Arte
Alberto, el escultor que condujo al pueblo a su estrella

Su trabajo resulta ineludible en el arte español del siglo XX, aunque un manto de desmemoria ha caído sobre él. Alberto, el gran escultor del surrealismo, legó una obra única pero poco conocida, erigida a partir de los paseos por Vallecas y la observación de la naturaleza. Destinada a forjar caminos.
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Reproducción de la obra ‘El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella’ del escultor Alberto, situada en la entrada del Museo Reina Sofía en Madrid. Álvaro Minguito

Miguel Hernández, mozo de pueblo tostado por el sol, camina por los cerros de Vallecas una tarde a principios de los años 30, con pantalones de pana y alpargatas. Le acompaña un hombre mayor que él, quien un par de días antes ha invitado al poeta oriolano a pasear por esos campos. Con los bolsillos llenos de espigas de trigo y cebada que van cogiendo, los dos andan y conversan sobre cardillos, margaritas y las propiedades del tomillo, como su olor. Caída la noche, y aún en el paseo, Hernández le acerca un ramillete de tomillo que ha recogido y le dice: “La vida de los hombres suele ser retorcida como las raíces de los tomillos en su lucha por subsistir, pero hay muy pocos que al final de esta lucha huelan tan profunda y limpiamente como este”. Unas palabras que se pueden aplicar para resumir la trayectoria de su acompañante aquella tarde: el escultor Alberto Sánchez, Alberto. Su trabajo resulta ineludible en el arte español del siglo XX, pero un manto de desmemoria ha caído sobre él debido al paso del tiempo, al hecho de que nunca regresó del exilio en Moscú y a que su obra apenas ha sido expuesta, pese a que la más lograda de sus creaciones ejerció de faro del Pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de París en 1937, ese evento en el que también se exhibía por primera vez el Guernica de Picasso.

“La figura tremenda y descomunal de Alberto comenzaría pronto a proyectarse sobre aquellos poblados y llanuras”, recordaba el poeta Rafael Alberti en un artículo de homenaje a Alberto publicado en El País en 1985 en el que menciona los ocasionales paseos vespertinos por esas tierras vallecanas en los que, junto a la pintora Maruja Mallo y Alberto, los tres soñaban con “la creación de un nuevo arte español y universal, puro y primario como las piedras que encontrábamos allí pulidas por los ríos y las extremadas intemperies”. En el texto, Alberti retrata al escultor como “discutidor a veces, narrador de increíbles historietas de su vida popular y difícil, ya escritor a ratos y diseñador de violentas sátiras sociales o claros pensamientos sobre su cada vez más audaz sentido de la escultura”. Y también aporta detalles sobre la posición de Alberto apenas un lustro después de esos paseos, cuando hubo que defender Madrid del fascismo. Durante la guerra civil, Alberti fue secretario de la Alianza de Intelectuales Antifascistas que presidía el escritor José Bergamín —quien había presentado a Miguel Hernández a Alberto en la terraza de un café en Madrid dos días antes de aquella tarde en Vallecas—, y desde allí veía al escultor volver de El Escorial, donde impartía clases de dibujo: “Venía con su fusil, del frente del Alto del León o de Peguerinos, soldado como salido, o caído, de un cielo ocre, verde y gris, tormentoso, del Greco”.

Versos con forma de escultura surrealista

Alberto nació en 1895 en el barrio de Las Covachuelas en Toledo. De niño trabajó de porquero, carretero y herrero, entre otros oficios. En 1907 su familia se instala en Madrid, donde se convertiría en “el gran escultor del surrealismo realizado en España, con una formulación plástica muy original”, según lo define Carmen Fernández Aparicio, conservadora de escultura en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Ella sitúa la escultura de Alberto en un lugar central en la vanguardia española de los años 30 y destaca que, entre los artistas que trabajaban en esa época, fue el que “logró adaptar un pensamiento surrealista a su propia poética, muy ligada a la intrahistoria de España y a la tradición de vinculación a la esencia del pueblo que procedía del 98”.

Para Alberti, la escultura de Alberto es “profundamente poética, no literaria, y cantan en ella las materias naturales con que está hecha, y nos conduce a paisajes recreados por él, a pastos siderales en donde las cabezas alzadas de sus toros ibéricos parecerían —como en Góngora— ‘pacer estrellas en campos de zafiro’”.

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‘Bailarina’, una escultura de Alberto hecha con cemento coloreado y madera entre 1927 y 1929. Imagen: Museo Reina Sofía.

Fernández Aparicio considera que el escultor se aferró a una “voluntad poética integral” que, por su capacidad metafórica y de asimilación del mundo natural, ella coloca en la senda de Juan Ramón Jiménez, “que buscó en su poesía la esencialidad y se acercó a la naturaleza en base a un ideal lírico”. Alberto, en su opinión, lo hizo “desde lo sensorial, emocional e intuitivo”, y sus ideas tomaron forma “en esculturas de desarrollo vertical y totémico, con un recurso mesurado al hueco”, según esta experta.

En la definición de su lenguaje plástico, Alberto tuvo en consideración, como hicieron las vanguardias internacionales, el lenguaje del arte prehistórico, y en su caso especialmente el arte íbero, que también fue importante para Picasso. Su gusto estético, modelado por una meticulosa observación de la naturaleza y las gentes que la habitan, contempla una serie de temáticas recurrentes, como son las mujeres, los pájaros, la tierra o los toros.

Alberto fue vocal del Patronato de Misiones Pedagógicas desde 1931 y participó en iniciativas que intentaban acercar el arte y la cultura a los pueblos

Hay tres aspectos importantes a valorar en la trayectoria de Alberto, afirma Fernández Aparicio. El primero es el hecho de que naciera en el medio rural y fuera analfabeto hasta la juventud, consiguiendo ser “uno de los pocos artistas que expusieron en el Pabellón de España en París, al que llegó a lo más alto en el plano artístico, como eran Picasso, Julio González y Joan Miró”. El segundo es el trabajo relacionado con el teatro. Alberto fue vocal del Patronato de Misiones Pedagógicas desde 1931 y participó en iniciativas que intentaban acercar el arte y la cultura a los pueblos. Diseñó bocetos para la escenografía de Fuenteovejuna en 1932, a cargo de La Barraca de Federico García Lorca, y también tres pinturas para el ballet La romería de los cornudos, estrenado en el Teatro Calderón de Madrid en noviembre de 1933 por la compañía de Encarnación López, la Argentinita. Y el tercer asunto relevante en cuanto a la aportación de Alberto es su posición de reafirmación de la vanguardia frente a quienes defendían un arte de compromiso político ligado al realismo. Fernández Aparicio recuerda en este sentido sus escritos e ilustraciones para la revista valenciana Nueva Cultura en la primavera de 1936 o los dibujos políticos Cinco flechas, que se conservan en el Museo Pushkin de Moscú.

En 1938, el Gobierno de la República envió a Alberto a Moscú para que trabajase como profesor de dibujo para los niños exiliados. En principio se trataba de un destino temporal, pero se convertiría en definitivo y allí murió en 1962.

El deseo de llegar a una nueva sociedad

Gran parte de la obra realizada por Alberto en España desapareció o fue destruida durante la guerra civil. En el Reina Sofía hay 28 esculturas, 12 dibujos y acuarelas y cinco obras ligadas a las artes escénicas. Queda pendiente la escultura del periodo ruso, fechada entre 1956 y 1962, cuando retomó el lenguaje de vanguardia tras la muerte de Stalin.

En las salas del museo se puede apreciar el trabajo de Alberto en dos áreas: la que muestra el desarrollo de la vanguardia en España a partir de 1925, con esculturas en piedra como Maternidad (1930-32), que indica cierto conocimiento de escultores cubistas y plantea una idea eminentemente surrealista, la de la metamorfosis de las formas. Y la segunda es el ámbito del mural Guernica, donde se expone la maqueta original en cemento de El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella, que Alberto realizó en París como modelo de la escultura monumental de 12,5 metros que se instaló en el exterior del Pabellón de España en la Feria Internacional de París de 1937. “Esta obra —explica Carmen Fernández Aparicio— refleja tanto el compromiso político de Alberto, su creencia en el futuro de una sociedad socialista conectada con el pueblo, que en ese momento representaba básicamente al mundo rural, como su reivindicación estética del paisaje castellano, cuyos campos arados definen la forma de la escultura, con la idea de un paisaje erigido en vertical”. En su título-proclama, valora, Alberto puso de relieve el drama y el dolor de un pueblo inmerso en una guerra civil y el deseo de llegar a una nueva sociedad.

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‘El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella’ estuvo en el pabellón de la República en la Feria Internacional de París de 1937. Álvaro Minguito

Una reproducción de este monolito preside la entrada al museo desde 2001, cuando se encargó para la exposición retrospectiva Alberto 1895-1962. La maqueta original, la que se puede ver en la colección de esta pinacoteca, fue encontrada, sin el pájaro y la estrella, en los sótanos del Palacio de Montjuic de Barcelona en 1986, procedente del Servicio de Protección del Patrimonio Artístico, y recuperada para ser expuesta en la muestra Pabellón Español Exposición Internacional de París 1937, que comisarió Josefina Alix en el mismo Reina Sofía en 1987.

‘El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella’ es la “gloriosa culminación de toda una etapa” en la trayectoria de Alberto, opina Josefina Alix, historiadora del arte y comisaria de exposiciones

El pueblo español tiene un camino que conduce a una estrella es la “gloriosa culminación de toda una etapa” en la trayectoria del artista, opina Alix, historiadora del arte y comisaria de exposiciones. A ella, hoy, le remueve hablar de Alberto, un tema que le apasiona y le duele a partes iguales. Reconoce que el olvido en torno a él le hierve la sangre porque “una pésima gestión de su figura, de su obra y de su legado, por parte de su propia familia y otros personajes oportunistas, ha seguido relegando a Alberto a una posición de artista local, con poca proyección nacional y casi nula presencia internacional”. Para Alix, Alberto fue un escultor y dibujante “absolutamente genial”, con una personalidad arrolladora “que le condujo a una obra surrealista pero realista, con el realismo de la tierra, el pueblo, el surco y el arado”.

La primera monografía sobre el artista se publicó en Budapest en 1964, “y realmente en España su obra solo fue conocida después de 1970 con la retrospectiva organizada por la Dirección General de Bellas Artes en Madrid y Barcelona”, precisa Fernández Aparicio. En 1980 se publicó en el catálogo de otra exposición retrospectiva organizada por el Ministerio de Cultura el texto de Jorge Oteiza Mi reconocimiento a Alberto, en el que el escultor vasco aseguraba que el artista toledano había sido su modelo para desarrollar su vocación profunda.

Reina Sofia Alberto
Macho-hembra. Boceto de Alberto para el telón lateral derecho del ballet ‘La romería de los cornudos’. Imagen: Museo Reina Sofía.

La crítica de arte en España ha valorado a Alberto como partícipe de la denominada Escuela de Vallecas, por su asociación con el pintor Benjamín Palencia en los años 30, aunque solo expusieron en una ocasión conjuntamente. Ambos buscaban definir una estética plástica moderna y vanguardista, ligada a una interpretación instintiva del paisaje basada en ideas de pureza y primitivismo. Alix refuta esa idea y prefiere hablar de la estética de Vallecas: “Nunca existió una Escuela de Vallecas, en realidad fue una especie de constructo de Benjamín Palencia, una vez terminada la guerra civil, cuando quiso rodearse de un grupo de artistas jóvenes que le admiraban y él ejercía de ‘maestro’. El espíritu anterior había desaparecido totalmente, con todos sus integrantes exiliados o muertos, y Palencia quiso revivir una especie de escuela de paisaje”. Ella entiende que, de existir, esa estética de Vallecas se forjó en torno a 1926 cuando Alberto se interesó por las tierras del páramo que rodeaba Madrid y empezó a caminar por allí, en principio con el escultor Pancho Lasso y posteriormente con un nutrido grupo de artistas a quienes Alberto invitaba.

“Cuando Benjamín Palencia regresó de París, en 1927, se unió a esas caminatas iniciáticas —recuerda Alix—. Recorrían los cerros y los secos parajes del pueblo de Vallecas, generalmente en verano y a las horas de mayor calor, andando por las vías del tren desde Madrid, a la búsqueda de la esencia de la naturaleza castellana. Y esa búsqueda se traducía en recoger objetos de la tierra, arenas, piedras, guijarros... que en ocasiones sirven para realizar formas escultóricas y, en ocasiones, para sugerirlas”.

De esta etapa vallecana de Alberto, Alix destaca el Monumento a los pájaros, “obra maravillosa realizada en yeso, que se perdió, desapareció o se destruyó”. Casi tres décadas después, el propio escultor aseguraba que esa obra, de la que solo se conservaba la fotografía, seguía siendo una escultura actual, por haber sido concebida para un sitio fijo y para cumplir una misión determinada: como nido para los pájaros pequeños, agujereado y construido de manera que ni las aves de rapiña pudieran meterse ni las alimañas subir a él.

Según Alix, hacia 1957 Alberto decidió rememorar el monumento y construyó una maqueta hecha con técnicas mixtas. Esa pieza acabó llegando a España cuando su familia se trasladó definitivamente a Madrid. “Años después tuvieron la idea de hacer un vaciado en bronce que, francamente, no recogía para nada el espíritu de Alberto. Se presentó como la gran obra inconclusa de Alberto pero poco tenía que ver con la primitiva. El tema de los bronces de Alberto es otra historia un tanto abracadabrante”, lamenta esta experta.

“La gran tragedia de Alberto es que nunca quiso moverse de la URSS, era un comunista convencido. Si se hubiera exiliado a París o a América, su obra sería un hito mundial”, valora Josefina Alix

Esa reconstrucción del Monumento a los pájaros fue parte del regreso de Alberto a la escultura en los últimos años de su vida. “El extrañamiento de su tierra, de aquello que le daba aliento, el adaptarse a una realidad completamente distinta y, de manera especial, la casi prohibición de hacer un arte moderno durante toda la época de Stalin, en la que solo se permitía el ‘realismo socialista’, casi barrió su capacidad creativa. Dejó la escultura y se dedicó a la escenografía y a una pintura de paisajes y bodegones a la manera zurbaranesca”, comenta Alix, quien deja una reflexión importante sobre la relación entre persona y obra: “La gran tragedia de Alberto es que nunca quiso moverse de la URSS, era un comunista convencido y, aunque había gente que intentaba hacerle salir de aquel ambiente y que marchase a París, él siempre se negó. Si Alberto se hubiera exiliado a París o a América, su obra sería un hito mundial”.

Volvamos a Rafael Alberti y a 1985 para concluir. En aquel texto, el poeta andaluz expresaba su deseo de dedicar a Alberto un nuevo poemario, en agradecimiento a su arte: “Para Alberto Sánchez yo quisiera ahora escribir un nuevo libro de poesías en las que todas las sugerencias, las inefables sensaciones de su obra, me diesen por resultado un poema nuevo, desconocido, algo que renovase mi canción y le diese su gracia, su vuelo, el aire no apresado todavía, ese ‘no sé qué’ —como diría San Juan de la Cruz— que en Alberto no es balbuceo, sino concreta revelación, sueño palpable de realidad infinita”.

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#84867
14/3/2021 10:18

"la casi prohibición de hacer un arte moderno durante toda la época de Stalin" viva El Salto, viva la desinformación!

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#84941
15/3/2021 12:09

A qué le llamas desinformación? Hubo vanguardias en la URSS durante la ápoca de Stalin? De verdad que si estoy desinformada me gustaría que me abrieran los ojos.

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#84779
12/3/2021 21:33

Me ha gustado mucho este artículo y me gustaría saber más sobre esos "paseo vallecanos". Gracias.

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#84778
12/3/2021 20:08

Otro olvidado que resucitáis. Gracias

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