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Análisis
La industria de la NBA y el capitalismo racial
La NBA, fundada en 1949 como la Basketball Association of America (BAA), ha ido evolucionado hasta convertirse en una de las ligas deportivas más importantes y globalmente influyentes. Su desarrollo deportivo ha venido acompañado de un proceso de escrutinio crítico en relación con las desigualdades raciales y económicas. Aunque hoy se presenta como un ejemplo de éxito, las desigualdades entre jugadores blancos y afrodescendientes son evidentes en múltiples aspectos, desde la duración de las carreras hasta los salarios y la representación cultural.
En sus primeros años, la NBA era una liga predominantemente blanca. La integración de jugadores negros comenzó de manera tardía, con Earl Lloyd convirtiéndose en el primer jugador afrodescendiente en participar en un partido el 31 de octubre de 1950. Lloyd fue seguido por Chuck Cooper y Nat “Sweetwater” Clifton, quienes abrieron el camino para una mayor inclusión de jugadores afroestadounidense. Sin embargo, la presencia de jugadores negros en la liga fue limitada hasta bien entrados los años 60.
Con el tiempo, figuras como Wilt Chamberlain, Bill Russell, Magic Johnson y Michael Jordan no solo elevaron el nivel de competencia, sino que también transformaron la percepción pública de la liga. Durante los años 80 y especialmente los 90, la NBA se convirtió en un escenario donde los jugadores afrodescendientes dominaron tanto en rendimiento como en popularidad. Sin embargo, a pesar de estos avances, persistieron críticas sobre su estructura racial y las brechas de los jugadores negros.
Para entender bien su funcionamiento, primero hay que adentrarse en cómo se nutre la liga de jugadores. Es decir, dónde sale la mano de obra que hace rodar la NBA. Para ello es clave el mercado universitario, como una plataforma de explotación de jugadores afrodescendientes.
La mayoría de los jugadores de la NBA provienen del ámbito universitario. Desde hace algunos años, los jugadores deben pasar al menos un año en la universidad antes de ser elegibles
La mayoría de los jugadores de la NBA provienen del ámbito universitario. Desde hace algunos años, los jugadores deben pasar al menos un año en la universidad antes de ser elegibles para el draft de la NBA. Este sistema ha sido objeto de críticas, especialmente por la forma en la que obliga a los jugadores potencialmente profesionales a jugar sin remuneración para las universidades. Porque el baloncesto universitario es considerado amateur a pesar de mover cientos de millones de dólares al año. Figuras internas de la liga, como el ex entrenador Stan Van Gundy, han venido señalando las motivaciones racistas que permean todo este sistema. Tal es así, que la NCAA, que gestiona las competiciones deportivas universitarias, ha sido acusada de explotar a los estudiantes-deportistas negros. Estos estudiantes generan ganancias millonarias para las universidades y la NCAA sin recibir un salario ni ninguna compensación adecuada. Por ejemplo, durante la temporada 2015-16, la NCAA reportó ganancias de 100 millones de dólares, destacando el valor comercial de los estudiantes-deportistas sin remuneración. Porque las becas universitarias, aunque permiten el acceso a la educación superior a determinadas personas, no siempre garantizan una calidad de vida adecuada, y menos cuando no son pensadas en términos académicos sino meramente como figuras laborales. Los estudiantes-deportistas enfrentan jornadas extenuantes que combinan entrenamiento intensivo con un riguroso horario académico lo que tiene consecuencias directas en los resultados académicos.
Los índices de graduación entre estudiantes-deportistas negros son notablemente bajos en comparación con el promedio. En las cinco conferencias principales de la primera división universitaria, el 45% de los estudiantes-deportistas negros no consigue graduarse dentro del período de seis años, frente al 31% de los blancos. Estas brechas en la graduación subrayan las dificultades adicionales que enfrentan los afrodescendientes en el ámbito universitario.
Pero esto no se reduce meramente al plano académico como tal. Muchos jugadores afrodescendientes experimentan un choque cultural significativo al ingresar a campus universitarios predominantemente blancos. El jugador DeMar DeRozan compartió cómo su experiencia universitaria le expuso a un entorno culturalmente distinto y desafiante. Esta diferencia cultural puede contribuir a la sensación de aislamiento y al estrés adicional que enfrentan estos jugadores en un ambiente que no siempre les es acogedor y que no está pensado para ellos.
A pesar de la alta proporción de jugadores afrodescendientes en la NBA, la mayoría de los puestos de poder en la liga están ocupados por individuos blancos
A pesar de la alta proporción de jugadores afrodescendientes en la NBA, la mayoría de los puestos de poder en la liga están ocupados por individuos blancos. En la temporada 2019-20, había 29 propietarios de franquicias blancos y solo un propietario negro, Michael Jordan. La distribución entre entrenadores principales era de 24 blancos frente a 6 negros, mientras que en el ámbito de los General Managers, había 25 blancos y 5 negros. Todos los comisionados de la NBA han sido blancos, mientras que aproximadamente el 80% de los jugadores son afrodescendientes. Vemos entonces que, pese a todo el relato en torno a la liga, la estructura sigue marcada por empresarios blancos y trabajadores negros, en una distribución desigual de representación y poder.
El alto porcentaje de jugadores negros en la NBA se puede atribuir a varios factores, incluyendo el proceso de captación universitaria, barreras laborales en otros sectores para jóvenes negros, la desindustrialización en áreas urbanas y el baloncesto como una forma de expresión creativa y acumulación de capital. Jaylen Brown, jugador de los Boston Celtics, ha denunciado en varias ocasiones que el sistema estadounidense está diseñado para que ciertas personas estén en la cima y otras en la base, reflejando un mecanismo de control social donde el deporte actúa como una válvula de escape para el descontento. La expectativa de que los jóvenes afrodescendientes deben sobresalir en el deporte, mientras que otros entornos se perciben como “blancos” y menos accesibles, crea barreras psicológicas y limitaciones en las oportunidades académicas y profesionales. Estos estereotipos afectan la percepción de los jóvenes y los limitan a roles específicos en la sociedad. Unos roles alejados de los espacios de poder.
Por otro lado, entre las razones para el bajo porcentaje de propietarios negros en la NBA encontramos las diferencias en oportunidades educativas, dificultades para ascender en la clase social, falta de contactos en posiciones de poder y una herencia histórica de desigualdad marcada por el racismo. La capacidad de ser propietario de una franquicia viene marcada por el poder adquisitivo. De los 614 multimillonarios en Estados Unidos, solo 7 (1.1%) son afrodescendientes, incluyendo a Michael Jordan. Esta falta de representación en los propietarios refleja las barreras históricas y estructurales que enfrentan las personas negras en el acceso a grandes niveles de riqueza y poder.
Pero las diferencias no se han reducido meramente al organigrama de la NBA. Históricamente, ha habido brechas significativas en las condiciones salariales entre jugadores blancos y negros. En los años 80, los jugadores blancos ganaban entre un 12% y un 20% más que los jugadores negros. Aunque esta brecha se redujo en los años 90, volviendo a favor de los jugadores negros en la temporada 98-99, la brecha volvió a aparecer en los años 2000-2010, alcanzando nuevamente el 20% a favor de los jugadores blancos.
Estas brechas pueden explicarse por una combinación de las implicaciones del capitalismo racial, las preferencias del mercado y las audiencias. Estudios como el de Mark T. Kanazawa y Jonas P. Funk han demostrado que la audiencia de la NBA tiende a aumentar cuando los equipos tienen más jugadores blancos, especialmente en áreas metropolitanas con mayor población blanca. La presencia de jugadores blancos puede, por lo tanto, influir en los ingresos publicitarios y, en consecuencia, en los salarios. Todo esto no es desconocido por parte de los propietarios de las franquicias. La NBA es un negocio por encima de todo. Tal es así que, a la hora de confeccionar una plantilla, un jugador blanco adicional podría aumentar los ingresos por publicidad entre $107,000 y $1,114,000 por temporada, según estudios de 1996-97. La brecha de ingresos publicitarios entre jugadores blancos y negros puede llegar al 52% del salario promedio de la liga en los mercados más grandes, reflejando cómo las preferencias del mercado afectan la compensación de los jugadores.
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Siguiendo esta línea, trabajos como el estudio de Richard C. K. Burdekin han mostrado que, en áreas predominantemente blancas, la asistencia a los estadios aumenta cuando los equipos tienen más jugadores blancos lo que indica que la racialización de los jugadores también influye en la asistencia y en la percepción pública de los eventos deportivos.
Otro aspecto a destacar sería cómo la duración de las carreras de los jugadores de la NBA refleja una notable desigualdad racial. Los jugadores afrodescendientes tienen un 30% más de probabilidades de dejar la liga que sus colegas blancos cuando tienen rendimientos similares. Este fenómeno es especialmente agudo entre los jugadores de banquillo, aquellos que no son titulares en sus equipos. La importancia de las estadísticas en la NBA debería, en teoría, reducir estas disparidades, pero persisten desigualdades que no se explican únicamente por el desempeño.
A las relaciones de poder y la instrumentalización de la mano de obra de personas negras se les suma la extracción de otros elementos culturales y simbólicos en busca de una imagen que se aprovecha de las identidades negras esencializadas para enriquecerse mientras internamente se reniega de ellas y se las limita. Por eso se han podido dar caso en los que estos propietarios blancos, solo les interesa los jugadores negros en tanto que mano de obra, pero a partir de ahí los desprecian. El caso más notorio es del expropietario de Los Angeles Clippers de Donald Sterling, quien fue expulsado de la liga en 2014 después de que se hicieran públicos comentarios racistas sobre jugadores negros. Aunque la NBA actuó para eliminar a Sterling, el escándalo subrayó las tensiones raciales que aún persisten en el ámbito de los propietarios y ejecutivos de la liga.
El 19 de noviembre de 2004, un enfrentamiento entre los Detroit Pistons y los Indiana Pacers en el Palacio de Auburn Hills de Detroit llevó a una pelea masiva que involucró a jugadores y espectadores. El incidente, conocido como “The Malice at the Palace”, resultó en fuertes sanciones para los jugadores implicados. La cobertura mediática del incidente se basó en todo tipo de estereotipos negativos sobre los jugadores negros que sirvió como terreno para que la NBA implementara un código de vestimenta para controlar la imagen pública de los jugadores, revelando una tensión entre la diversidad cultural y las expectativas de profesionalismo. Toda una tensión que se traduce en que las consideradas estéticas afro, más allá de los esencialismos, no pertenecen al ámbito de lo formal y lo profesional. La imposición del código de vestimenta reflejó un esfuerzo por alejar a los jugadores de la imagen estereotipada de delincuentes y asociarlos con una apariencia más “blanca” y profesional. Esto incluyó restricciones sobre peinados y estilos de vestimenta asociados con la cultura afroamericana.
La NBA ha utilizado la cultura negra y la estética de la cultura hip hop para fines comerciales, mientras mantiene una imagen más formal y blanca en otros aspectos
La figura que refleja perfectamente cómo se han dado estas tensiones es la del histórico jugador Allen Iverson, una de las estrellas más icónicas de la NBA en la década de 2000, y que ejemplifica perfectamente cómo la NBA ha sabido explotar la cultura negra para fines comerciales, mientras lo limitaba de puertas para adentro. Iverson era conocido por su estilo personal y su autenticidad, lo que atrajo a una amplia base de fans. Sin embargo, la NBA terminó por implementar un código de vestimenta que limitaba su estilo, reflejando un doble estándar en el tratamiento de las identidades afrodescendientes. Este código de vestimenta no solo afectó a Iverson, sino que también subrayó cómo la liga maneja la expresión personal en función de las expectativas comerciales. La NBA ha utilizado la cultura negra y la estética de la cultura hip hop para fines comerciales, explotando estos elementos para atraer a los fans mientras mantiene una imagen más formal y blanca en otros aspectos.
En definitiva, la NBA ha mercantilizado la cultura negra, creando una imagen que explota los estereotipos asociados con los jugadores afrodescendientes. A partir de ahí, ha promovido historias de superación personal que refuerzan narrativas de éxito individual mientras ignoran las barreras estructurales que enfrentan estos jugadores.
Todo este marco del racismo estructural tiene repercusiones directas en la vida de las personas, y en este caso de los deportistas, hasta tal punto que impactan a su esperanza de vida. El estudio Mortality of NBA Players: Risk Factors and Comparison with the General US Population revela que los jugadores blancos y los más pequeños tienden a vivir más tiempo que sus colegas negros. Y es que, aunque la esperanza de vida de los jugadores de la NBA ha aumentado en general, los afrodescendientes tienen una esperanza de vida promedio de 18 meses menor. Estas brechas en la esperanza de vida pueden atribuirse a varios factores, incluyendo disparidades salariales y una mayor predisposición a enfermedades cardíacas entre los jugadores afrodescendientes. Además, las afecciones que afectan desproporcionadamente a las poblaciones no blancas a menudo reciben menos atención en términos de investigación y tratamiento.
Como hemos podido ver, la relación de la NBA con el racismo es histórica y es estructural. Y no puede ser de otra forma si atendemos a la NBA como un negocio que se enmarca en un contexto del desarrollo histórico del capitalismo racial que vive de la distribución de la mano de obra racializada con el fin de enriquecer a un capital, que es blanco y definitorio de la blanquitud como marco ideológico. La liga, por lo tanto, no escapa de su contexto y refleja disparidades históricas desde la duración de las carreras y las brechas salariales hasta la explotación cultural y los desafíos financieros post-retiro, situando las tensiones más amplias en la sociedad estadounidense.
Por lo tanto, pese a su imagen de “liga de negros”, sigue reproduciendo estructuras de poder y desigualdades raciales presentes en la sociedad estadounidense. Esto es solo un ejemplo de lo que implica el capitalismo racial en el orden económico y político de las diferentes industrias. En este caso es el baloncesto, pero análisis similares pueden llevarse a cabo en otros campos como la cultura donde también se considera por parte de determinadas voces que hay espacios que son lugares de privilegio de las personas negras. La distribución racial del trabajo y la herencia del patrimonio de la blanquitud a través de la explotación y la extracción de todos los elementos culturales, económicos, epistemológicos con respecto a los cuerpos subalternos ha marcado desde hace siglos la vida y el orden de poder en el mundo. Y lo sigue haciendo.