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Análisis
4M: La política contra los políticos
Las campañas electorales son siempre un momento de condensación de la política. Los proyectos se concretan, los relatos se acortan y los mensajes se repiten conformando una densísima atmósfera cuya tensión narrativa no cesa de acontecer. Cada candidato o candidata busca su pareja de baile y el juego declarativo entre antagonistas ocupa casi toda la parrilla de un entorno mediático cada vez más centrado en la interpelación y la respuesta.
Desde la orilla o con el agua hasta los tobillos, opinadores y periodistas suelen hablar de las estrategias de cada partido como si de compartimentos estancos se trataran, siempre con un énfasis especial en los creativos y los estrategas. Sin embargo, la política, y, sobre todo, la construcción del discurso, tiene mucho más que ver con la tarea del artesano que con la del artista. Una campaña debe ser memorable, sí, pero por encima de todo debe conectar esa heterogeneidad social llamada “sentido común” para que, de entrada, haya alguien dispuesto a escucharnos.
Las elecciones de Madrid tienen un gran telón de fondo: una crisis de representación que viene de lejos y cuya expresión más clara ha sido el gran correlato de la “polarización”
Las elecciones de Madrid tienen un gran telón de fondo: una crisis de representación que viene de lejos y cuya expresión más clara ha sido el gran correlato de la “polarización” caricaturizado por algunos medios de comunicación como el “capricho” de una clase política enloquecida. Y es que muerto el consenso, se hicieron los bandos, pero no a la inversa. Este contexto ha dibujado un hilo común en la estrategia de todos los aspirantes a la presidencia: la voluntad de definirse como “outsiders”.
Sobre esta base, podríamos decir que se han conformado dos grupos: por un lado, los que definen su exterioridad como “resistentes” a los ataques del “establishment”; por el otro, los que asumen una posición diferencial desde el alejamiento del “ruido” y su trayectoria profesional fuera de la política que les permite presentarse como “ciudadanía haciendo política”.
En el primer grupo nos encontramos a Isabel Díaz Ayuso y a Pablo Iglesias. Para la presidenta de la Comunidad de Madrid, el establishment es “el sanchismo” y su proyecto ideológico contra el que la líder del PP habría construido una especie de aldea gala que estaría dotando de identidad un territorio administrativo hasta ahora carente la misma. Por su parte, el secretario general de Podemos se estaría enfrentando al conjunto del sistema mediático copado por intereses económicos y voceros de la extrema derecha que alteran el normal funcionamiento de la democracia, y, por lo tanto, la igualdad de oportunidades para formaciones como Unidas Podemos.
El segundo grupo estaría conformado por Mónica García, Ángel Gabilondo y, en menor medida, Edmundo Bal. La que más ha apostado por este marco ciudadanista, es, sin duda, la candidata de Más Madrid con una campaña centrada casi exclusivamente en su perfil de médica y madre que decide incorporarse a la política horrorizada por la distancia entre su experiencia y los debates en la Asamblea de Madrid. Un liderazgo que cabalga sobre la agenda política de “los temas que no se hablan” instalada ya desde hace meses por Íñigo Errejón desde el Congreso de los Diputados.
Por su parte, el PSOE de Ángel Gabilondo, a pesar de los bandazos de la campaña, también entró de lleno, ya desde el inicio, a resignificar el “no nos representan” en su vídeo “soso, serio y formal” presentándose como un profesor honesto, alejado del marketing y decidido a combatir “la crispación”. Finalmente, Edmundo Bal, en su rol de Abogado del Estado, sería el único candidato que estaría interpelando directamente a los viejos consensos de la Transición como terreno común en el que expresar la pluralidad política.
Se ha hablado mucho sobre cómo Isabel Díaz Ayuso ha centrifugado el espacio de Vox en una suerte de experimento para reconstruir la casa grande de la derecha a partir del “trumpismo”
Una mención aparte merece la estrategia de Vox que, de algún modo, se encuentra a caballo entre las dos formulaciones. Tal como vienen apuntando varios analistas, el partido de extrema derecha es el que más tiempo lleva cosechando en el terreno de la “antipolítica”. Definidos contra el “consenso progre”, sin responsabilidades directas de Gobierno y situando machaconamente la agenda de la seguridad vinculada a las políticas antiinmigración y la reducción de los “chiringuitos políticos”, el partido de Abascal lleva meses colocando en todas sus intervenciones la frase de: “Vox no está solo, es que solo queda Vox”.
Se ha hablado mucho sobre cómo Isabel Díaz Ayuso ha centrifugado el espacio de Vox en una suerte de experimento para reconstruir la casa grande de la derecha a partir del “trumpismo”, un ensayo que nos remite a la intentona de Xavier García Albiol, aquella vez desde el lepenismo. Escenario difícil para los ultras que, además, cuentan con una candidata cuyo solo timbre de voz nos transmite todo el peso de la herencia de los Monasterio como terratenientes de los campos de algodón. No es de extrañar, entonces, su empeño desesperado para llamar la atención que, sin embargo, puede haber acabado por condensar en un solo partido todo el hartazgo de la crispación.
Una vez disipada la bruma electoral, hay tres actores estatales que se enfrentarán a un nuevo ciclo y sobre los que se focalizará toda la atención: Pablo Casado, Yolanda Díaz y, por último, Santiago Abascal
Y es que, por primera vez en todo lo que llevamos de pandemia, por fin el debate sobre la “polarización” ha dejado de conjugarse en plural y ha empezado a señalar como culpables a quienes, desde la tribuna, pero sin mancharse las manos, se han dedicado a deshumanizar uno por uno a ciertos colectivos y actores políticos. No es baladí, por otra parte, que este giro de los acontecimientos se haya dado justamente desde el epicentro de la producción de dicho discurso, en este caso, la Cadena SER.
Todo ello nos invita a pensar que estamos ante un punto de inflexión en lo que se refiere al debate sobre los cordones sanitarios y, sin embargo, retomando el hilo de la corriente subterránea de la crisis institucional, esta misma estrategia, mal ejecutada, puede contener ciertos peligros si se enfoca únicamente como un cierre de filas entorno al actual equilibrio de las instituciones vigentes y la solidaridad entre políticos. Como ya ocurrió a partir de 2008, la distancia entre la opinión pública y la opinión publicada es un riesgo que tiene la tentativa de reproducirse en contextos de crisis, especialmente cuando el malestar ciudadano sigue sin enunciarse desde alguna suerte de demandas en positivo.
No obstante, lejos de la arrogancia política de aquellos años, las estrategias que han ido desarrollando todas las formaciones en la campaña de Madrid dan buena cuenta de que la inestabilidad ha servido también para afianzar algunos aprendizajes a la hora de atender a los humores sociales de una comunidad política fragmentada que, sin embargo, como venimos argumentando a lo largo del artículo, está atravesada por correlatos comunes.
Las elecciones a la Comunidad de Madrid, son, así, decisivas también en este aspecto, como lo son también en lo que se refiere a la crisis territorial y el modelo de salida que queramos darle a la crisis económica. Del mismo modo, una vez disipada la bruma electoral, hay tres actores estatales que se enfrentarán a un nuevo ciclo y sobre los que se focalizará toda la atención: Pablo Casado, Yolanda Díaz y, por último, Santiago Abascal, quien puede ver truncada su tendencia alcista y enfrentarse a un nuevo tipo de respuesta política y mediática contra un partido en el interior del cual, por otro lado, tal como ya evidenció Espinosa de los Monteros en la moción de censura, conviven estrategias distintas.