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Análisis
Eterno empate ante el abismo
¿Puede la excepcionalidad convertirse en costumbre? Parece que viene haciéndolo estos últimos años. Vivimos instalados, paralizados en el miedo, al borde del abismo. A cada cita electoral, el temor a los resultados, y a las consecuencias, efectos y reacciones que puedan provocar esos resultados, la nueva vuelta de tuerca de la realidad, el siguiente anillo en el descenso a los infiernos. Hasta que, como en una película de superhéroes, en el último momento, aparece un polimórfico Deus Ex Machina hecho de bloques de votantes, estadísticas, y factores demográficos y mitiga un poco, y retrasa un poco más, la continuamente anunciada caída al abismo.
Ese es el guión que han seguido las elecciones midterm de esta semana en EE UU. En cierto modo, una pugna entre narrativas, marcos interpretativos, y expectativas, cada una de ellas con su propia capacidad performativa. Hasta este mes de junio de 2022, las midterm aparecían como el próximo desastre demócrata, el asalto republicano definitivo de manos de la inflación y de, ciertamente, una administración Biden convertida en zombie de sí misma por los propios senadores demócratas, como los inefables Joe Manchin y Kyrsten Synema, que desguazaron e incluso tumbaron las iniciativas legislativas más ambiciosas del gobierno.
En plena depresión social la derogación de Roe vs. Wade por el Tribunal Supremo tuvo el paradójico efecto de convulsionar y revitalizar a los sectores más progresistas del país
En plena depresión social, económica, política y anímica, la derogación de Roe vs. Wade por el Tribunal Supremo, sin embargo, tuvo el paradójico efecto de convulsionar y revitalizar a los sectores más progresistas del país y, con ellos, de nuevo al Partido Demócrata. A pesar de que su legado en torno al aborto dista de ser impecable (el establishment centrista demócrata no ha tenido problema en apoyar a menudo a candidatos antiaborto en sus primarias, y la cuestion ha sido a menudo instrumentalizada como mero “talking point”) la defensa de la autonomía reproductiva inyectaba de nuevo un sentido, un propósito, a los votantes demócratas para estas elecciones: se trataba de defender las libertades básicas, la democracia estadounidense está en peligro.
Pero a pesar de esta reacción, en los últimos meses y semanas, al menos a juzgar por los titulares y secciones de opinión en medios mayoritarios, incluidos los liberales New York Times o CNN, parecía instalarse de nuevo la certeza de que iba a ser la inflación, sumada al tradicional comportamiento en este tipo de elecciones (la tendencia tradicional en las midterm es usarlas como oportunidad para un voto de castigo al gobierno de turno) la que iba a generar una “ola roja”, una victoria, incluso de tintes epocales, para los republicanos.
¿Qué ocurrió, pues, el martes 8 de noviembre? La duda habitual en las midterm, para periodistas y opinadores, es si puede construirse una narrativa relativamente coherente de los resultados a nivel nacional, o éstos responden únicamente a factores locales en cada estado y distrito congresional. Aunque faltan por cerrar y confirmar algunos resultados, una conclusión parece indiscutible. No ha habido tal “ola roja”, esa Red Wave anticipada, incluso con cierta fruición, por muchos medios y analistas (e incluyo en esto, insisto, a muchos medios “liberales”). De hecho, los resultados son los mejores en unas midterm para un gobierno desde George W. Bush, en 2002 (recordemos, con el impacto del 11S todavía reciente y en plena hinchazón patriótica invadiendo Afganistán y más tarde Irak) y las mejores para un gobierno demócrata desde Clinton. La noche del sábado 12 de noviembre se confirmaba que los demócratas tienen la mayoría en el senado, y la mayoría en la cámara de representantes continuaba abierta.
Un mapa de resultados
Hagamos no obstante un breve mapeo por algunos escenarios significativos para volver luego a algunas consideraciones generales.
Florida fue seguramente el único lugar en el que se cumplió sin ambages la narrativa de la “ola roja”. Ron DeSantis aplastaba en su reelección como gobernador, y el voto republicano penetraba hasta el condado de Miami-Dade, rompiendo la tradicional estructura de concentración del voto demócrata en las grandes ciudades, y en un estado que, como sabemos, suele terminar resultando determinante en las presidenciales. Lo significativo es que DeSantis ha venido proponiéndose como una alternativa a Trump en las futuras primarias republicanas, buscando un equilibrio entre una agenda extremista en lo económico y lo social e incluso lo viral (en el sentido médico y mediático que hoy tiene la palabra) y ciertas formas, relativamente más comedidas, del político convencional. Una suerte de continuación del trumpismo por otros medios, quién sabe si en cierto modo más inteligentes y por eso mismo todavía más peligrosos que los del ex-presidente, quien de hecho ve a DeSantis como una amenaza.
Texas vino a cumplir también con las expectativas. Tras la tragedia de Uvalde, el gobernador republicano Gregg Abbott, responsable en las últimas semanas de una indecente operación consistente en enviar a personas migrantes indocumentadas en autobuses a estados azules, volvía a vencer. Deprimente, sin duda. Sin embargo, hubo victorias demócratas en condados a lo largo de toda la frontera. Algo tremendamente significativo: son condados con creciente población hispana, pero también muy polarizados por la presencia de patrullas de fronteras y grupos de extrema derecha. Texas es mucho más que eso, sin embargo, y podría cambiar su signo político en un futuro próximo. Pero para articular esas realidades emergentes de la frontera y de los grandes núcleos urbanos (Austin, la muy diversa Houston, San Antonio, Dallas) lo que parece claro es que se precisa una candidatura capaz de ir más allá del cierto marketing bonachón pero vago de un Beto O´Rourke. Quizás una figura latina, con una agenda social y económica clara. Una figura emergente es la de Greg Casar, que estará en la casa de representantes, y cuya campaña fue apoyada por fuerzas como el Working Families Party.
En Georgia, resultados dispares. La trumpista Marjorie Taylor Greene repetirá en el Congreso. Además, de forma similar a O´Rourke en Texas, estas elecciones han vuelta a negar la victoria a Stacey Abrams, figura emergente en el partido demócrata a nivel nacional, y quien sin duda es responsable del crecimiento demócrata en todo el estado, pero que de nuevo no ha podido vencer en la elección a gobernador, sintomáticamente sobre todo por la falta de apoyo entre mujeres blancas. Sin embargo, el senado precisará una segunda vuelta, ya que Herschel Walker, el exfutbolista americano apoyado por Trump, candidato antiabortista a pesar de haber animado a varias amantes y esposas a practicar abortos, no pudo confirmar su esperada victoria.
Arizona era sin duda uno de los escenarios más polarizados, por la competición entre candidatos, las diferentes modulaciones y transformaciones demográficas que están transformando un estado tradicionalmente republicano, y las acusaciones de fraude electoral y conspiraciones alentadas por grupos extremistas. Y también por los propios candidatos republicanos, como Kari Lake, candidata a gobernadora (ahora mismo perdiendo en el momento de escribir esto). El candidato republicano al Senado, Blake Masters, coleccionista de armas y parches paramilitares y actor de figuración en una reunión de los comandantes de Gilead en El cuento de la criada - perdía ante el demócrata Mark Kelly a pesar del apoyo multimillonario de Peter Thiel. Aquí es donde la derrota del trumpismo ha sido clara. También ha sido notable la derrota, en Arizona y en otros estados, de las campañas republicanas a secretarías de estado, esto es, los puestos responsables del conteo de votos y las garantías electorales básicas.
Estados Unidos
Legislativas en EE UU Midterms con acento latino
Finalmente, Pennsylvania era uno de los escenarios clave. Hay razones, digamos, “estructurales” que hacen que Pennsylvania sea siempre significativa: su población, su composición demográfica, su rol tradicional de estado “morado” en las elecciones, su acusada partición en núcleos urbanos, zonas rurales, y áreas desindustrializadas. Pero en esta ocasión también porque ahí se agolpaban y concentraban las pulsiones, contradicciones y tensiones políticas e ideológicas de este ciclo. No solo —obviamente— las existentes entre demócratas y republicanos, sino también al interior de cada uno de los bandos. Pennsylvania traía una sonora derrota para Trump. En la carrera al Senado, aun con ciertas distancias, el candidato republicano, Mehmet Oz, vino a personificar, en su mensaje y figura —es el famoso médico televisivo “Dr. Oz”— el trumpismo mismo. Trump se desplazó personalmente a Pennsylvania para apoyar su candidatura en el cierre de campaña. Por su parte, conscientes de la importancia de esta batalla en particular, Biden y Obama hacían lo propio apoyando a John Fetterman. Un gesto inédito en un presidente y un expresidente demócratas, sobre todo si tenemos en cuenta el tipo de candidato que era Fetterman: un grandullón crecido en una enorme sensibilidad de clase obrera y una honestidad básica, más allá de expertos electorales y focus groups. Ejemplo claro de lo que podría ser, y es, un populismo de izquierdas claramente estadounidense, empeñado en hacer campaña y hacerse respetar escuchando a todo el mundo, incluidos los votantes de Trump en zonas alejadas de los centros urbanos. La victoria se vio enfatizada además por su estado de salud. Hace unos meses, en plena campaña, Fetterman sufrió un infarto cerebral que limitó severamente sus capacidades en campaña. Desde la campaña rival, liderada precisamente por un televisivo y millonario doctor, no se ahorraron todo tipo de crueles bulos y críticas a su estado de salud. Quizás en la victoria de Fetterman, y en los apoyos que ha logrado en algunos condados rurales y desindustrializados, haya operado una elemental solidaridad de clase, esa dura pero hermosa conciencia de la vulnerabilidad del cuerpo que da la proximidad con el trabajo, como explicaban en una muy hermosa conversación en el podcast Know Your Enemy con Joe Calvello, director de comunicaciones de Fetterman. Y quizás haya en esa imagen del cruel médico televisivo y el grandullón herido algún tipo de metáfora, o al menos una pequeña lección moral para estos tiempos de tantos fantasmas obsesionados con autenticidades y materialidades que supuestamente sólo la derecha fascista parecería representar.
Además de Fetterman, Summer Lee, candidata apoyada por Democratic Socialists of America, y primera mujer afroamericana elegida al Congreso por Pennsylvania, será sin duda una adición importante a la consolidada y cada vez más creciente “squad” progresista de AOC, Ilhan Omar, Rashida Tlaib, Cori Bush y muchas otras figuras.
Otro horizonte: romper el empate
Son sin duda muchos hilos sueltos, muchos datos, variadas composiciones demográficas, trayectorias y factores. Pero se pueden desprender algunas conclusiones generales.
Una primera conclusión —que seguro suena familiar en tantos otros lugares del mundo— es que las encuestas han fallado. Y con ellas también las narrativas con que tantos medios del mainstream habían insistido: que la inflación condenaba a Biden; que las midterm tienden a castigar al gobierno de turno. Al mismo tiempo, las élites democráticas, los expertos en comunicación y estrategia electoral reaccionaban a estas narrativas generando otra basada en el puro miedo: una victoria republicana suponía el fin de los derechos básicos, de la democracia misma. Una narrativa y otra no son excluyentes.
Una primera conclusión es que las encuestas y las narrativas de que la inflación condenaba a Biden ha fallado; la segunda conclusión es que el aborto ha sido una cuestión crucial
Más bien, ambas conviven en un imaginario político centrista y liberal, el propio de las élites políticas y mediáticas alrededor de la oficialidad demócrata, y cuya mentalidad, en estos tiempos, conforma un cuadro peculiar: oscila continuamente entre el desprecio olímpico hacia cualquier aviso o denuncia que provenga de la izquierda (racismo, desigualdad creciente, poder de la policía, deuda estudiantil) y regulares exabruptos histéricos (normalmente cuando se acercan las elecciones) en las que la siguiente cita electoral se convierte en la posibilidad de un próximo apocalipsis definitivo, y por el que por tanto es preciso abandonar cualquier consideración y mantenerse unidos a toda costa. Muchas personas compartimos sin duda el miedo ante los desarrollos y acciones los nuevos postfascismos, pero es un mensaje que, emitido desde esas instancias, operaba desde una cierta implicación previa: la democracia y la institucionalidad estadounidenses no precisan, en realidad, de reformas profundas, sino solo de desprenderse de estas aberraciones populistas que, externas a ella, la amenazan. Es una forma —liberal, centrista, moderada— del excepcionalismo americano, compartido con el otro bando. En realidad, lo único importante para esa visión es “América” y su grandeza. La diferencia reside únicamente en sí “América” es grande o ya no es grande, en sí todavía es grande, en si debe volver a ser grande, o en si seguirá siendo grande. Todo lo demás es secundario. Y, por supuesto, no tan grande.
La segunda conclusión es que el aborto ha sido una cuestión crucial. Además de los resultados en cada estado, gubernatura, puesto senatorial o distrito congresional, se celebraron cinco referendums en torno al aborto. Dos de ellos (Kentucky y Montana) propuestos desde la derecha para confirmar la decisión de SCOTUS. Otros tres (Vermont, California y Michigan) destinadas a garantizar el derecho a la autonomía reproductiva en sus sendas constituciones estatales. En todos - aunque con variable amplitud - venció la conservación del derecho. Además, en Nevada vencía una enmienda constitucional de igualdad de derechos que incluía la protección a la diversidad de orientación sexual y de identidad de género.
La tercera conclusión es que han sido, una vez más, los votantes jóvenes y de color (afroamericanos, latinxs, asiáticos) quienes han salvado a los demócratas y, en realidad, al menos de momento, al país entero. Ahora queda esperar —y por desgracia, sin demasiada fe— que los demócratas estén a la altura de esos jóvenes, de todos esos presentes, y de todos esos futuros. Mientras tanto, el crecimiento de organizaciones como Democratic Socialists of America, Working Families Party, y el involucramiento de jovenes en todo tipo de campañas, nos dice algo de unas tremendas convicciones y fuerzas para el futuro. Pero en la cancelación del futuro que dejan estas ruinas del neoliberalismo en que vivimos crecen también el cansancio, la depresión y el nihilismo.
La cuarta conclusión es que el trumpismo ha sufrido una derrota. Parcial, limitada, pero una derrota. Es atrevido decir esto, y vivimos en un mundo infinitamente capaz de derrumbar cualquier atisbo de optimismo, pero hay quienes, como Osita Nwanevu, ven en estos resultados que tal vez la capacidad polarizadora del trumpismo. ¿Existe un límite, un umbral, para la capacidad de generación de odio en una sociedad? Seguramente no. Pero es cierto que hoy por hoy, el Partido Republicano carece de estrategia alguna para renovar su base de votantes (los menores de 40 años votan masivamente demócrata, y de hecho se ubican a la izquierda de los demócratas), y a pesar de operaciones cosméticas (como el mencionado Herschel Walker), y de cuestiones como la indudable complejidad del llamado “voto latino”, tampoco parecen poder generar conexiones con votantes no blancos.
Más allá de tecnicismos electorales, hay una cuestión cultural e ideológica más a largo plazo. ¿Es posible pensar que la lógica de la guerra cultural constante haya llegado a un límite? De nuevo, no quiero pecar de optimista. Pero lo cierto es que mucho del ruido que se genera en esas guerras culturales no se traduce necesariamente en resultados electorales concretos. Y estas midterms han apuntado algo de eso.
Sin embargo, y con todo el alivio momentáneo que queramos, la quinta conclusión es que estos resultados son la repetición, con ligeros cambios, de las elecciones presidenciales de 2020.
Estas midterm reproducen el eterno empate de dos bloques claramente definidos que vuelven a enfrentarse sin que pueda verse una posibilidad de deshacerlos, descomponerlos o atravesarlos
Estas midterm elections reproducen el eterno empate, la división en dos de esta sociedad, en la que —como ocurre en tantos otros países— dos bloques claramente definidos vuelven a enfrentarse sin que pueda verse una posibilidad de deshacerlos, descomponerlos o atravesarlos. De generar lo que en Estados Unidos se conoce como un realineamiento, un tipo inédito de coalición, de recombinación o articulación de diferentes bloques sociales, demográficos, de vectores económicos, y de ideas-fuerza y proyectos políticos.
Todas estas conclusiones pueden enhebrarse en una última. ¿Cómo salir de esa parálisis, de ese eterno empate ante el abismo? Se trata del desafío político más grande que se pueda imaginar, en cualquier momento y especialmente ahora. Y sin embargo, quizás la posibilidad de imaginar un comienzo sea cuestionando esas narrativas que intentan condicionar nuestras expectativas, nuestros miedos y nuestras esperanzas. Cuestionar las falacias que dividen la realidad en formas funcionales al poder: lo económico y lo social, lo material y lo cultural, la identidad y lo común. Al mismo tiempo, la acumulación de problemas sociales, económicos, institucionales, políticos, medioambientales que enfrenta EEUU resulta interminable: la supresión de elementales derechos democráticos; los bosques y ciudades regularmente incendiados; la inhumana brutalidad policial; la odiosa vigilancia de, en y entre los cuerpos; la desigualdad ahogante; la concentración de poder y riqueza; el odio y el miedo propagado hacia todas las direcciones y personas…Por todo esto, imaginar, y construir otro horizonte, más allá del abismo, ya no es simplemente deseable, sino que resulta absolutamente necesario. Un impulso que podríamos denominar constituyente. En estos últimos años se ha invocado frecuentemente el fantasma de la guerra civil. Quizás sea el momento de invocar otro momento, más desconocido, pero muy fecundo e inconcluso, como todos los caminos no tomados en la historia. Estados Unidos necesita una nueva Reconstrucción. Que la esperanza, y no la excepcionalidad desesperada, se haga costumbre.