítico digno se ser opuesto al diseño estadounidense, pero esgrimido en condiciones sistémicas de neta inferioridad. La construcción del presidente ucraniano y de su soberana e irrefutable autonomía democrática y patriótica por parte de los aparatos ideológicos occidentales ha sido tan rotunda y esperpéntica, porque debe simultáneamente tanto ocultar la impotencia absoluta del primero como actor geopolítico, militar o patriótico en lo referido al bienestar y los derechos fundamentales de la población ucraniana respecto al juego de poder que se libra a su costa en torno a los procesos de construcción de la hegemonía global de la potencia estadounidense, como elidir la desdemocratización igualmente absoluta de las democracias europeas y a fortiori occidentales de todo posible debate, análisis, teorización y conceptualización de las consecuencias de tal juego geopolítico sobre el funcionamiento democrático de las formaciones sociales que se reclaman democráticas en su constitución política. Si el presidente ucraniano es la democracia absoluta, entonces las decisiones tomadas por las clases y elites políticas dominantes hegemónicas globales y a fortiori europeas y sus sistemas políticos son también la expresión de sistemas políticos absolutamente democráticos, porque el carácter absoluto de la construcción ideológica del primero es el envés del carácter absolutamente no democrático de las decisiones no tomadas hasta febrero de 2022 y de las tomadas después de esa fecha por las clases dirigentes occidentales de la mano de las estadounidenses con las devastadoras consecuencias por todos conocidas en Ucrania, en Europa y en la Unión Europea, y en Rusia, así como en el escenario geopolítico global y prospectivamente en la disputa sistémica con China.

Ambos procesos deben retroalimentarse y entrecruzarse sin cesar para producir un punto ciego de desplazamiento total de la indagación sobre las condiciones materiales de la democracia en todas y cada una de las enunciaciones y decisiones que el presidente ucraniano y las potencias occidentales efectúan y toman en un juego de flujo continuo que diga sin cesar la democracia ucraniana allí donde se ubica la subordinación de las elites subalternas del establishment oligárquico ucraniano proccidental y la compra de su acceso al campo hegemónico estadounidense y occidental aun a costa de la destrucción del país y de la matanza de su población, y que no diga al mismo tiempo sin cesar la desdemocratización de las democracias occidentales en cuanto a su incorporación a la guerra militar y económica de las formaciones sociales occidentales decidida por sus gobiernos y las instituciones supranacionales que los dirigen, comenzado por los europeos, tan sobresaturados de democracia que no deben permitir que se debata y menos aun que se disienta democráticamente, parcial o totalmente, de un proyecto hegemónico global que no entra ni tiene en absoluto relación alguna con los derechos y el bienestar de sus poblaciones, ni con la preocupación de estas por las consecuencias terribles que las decisiones de sus gobiernos tienen sobre las poblaciones ucranianas, rusas y a fortiori regionales o globales. La absolutización de la no democracia ucraniana y la normativización de la desdemocratización intensísima de las democracias occidentales como expresiones máximas de la forma democrática en esta coyuntura histórica de la dominación de clase y de crisis sistémica del capitalismo como sistema histórico gira sobre sí misma y se complejiza para producir todos sus efectos ideológicos en la medida en que la primera pretende acceder, estando incluso su población dispuesta a morir por ello (von der Leyen dixit), a la forma desdemocratizada vigente en los países occidentales en tanto que forma canónica de la modernidad y vía de salida del subdesarrollo político, además de económico, del país, lo cual cierra este peculiar anillo de moebius de la producción ideológica, característico de los sistemas políticos actuales, de la legitimidad y la justicia de la guerra y de la participación europea y occidental en la misma producida por las democracias occidentales y europeas, porque la democracia absoluta atribuida al presidente ucraniano mediante el dispositivo Zelensky se dota de una realidad espuria redoblada, dado que las democracias de baja intensidad occidentales en proceso de oligarquización constituyen el objetivo aspiracional de la democracia nominal ucraniana ya plenamente oligarquizada.

Esto significa que ambos conjuntos de clases y elites dominantes occidentales (y sobre todo europeas) y ucranianas desean converger en la forma democrática débil y oligarquizada en el que el rango de las decisiones y la profundidad de la intervención democrática respecto a las mismas se hallan rígidamente tasadas, restringidas y definidas en cuanto a la participación y la legitimación posibles por parte de los sistemas políticos actuales y por los sistemas de partidos que los gestionan, y que ambos conjuntos de elites políticas occidentales (y sobre todo europeas) y ucranianas actuales pretenden converger en el tipo-ideal de clases dirigentes, cuya función es acompañar, sin alteración alguna de su curso, el actual proyecto de las clases dominantes hegemónicas globales mediante la producción de la legitimación de las tendencias sistémicas y geopolíticas derivadas de la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y que asumen, en consecuencia, como el objeto político por antonomasia de las mismas el enorme coste que estas tendencias traen aparejadas para las clases trabajadoras y pobres de sus formaciones sociales, en primer lugar, y a fortiori de sus regiones de acumulación de capital y del resto de impactos globales derivados de todo ello, y por ende que ambas clases dominantes y dirigentes políticamente hablando legitiman conscientemente tanto la dirección que asume el sistema-mundo capitalista en su conjunto bajo la estrategia de mantenimiento y la reinvención de la hegemonía global estadounidense-occidental para el presente siglo, como la reducidísima panoplia de opciones que estos sistemas democráticos oligarquizados o, dicho de otro modo, estos sistemas posdemocráticos en proceso de producción de la normalización de un nuevo concepto de lo político adecuado a la no interferencia de las ciudadanías constitucionalizadas en sus derechos fundamentales en proceso de dejar de serlo, en los diseños cada vez más aberrantes del proyecto de hegemonía global considerado desde los impactos que produce sobre la situación constitucional de las clases trabajadoras y pobres globales, esto es, sobre sus condiciones mínimas de vida digna o de muerte o de degradación abyecta de la existencia individual y colectiva. De nuevo el dispositivo Zelensky es un perfecto device driver innovador en este sentido de la normalización de la posdemocracia a escala global o, contemplado más modestamente, europea u occidental, porque el establishment prooccidental ucraniano pretende legitimar la opción de la guerra a ultranza en el país tras la inaceptable agresión rusa como el producto genuinamente democrático de la democracia ucraniana y de su sistema político considerado en su materialidad institucional, mientras que los sistemas políticos occidentales pretenden legitimar a su vez su participación bélico-económica en la misma como la plenitud y madurez de sus sistemas democráticos, cuya respuesta avivando la guerra es considerada por sus elites políticas y sus sistemas de partidos simplemente como la única y mejor opción para incidir racional y políticamente en las tendencias de comportamiento del ciclo sistémico de acumulación estadounidense de capital y, en concreto, en la descomposición de los sistemas políticos, que deben en teoría gestionarlas democráticamente tras la constatación de sus efectos insoportables acumulados durante las últimas tres décadas.

4. El dispositivo Zelensky ideado por las clases dominantes y dirigentes occidentales y puesto a prueba por sus sistemas de partidos indica con total precisión que la guerra y la violencia se hallan legitimadas en el universo ideológico de la forma democrática actual, considerada como criterio normativo de constitución política de las sociedades contemporáneas, y que las ciudadanías constitucionalizadas gracias a la eficacia jurídico-política de sus derechos fundamentales –por no hablar de los sistemas políticos autoritarios débil o en absoluto organizados mediante el funcionamiento político-constitucional de los mismos– deben aceptarla como criterio constitucional material primordial respecto a cualquier otra lógica de legitimación de la reproducción de las relaciones de poder vigentes diferencialmente en las formaciones sociales realmente existentes. El dispositivo Zelensky indica con toda precisión en esta coyuntura histórica del poder de clase que las clases dominantes y dirigentes del bloque occidental pretenden que la legitimación de la guerra y de la violencia se produzca tanto en los sistemas políticos de los agresores, como en los sistemas políticos de los agredidos y beligerantes por delegación para que la construcción de la nueva hegemonía global de la potencia estadounidense sea contemplada como la expresión democráticamente construida just in time y work in progress con independencia de toda evaluación y diseño de cursos de acción alternativos y con independencia de todo coste que el uso de la beligerancia militar pueda causar en todas y cada una de las variables de la reproducción social sistémica actual o sobre las variaciones posibles de estas en un contexto diverso de la relación de fuerzas vigente entre las clases. La degradación de la forma democrática decretada por la intelligentsia de clase neoliberal no se conforma de la destrucción en condiciones democráticas de la constitución material fordista o desarrollista – antifascista y anticolonial– que se produjo durante las últimas cuatro décadas mediante un proceso complejo, pero ahora banal en su reconstrucción histórica intelectual, de agresión sistémica a los sistemas y procesos políticos democráticos que la hicieron posible, sino que en esta coyuntura las clases dominantes y sus clases dirigentes pretenden que (1) la guerra y la violencia militar, económica y ecosistémica sean constitucionalizadas como el núcleo mismo de las constituciones vigentes, que pueden seguir siendo democráticas en su funcionamiento institucional, porque el consenso sistémico se impone de modo vertical mediante el funcionamiento de mercados financieros, laborales, políticos, académicos y culturales rígidos e inexorables, y que (2) la estrategia de la potencia hegemónica actual y las necesidades que esta imponga durante las próximas dos décadas constituyan la constitución material espuria sobre la que deberán pronunciarse y por ende legitimar los actuales sistemas democráticos occidentales –y obviamente los autoritarios– ligados al bloque de poder global estadounidense y occidental, los cuales deben ser construidos y considerados como la expresión máxima de los sistemas políticos que administran esta transición de la hegemonía global, que, a diferencia de las anteriores, se produce en entornos parcialmente democráticos y tras una expansión enorme y muy intensa de la normatividad democrática como criterio para comprender y organizar lo político. La tensión entre (1) esta normatividad democrática potencialmente expansiva en sus efectos materiales en función de la cual una parte inmensa de las clases trabajadoras y pobres globales contempla, con una rabia y una lucidez cada vez más desmesuradas, la crisis sistémica actual del capitalismo y sus posibles bifurcaciones, y (2) la imposición del diseño unilateral de la prolongación inalterada del modelo de hegemonía global actual, que las clases dominantes se afanan por construir no como la reproducción de sus condiciones de hiperdominación e hiperexplotación para el presente siglo, sino como la expresión de la conciencia democrática de las masas, que conscientemente deben legitimar la violencia, la guerra y el modelo insostenible del actual modelo de hegemonía global como la best rational choice del menu dependence ofrecido por la actual construcción del poder de clase y su implementación condensada en los actuales sistemas políticos democráticos semidesguazados por el neoliberalismo, define las condiciones de transformación y creación de los nuevos campos políticos en los que deben verificarse tanto (a) la construcción de los nuevos sujetos políticos antisistémicos, como la dilucidación, por mor del antagonismo omnidireccional, del conflicto generalizado y de la proliferación de la lucha de clases, como (b) las condiciones de enfrentamiento con las clases y elites dominantes respecto a la asignación integral de los recursos sistémicos y la utilización de la productividad total de los factores producto de la cooperación social del trabajo definida por la riqueza y la potencia de la actual composición técnica, política, intelectual y moral de clase.

El dispositivo Zelensky pretende, pues, construir la guerra como el objeto político legitimado democráticamente por el pueblo ucraniano tras haber sido arrastrado a una guerra de elección por un sujeto político infinitamente más fuerte que está destruyendo sus condiciones de vida y la propia vida de sus ciudadanos y ciudadanas de modo tan cruel como irracional, y simultáneamente como opción inevitable y en todo caso legítima en los sistemas democráticos occidentales, que la incorporan como objeto político legitimo susceptible de desencadenar un determinado perfil, que también debe ser legítimo, de políticas públicas, decisiones presupuestarias y modelos macroeconómicos, que sientan el marco de la discusión política ulterior en torno a las iniciativas y decisiones que los gobiernos y los parlamentos democráticos deben tomar para arrostrar las consecuencias de situaciones producidas por tomas de decisiones previas de las clases y elites dominantes respecto a las cuales las ciudanías implicadas no han tenido nada que decir y no deben tenerlo tampoco en el futuro. El dispositivo Zelensky enuncia que si un país puede democratizar su entrada en guerra por una invasión provocada por una cuidadosa y sofisticada estrategia diseñada por actual potencia hegemónica global de despliegue de instrumentos de governance para fortalecer y prolongar esa hegemonía de clase global y la prolongación de la misma sin otro horizonte que la posible destrucción del país y sus condiciones infraestructurales de reproducción y si esta decisión es saludada como la expresión más alta y condensada de la democracia por las propias potencias que la practican y defienden como la expresión máxima de la constitución política moderna y como artilugio ideológico fundamental, entonces los sistemas democráticos occidentales primordiales y exportadores de tal modelo canónico de constitución política deben justificar la restricción de su funcionamiento democrático a la aceptación de la guerra como opción democrática legítima y la gestión de su preparación, gestión y consecuencias como el horizonte legítimo de lo que es hoy la sustancia material de la normatividad democrática. Si la población de un país legitima la guerra que otros países han tolerado o propiciado en su territorio a costa de la destrucción del propio, entonces estos últimos encuentran lógico y moralmente justificado participar en tal esfuerzo bélico y hacerlo como la expresión máxima de sus sistemas democráticos, dado que la población del primero está dispuesta a morir por el inmoral modelo de governance diseñado y aplicado por los sistemas políticos de los segundos, que a su vez racionalizan el contenido genuinamente democrático de su utilización de la guerra por esta voluntad de autoinmolación de la ciudadanía del primero y por su concurso en la intensificación y prolongación del mencionado conflicto bélico. El dispositivo Zelensky verifica esta operación de modo tan grandilocuente e hipertrofiado e implicando a un nivel tal la máxima institucionalidad de las formas Estado y la totalidad de los poderes políticos, económicos, mediáticos y culturales de las mismas y reedita esta grandilocuencia y solemnidad extravagantes en un número tan elevado de sedes y foros internacionales en los que se juegan y se construyen las situaciones ideales de habla de la enunciación política de las esferas públicas occidentales y globales, porque este modelo y estas pautas de comportamiento de utilización de la guerra se verifican en la situación concreta actual de grave caos sistémico y de bifurcaciones democráticas inevitables e ineludibles del modelo de poder de clase actual, que de no producirse estrechan de modos absolutamente preocupantes los menús de comportamiento posibles de las sociedades de clase actuales y por ende de las sociedades humanas puestas por el capitalismo en una situación verdaderamente límite en el curso de las próximas tres décadas, y además porque estos cursos posibles de acción absolutamente destructivos impuestos por las clases dominantes occidentales en su defensa irracional del capitalismo como sistema histórico se verifican en entornos potencialmente hiperdemocráticos, cuya lógica de constitución debe ser esterilizada, neutralizada, bloqueada y en última instancia destruida como ejercicio de debate y construcción racional de las consecuencias y alternativas implicadas en ellas y, de no ser posible esta resolución democrática de las bifurcaciones mencionadas, como escenarios de luchas masivas, multidimensionales y a ultranza contra la bestialidad de las clases dominantes actuales occidentales, pero no solo.

Incidentalmente podemos analizar también esta tensión extrema entre la hipertrofia de la puesta en escena del dispositivo Zelensky como conglomerado democrático supuestamente absoluto y el desenvolvimiento de la guerra sobre el terreno prestando atención a su desencadenamiento en el territorio de un país que alberga el mayor complejo productivo de energía nuclear de Europa, que a mayor abundancia ha conocido el mayor accidente de la historia de esta fuente de abastecimiento energético en 1986, y cuyas operaciones militares se han producido y continúan produciéndose en el perímetro de seguridad del mismo, para la alarma absoluta de la International Energy Agency y para el desdén mas necio del establishment político europeo y estadounidense por no hablar de la ceguera y la estupidez congénitas al respecto del siempre mediocre y lerdo puesto de secretario general de la OTAN: ni siquiera este hecho mayor, que es realmente un inédito absoluto den la historia de la guerra en la modernidad y cuyas consecuencias podrían ser devastadores a una escala sin precedentes y sin duda incomparable con las ventajas geopolíticas perseguidas por la potencia estadounidense y su contraparte rusa ha hecho que los sistemas políticos europeos y sus elites nacionales y supranacionales y sus contrapartes rusas hayan considerado este hecho un punto de inflexión de suma gravedad para propiciar un curso de acción absolutamente diverso y, en consecuencia, hayan descrito y gestionado la incubación y el despliegue del conflicto bélico en otros términos que los conocidos hasta la fecha, ni hayan buscado tan solo por esta razón vías originales e inéditas para apaciguarlo o, en el mejor de los casos, para descubrir una vía hacia la paz estabilizando la zona potencial del mismo en torno a Rusia y en el corazón geográfico de Europa.

5. La crisis de legitimación política y la crisis de lo político de los sistemas políticos democráticos actuales y la precipitación brutalmente reaccionaria de los autoritarios es tan abismal en esta coyuntura histórica, y la crueldad, la irracionalidad y la brutalidad de las clases dominantes hegemónicas globales tan espeluznantes, que los sistemas políticos y los campos políticos realmente existentes solo pueden funcionar mediante estas molaridades descoyuntadas de toda verosimilitud material y privadas de todo sistema de enunciados y juicios racionales sobre las genealogías, las consecuencias y las tendencias de las decisiones tomadas y de los cursos de acción seguidos por estas clases dominantes, al igual que su declinación en los respectivos sistemas políticos europeos en los que se dirimen nuestra capacidad de acción y constitución política de modo inmediato no pueden dejar de reproducir esas mismas molaridades en su definición de las opciones lícitas en sus campos políticos y en la lógica de comportamiento de sus sistemas de partidos y de sus esferas públicas y mediáticas. Esta crisis de legitimación y esta degradación política de los sistemas políticos democráticos actuales impone, pues, sobre las clases trabajadoras y pobres implicadas en su cono de efectos un coste que es simplemente apabullante en términos de deterioro de las condiciones de vida y de incremento de la probabilidad de muerte, de destrucción de infraestructuras democráticas y ecosistémicas, de eliminación de los derechos fundamentales y de restricción y empobrecimiento de lo político, comprendido este concepto como la expresión de la capacidad de gestión democrática de la complejidad de los diversos cursos posibles de reproducción social posibles en los prolegómenos del siglo XXI, la cual plausiblemente podría abordarse, diseñarse e implementarse de modos absolutamente diferentes tras la acumulación de comportamientos e inteligencia democráticos colectivos e institucionales verificados durante el largo siglo XX por mor de la extraordinaria calidad demostrada por el antagonismo de clase. La atribución del máximo poder de enunciación al presidente ucraniano sobre las razones y el curso de la guerra desde el inicio del conflicto, incrementada mediáticamente a medida que este se ha intensificado inexorablemente, cuando evidentemente carecía y carece absolutamente de poder tout court en términos financieros, militares, estratégicos y logísticos, y la condensación de su voluntad en un espíritu patriótico, que monótonamente colocaba a un pueblo enfrentado a su destino como el sujeto primordial del conflicto ruso-ucraniano-estadounidense, constituyen, pues, el correlato de la absoluta impotencia de los sistemas políticos europeos no solo a la hora de trazar un curso o cursos de acción alternativos o de haberlos trazado previamente, cuando el conjunto de variables sistémicas empujaba en la dirección de la guerra como la opción privilegiada por la potencia hegemónica estadounidense para reconstruir la reproducción de su hegemonía global, sino también de la nula capacidad de ideación e intervención de las potencias europeas y de la Unión Europea en su conjunto como actores capaces simplemente de enunciar lo existente, de describir los hechos ligados al uso, preparación y desenvolvimiento de la guerra, así como de evaluar sus impactos, consecuencias y sendas de dependencia que este acarrea tanto sobre el comportamiento democrático de las formaciones sociales europeas, cuya pacificación regresiva pretenden legitimar, como sobre el comportamiento macroeconómico, que constituye de facto y de iure el dato primordial de las condiciones materiales de su funcionamiento, cuyo economicismo intratable constituye la trama y la urdimbre de su governance supranacional. La violencia de la construcción del dispositivo Zelensky constituye, pues, el correlato de la violencia que pretende imponer el modelo de oligarquización de los sistemas democráticos actuales, cuyo funcionamiento constitucional resulta cada vez más insoportable para las clases dominantes hegemónicas globales en lo referido a la articulación de su predominio y la subalternización de las ciudadanías respectivas consideradas en las formaciones sociales políticamente aliadas tal diseño hegemónico, al igual que lo son para los sistemas políticos nacionales, que las respectivas clases dominantes domésticas controlan mediante la tendencia de degradación y atrofia de los sistemas de partidos, que producen monótonamente las correspondientes clases dirigentes locales y supranacionales encargadas de ejecutar con total dedicación y precisión tales tareas.

El factor realmente decisivo y crucial para comprender esta guerra es la necesidad de las clases dominantes hegemónicas globales y de la clases dirigentes y elites políticas europeas de privar e impedir por todos los medios un tratamiento político en los sistemas políticos nacionales

La máxima impotencia de un país, cuyos parámetros de dependencia son histórica y coyunturalmente altos durante el largo siglo XX y los inicios del XXI, su economía y su situación económica son débiles y productivamente no diversificadas, lo cual incrementa su fragilidad y su vulnerabilidad macroeconómica y financiera, que cuenta además con una institucionalidad inmadura y no resuelta desde la desintegración de la Unión Soviética en 1991, la cual ha sido capturada tanto por parte rusa como occidental mediante formas de depredación y oligarquización absolutamente severas en ambos casos, incluso contempladas por los estándares bajos de las diversas transiciones postsoviéticas, un país que es incluido en un diseño (geo)político que no controla por alineamientos opuestos entre esta última fecha y 2014, que corre el riesgo de ser eventualmente incorporado, si así es decidido por el actor que controla los recursos sistémicos en el momento presente y que ocupa la posición predominante tras la revuelta del Maidan, a un curso de acción que incluso baraja la opción potencial de la guerra como riesgo que debe correrse de acuerdo con el pensamiento estratégico ampliamente acreditado por los teóricos y estrategas geopolíticos estadounidenses, se construye ideológicamente en los sistemas democráticos europeos desde febrero de 2022, con una precisión simplemente aterradora, como la expresión de la máxima autonomía una vez que efectivamente el curso de la guerra se ha iniciado por la agresión de la potencia regional hegemónica, cuyo cambio de régimen se contempla, por otro lado, por estos mismos teóricos y estrategas estadounidense como una opción deseable para la actual potencia global hegemónica, en el cual deben invertirse recursos cuantiosos y a al cual debe subordinarse el destino de este país débil que puede ser embarcado y sometido a un conflicto bélico devastador, que su ciudadanía no ha podido ni escoger ni repeler y en cuyo futuro nadie parece estar interesado hasta el punto de que ni las cancillerías europeas ni el Estado mayor estadounidense han vacilado, como bloque infinitamente más poderoso que el ruso, en librar una guerra de elección por el expeditivo método de la guerra de delegación. Siguiendo un patrón de comportamiento idéntico de reivindicación de la máxima autonomía en la hora de la máxima y miserable subalternización a la potencia hegemónica estadounidense, las potencias europeas y la propia Unión Europea reafirman su autonomía mediante la reivindicación orgullosa de sus credenciales democráticas que les permite alinearse con el diseño geopolítico estadounidense y optar por la guerra como opción legítima en esta coyuntura histórica, al tiempo que optan por la construcción del presidente ucraniano en tanto que adalid de la democracia como dispositivo privilegiado para comprender y presentar el conflicto en sus respectivos sistemas políticos domésticos y por ende participar en tal diseño bélico decidido por Estados Unidos, primero, mediante la ampliación de la OTAN durante las últimas dos décadas para circundar del modo más agresivo posible a Rusia y, luego, para no evitar de modo alguno el inminente desenlace bélico derivado de una posible invasión rusa de Ucrania, que los responsables políticos y militares estadounidenses y europeos daban ya por descontada desde el otoño de 2021.

De nuevo, la situación de impotencia europea, al igual que la situación de impotencia ucraniana respecto al diseño geopolítico y geoeconómico estadounidense, se construyen ideológica y performativamente como situaciones de autonomía total en la que sujetos carentes de capacidad de acción derivada del puro sometimiento a la estrategia de construcción de la hegemonía global para el new american century deben invertir las respectivas situaciones de dependencia y de subalternización a esta en la reificación absoluta de la reafirmación de los principios primordiales de la modernidad democrática y de la constitución democrática de sus respectivos sistemas políticos, presentando estas situaciones como la expresión misma del funcionamiento democrático de estos, cuando los efectos de las decisiones tomadas y de la senda bélica dictada por el desorden intrínseco al proyecto de prolongar inalterada la hegemonía del ciclo sistémico de acumulación estadounidense durante el presente siglo en las actuales condiciones de agravamiento de las crisis sistémica del capitalismo se convierten en una fuente permanente de violencia, inestabilidad y destrucción bélica, acompañada de todos los horrores de la guerra inherentes como consecuencia inevitable, en el caso ucraniano, y de violencia jurídico-constitucional de la mano de la destrucción de los derechos constitucionales fundamentales en el horizonte infinito de un ajuste a la baja de las condiciones de reproducción social en Europa, tan irracionales como ciegos ambos en su proyectualidad y objetivos finales susceptibles de ser reconocidos en la actual coyuntura histórica y dadas las bifurcaciones a las que se enfrenta el capitalismo histórico en este momento preciso de su evolución sistémica. El factor realmente decisivo y crucial para comprender esta guerra y las condiciones de posibilidad y producción de su desencadenamiento y prolongación, así como la previsible utilización del expediente bélico y la violencia militar en la actual coyuntura de caos sistémico del capitalismo como sistema histórico en otros contextos y coyunturas en el futuro inmediato, es la necesidad de las clases dominantes hegemónicas globales y de la clases dirigentes y elites políticas europeas de privar e impedir por todos los medios un tratamiento político en los sistemas políticos nacionales –y a fortiori la traslación de esta energía política en el campo político supranacional, transnacional y posnacional– de las decisiones tomadas por aquellas e implementadas por estas y de las consecuencias derivadas de las mismas con el fin de comprenderlas como el producto de una estrategia compleja de dominación, cuyo desenlace militar es la condensación de situaciones de violencia e irracionalidad cada vez más elevadas, difusas y persistentes a escala del sistema-mundo capitalista y cada vez dotadas de una interrelación y una retroalimentación más intensa, más inextricable y más duramente gestionada por el proyecto de clase aparejado a la prolongación del actual ciclo sistémico de acumulación de capital más allá de toda la fenomenología de sus modalidades de producción, extracción y captura de renta, riqueza y valor industrial, posindustrial, tecnofeudal, rentista, extractivo o monetario-financiero a escala de la economía-mundo y del sistema-mundo capitalistas globalmente considerados.

6. Los sistemas políticos normativamente democráticos postulados por la ideología hegemónica global consustancial a la hegemonía global estadounidense y por ende occidental actual, conformada durante el largo siglo XX como producto directo e inmediato de la altísima intensidad de las luchas de los movimientos antisistémicos, se caracterizan por el horror vacui ante la explicitación política de la violencia de clase, de la cual la violencia militar ligada al reequilibrio permanente de la prolongación de la mencionada hegemonía global es su epítome más brutal, en el metabolismo de los sistemas políticos que generan si no la legitimidad de la dominación de clase actual, al menos la neutralización y la aquiescencia de las ciudadanías constitucionalmente constituidas en estos sistema políticos nacionales cada vez más vaciados y oligarquizados. La actual guerra librada en Ucrania se construye como la expresión más prístina de los valores democráticos occidentales, que supuestamente inspiran a la potencia hegemónica estadounidense y a su bloque subalterno europeo, contra la evidencia de la muerte, la inestabilidad y la destrucción que esta objetivamente desencadena omnidireccional y multidimensionalmente, global, regional y localmente, porque ni el vigente concepto de lo político característico del liberalismo y del paradigma democrático consustancial al mismo, ni los sistemas políticos realmente existentes que lo vehiculan e implementan pueden tolerar que esa violencia sistémica se convierta en objeto político sometido a los protocolos de producción de verdad política todavía vigentes en el funcionamiento de los mismos. La extravagancia, la impostura y la infamia del dispositivo Zelensky es, pues, el precio distorsionado y grotesco que los sistemas políticos democráticos actuales deben pagar por un deterioro paulatinamente incremental del reconocimiento en el seno de los mismos de la brutalidad material de las actuales relaciones de dominación y explotación, que la afirmación de su carácter democrático simplemente no puede ocultar y menos aun convertir en una matriz creíble de producción de verdad y por ende de realimentación de las condiciones de legitimidad verosímiles dada la densidad media de la consistencia de lo político y de la amoralidad política vigentes en el periodo histórico actual. La construcción democrática por los sistemas políticos constituidos por la forma democracia actual de los atributos democráticos, morales, racionales y justos de la producción sistémica permanente de situaciones probélicas conformadas para estallar en conflictos militares de envergadura (1991, 2001, 2003, 2011, 2014, 2022 por indicar únicamente la serie más reciente de conflictos bélicos mayores ligados al mantenimiento de la hegemonía estadounidense), que producen sistémicamente guerra, violencia indiscriminada y destrucción estructural de las formaciones sociales afectadas, es el reverso de la imposibilidad primordial de que estos sistemas democráticos puedan considerar las condiciones sistémicas de la guerra como objetos políticos sustantivos en su funcionamiento democrático, incluso en su forma debilitada y vaciada actual, porque el tratamiento desencadenado por tal conjunto de procesos en su seno desencadenaría procesos de politización muy intensos, dada la riqueza, la densidad y la consistencia de la composición intelectual, técnica y moral de la composición de clase actual, que pondrían en situación de crisis irreversible el funcionamiento de la legitimación de la violencia estructural construida por los mismos. En los sistemas políticos actuales, todavía definidos por la matriz del constitucionalismo democrático producto del antagonismo de altísima calidad política derivado del primer ciclo antisistémico maduro conocido por el sistema-mundo capitalista, la guerra debe ser construida como la expresión máxima de la democracia y la violencia estructural como el puro contenido de la misma necesario para su prolongación, porque la potencia democrática de estos patrones de comportamiento todavía pueden desencadenar procesos virtuosos de constitución política susceptibles de privar de toda legitimidad a la depravación de utilizar dosis cada vez mayores de violencia como criterio privilegiado de reproducción social, violencia que converge con la desplegada en los respectivos circuitos geopolíticos característicos de las estrategias de la hegemonía global de clase y destruye los circuitos socioestructurales propios de las condiciones de reproducción justas de las formaciones sociales en las que se organiza la reproducción de las comunidades humanas en este momento histórico. En la actual coyuntura de caos sistémico producto de la crisis sistémica del capitalismo como sistema histórico y desencadenada de modo inmediato por la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y sus exigencias reproductivas, la intolerabilidad del uso de la guerra y de la introducción de dosis de violencia cada vez mayores en la reproducción de las formaciones sociales discretas constitutivas del sistema internacional de Estados es cada vez menos compatible con la atrofia de los sistemas políticos realmente existentes, que deben contraerse y degradar su funcionamiento democrático para que la desmesura de la irracionalidad impuesta sobre la mayoría de las ciudadanías implicadas en los mismos, esto es, la clases trabajadoras y pobres occidentales y no occidentales, así como sus condiciones de posibilidad, su irracionalidad y sus nefastos impactos negativos cada vez más masivos sean aceptados como la expresión perfecta y consumada de la organización democrática degradada de las sociedades actuales.

7. La profunda crisis del proyecto predominante no ya civilizatorio sino banalmente macroeconómico, productivo, monetario-financiero o social de las clases dominantes occidentales y de las elites políticas europeas y a fortiori estadounidenses comprendidas como clases dirigentes, crisis cuyo epítome paupérrimo pero altamente significativo es en estos momentos, como hemos indicado, la creación de dispositivo Zelensky para gestionar la construcción ideológica de esta guerra mediante los correspondientes instrumentos y técnicas discursivas y mediáticas, se materializa del modo más preciso en el uso que estas clases dirigentes efectúan de su monopolio todavía vigente sobre el funcionamiento de los sistemas políticos para producir legitimación, que en las condiciones actuales únicamente puede consistir a su juicio en la producción de neutralización política, esto es, en la asfixia de los procesos posibles de dilucidación racional de las tendencias de crisis del capitalismo histórico tan brutales e irracionales en sus implicaciones políticas y en el uso de la violencia contra las personas, los ecosistemas, los derechos fundamentales y la dignidad humana, como lo son las tendencias y niveles de concentración de la renta, la riqueza y las expectativas de vida digna y plena que se verifican durante las últimas cuatro décadas de reestructuración reaccionaria neoliberal en la esfera económica. La inversión (en el sentido de puesta en valor para incrementar su cantidad y eficacia) ideológica de este tratamiento de la violencia sistémica, de la guerra y de la destrucción de los derechos fundamentales como expresión misma del contenido democrático de los sistemas políticos que legitiman las características sistémicas del capitalismo histórico que las producen con una intensidad cada vez mayor, indica la necesidad estructural percibida por estos de definir su lógica de funcionamiento en función de la neutralización de la política y de los protocolos de participación susceptibles de crear las condiciones mínimas de enunciación de la gravedad de la crisis sistémica actual y de las posibilidades reales de eludir el crecimiento exponencial de la violencia contra todos los procesos sociales, intelectuales, culturales, económicos y ecosistémicos, que critican o se oponen al proyecto de extrapolar las actuales condiciones de dominación y explotación implementado por las clases dominantes hegemónicas globales y sus elites políticas.

Esta torsión tan extrema y a la postre insostenible de las condiciones de producción de verdad de la hiperdominación e hiperexplotación de las poblaciones, las institucionalidades, lo político y los recursos sistémicos y ecosistémicos indica con total precisión el enorme potencial de constitución política democrática todavía vigente en las formaciones sociales actuales a pesar de la reestructuración reaccionaria de las condiciones de la política al hilo de la propia debilidad histórico-estructural de los sistemas políticos y de partidos actuales como dispositivos de enunciación de la dominación sistémica y de las transformaciones regresivas experimentadas por estos durante las últimas cuatro décadas como campos de producción de la vedad de esta última. La virulencia y la violencia de las operaciones geopolíticas y geoeconómicas de las últimas tres décadas, que han incluido el uso indiscriminado de la guerra, la repetición de crisis macroeconómicas y monetario-financieras concebidas e implementadas con el único objetivo de maximizar el poder sistémico de las clases dominantes globales hegemónicas occidentales, el empeoramiento sin excepción de todos los índices y parámetros límite ecosistémicos y el retroceso de los derechos fundamentales a escala realmente global explican el uso del dispositivo Zelensky y la construcción como guerra patriótica nacional-popular, cuyo componente es tendencialmente débil en el conjunto del cuadro sistémico del conflicto ucraniano, y la urgente necesidad sentida por la clases y elites dominantes de dotar de justificación formalmente hiperdemocrática –indicando el prefijo en este caso la unilateralidad excluyente del acceso a los medios de producción de debate y consenso por parte de sectores enormes de la población y de la opinión pública– a comportamientos, decisiones y opciones, cuyas consecuencias son masivamente percibidas por las clases trabajadoras y pobres y por extensión por las ciudadanías de las respectivas formaciones sociales a escala global, más allá de los actuales sistemas de neutralización política mencionados, como absolutamente injustificables desde un punto de vista normativo democrático, además de inmorales, crueles y absurdas. Son la intensidad de la actual violencia sistémica de clase y la convicción íntima por parte de las clases dominantes occidentales de su inevitabilidad como instrumento de gestión de un proyecto de dominación de clase multidimensionalmente irrenunciable para ellas e inasumible e insoportable por las clases trabajadoras y pobres globales, y la certidumbre de su renuencia y negativa a dejar de utilizar esa violencia con una amplitud y con una destructividad cada vez mayores, aun a costa de reeditar las formas más bestiales de destrucción conocidas en la modernidad capitalista, las que explican el funcionamiento que ellas mismas y las elites políticas constituidas como clases dirigentes monopólicas imponen a los procesos de legitimación sobre los sistemas políticos actuales para que validen colectivamente sendas de destrucción, cuya brutalidad e irracionalidad no deseen asumir de modo individual y parcial como un proyecto de clase excluyente, egotista, sociopático y, en última instancia, profundamente inmoral, sino colectivizarlo mediante los mismos mecanismos y mediante el mismo conjunto de procesos que les han asegurado hasta la fecha su acceso cada vez más irrestricto al pool de recursos económicos, financieros y productivos, a los bienes comunes locales y globales, a la riqueza y la renta, así como al acceso al poder imprescindible e irrenunciable de lo político y de la potencia de las formas Estado mediante las que se constituyen o en su ausencia se destruyen las formaciones sociales realmente existentes y mediante las cuales las clases dominantes actuales cierran sus procesos de valorización de capital y materializan la expropiación y desposesión masivas de las condiciones comunes de reproducción social.

Esta dicotomía moral, intelectual, sistémica y política dota de una profunda irracionalidad al comportamiento de las clases dominantes occidentales, pero no solo, y, por ende, al funcionamiento de los sistemas políticos actuales que estas imponen a todas las escalas de la reproducción social, los cuales deben legitimar contrafácticamente decisiones, políticas y sendas de comportamiento, cuya acumulatividad no deja de generar de modo acrecentado los mismos problemas que estas intentan supuestamente resolver, multiplicados ahora en su complejidad y en la dificultad de su comprensión y gestión, dado que estos se sitúan en líneas temporales cada vez más difíciles de gestionar (la crisis climática y de la biodiversidad son paradigmáticas en este sentido) por la intensificación precisamente de la aceleración de sus externalidades hipernegativas, que estos sistemas políticos construyen ideológica y performativamente mediante su lógica institucional como intervenciones confesadamente parciales pero necesariamente eficaces, que nunca pueden ni deberían corregir el comportamiento sistémico origen de la desestabilización, la destructividad y la violencia exponencial que autogeneran, dialéctica de procesos que constituye precisamente el contenido mismo de la dominación de clase como objeto excluido de los sistemas políticos de la modernidad capitalista, que en todo caso, no obstante, deben ser continuamente neutralizados políticamente como condición del cumplimiento parcial de la normatividad y de las expectativas democráticas insertas en los sistemas políticos actuales por el formidable ciclo de luchas antisistémicas registrado durante el largo siglo XX.

8. El caso de la guerra y de la violencia, cuya profusión se hace endémica en esta fase recurrente de caos sistémico del capitalismo como sistema histórico e inmediatamente producto de la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense, es paradigmático en este sentido, porque la proscripción de su uso se halla presente en el núcleo racional del liberalismo político, comprendido como la forma canónica de la teorización de lo político en la modernidad capitalista, mientras que en realidad su utilización en las relaciones de clase y en las relaciones internacionales y fundamentalmente en las crisis y transiciones de las hegemonías globales, es inherente al comportamiento de los ciclos sistémicos de acumulación de capital contemplados desde la correcta perspectiva plurisecular de la historia del capitalismo de acuerdo con la correspondiente teorización marxista del mismo. Cuanto más se ha introyectado, fundamentalmente durante los largos siglos XIX y XX, el núcleo democrático en los sistemas políticos modernos de las formaciones sociales de clase como criterio de restricción de la violencia y la brutalidad de las clases dominantes en todos los ámbitos de la reproducción social (proceso productivo y organización empresarial, orden público y derecho penal, derechos políticos y sociales, relaciones internacionales y diplomáticas, conducción de la guerra y gestión de la violencia militar, relaciones familiares y afectivas, modelos educativos y pedagógicos, instituciones médicas y psiquiátricas, orden penal y carcelario, pluralidad religiosa y moral, etcétera) más complejo se ha hecho recurrir a la guerra y a la violencia política del modo unilateral practicado históricamente por definición únicamente por las clases dominantes, monárquicas, republicanas o imperiales, occidentales o no, pero masivamente por la primeras en la modernidad capitalista, al tiempo que se ha incrementado la brutalidad y la inanidad de los objetivos militares o del puro poder sistémico buscados por estas clases dominantes hegemónicas globales occidentales y sus conglomerados regionales de poder. Los sistemas políticos de la modernidad capitalista realmente existentes –y fundamentalmente los surgidos trabajosamente como modelos de constitución política democrática durante el largo siglo XX y, en especial, tras la Segunda Guerra Mundial, que pone fin a la guerra civil europea– han operado, sin embargo, a contrapelo de la imposición del modelo del constitucionalismo democrático, para colmar tal divergencia y para neutralizar tal tensión constitutiva de los sistemas normativamente democráticos contemporáneos y para permitir, no obstante, que las clases y elites dominantes puedan recurrir a la guerra y a la violencia militar con las menores restricciones posibles cuando lo consideren oportuno para lo cual ha sido determinante la orientación de estos sistemas políticos para impedir por todos los medios antidemocráticos posible el surgimiento de sujetos políticos antisistémicos constitucionalmente activos en los mismos capaces eventualmente de hacer saltar esta contradicción estructural e introducir criterios de reproducción social y acumulación de riqueza que proscriban la guerra y la violencia definitivamente del concepto de lo político o la reduzcan a una lógica puramente residual.

La guerra librada por la OTAN y Estados Unidos en Ucrania contra Rusia y la emergencia sistémica de China como actor geopolítico crucial responde a la perfección a esta tensión y el dispositivo Zelensky cumple virtuosamente tal objetivo de neutralización política de la enunciación y de la producción como objeto político del carácter sistémicamente antidemocrático de la guerra en tanto que procedimiento máximo de concentración de la violencia de las clases dominantes occidentales en el sistema-mundo capitalista moderno. Esta neutralización política de la crítica y de la oposición a la guerra pretende, pues, (1) destruir los procesos políticos de atribución y remisión de sus causas por la episteme y la práctica política de los sujetos antisistémicos y del sujeto proletario (a) a la irracionalidad de proyectos de clase inasumibles e insostenibles para la inmensa mayoría de la población del planeta y para el sistema-tierra producido por el sistema-mundo capitalista y (b) al deseo de las clases dominantes de imponer en todo caso la unilateralidad y la exclusión por medios no democráticos en el seno de sistemas políticos tendencialmente cada vez más democráticos, dado que tras la guerra civil europea se constituyen epistémica, conceptual y constitucionalmente en torno al principio de la normatividad democrática, y (2) hacer descarrilar la apuesta estratégica de las clases dominadas, la cual constituye una de las expresiones más potentes de la autonomía de clase por parte del sujeto proletario en la modernidad capitalista, por reconducir el enfrentamiento político al paradigma de la lucha de clases, el cual pretende excluir por todos los medios la guerra como instrumento político, al tiempo que opta por la intensificación máxima del conflicto y del antagonismo en torno a la totalidad de las relaciones de dominación y explotación realmente existentes en una formación social, que siempre se verifican por definición en el capitalismo histórico en situaciones de violencia sistémica, la cual es objeto de tratamiento político primordial por la política del sujeto proletario, y objeto de reproducción en las formaciones sociales realmente existentes, con el fin de imponer criterios de justicia y racionalidad sustantivos a las estructuras de poder que las reproducen y de hacerlo preferentemente en situaciones de no conflicto bélico y de exclusión de la guerra, siempre que las clases dominantes no impongan, como ha sido monótonamente el caso, la violencia militar como ratio última de su razonamiento lógico-político sobre las relaciones sociales, productivas, imperiales y coloniales y como criterio de cierre de sus pretensiones de expropiación y acaparamiento del plusvalor total producido y de su voluntad de restricción autoritaria impuesta sobre las combinatorias posibles de los activos sistémicos, los medios de producción y la productividad total de los factores –poder político incluido en virtud de la plasticidad de la forma Estado como potencia pública decisiva– existentes en un ciclo sistémico de acumulación de capital (el estadounidense en nuestro caso) y dada una composición de clase especifica capaz de analizar, comprender, proponer y eventualmente organizar la reversión o la reestructuración de la productividad estructural de esas pautas de dominación y explotación por los medios más democráticos posibles mediante el despliegue de las formas de antagonismo y lucha de clases más exhaustivas, generalizadas, creativas e intensas posibles. Esta tendencia política a la exclusión de la violencia bélica, consustancial a la constitución política de las clases dominadas y del sujeto proletario global en la expresión de su constitución política y de su autonomía de clase construida durante el largo siglo XX, es fundamental políticamente hablando en estos momentos, dada la coyuntura de caos sistémico en la que ha entrado el ciclo sistémico de acumulación estadounidense y el propio capitalismo histórico, porque remite el análisis de la guerra y la lucha política históricamente específica de la composición de clase correspondiente para evitarla a la crítica de la inviabilidad democrática de un determinado proyecto sistémico de hegemonía global concebido por las clases dominantes hegemónicas globales constituidas (the new american century en nuestro caso), siempre tendencialmente hiperexplotador de los recursos globales y excluyente de sus posibles combinatorias (re)productivas, respecto al cual las clases dominantes, no democráticas por definición, desean que la guerra zanje o llegue a zanjar la imposición material de su unilateralidad, como ocurre en el actual conflicto ruso-chino-estadounidense librado en Ucrania y como ha ocurrido recurrentemente durante todo el arco de la modernidad capitalista. El deseo y la voluntad de las clases dominantes de la modernidad capitalista ha sido recurrir soberanamente a la guerra, si sus privilegios, objetivos y posición de clase se han llegado a encontrar en su opinión lo suficientemente amenazados por la propia competencia geoeconómica y geopolítica entre las potencias hegemónicas aspirantes a la hegemonía global o si la situación de crisis sistémicas han desencadenado procesos políticos encaminados a someter la totalidad de esa estructura de poder de clase a un tratamiento democrático integral de sus condiciones, consecuencias y efectos sobre el ciclo total de su reproducción estructural susceptible de desencadenar el surgimiento de sujetos políticos capaces de efectuar esa crítica y de organizar esa rebelión o revolución antisistémica a partir de la normatividad política, la democrática en nuestro caso, vigente y por ende de privar de eficacia a la imposición de las relaciones de poder ideológica y materialmente decisivas en las formaciones sociales realmente distintas al hilo de procesos desiguales histórico-geográficamente específicos, pero convergentes en una episteme y un plano de consistencia revolucionarios dotados de capacidad autoconstituyente. No hace falta indicar la simultaneidad, la inmanencia y la imbricación recíproca de la multidimensionalidad constitutiva de ambos pares de macroprocesos sistémicos y estructurales –la soberanía de la guerra por parte de las clases dominantes como última ratio de su poder de clase y de su derecho irrestricto a la acumulación y concentración de poder y riqueza, por un lado, y la evacuación de la misma como instrumento político para reconducir la crisis a la intensificación democrática de la lucha de clases y del antagonismo de clase dotados ambos de pretensiones de poder constituyente de acuerdo con el principio político normativo históricamente vigente y focalizados en la apropiación hiperdemocrática de la forma Estado para proceder a la reestructuración no militar de la concentración del poder de clase sistémico, por otro– en la historia empírica del capitalismo, ni señalar que la propia evolución no lineal del sistema ha transformado estocásticamente tanto el comportamiento de esta estructura de estructuras de poder y por ende de los sucesivos ciclo sistémicos de acumulación de capital, como el comportamiento y la autorreflexividad del sujeto proletario en la multiforme riqueza y variedad de su expresión política fenomenológica e históricamente concretas.

En realidad, la guerra en el capitalismo histórico ha sido, a medida que se constituía el sujeto proletario como sujeto político multidimensional durante los largos siglos XIX y XX y, luego, mediante un proceso de aceleración cualitativa exponencial de la sofisticación de su antagonismo tras la revolución mundial de 1968, el instrumento para destruir el principio democrático como criterio primordial de constitución de lo político y por ende como criterio expansivo de análisis y reorganización de la estructura política y de la propia estructura de estructuras de poder constitutivas de la infraestructura habilitante de los procesos de producción y acumulación privada de capital a partir de los cuales se construye el poder sistémico de las clases dominantes y se garantiza su existencia social y, por ende, a partir de los cuales se ha reproducido históricamente la relación capital, esto es, la dinámica específica de organización sistémica de los factores productivos y del poder de clase estructural, que ha definido históricamente los sucesivos ciclo sistémicos de acumulación de capital realmente verificados durante la totalidad del periodo de existencia del capitalismo histórico verificable desde sus albores en el siglo XVI. La especificidad de la guerra en un determinado ciclo sistémico de acumulación –y específicamente, sobre todo, en el ciclo sistémico de acumulación estadounidense– no remite al uso de la fuerza en las condiciones cada vez más formidables permitidas por la movilización total de los recursos sistémicos de los contendientes invertidos en su despliegue bélico, ni atañe a la industrialización de la logística y la efectividad de los medios de destrucción de masas y sus efectos sobre las poblaciones y sus infraestructuras, sino que radica en la cualidad del poder sistémico y decisional de las clases dominantes hegemónicas globales y de sus bloques de poder regionales el cual garantiza que ni el conflicto de clase, ni las fuentes sistémicas del poder de clase pueden ser sometidos al principio democrático constitutivo de los sistemas políticos actuales, que, sin embargo, la episteme dominante ha debido aceptar como principio constitutivo del ordenamiento social y político y como matriz ideológica dominante durante el largo siglo XX, precisamente por la contundencia del antagonismo y la luchas de clase históricamente verificados, hasta el punto de llegar a constitucionalizarlo jurídicamente en los ordenamientos jurídicos domésticos y de dotarlo de una centralidad máxima en las constituciones políticas nacionales, así como en el derecho político internacional, el cual a su vez ha generado un formidable aparato ligado a la implementación del mismo y a la imposición de una enorme panoplia de obligaciones internacionales, que ligan a los Estados en el seno del sistema internacional de Estados, al tiempo que el poder sistémico de estas clases dominantes hegemónicas globales lo niega una y otra vez por el desequilibrio realmente existente en las relaciones de fuerza y en el acceso a los activos y recursos sistémicos todavía temporalmente en poder de estas y de sus bloques de poder regionales, poder sistémico que es utilizado, una y otra vez, de acuerdo con el criterio de la fuerza nuda de la dominación bruta de las relaciones de poder de clase vigentes en toda formación social y a escala del sistema internacional de Estados constitutivos del sistema-mundo capitalista tal y como lo hemos conocido en la modernidad.

9. Esta tensión es la que hace que la guerra en estos momentos –momentos de tensión sistémica máxima del capitalismo como sistema disfuncional de reproducción social, de enfrentamientos sistémicos entre las superpotencias y las potencias regionales, así como de potencial maduración y constitución de formas de antagonismo y de lucha de clases muy ricas, cuyos contornos solo se esbozaron en el movimiento antiglobalización y en el movimiento de las plazas entre 2001 y 2014 y que están a punto de eclosionar a una escala mucho mayor– deba ser desplazada de nuevo del campo político y que su uso deba construirse como la forma y el corolario mismos de la democracia y del funcionamiento de los actuales sistemas democráticos, que deba presentarse –y aquí el dispositivo Zelensky adquiere todo su valor–como la defensa del principio democrático constitutivo de los sistemas políticos occidentales, de modo que el oxímoron bestial que estas yuxtaposiciones ideológicas plantean sirva para desvirtuar y desplazar ulteriormente la evidencia de la fuerza nuda como expediente para proceder a la destrucción de la expansión de ese principio democrático en todos y cada uno de los procesos de reproducción social en los que podría elaborarse y reelaborarse precisamente contra las tendencias que la guerra y las clases dominantes hegemónicas globales imponen como solución unilateral de las dificultades que su proyecto de dominación encuentra para su implementación a escala del sistema-mundo capitalista. Estos proyectos hegemónicos globales, impuestos y combatidos por las clases dominantes y dominadas y sus respectivos sujetos políticos, (proto)estatales y militares, que han presentado por definición en la historia del capitalismo una enorme brutalidad social, económica y militar, como demuestra de modo incontrovertible la historia de los largos siglos XIX y XX, por no remontar la historia de este a sus albores en el largo siglo XVI, constituyen el objeto privilegiado de la guerra, incluida la actualmente librada en el corazón de Europa, y por ende la respuesta de clase a los mismos debe analizar y responder al contenido intrínseco e inmanente de dominación, explotación e insostenibilidad específicamente ligado a las tendencias sistémicas presentes y constitutivas en un momento histórico determinado del funcionamiento del ciclo sistémico de acumulación correspondiente (el ciclo sistémico de acumulación estadounidense en nuestro caso) en la medida en que el modelo de hegemonía global en juego gira en torno a las tendencias que este ciclo muestra respecto a la justicia, la igualdad, la sostenibilidad y la calidad democrática de sus consecuencias, que en nuestro caso nos remite a su despliegue durante el medio siglo precedente marcado por el comportamiento del sistema-mundo capitalista desde la revolución global de 1968. Estos proyectos de hegemonía global deben pues analizarse, a fin de convertirlos en objetos de elaboración y respuesta política, para verificar cuál es a su vez el contenido y el objeto de la guerra, el conjunto de tendencias que esta fortalece o debilita –o que esta pretende fortalecer o debilitar–, la orientación que propina al comportamiento de la economía-mundo capitalista y al perfil organizativo de las formas Estado discretas, así como al ritmo y las modalidades de funcionamiento que imprimen al sistema internacional de Estados en el que se dirimen las relaciones de fuerza que dotan de coherencia geopolítica y, por consiguiente, geoeconómica a un determinado modelo de hegemonía global (el proyecto de new american century acariciado por Estados Unidos en nuestro caso), y que asignan a este modelo una dirección, una productividad y una probable configuración respecto a las necesidades de las clases trabajadoras y pobres del sistema-mundo capitalista, esto es, de los siete deciles inferiores de la pirámide global de renta y riqueza y, sobre todo y preponderantemente, de los cinco deciles inferiores, de la población del planeta en cuanto a las tendencias de comportamiento de la calidad presente y futura de los derechos fundamentales que les corresponden y corresponderán, si tal proyecto se materializa realmente de acuerdo con la tendencialidad sistémica del capitalismo histórico implementada materialmente en nuestro caso durante el último medio siglo. En estos parámetros se juega hoy la guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia y China librada en Ucrania y a partir de los mismos debemos efectuar el análisis racional de la mima y organizar las respuestas políticas democráticas y antisistémicas a su barbarie.

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