Opinión
La caída al abismo del Doctor Muerte
Cuentan las malas lenguas que, allá por el año 2018, el día antes de que Juan Manuel Moreno Bonilla lograse desbancar a Susana Díaz de la Junta de Andalucía tras 37 años del Partido Socialista en el poder, el Partido Popular ya planificaba qué hacer con el destino del hoy presidente andaluz. No sabían si encajar al dirigente nacido en Barcelona, sorayista de corazón, en alguna Diputación, designarle un cargo en el partido central o, sencillamente, que volviera a ser diputado nacional en el Congreso, como ya lo fuera en varias legislaturas pretéritas. El caso es que el partido pensaba ya en pasar página y abrir una nueva etapa en Andalucía.
Pero la política siempre nos guarda caprichosos giros de guion y, pese a que el PP obtuvo sus peores resultados en aquellas elecciones, una carambola perfecta marcada por el descenso generalizado de los partidos de izquierdas (si puede etiquetarse al PSOE andaluz en esta categoría) y la potente irrupción de la ultraderecha hicieron posible que Moreno Bonilla fuese, casi sin quererlo (al más puro estilo Alberto Núñez Feijoo) y de un mes para otro, presidente de la Junta de Andalucía con todas las de la ley.
El PP ha cultivado una imagen en la cual Juan Manuel Moreno Bonilla, presentado como el yerno perfecto de nuestra suegra conservadora, representa el adalid de la moderación, la tranquilidad, la sobriedad y el constitucionalismo más arraigado.
Desde entonces el PP ha cultivado una imagen en la cual Juan Manuel Moreno Bonilla, presentado como el yerno perfecto de nuestra suegra conservadora, representa el adalid de la moderación, la tranquilidad, la sobriedad y el constitucionalismo más arraigado. La cara b del relato es otra bien distinta; Moreno Bonilla ha desplegado con mano de hierro una agenda sociopolítica que podría ser el sueño de cualquier dirigente de VOX: ha acelerado una privatización progresiva e inmisericorde de la educación, recortando líneas y recursos públicos, y de la sanidad pública, modelo que consideraba “inviable”, impulsando y redirigiendo los contratos públicos a empresas satélite de la plutocracia conservadora de Sevilla y Málaga; ha utilizado Canal Sur de la misma forma (grosera) que lo hacía Susana Díaz, se ha subido el sueldo en varias ocasiones, recortado impuestos a los más ricos de la región; ha rescatado algo tan trasnochado como los toros (televisión autonómica mediante); ha desaparecido en los incendios del verano e incluso le ha dado tiempo a flirtear con lo que quedaba del andalucismo más rancio de tiempos pretéritos, porque el PP andaluz es consciente de que hay una identidad andaluza que no conviene ignorar.
Y lo cierto es que hasta la semana pasada, al PP le ha funcionado esa figura de presidente sobrio, sonriente y de chaqueta impoluta para ir desplegando su agenda neoliberal y católica. Sin embargo, el enésimo giro de guion ha dinamitado la reputación del gobierno andaluz, en parte por la ruptura de uno de los escasos consensos sociales vigentes: el tratamiento negligente de los casos de cáncer. Y es que la lucha contra el cáncer era un pacto no escrito que une a este país de carácter cainita, de lo poco que mantiene un espíritu de “todos a una”. Hasta la pasada semana.
La crisis de las mamografías y de la detección del cáncer, que cada día que pasa y conforme se va investigando y saliendo datos a la luz pública, se vuelve más y más turbia, ha dejado una imagen en Andalucía que recuerda inevitablemente al modus operandi de Mariano Rajoy; un escaño vacío en el hemiciclo. Moreno Bonilla se fue a su despacho a seguir el debate sanitario y dejó hablando solo —y recibiendo insultos e improperios de parte de la bancada popular— al parlamentario andaluz Jose Ignacio García, portavoz de Adelante Andalucía, cuando pidió responsabilidades por la gestión sanitaria de los cribados. Mientras tanto, su “nuevo” consejero, Antonio Sanz, acusaba, sin el más mínimo pudor, a las víctimas del cribado de cáncer de crear una “alarma social bestial”.
La crisis de las mamografías y de la detección del cáncer ha dejado una imagen en Andalucía que recuerda inevitablemente al modus operandi de Mariano Rajoy; un escaño vacío en el hemiciclo.
No parece que, con el runrún en la calle y la gente manifestándose en las puertas de los centros de salud, en esta ocasión el escándalo sanitario del gobierno de Moreno Bonilla y del PP pueda solventarse a través de la censura informativa o de la enésima dimisión en la consejería de Salud. El escenario es complejo, poliédrico e incierto. Mientras que los populares sienten la sombra de Vox en la nuca —según las encuestas podría tener la llave del próximo gobierno andaluz— y la izquierda, fuertemente dividida, se reorganiza y planifica cómo asaltar San Telmo, Moreno Bonilla afronta el papelón de su vida. Necesita resistir el temporal y que su trayectoria no quede manchada para siempre, asociada a una narrativa que todo político rechaza: la muerte de sus conciudadanos.
El presidente andaluz atraviesa una crisis institucional que lo asemeja al Doctor Muerte, el célebre personaje de los tebeos de Marvel. Como el monarca de Latveria, que se ocultaba tras su máscara metálica para proyectar firmeza mientras combatía su propia fragilidad, el presidente andaluz intenta sonreír mientras busca —sin encontrarlas— respuestas convincentes a una crisis sanitaria que amenaza con devorarlo políticamente. Ambos encarnan, en última instancia, la soledad del individuo que gobierna sobre un territorio cautivo y enfermo, empecinado ciegamente en la absurda idea de que solo él puede salvarla.
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