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Argentina
Un año del experimento Milei: 12 meses de ajuste y crueldad en Argentina
Los motivos que explican la irrupción de Javier Milei en la arena política argentina —y su llegada a la Casa Rosada el 10 de diciembre de 2023— son muchos y variados, lo mismo que los que explican que desde hace un año esté llevando a cabo uno de los mayores ajustes que se conocen en la historia argentina entre una sorprendente pasividad social. ¿Qué espera la sociedad argentina para reaccionar? La pregunta sobrevuela cualquier debate en torno a unas políticas ultraliberales que se vienen implementando a una velocidad inusitada y con enormes dosis de crueldad.
El experimento de Milei ha generado sorpresa y desconcierto en el campo progresista. Entre las elites dominantes —locales e internacionales— también ha provocado una gran expectativa. Diversos sectores de la derecha internacional observan todo lo ocurrido en Argentina en los últimos 12 meses con especial atención a los límites de un proyecto de gobierno cuyo planteamientos generan desconfianza por sus altos costes sociales. Pese a que Milei celebra el déficit cero y la bajada de la inflación, el desplome del consumo, así como el crecimiento de la pobreza y de la indigencia levantan sospechas sobre la sostenibilidad del experimento Milei.
Para el sociólogo Daniel Feierstein, “los progresismos se han vuelto cada vez más posibilistas y conservadores”, y han priorizado valores históricamente sostenidos por las derechas, abandonando sus “agendas progresistas”
“Hay algo que se vive como una revancha”, sostiene el escritor Martín Kohan en una entrevista para elDiarioAr, en la que busca desentrañar las razones profundas del fenómeno Milei e intenta comprender “la exhibición gozosa de la crueldad”. Porque en la era Milei no solo hay despidos, sino que estos son celebrados por los funcionarios del Gobierno: “Veo un cierto regodeo, una exhibición gozosa de la crueldad. Ufanarse de la crueldad. Convocar a la celebración del daño. Ahí sí veo que hay una modulación más propia de este tiempo”, reflexiona.
Progresismos, derechas y ultraderechas
A esta altura, y como vienen insistiendo quienes llevan tiempo estudiando el fenómeno de la ultraderecha, la respuesta al desconcierto que prima en el ánimo social de muchos argentinos hay que buscarla en el desgaste de la política tradicional, de los progresismos y de la democracia liberal.
Si bien las respuestas a los distintos interrogantes varían de un lugar a otro, los estudios del tema plantean que el avance de la ultraderecha en América Latina responde no sólo a variables de índole económica sino también a factores socioculturales. La reacción frente a conquistas de derechos sociales —como el derecho al aborto, los derechos LGTBIQ+, la educación sexual en las escuelas— se le suma la falta de sentido, la apatía y el desgaste de la política tradicional, resultado de la enorme decepción que significaron las distintas gestiones de gobiernos progresistas, socialdemócratas o de derechas tradicionales que cimentaron la situación actual, donde más de un 50% de la población argentina vive en la pobreza.
Argentina
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Para el sociólogo Daniel Feierstein, “la paradoja contemporánea es que los progresismos se han vuelto cada vez más posibilistas y conservadores”, y han priorizado valores históricamente sostenidos por las derechas, abandonando sus “agendas progresistas”. Esto, según Feierstein, ha implicado una minimización de los padeceres reales de la sociedad, como los “estragos de la inseguridad y el narco”, o “la angustia proveniente de las transformaciones identitarias” en la masculinidad, en los lazos sociales, en las relaciones afectivas, en el rol de las redes sociales, etc.
Además, sostiene, toda esta transformación de los progresismos ha ido acompañada de una limitación a la libertad de pensar —ya que quien ose criticar o cuestionar los dogmas progresistas es cancelado, señalado como cómplice de la “criminología mediática”, o como representante del colonialismo o del patriarcado—, y ha ido abonando el planteamiento de una libertad ilimitada, la de los anarcocapitalistas contemporáneos. En su artículo “La crisis de los progresismos”, Feierstein describe una serie de contradicciones que los caracterizan y de las que no han podido hacerse cargo, y que han facilitado el avance de la derecha en una “batalla cultural” que solo las derechas parecen ser conscientes de estar librando. La lógica detrás del planteo de los seguidores de estas nuevas derechas es que “el mercado distinga aquello que el Estado se niega a distinguir”.
Derecha vs ultraderecha
En este contexto, ni las cifras del ajuste, ni la recesión, el endeudamiento, la inflación, ni ninguna otra variable de la economía dura, alcanzan, por sí solas, para explicar lo que sucede en Argentina. Por lo demás, todos estos términos, sumados a conceptos como justicia social, igualdad, democracia o libertad, han sido puestos en entredicho, y, a fuerza de repetirlos y utilizarlos como promesas incumplidas por referentes de distintas fuerzas políticas, han sido vaciados de contenido. De ahí que Milei, y su discurso disruptivo y en contra de los partidos tradicionales, haya calado tan hondo.
La idea de que “la ultraderecha se moviliza producto del resentimiento hacia grupos minoritarios ascendentes” va ganando terreno, sostiene Cristóbal Rovira Kaltwasser, en un artículo de la revista Nueva Sociedad. Para este investigador y docente, al menos tres factores explican este auge de la ultraderecha. El primero, es el castigo de los votantes a los gobernantes que, al menos en América Latina, y en buena parte de los 2000, eran de izquierda, y cuya debacle tuvo que ver con el fin del auge de las materias primas y numerosos hechos de corrupción que minaron su credibilidad. En el caso de Argentina, esto propició la vuelta al ruedo de una derecha más tradicional, luego de tres períodos de gobiernos kirchneristas, de la mano de Mauricio Macri (2015-2019).
“Si el último Gobierno era el Gobierno de la justicia social [el de Alberto Fernández] y había 35% de pobreza, el que dice que la justicia social es una porquería [Milei] queda del lado de la verdad”, explica Horowicz
El segundo factor es el crecimiento de la delincuencia y la falta de seguridad pública, una problemática que a la izquierda le cuesta abordar, pero con la que la derecha —y la ultraderecha—, se mueven a sus anchas. En Argentina, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, no solo ha puesto en práctica un modelo de mano dura, sino que ha manifestado en reiteradas ocasiones su admiración por el presidente de El Salvador, Nayib Bukele, y sus más que cuestionados métodos.
El otro factor que menciona Rovira Kaltwasser tiene que ver con el agotamiento y la crisis de los proyectos de derecha tradicionales: “Cuando estos últimos son incapaces de elaborar ofertas programáticas que cautivan a amplios segmentos del electorado, se genera un vacío de representación que puede ser hábilmente utilizado por fuerzas de ultraderecha que no solo critican a la izquierda, sino que también buscan diferenciarse y trascender a la derecha convencional”. En Argentina, una vez fracasado el plan de Gobierno de Mauricio Macri, la población se volcó, nuevamente, por la opción de un gobierno kirchnerista, pero la gestión de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, parecen haber dado por tierra con los últimos restos de esperanza de un buen número de ciudadanos que, finalmente, decidieron dar pie al experimento Milei.
Batalla cultural
El sociólogo Alejandro Horowicz opina que el problema del vaciamiento de valores es central en toda esta disputa de sentidos: “Si digo que con la democracia se come, se educa… y no pasa nada de eso, la democracia se transforma en una palabra vacía. Si el último Gobierno era el Gobierno de la justicia social [el de Alberto Fernández] y había 35% de pobreza, el que dice que la justicia social es una porquería [Milei] queda del lado de la verdad”, opina. Como consecuencia de esto, añade Horowicz, aparece un grupo de creyentes, y de “gente que se esfuerza denodadamente por creerle algo a dirigentes a los que no es posible razonablemente creerles demasiado”.
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En su libro El pasado en la batalla cultural, Feierstein se refiere a los usos banales del lenguaje y advierte que no se trata sólo de purismo semántico, sino de prácticas que tienen consecuencias en lo cotidiano. La ruptura entre la clase política y la población también se fue consolidando al calor de las internas que dividen a la oposición, y que no paran de crecer. Si bien las incipientes movilizaciones estudiantiles en contra de los recortes en las universidades dejan traslucir algo del hartazgo, de momento, esto no parece hacer mella en los planes de Gobierno. Para Rovira, “lo propio de esta ‘nueva derecha’ que parece estar emergiendo en América Latina es la politización de la dimensión sociocultural por sobre la dimensión socioeconómica, con lo cual se pretende movilizar no sólo a segmentos acomodados de la sociedad, sino también a sectores populares que profesan ideas conservadoras frente a los temas morales”.
Por ahora, todo indica que el de Milei es un Gobierno que descansa en el relato y el hastío de una sociedad que necesita creer. Milei y los suyos anunciaron que venían por todo y están cumpliendo con creces. El problema es que dijeron que el precio lo iba a pagar la casta —en teoría los sectores privilegiados— y, a esta altura, ya es más que evidente que el verdadero sacrificio lo está haciendo la mayor parte de una población que prácticamente no tiene resto y que empieza a mostrar claros signos de agotamiento.