Argentina
Argentina al borde de un ataque de nervios

El enigma fundamental a dilucidar en la elección presidencial que se celebra en Argentina es simple: ¿nos introducimos con temeridad en un túnel hacia lo desconocido o el viejo y deslucido statu quo resistirá a pesar de todo?
Sergio Massa, en el centro, en un mitin electoral en el conurbano porteño.
Sergio Massa, en el centro, en un mitin electoral en el conurbano porteño. Wikimedia Commons

Es editor de la Revista Crisis

22 oct 2023 10:51

El enigma fundamental a dilucidar en la elección presidencial que se celebra este domingo en Argentina es simple: ¿nos introducimos con temeridad en un túnel hacia lo desconocido o el viejo y deslucido estatus quo resistirá a pesar de todo? La disrupción esta vez la encarna Javier Milei y su partido La Libertad Avanza, candidato de ultraderecha, quien logró el sorpasso en las primarias de agosto aventajando a las dos fuerzas tradicionales del sistema político local. Me refiero a la derecha apenas un poco más moderada de Juntos por el Cambio (JxC), embanderada en torno a Patricia Bullrich, una señora con aires thatcherianos. Y al peronismo nucleado en Unión por la Patria (UP), cuyo candidato es el actual ministro de Economía Sergio Massa.

Quien mejor expresó esta disyuntiva fue una encuesta de la consultora Sentimientos Públicos aparecida esta semana, según la cual estamos ante la emergencia en el plano electoral de “la nueva fractura social argentina”. Los votantes de Milei son preponderantemente menores de 40 años, con una mayoría abrumadora entre 16 y 25 años. Por el contrario, Massa se hace fuerte en el segmento de más de 40 y Bullrich directamente lidera entre el electorado de adultos mayores de 70. Mientras los indecisos, quienes van a decidir finalmente los comicios, se parecen más al electorado del candidato libertariano. En términos generacionales, pero sobre todo en lo relativo a su inscripción en el mercado de trabajo: “Estos votantes que no tienen mucho que perder viven por fuera de las redes institucionales del siglo veinte. Sin Estado. Sin rutinas fordistas. Jóvenes sin empleo formal, inquilinos o sin hogar propio, desocupados o precarios. Ellos quieren que todo cambie de raíz”.

Los votantes de Milei son preponderantemente menores de 40 años, con una mayoría abrumadora entre 16 y 25 años. Por el contrario, Massa se hace fuerte en el segmento de más de 40 y Bullrich directamente lidera entre el electorado de adultos mayores de 70.

La nueva fractura viene a reemplazar a la vieja polarización que primó desde 2003, que había desplazado a su vez al antiguo bipartidismo. Las dos principales figuras de la política argentina reciente, Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri, líderes de las fracciones que antagonizaron durante las últimas dos décadas y que aglutinaban más del 90% de los votos entre ambas, ni siquiera integran las listas en esta oportunidad. Y prácticamente no hicieron campaña. Mas allá del resultado electoral, la sensación es que se está cerrando un ciclo.

Manual de lectura de los resultados

Es sabido que las encuestas no logran registrar las mutaciones y tienden más bien a captar las regularidades. Quizás por eso ninguna de las consultoras pudo acertar en las primarias del 13 de agosto. Subvaloraron la ola libertaria y sobreestimaron la potencia del oficialismo. Hoy los sondeos más sensatos ubican a Javier Milei en torno al 35% de intención de voto, el ministro Massa ronda los 30 puntos y la candidata macrista aparece un escalón abajo con algo más del 25%.

La pregunta esencial que el soberano deberá responder este domingo es si será necesario un balotaje para definir al próximo presidente, a realizarse el 19 de noviembre. Y en ese caso, quienes serían los finalistas. Para que la elección se termine en primera vuelta, el ganador debería superar el 40% y aventajar por 10 puntos al segundo. Lo más probable es que sean libertarianos y peronistas quienes se enfrenten en la batalla final, pero la incertidumbre en este escenario de tres tercios es tal que no se puede descartar el triunfo de Milei en una sola tirada. Y tampoco es imposible un balotaje entre las dos expresiones de la extrema-derecha.

Para que la elección se termine en primera vuelta, el ganador debería superar el 40% y aventajar por 10 puntos al segundo. Lo más probable es que sean libertarianos y peronistas quienes se enfrenten en la batalla final

Durante el tramo final de la campaña, los candidatos de La Libertad Avanza comenzaron a vaticinar que vencerían en primera vuelta. De no conseguirlo, hay indicios de que podrían apelar a una estrategia muy empleada por sus aliados globales pero que en Argentina hasta el momento no hizo su aparición estelar: la denuncia de un fraude orquestado por el establishment político progresista para impedir la llegada de la derecha al poder.

El libreto está escrito en un tuit publicado el 10 de marzo por el Foro de Madrid, que permanece fijado en el time line de ese organismo creado por la Fundación Disenso para promover “la Libertad a ambos lados del Atlántico”. La teoría conspirativa elaborada por los acólitos de Vox supone que la trampa se origina en un supuesto pacto entre el PSOE español y el gobierno colombiano de Gustavo Petro, para manipular la transmisión de datos electorales que realiza la empresa Indra, cuya sede central está en el municipio madrileño de Alcobendas. Se trata de la misma firma que opera en el escrutinio argentino. Disenso ya anunció el envío de cuadros propios a Buenos Aires. Vienen entusiasmado por lo que consideran puede ser “un punto de inflexión para Iberoamerica”.

Si esto es la democracia...

El 10 de diciembre próximo asumirá el gobierno nacional quien resulte ganador del proceso electoral en curso. Ese mismo día se cumplirán cincuenta años del retorno de la democracia. En el famoso discurso pronunciado aquella jornada de 1983 en la que parecía quedar atrás la salvaje dictadura militar, el entonces presidente Raúl Alfonsín dijo una frase célebre: “con la democracia no solo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”. Medio siglo (de funcionamiento ininterrumpido de las instituciones republicanas) después, la promesa democrática fracasó.

La crisis que atraviesa la economía argentina escala a niveles de intensidad insoportables. La inflación se ubica en el 12,7% mensual y anualizada asciende al 140%, producto de la depreciación sin fin de la moneda nacional, que en los últimos días de la campaña electoral llegó a cambiarse a 1000 pesos por cada dólar. La pobreza, por su parte, alcanza al 40% de la población y sigue creciendo. Y a diferencia de lo sucedido en períodos anteriores de pauperización e inestabilidad, esta vez la protesta plebeya parece encapsulada. A falta de un estallido popular, como el recordado “que se vayan todos” en diciembre de 2001, la debacle material carcome la vida cotidiana de las mayorías, en una lenta implosión de las dinámicas comunitarias.

A falta de un estallido popular, como el recordado “que se vayan todos” en diciembre de 2001, la debacle material carcome la vida cotidiana de las mayorías, en una lenta implosión de las dinámicas comunitarias

Esta dura realidad que el gobierno peronista de Alberto Fernández no supo transformar, y que por el contrario empeoró, es el caldo de cultivo para la consolidación de una derecha radicalizada que no solo impugna a la gobernabilidad progresista desplegada este siglo a nivel regional, sino que pone en cuestión a la democracia misma y desprecia a la justicia social como horizonte político. Solo así se entiende que una propuesta como la dolarización pueda provocar el entusiasmo de porciones importantes de la sociedad. Y que un acto de violencia política como el atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner haya pasado desapercibido, evidenciando el grado de deshumanización ante el avance de las dinámicas bélicas.

Tal vez cierto espíritu ancestral de auto preservación colectiva se imponga a la hora del sufragio. Los voceros del oficialismo que lucen optimistas argumentan que el miedo le va a ganar a la pulsión de cambio. Admiten que el presente es calamitoso, pero confían en que el electorado no apostará por la catástrofe. En cualquier caso, y pase lo que pase, el día después nos espera una tarea urgente: es hora de resetear y dar de nuevo. Hay que recuperar el deseo de una emancipación social verdadera y de una aventura colectiva que conmueva la propia vida. Para sacudirse de encima este patético pragmatismo hecho de pasiones tristes, que hoy deprime nuestra imaginación política.

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