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Arqueología
Alfredo González Ruibal: “La arqueología puede contar lo que está prohibido contar”
Por su trabajo, Alfredo González Ruibal (Madrid, 1976), arqueólogo e investigador del Instituto de Ciencias del Patrimonio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), ha visto de cerca lo peor del ser humano. Y ha tocado con sus manos algunos objetos que hacen peor al ser humano desde hace milenios. Se dedica a la arqueología de la violencia, el estudio de los restos que dejan los conflictos resueltos mediante el recurso más extremo: la guerra. En su acercamiento, González Ruibal busca la empatía, ser capaz de encontrar a sus amistades o a sus familiares más cercanos en personas masacradas hace cientos de años. Una aproximación quizá no muy académica pero que consigue un objetivo preciso: la divulgación de la verdad científica acerca del pasado sin renunciar a la emoción.
Así ha escrito su último libro, Tierra arrasada (Crítica, 2023), con el que se propone contar la guerra a partir de los restos arqueológicos. “La arqueología de la violencia —se lee en las páginas finales— nos acerca al pasado mucho más que cualquier otra porque no es necesaria traducción alguna. Enterrar a un hijo muerto es enterrar a un hijo muerto, en el Paleolítico de Sudán y en la Palestina del siglo XXI”.
Con el ambicioso subtítulo “Un viaje por la violencia, del Paleolítico al siglo XXI”, González Ruibal recorre en el volumen los escenarios en los que se produjeron grandes batallas para analizar mediante los objetos, edificaciones y restos humanos encontrados allí lo que sucedió. También estudia cómo esa violencia extrema se fue institucionalizando, dando lugar a la formación de ejércitos permanentes. Pero el investigador subraya que, frente a los discursos que consideran el horror como la norma, la guerra ha sido común porque ocurre en multitud de culturas y periodos históricos, pero excepcional. “Ninguna de las dos historias dominantes sobre la violencia es cierta: ni la de la violencia salvaje como constante sin cambios en el ser humano, ni la de la violencia salvaje progresivamente domada por el proceso civilizador”, resume González Ruibal en Tierra arrasada.
Para este arqueólogo, que ha trabajado en Italia, Brasil, Sudán, Guinea Ecuatorial, Etiopía, Somalilandia y Yibuti, lo que ofrece su profesión es una visión íntima y cotidiana de la guerra que permite conocer la experiencia de soldados y civiles en su día a día. Lo que comieron, dónde durmieron, de qué enfermaron, en qué creían, cómo fue su infancia, de qué forma murieron. Pero esa revelación arqueológica de la intimidad también muestra la violencia más sórdida, que se pasea sin filtro por los capítulos del libro. La guerra fue, es y será muerte a gran escala, sin adornos. Su conocimiento en detalle ha de ser un ejercicio en memoria de las víctimas y debe procurar garantías para la no repetición. Así lo explica el autor: “La descripción de una fosa común sirve de antídoto contra cualquier romantización de la guerra, contra los relatos épicos con olor a naftalina que vuelven a estar hoy de moda”. La voluntad de contrarrestar esos relatos está muy presente en Tierra arrasada y también en la labor divulgativa de González Ruibal a través de su cuenta de Twitter, la popular @guerraenlauni.
Otra cuestión importante tratada en el libro es la relación entre guerra y orden social. González Ruibal tiene claro que la primera refuerza la estratificación por clases del segundo. “En la Prehistoria, la aparición de una cultura material específica para la guerra surge al mismo tiempo que una cultura material específica para la élite. Y entre los primeros objetos de estatus se cuentan las armas”, argumenta en el libro.
Dices que la arqueología es, ante todo, un ejercicio de compasión. ¿Por qué?
Porque los arqueólogos excavamos normalmente la vida de personas, sea a través de sus objetos o de sus restos biológicos, de los huesos. Es muy difícil no identificarse con lo que estás cavando, no sentirse vinculado con esas personas del pasado en tanto que personas. A veces es más fácil olvidarlo cuando uno está trabajando con estadísticas, por ejemplo con documentos de archivo, que lo que tenemos son números o cantidades. En el caso de la arqueología, es un contacto directo realmente con las personas del pasado.
¿Es una disciplina empática?
Debería serlo, aunque no siempre lo ha sido. De hecho, durante mucho tiempo ha sido lo contrario, lo que hemos hecho a través de los restos —humanos o materiales— ha sido cosificar a la gente del pasado. Pero ha habido un giro importante a partir de los años 80 de rehumanizar a las personas no ya solo como actores sociales sino como personas como tú y como yo.
Hacemos presente a la gente del pasado a través de los objetos, no de forma mediada a través de documentos que nos hablan de cómo era la gente sino que son los restos mismos del pasado que están en el presente
En las conclusiones de Tierra arrasada afirmas que “guerra a la muerte es la que declaramos los arqueólogos cada vez que excavamos un yacimiento”. ¿Cómo entiendes tu trabajo como arqueólogo?
En cierta manera es un trabajo de chamanes o de brujos. Invocamos a los muertos y hacemos que estén otra vez con nosotros. Realmente es un trabajo muy poderoso, si uno lo piensa bien. Hacemos presente a la gente del pasado a través de los objetos, no de forma mediada a través de documentos que nos hablan de cómo era la gente sino que son los restos mismos del pasado que están en el presente.
Una vez, cuando estábamos prospectando en Guinea Ecuatorial, buscando restos arqueológicos por el suelo en unos campos cultivados, se acercó gente de una aldea y una chica nos preguntó si éramos brujos porque los brujos hacen exactamente lo que estábamos haciendo. Lo que hacen los brujos, los especialistas rituales, en Guinea Ecuatorial es comunicarse con los ancestros. Ella entendió perfectamente lo que hacíamos.
La arqueología produce la verdad forense, la verdad de los huesos, cuando se habla de torturas o de ejecuciones extrajudiciales
Lo primero que se lee en el prólogo es que “este libro pretende contar la guerra a partir de los restos arqueológicos”. ¿Qué aporta la arqueología al relato de la guerra que no aporten otras disciplinas?
Depende mucho del periodo histórico. En el caso de la Prehistoria, es la única fuente que tenemos, a través de la arqueología reconstruimos todas las prácticas de la violencia, no tenemos otra forma. En los periodos históricos más antiguos seguimos teniendo unas lagunas enormes porque los textos son muy selectivos, solo cuentan una pequeña parte de cómo era la violencia. Por ejemplo, en un texto romano pueden contar que conquistaron Numancia y esclavizaron a sus habitantes pero no sabemos cómo fue exactamente esa toma de Numancia o una razia en la que arrasaron un poblado celtibérico. Y eso es lo que nos cuenta la arqueología, con todo lujo de detalles. No solo las armas, que quizá es con lo que mucha gente se ha quedado de en qué consiste la arqueología, sino los cuerpos rotos de la gente asesinada, la gente que no está. Muchas veces vemos que hay muy pocos cuerpos de mujeres porque se las han llevado para esclavizarlas, casarse con ellas a la fuerza.
El relato de la arqueología es muy distinto a las fuentes históricas muchas veces. En época contemporánea, a partir de un determinado momento, tenemos una cantidad de información extraordinaria: muchas memorias, relatos de testigos... El objetivo de la arqueología, y lo que podemos aportar, cambia. Por un lado, la arqueología puede contar lo que está prohibido contar. Pensemos en el caso de la guerra civil, todas las fosas comunes, esa violencia irregular de la que ha quedado poca constancia en las fuentes documentales o bien se ha contado de manera errónea, con mentiras. La arqueología produce la verdad forense, la verdad de los huesos, cuando se habla de torturas o de ejecuciones extrajudiciales.
En la época contemporánea también está el relato de ficción sobre la guerra: las novelas, el cine. ¿Cómo influye?
Las imágenes que tenemos de la violencia en buena medida están mediadas por los medios, valga la redundancia, por lo que vemos y oímos. La arqueología puede construir un relato alternativo, mostrar otras cosas. Lo de mostrar es así, la arqueología no solo cuenta sino que muestra, es muy visual. Eso tiene un poder importante cuando se trata de las violencias del siglo XX. No es lo mismo que te cuenten un genocidio que te muestren la fosa con los restos de personas asesinadas en un genocidio.
¿Se puede fechar mediante la arqueología cuándo tuvo lugar la primera guerra?
Los arqueólogos nunca podemos fechar de forma muy precisa pero sí podemos decir en qué época emergió lo que podemos llamar guerra. En el caso de Europa, debió de ser en algún momento en torno a finales del cuarto milenio, principios del tercer milenio, cuando se producen unos cambios fundamentales en la Europa prehistórica. Empiezan a aparecer los grandes liderazgos, muy evidente, aparecen personas que claramente tienen poder, algo que antes no ocurría porque eran sociedades más igualitarias, por lo menos entre varones. Empiezan a aparecer además representaciones que hablan de guerreros y de jefes guerreros, nos empiezan a decir que la violencia forma parte por primera vez de la identidad de determinadas personas o grupos sociales. Y una cosa muy importante: aparecen por primera vez las armas. Tendemos a pensar que las armas han existido siempre, y es verdad que armas como herramientas que permiten matar han existido prácticamente desde los primeros homínidos, pero una cosa muy distinta es un arma en el sentido de herramienta específica para matar seres humanos. En el caso de Europa aparecen en torno al cuarto milenio, lo que se llama las hachas de combate.
Cuando aparecen por primera vez jerarquías sociales, cuando aparecen por primera vez jefes, aparece una forma específica de conflicto, con dos bandos, con unas normas, unas identidades, que identificamos como la guerra
¿Y las causas de esa primera guerra?
Las causas de la aparición de la guerra son complejas porque hay muchos factores a tener en cuenta. Es un periodo largo en el que va tomando forma esa nueva manera de ejercer la violencia. Claramente un elemento clave es la aparición de los líderes. Es muy significativo que cuando aparecen por primera vez jerarquías sociales, cuando aparecen por primera vez jefes, aparece una forma específica de conflicto, con dos bandos, con unas normas, unas identidades, que identificamos como la guerra. Esto no quiere decir que en sociedades sin liderazgos, sin jerarquías, no exista el conflicto. Evidentemente existe y puede ser extremadamente violento, lo que no existe es esa forma de institucionalización que es la guerra, que claramente tiene mucho que ver con la aparición de la jerarquía.
¿Cómo es la huella arqueológica que deja una guerra?
Nuevamente, es algo que depende mucho del periodo histórico, pero elementos característicos de una guerra desde un punto de vista material son la aparición de armas, de huellas de violencia en un periodo prolongado de tiempo, que encontremos unos patrones culturales en el ejercicio de la violencia —por ejemplo que aparezca un determinado tipo de fortificaciones—, también lo que podemos llamar un arte de la guerra, desde la propia vestimenta de los guerreros hasta la forma en que se defienden. Después las huellas de destrucción, los asentamientos arrasados, las fosas comunes. Pero no es fácil distinguir cuándo es una guerra propiamente dicha y cuándo son otras formas de conflicto como razias o emboscadas, otros conflictos tribales de baja intensidad. Lo que necesitamos ver es un contexto más amplio.
¿Qué huella arqueológica dejará la actual guerra en Ucrania?
La huella arqueológica que va a dejar la guerra en Ucrania es muy parecida a la de las grandes guerras mundiales del siglo XX. Es muy material y muy interesante. Nos hemos acostumbrado a decir que vivimos en una época de modernidad líquida, subimos los datos a la nube, las relaciones son fluidas, todo parece muy etéreo. Y de repente nos encontramos con una guerra que es todo lo contrario: una guerra pesada, industrial, que transforma profundamente el paisaje, una guerra de trincheras, tanques… La huella que va a dejar es la de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Nos recuerda que seguimos viviendo en un mundo tremendamente material, y conviene recordarlo porque precisamente la materialidad del mundo en que vivimos explica muchos de sus problemas.
Es difícil no leer las fosas comunes o los restos de asentamientos arrasados como una crítica a la guerra, es difícil no sentirse conmovido porque es muy explícito, muy elocuente
¿La huella arqueológica de una guerra se puede leer como un manifiesto contra la guerra?
En muchos casos sí, evidentemente depende del registro que utilices. Es difícil no leer las fosas comunes o los restos de asentamientos arrasados como una crítica a la guerra, es difícil no sentirse conmovido porque es muy explícito, muy elocuente. En la mayor parte de los casos no hace falta ser arqueólogo para poder entenderlo. Cuando te encuentras en una calle los esqueletos de 10 o 15 individuos mutilados, destrozados, no deja de ser como la fotografía de un fotoperiodista de un conflicto en Palestina, Siria o Ucrania.
Una idea que repites en el libro es que la violencia extrema, la guerra, es común pero excepcional. ¿Tratas de desmontar esa idea de que el hombre es lobo para el hombre u otros discursos que glorifican la guerra?
Sí, porque es la imagen popular que tenemos, que el ser humano no para de masacrarse continuamente y que lo hace de una manera extrema siempre. Es lo más llamativo, lo que se ve en titulares de periódicos, portadas de libros sensacionalistas, películas… Siempre son guerras totales, violencias genocidas, cuerpos profanados, pero realmente esto es excepcional. A lo largo de la historia los seres humanos no nos hemos masacrado indiscriminadamente. Siempre ha habido conflicto, que es inherente al ser humano, y con mucha frecuencia ha sido violento, pero con mucha menos frecuencia ha desbordado los límites. Aunque quede extraño decirlo así, normalmente hemos sido capaces de masacrarnos civilizadamente.
¿Se pueden contrarrestar desde la arqueología esos discursos partidarios de la guerra, que la romantizan?
Sí, porque lo que ven los arqueólogos fundamentalmente son los resultados de la guerra. Es más difícil con otro tipo de discursos. En la arqueología, lo que tenemos es lo que queda al final de una guerra. Y al final de una guerra lo que quedan son ruinas y cadáveres.
El libro es duro de leer, ¿te resultó difícil de escribir?
Fue duro, sí. Una cosa que me sorprendió, y por eso las conclusiones en las que hablo de la empatía, de la compasión, fue que cuando lo estaba escribiendo me daba cuenta de que me costaba tanto trabajo hablar de gente masacrada hace 5.000 años o 50, de gente masacrada en China o masacrada al lado de mi casa. Y es porque en realidad lo que estaba viendo allí eran seres humanos, podía estar viendo a mis amigos, mi familia, mis vecinos, independientemente del lugar o del tiempo histórico. Por eso me parece que la arqueología tiene esa capacidad de potenciar la empatía, de que nos preocupemos por la vida y la muerte de otras personas.
¿Cómo se puede hacer antimilitarismo, defensa de la paz, desde la arqueología?
La arqueología tiene dos elementos importantes para construir un discurso antibelicista. Por un lado, nosotros vemos las consecuencias de la guerra, vemos realmente lo que la gente no ve cuando se lanza una guerra, que lo que ve son los tanques, las banderas y los desfiles. Nosotros vemos lo que hay justo al final, y eso es potente. Ver cuerpos dañados, objetos personales de niños masacrados, es muy potente como testimonio. Por otro lado, tenemos una visión de muy larga duración que no tienen otras disciplinas. Digamos que tenemos el lado emocional y la visión racional, poder ver la historia en perspectiva de larga duración para entender cuáles han sido los errores, los elementos que han fomentado las guerras o los conflictos, cuáles son los elementos que han dado lugar a que esos conflictos se desborden y acaben en genocidios. Tenemos que jugar continuamente con esos dos elementos, la emoción y la razón, y eso también es lo que trato de hacer en el libro.
Seguimos sin ver los cuerpos destruidos de la gente, salvo de forma muy excepcional. En ese contexto, la arqueología tiene un papel muy importante: volver a mostrar la parte más cruda y visceral de la guerra
Quizá el polo opuesto a este trabajo arqueológico sea cómo se contó desde aquí la guerra del Golfo en 1991, esa guerra retransmitida en directo en los telediarios, tan aséptica.
La guerra de Vietnam fue la primera vez que se pudo ver la violencia en toda su crudeza. Los fotoperiodistas estaban allí, iban a la emboscada en la que aparecía un soldado americano con los intestinos al aire. Eso se entendió como uno de los elementos que habían motivado la derrota de Estados Unidos y a partir de ese momento las imágenes desaparecen y pasamos a esa guerra virtual de la que habla Paul Virilio. La guerra a la velocidad de la luz, de los videojuegos, de la televisión, completamente aséptica. Seguimos en ese paradigma. Cuando no interesa podemos ver algunas imágenes más crudas, como en el caso de Ucrania que ha trascendido un poco más, pero no mucho más. Seguimos sin ver los cuerpos destruidos de la gente, salvo de forma muy excepcional. En ese contexto, la arqueología tiene un papel muy importante: volver a mostrar la parte más cruda y visceral de la guerra.
El cambio climático es uno de esos factores que puede llevar a conflictos, a la guerra.
No solo conflictos, que ya está causando de manera evidente en toda la región del Sahel, por ejemplo, sino conflictos extremos. Ahora, a diferencia de otros momentos del pasado, tenemos organizaciones internacionales que son capaces de mitigar esos efectos. Y también somos conscientes de lo que significa dejar que una crisis climática llegue a sus últimas consecuencias. Por ahora se está actuando antes de que llegue lo peor. Por eso en el Sahel es una situación horrible pero no es la Segunda Guerra Mundial, no hemos llegado al genocidio o a los millones de muertos. Pero podemos llegar.
Otro tema que tratas es el ejercicio de la guerra como espacio masculino. Dices que “no existen sociedades donde la guerra sea solo tarea femenina”, pero también apuntas que en la retaguardia de los ejércitos hay mucho trabajo realizado por mujeres, como las cocineras.
En la arqueología resulta muy difícil evitar este tipo de cuestiones, aunque uno lo quisiera evitar es difícil porque es lo que te encuentras. Lo que pasa ahora es que tenemos más sensibilidad hacia este tipo de cosas. Hay roles sociales que están invisibilizados, también en la arqueología, como la cuestión de las cuidadoras en las guerras, las cocineras, las enfermeras. Es difícil de detectar salvo indirectamente como es el caso de las mujeres que cocinan porque nos encontramos los utensilios de cocina que están directamente relacionados con las mujeres. Incluso en lo más material las mujeres están invisibilizadas. En cambio, como víctimas no están invisibilizadas, ahí sí que nos encontramos sus restos igual que en cualquier otro contexto.
Un caso muy interesante donde sí se pudo ver muy bien esta labor de las mujeres como cuidadoras fue en Etiopía, el escenario de una masacre en el año 39 por parte del ejército fascista italiano. Los italianos nunca consiguieron controlar Etiopía, siempre tuvieron que enfrentarse a los partisanos etíopes. Una de las partidas más importantes de estos se estaba moviendo en torno a la capital, Adís Abeba. En abril del 39 los consiguieron localizar. Ellos se refugiaron en una cueva y allí los matan, les echan gas mostaza, mueren prácticamente todos, unas mil personas. Hace unos años pudimos visitar el lugar. Estaba todo perfectamente conservado. El 99% de los restos estaba directamente relacionado con actividades femeninas: molienda, preparación de alimentos, almacenaje de la comida, ropa, adornos, restos asociados a la infancia,... Era un mundo 100% femenino y 100% olvidado porque cuando se habla de la guerra en Etiopía contra los italianos se habla de los señores partisanos y de los señores fascistas. Pero los partisanos etíopes no hubieran podido llevar esa guerra de guerrillas si no tuvieran por cada partisano diez personas encargándose de ellos, la inmensa mayoría mujeres y niños.
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La idea de que el ser humano es malo por naturaleza, es una idea judeocristiana, y el judeocristianismo no es más que una de tantas manifestaciones de Patriarcado. Si el ser humano es malo por naturaleza, la única manera de capacitarle para la convivencia en sociedad, sería el terror, aplicado desde su nacimiento. Naturalmente, esta creencia es absolutamente anticientífica. No tiene ningún sentido adaptativo, o evolutivo, que la naturaleza cree un ser vivo “malo”.
Yo creo que la guerra organizada, aparece con la agricultura y la ganadería, y por lo tanto, con el concepto de “propiedad”. Esta forma de producción de alimentos, hace crecer a la población, y genera conflictos entre poblaciones por los recursos. Las culturas que se vuelven patriarcales, son capaces de mantener una mayor población, con individuos menos empáticos, capaces de morir y matar. Van extinguiendo a las poblaciones no patriarcales, y esa cultura se va imponiendo por “selección cultural”. Nosotros descendemos de ese fenómeno cultural.