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Anarcosindicalismo
Huelga de La Canadiense: la conquista de las ocho horas
La azarosa lucha por las ocho horas de trabajo.
profesor de historia en la UC3M, especialista en historia del anarquismo
Una de las consecuencias que tuvo el desarrollo de la sociedad industrial fue la conformación del movimiento obrero como organismo de defensa de los trabajadores para mejorar sus condiciones de vida. Y aunque este fue diverso, estuvo básicamente conformado, desde el último tercio del siglo XIX, por organizaciones de carácter marxista o anarquista, dependiendo del lugar del desarrollo y la influencia de dichas ideologías.
Desde la constitución de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) en 1864, una de las causas que van a unir a todos los trabajadores del mundo es la petición de disminución de la jornada laboral, que en algunos sectores podían alcanzar hasta las 17 horas de trabajo diario. Los proletarios, sin ningún tipo de derechos colectivos, vieron en esas sociedades obreras el mejor vehículo para optimizar sus condiciones de vida. La llegada de la Internacional a España en 1868 vendrá aparejada a esas reivindicaciones que, poco a poco, a través de los distintos congresos obreros, se iban a hacer populares.
Sin embargo, fue un acontecimiento internacional lo que iba a posibilitar la popularización del lema “Ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas de ocio”, que ya había anticipado Robert Owen a inicios del siglo XIX. En el marco de una huelga convocada en mayo de 1886 en Chicago, en la que se pedían las ocho horas de jornada, una bomba estalló y una serie de anarquistas fueron acusados de cometer el atentado, lo que les llevó al patíbulo.
Su muerte fue entendida como la respuesta que las autoridades daban a la petición de mejora de las condiciones del obrero, lo que generó un movimiento de carácter internacional para reivindicar la reducción de la jornada laboral y que iba a tener el Primero de Mayo —día de aquella huelga en Chicago— como fecha simbólica. En España esas manifestaciones del Primero de Mayo se celebraron a finales del siglo XIX y supusieron una diferenciación de reivindicación entre los socialistas y los anarquistas para una misma finalidad.
Teniendo en cuenta la dificultad de representatividad de los obreros en la España de la Restauración, la política de los anarquistas de plantar batalla en los centros de trabajo a partir de la huelga general como eje de lucha se popularizó. Un primer acontecimiento en esta reivindicación lo marcó el ciclo huelguístico que se vivió en España entre 1901 y 1902, que tuvo como reivindicaciones básicas la reducción de la jornada laboral, subir los salarios e intentar crear el pleno empleo ante la acuciante situación de paro en el país.
Aunque algunos sectores consiguieron reducciones de la jornada —y en algunos países incluso se consiguieron las ocho horas—, habría que esperar en España a que la influencia del sindicalismo revolucionario eclosionara en la fundación, primero, de Solidaridad Obrera, y luego de la CNT, que tuvieron en sus congresos un eje central de la reducción de la jornada de trabajo. La movilización obrera hizo que el Gobierno cediese en algunos aspectos, pero no fue hasta la huelga general revolucionaria de 1917 y el ciclo de huelgas de 1918-1919 cuando se materializó en ley la jornada de ocho horas.