Argelia
Argelia en revuelta: “¡Nos despertamos y vosotros lo pagaréis!”

Argelia atraviesa desde hace tiempo una grave crisis multidimensional. El país ha experimentado una crisis política durante décadas, en particular desde el golpe militar de 1992 y la brutal guerra civil que siguió.

Argel
Argel, 12 de abril de 2019. Octavo viernes de movilización nacional contra el régimen. Sancho Somalo
Es un investigador, activista y comentarista argelino. Es coordinador de Environmental Justice North Africa (EJNA) y cofundador de Algeria Solidarity Campaign (ASC).
20 abr 2019 06:58

Lo que está ocurriendo en Argelia es verdaderamente histórico. El pueblo ganó la primera batalla en su lucha por reformar radicalmente el sistema. Abdelaziz Bouteflika, presidente durante los últimos veinte años, fue obligado a abdicar después de más de seis semanas de protestas callejeras y una reconfiguración de alianzas dentro de las clases dominantes.

Desde el viernes 22 de febrero, millones de personas, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres de diferentes clases sociales, han salido a las calles en un trascendental levantamiento, reapropiándose de un espacio público confiscado durante mucho tiempo. Las históricas marchas de los viernes, seguidas de protestas en varios sectores (educación, salud, industria petroquímica, estudiantes, etc.), unieron a la gente en su rechazo al sistema gobernante y sus demandas de un cambio democrático radical.

El movimiento también se caracteriza por una participación significativa de las mujeres y especialmente de los jóvenes, que constituyen la mayoría de la población

Las dos consignas emblemáticas de este levantamiento pacífico —“todos deben irse” y “el país es nuestro y haremos lo que queramos”— simbolizan la evolución radical de este movimiento popular que fue desencadenado por el anuncio del presidente octogenario de postularse para un quinto mandato a pesar de lidiar con graves problemas de salud; Bouteflika no se ha dirigido a la nación desde hace casi seis años.

Lo que hace que este movimiento sea realmente único es su escala masiva, su carácter pacífico y su difusión nacional, incluido el sur marginado. El movimiento también se caracteriza por una participación significativa de las mujeres y especialmente de los jóvenes, que constituyen la mayoría de la población. Argelia no ha sido testigo de un movimiento tan amplio, diverso y generalizado desde 1962, cuando los argelinos salieron a las calles para celebrar su independencia del dominio colonial francés.

Los ingresos procedentes del petróleo y el gas —cuyos precios alcanzaron su punto máximo a finales del decenio de los 2000— se utilizaron para comprar la paz social en el país y obtener la aquiescencia internacional

El levantamiento tomó a muchos por sorpresa. A principios de febrero, el ambiente político seguía siendo de desesperación y resignación ante lo que las autoridades se disponían a hacer con las elecciones presidenciales previstas para abril de 2019. El panorama político, generalmente árido, fue el resultado de la aniquilación de una oposición política genuina dentro del país, junto con la represión y/o cooptación de los sindicatos y otros actores de la sociedad civil.

Las protestas populares masivas que comenzaron a finales de febrero, sin embargo, revirtieron este statu quo y crearon un enorme potencial para el cambio y la resistencia. Al gritar “nos despertamos y vosotros lo pagaréis”, el pueblo expresa su voluntad política recién descubierta. El proceso liberador es al mismo tiempo transformador. Podemos ser testigos de esto en la euforia, la energía, la creatividad, la confianza, el ingenio, el humor y la alegría que este movimiento ha inspirado después de décadas de represión social y política.

Esta revolución es como un soplo de aire fresco. El pueblo ha afirmado su papel como agente de su propio destino. Siguiendo a Fanon, ilustra cómo, en medio de los peores desastres, las masas encuentran los medios para reorganizarse y continuar su existencia cuando tienen el objetivo común de deshacerse de sus opresores y emanciparse.

Paz interna, aquiescencia internacional

Este decisivo despertar del pueblo y su creciente conciencia política son precursores de cosas buenas por venir y de los días tormentosos que se avecinan para la casta que se aprovecha y sus patrocinadores extranjeros, que se han estado enriqueciendo escandalosamente. En medio de la creciente pauperización, el desempleo, la austeridad paralizante, el saqueo de recursos, el desarrollo desigual y la corrupción, la racionalidad de la revuelta y la rebelión actuales se hace absolutamente clara.

En primer lugar, es importante señalar que esta erupción de ira popular es el resultado de una acumulación de luchas y actos de resistencia que se remontan a los años 80, siendo los ejemplos más recientes el levantamiento contra el gas de esquisto de 2015 y el movimiento de desempleados desde 2012 en el Sahara argelino.

El levantamiento argelino también debe analizarse en el contexto de un proceso revolucionario prolongado que se ha extendido por toda la región árabe en la última década, empezando por Túnez y extendiéndose a Egipto y a una docena de otros países. Obviamente, este proceso ha estado lleno de contradicciones y ha visto altibajos, ganancias y reveses, que se materializaron en una transición democrática liberal en Túnez y contrarrevoluciones sangrientas e intervenciones imperialistas en los países restantes que han sido testigos de estos levantamientos. 

Hace nueve años, Argelia parecía ser inmune a esta fiebre revolucionaria y era vista como la excepción a la regla, a pesar de albergar el mismo conjunto de condiciones para la revuelta. En ese momento, el gobierno sugirió que Argelia ya había tenido su “primavera” más de dos décadas antes, refiriéndose a la efímera transición democrática tras semanas de manifestaciones en octubre de 1988 que obligaron al régimen a dar paso al pluralismo político y a una prensa independiente. Sin embargo, estos avances en las libertades civiles y la “transición democrática” fueron abortados por el golpe militar y la guerra civil de los años noventa. 

Además de las formas de represión actuales, la memoria colectiva de cientos de miles de muertos y la violencia brutal del Estado en la que se basa la erradicación de la oposición islamista puede ayudar a explicar el fracaso de un levantamiento en Argelia durante el período 2010-2011. El espectro de la guerra civil y el miedo a la violencia sangrienta se han visto exacerbados por la intervención en Libia, la contrarrevolución en Egipto y la matanza y la interferencia extranjera en Siria. 

Además, los ingresos procedentes del petróleo y el gas —cuyos precios alcanzaron su punto máximo a finales del decenio de los 2000— se utilizaron para comprar la paz social en el país y obtener la aquiescencia internacional. En el ámbito interno, la bonanza de hidrocarburos se utilizó para pacificar a la población y evitar la intensificación de la ira popular. Desde el punto de vista externo, al ser el tercer mayor proveedor de gas natural a Europa después de Rusia y Noruega, y dada la disminución de la producción en el Mar del Norte y la crisis ucraniana, Argelia esperaba poder aprovechar esta posición para desempeñar un papel aún más importante en la seguridad de los suministros energéticos de Europa y, por extensión, en la complicidad y aprobación de Occidente. 

Los recientes acontecimientos se producen en un momento de aguda crisis económica caracterizada por medidas de austeridad paralizantes tras el descenso de los ingresos por exportación de petróleo y gas

Estos factores ya no constituyen un freno al deseo de la gente de un cambio significativo, ya que el descontento popular de abajo convergió con una profunda crisis dentro de las clases dominantes que llevó a la indignación de los oprimidos a estallar y encontrar su expresión en las calles. 

Una crisis política y luchas internas de poder

Argelia atraviesa desde hace tiempo una grave crisis multidimensional. El país ha experimentado una crisis política durante décadas, en particular desde el golpe militar de 1992 y la brutal guerra civil que siguió. Los orígenes de esta crisis se remontan a la época colonial, aunque sus manifestaciones más recientes son el resultado directo de la política de una acumulación parasitaria y una corrupción arraigada: un nexo militar-oligárquico que niega al pueblo argelino su derecho a la autodeterminación y prescinde de la legitimidad popular en beneficio del capital nacional e internacional.

Esta crisis se ha visto exacerbada por varios factores, entre los que destaca la ausencia general de Bouteflika de la escena política. La crisis se ha visto agravada por las luchas por el poder dentro de la élite, que han culminado con la caída en 2015 del jefe del Organismo de Inteligencia Militar (DRS) y el escándalo de la cocaína de 2018, que condujo al despido del jefe de policía, de algunos generales y de otros altos funcionarios del Ministerio de Defensa.

En un contexto de fracaso de la oposición institucionalizada y de los movimientos sociales para articular y llevar a cabo una alternativa viable, predijimos en 2016 que “la caída de los precios del petróleo podría ser el último clavo en el ataúd de una economía rentista, no productiva y desindustrializada que depende en gran medida de las exportaciones de petróleo y gas, la principal fuente de divisas... Con la caída de los precios del petróleo y las reservas de divisas (estimadas en 179.000 millones de dólares a finales de 2014) que se considera que no durarán más allá de 2016-2017, la experiencia de 1988 podría repetirse fácilmente, y la crisis podría escalar hasta convertirse en una explosión total que pondría en peligro la seguridad nacional del país y, posiblemente, su integridad territorial”.

Los recientes acontecimientos se producen en un momento de aguda crisis económica caracterizada por medidas de austeridad paralizantes tras el descenso de los ingresos por exportación de petróleo y gas, junto con una intensificación de las luchas internas y las divisiones dentro de las élites gobernantes tras la imposición de la candidatura de Bouteflika para un quinto mandato al mando del Estado.

La tríada de poder formada por la presidencia, la inteligencia militar (DRS) y el alto mando de las fuerzas armadas mostró sus primeros signos de debilidad en 2008 cuando el DRS empezó a enfrentarse con los otros dos centros de poder. En 2019 la escisión fue completa, cuando la entrada decisiva del pueblo al escenario político obligó efectivamente al alto mando de las fuerzas armadas a distanciarse de la presidencia. Los militares intervinieron claramente para poner fin al reinado de Bouteflika con el fin de salvaguardar el régimen en vigor.

Estas manifestaciones públicas de rivalidad y disputa son sintomáticas de las profundas contradicciones e inestabilidad del actual bloque gobernante y de la crisis de hegemonía en su interior, que ha abierto nuevos espacios de resistencia.

Este es un momento significativo en la dinámica popular que comenzó en febrero de 2019, ya que es sólo una victoria en la larga lucha por el cambio radical que debe incluir también el derrocamiento del comandante general Gaid Salah; una figura leal clave en el régimen de Bouteflika y un partidario de su quinto mandato antes de dar marcha atrás bajo la presión del creciente movimiento popular. Definitivamente no se puede confiar en el liderazgo del ejército, como quedó claro con las amenazas iniciales del general Salah contra el movimiento antes de adoptar un tono más conciliador. El pueblo argelino debe estar más vigilante y decidido que nunca para impedir que las fuerzas contrarrevolucionarias secuestren este levantamiento histórico.

Ahora que Bouteflika renunció, es absolutamente necesario llevar a cabo una transición verdaderamente democrática, y el pueblo no debe ceder a los llamamientos para que se aplique el artículo 102 de la Constitución, que permitiría al líder de la cámara alta tomar el relevo y organizar elecciones en un plazo de 90 días después de que el consejo constitucional haya declarado vacante la presidencia (ya que el titular está demasiado enfermo para ejercer sus funciones).

Básicamente, si se aplica al pie de la letra, esto mantendrá el sistema actual y no garantizará unas elecciones libres y transparentes. El pueblo pide una soberanía popular que no puede ser restringida por rígidos argumentos legalistas y constitucionalistas. Este es un momento único en la historia de Argelia para imponer un nuevo paradigma revolucionario, que va más allá de los marcos legales y constitucionales para desafiar radicalmente el statu quo y crear una ruptura fundamental con el sistema opresivo existente.

Ya hay varias propuestas para resolver la crisis e iniciar una especie de transición que satisfaga las demandas de la gente y les devuelva su sofocada soberanía. El mando del ejército no debe interferir en este proceso y debe atenerse a su función constitucional de garantizar la seguridad nacional. Los argelinos no se rebelaron para sustituir a unos opresores por otros.

Por esta razón, el equilibrio de fuerzas debe desplazarse significativamente hacia las masas manteniendo la resistencia (marchas, ocupaciones de espacios públicos, huelgas generales, etc.) para obligar al mando del ejército a ceder a la demanda popular de un cambio de sistema que implique la eliminación de toda la vieja guardia política.

Causas económicas subyacentes

La crisis económica que se encuentra en el centro de la revuelta actual se ha estado gestando durante mucho tiempo. A mediados de los años ochenta, el programa de desarrollo nacionalista de Argelia de los años sesenta y setenta fue considerado un fracaso y el intento de desconexión del sistema capitalista mundial fue detenido y sustituido por una economía de mercado. Esta nueva orientación, al igual que los procesos ocurridos en otras partes de la región, implicó la desindustrialización de la economía, el desmantelamiento y la privatización de las empresas públicas, la desregulación y otras formas de reestructuración neoliberal. Como resultado, un nexo entre la burguesía militar y la privada tomó la iniciativa de dar forma a la agenda socioeconómica de Argelia de acuerdo con la doctrina neoliberal dominante en todo el mundo. 

En la década de 1990, la experiencia argelina no fue sólo de una terrible guerra civil, sino también de liberalizaciones económicas forzadas dictadas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. A Argelia le tocaba experimentar con la “doctrina del shock” introduciendo políticas dolorosas y extremadamente controvertidas. Un curso que implicó la desintegración de las empresas estatales, la obtención de préstamos del FMI, el inicio de la economía del bazar de importación e importación, por no hablar de la subyugación del pueblo argelino a duras medidas de austeridad y la renuncia a la soberanía nacional.

Este proceso de revinculación de la economía nacional al capital internacional resultó en la compra de las élites gobernantes al alinear sus intereses y subordinar los nacionales a los del capital internacional. Sin embargo, a finales de los años 90, los excesos de Argelia llevaron a su aislamiento diplomático.

No podemos apreciar plenamente la situación política en Argelia sin examinar la influencia e interferencia extranjera y sin aprehender la cuestión económica desde el punto de vista de la apropiación de recursos naturales y del (neo)colonialismo energético

La declaración de la administración Bush de una “guerra global contra el terrorismo” tras los atentados del 11 de septiembre brindó una oportunidad perfecta para que las clases dominantes argelinas renovaran el apoyo de Occidente —y especialmente de Estados Unidos—. A finales de 2002, el presidente Bouteflika escribió una carta titulada “Un amigo en Argelia”, que fue publicada en el Washington Times. En ella, prometió a Estados Unidos plena cooperación en materia de inteligencia y seguridad energética. En pocas palabras, durante las dos décadas posteriores al golpe de Estado de 1992, la dependencia del régimen argelino de la legitimidad y el apoyo externos —en contraposición a los populares— se convirtió en el modus operandi.

No podemos apreciar plenamente la situación política en Argelia sin examinar la influencia e interferencia extranjera y sin aprehender la cuestión económica desde el punto de vista de la apropiación de recursos naturales y del (neo)colonialismo energético. Esto incluye las enormes concesiones hechas a las multinacionales y las presiones procedentes del exterior para llevar a cabo una mayor liberalización con el fin de eliminar todas las restricciones al capital internacional e integrar plenamente a Argelia en la economía mundial en una posición totalmente subordinada.

Los intentos de finalizar una nueva ley de hidrocarburos en 2019 que sea más amigable para las multinacionales y que ofrezca más incentivos (léase concesiones) para que inviertan, encarnan esta tendencia y abren el camino a proyectos destructivos como la explotación de gas de esquisto en el Sahara y de recursos offshore en el Mediterráneo.

¿Hacia una verdadera transición democrática?

Si Argelia continúa por este camino de liberalización y privatización, veremos definitivamente más explosiones de descontento y malestar popular, ya que no se puede lograr un consenso social mientras persistan la pauperización, el desempleo y la desigualdad. Si se mantienen, las políticas neoliberales bloquearán el proceso de democratización en Argelia y terminarán reforzando un régimen autoritario con una fachada democrática.

La primacía de la cuestión socioeconómica ha sido demostrada por la experiencia tunecina: una transición “democrática” neoliberal que no ha resuelto ninguno de los problemas que llevaron a la revolución. Fue más bien un proceso dinámico que aplastó el espíritu revolucionario del pueblo.

La democracia significa la soberanía del pueblo y no puede reducirse a un mero electoralismo. La verdadera democracia sólo puede construirse cuando se opone al imperialismo y a sus lacayos locales en la burguesía nacional, así como al capitalismo neoliberal y a sus políticas desposeedoras. Para lograr una verdadera independencia nacional, justicia social y verdadera democracia, no podemos separar las luchas democrática (antiautoritaria), social (anticapitalista) y antiimperialista.

Esta última dimensión ha sido reafirmada por una hostilidad incondicional hacia cualquier interferencia extranjera por parte del pueblo argelino. Rechazaron enérgicamente la complicidad francesa con las facciones gobernantes y desaprobaron los intentos del ex ministro de Asuntos Exteriores Ramtane Lamamra de internacionalizar el conflicto a través de sus viajes a Estados Unidos, Europa, Rusia y China.

Después de esto, queda claro que cualquier transición que no aborde cuestiones de justicia social y económica, así como la soberanía nacional y popular sobre los recursos naturales, será vacía y sembrará las semillas de futuras revueltas y levantamientos. Definitivamente haremos algo mejor que seguir aplicando más de las desastrosas políticas económicas que llevaron a la gente a levantarse y rebelarse en primer lugar.

Después de la abdicación de Bouteflika ha comenzado un nuevo capítulo en el levantamiento argelino; un capítulo en el que organizaciones e intelectuales altamente conscientes y armados con principios revolucionarios deberían cerrar el camino al dominio de los militares y de la oligarquía. Lemas como “el ejército y el pueblo son hermanos” no pueden aplicarse a los generales corruptos que se beneficiaron del mandato de Bouteflika y la defendieron.

El pueblo argelino —especialmente las masas populares— debe tener cuidado con el intervencionismo de estos actores para evitar un escenario del estilo Sisi en Egipto. Allí también, Sisi afirmó que intervino en nombre del pueblo cuando dio un golpe de estado contra Morsi y todos sabemos lo que sucedió después. Podría ser una táctica sacar provecho de la actual lucha interna por el poder entre las élites gobernantes, pero sería un error fatal creer que la dirección del ejército estaría del lado del pueblo o de su revolución.

En este momento, los intelectuales revolucionarios orgánicos y los líderes y activistas de la oposición deben asumir su papel histórico de comprometerse y pensar con las masas, educarlas políticamente, organizarlas y llevar adelante sus demandas. En este sentido, los sindicatos autónomos, los comités de estudiantes, las organizaciones de desempleados pueden desempeñar un papel importante movilizando a la gente y canalizando su ira.

Algunos en Argelia piden un período de transición de tres a seis meses. Esto debe rechazarse, ya que no debemos apresurarnos. Hay que dar tiempo suficiente a las masas para organizarse localmente y para que los representantes y líderes surjan orgánicamente a fin de participar plenamente en la construcción de una democracia radical.

La confrontación está en el corazón de toda práctica revolucionaria, por lo que en lugar de evitarla, es mejor preparar y seguir organizando y multiplicando espacios de debate y reflexión sobre verdaderas alternativas democráticas al actual statu quo explotador y autoritario. Las masas deben seguir movilizándose y rechazando cualquier intervención extranjera. Para no perder esta oportunidad histórica, la transición democrática debe tener lugar por iniciativa y bajo la dirección de la gente.

roar mag
Artículo original: Algeria in revolt: “We woke up and you will pay!”. Publicado por Roar Magazine, traducido por Pilar Gurriarán con permiso para El Salto.

Arquivado en: Economía Argelia
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José Martínez Carmona
24/4/2019 9:51

Me parece un muy buen artículo, orientado a organizar la lucha hacia un cambio de sistema. No hay democracia en el capitalismo. Solo encausando las luchas populares hacia la conquista del poder de manos de los capitalistas, será posible la democracia. El camino está lleno de obstáculos; los mandos del ejército que maman de la teta del sistema no van a soltar la presa de sus privilegios sin resistencia.

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howaryou men
21/4/2019 23:28

une démocratie en algerie c impossible,, mais c urgent que le peuple se réveille , Ali Babaflika et sa bonde de 40 vouleurs, DEGAGER VOUS,, et le Polizario aussi, n a rien a foutre en Algérie,, laisser nous vivre

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