Artes escénicas
Las violaciones de Lucrecia: el legado del #MeToo en el teatro

Cuatro siglos después, Lucrecia responde a Shakespeare no con refinadas rimas reales, sino con la dura prosa del testimonio escénico. En el teatro se multiplican las Lucrecias de carne y hueso que cuentan su historia en todos los formatos posibles.
Escena de la obra de teatro ‘Primera sangre’, dirigida por María Velasco
Escena de la obra de teatro ‘Primera sangre’, dirigida por María Velasco. Foto Luz Soria / Centro Dramático Nacional.
9 jun 2024 06:00

Es probablemente la violación más famosa en la historia de la literatura occidental. Lucrecia, una noble romana, está tranquilamente durmiendo en su casa. Entra a escondidas Tarquino, hijo del rey. Se ha obsesionado con ella desde que oyó a su marido, Colatino, presumir de su belleza y su fidelidad. Le excita vencer esa fidelidad y poseer esa belleza. Así que despierta a Lucrecia y la fuerza sin piedad. Ella, incapaz de soportar la deshonra, denuncia a su violador y se suicida. La historia queda como un trágico ejemplo de abnegada virtud femenina, de poesía narrativa en rima real y del temprano genio de William Shakespeare.

Todos sabemos, sin embargo, que La violación de Lucrecia no es el testimonio de una violación. Es una brillante fantasía masculina del siglo XVI sobre una buena víctima de la antigua Roma. Esas fantasías, sin embargo, han alimentado nuestro imaginario hasta hoy, desde el mito de Perseo y Andrómeda hasta la franquicia de Mario Bros, como explica Anita Sarkeesian en su serie Tropes vs. Women in Video Games. Por suerte, los tiempos están cambiando en los videojuegos, las series, los cómics y el cine. Pero sobre todo, en los últimos años, en el teatro, donde se han multiplicado las Lucrecias de carne y hueso que nos cuentan su historia en todos los formatos posibles: documental, ficción, psicodrama y performance. Cuatro siglos después, Lucrecia ha respondido a Shakespeare no con refinadas rimas reales, sino con la dura prosa del testimonio escénico.

Lucrecia, el documental

La respuesta más atronadora fue Jauría en 2019. Teatro verbatim sobre el juicio a La Manada: una transcripción literal de las declaraciones de la víctima y sus agresores, de abogados, jueces y fiscales en el mediático caso de los cinco hombres que violaron a una mujer en los sanfermines de 2016. Ya no oímos a la buena víctima de Shakespeare, sino a una Lucrecia que estaba de fiesta, que pudo divertirse pero no consentir. Interpretada en su estreno por una desgarrada María Hervás, en 2024 toma el relevo Ángela Cervantes, que acaba de romper con el estereotipo de la virgen, guerrera y mártir obligada a luchar o morir por su castidad. El Violadas o muertas (Península, 2018), que decía Isabel Valdés.

Jauría es puro documento y tiene la aprobación de la víctima real pero, también hay que decirlo, está diseñada y dirigida por dos hombres, el dramaturgo Jordi Casanovas y el director Miguel del Arco. Y la pregunta es inevitable: ¿habría sido distinta bajo una mirada femenina? Seguramente. Sea como fuere, esta Lucrecia documental, que no deja de girar y agotar entradas y que inspiró la ley ‘solo sí es sí’, ha saltado a Netflix en 2024 con un formato diferente, el reportaje de Almudena Carracedo y Robert Bahar, No estás sola: la lucha contra La Manada.

Lucrecia, la ficción

El mismo año que Jauría, pero en sus antípodas geográficas y narrativas, se estrena Prima Facie, de la australiana Suzie Miller, una ficción judicial que inició gira en nuestro país en 2023 con la aclamada actuación de Vicky Luengo. Un monodrama, inspirado en la experiencia judicial de Miller, sobre una abogada que pasa de ganar juicios para presuntos violadores a declarar ella misma como víctima. La bajada a los infiernos de la ambiciosa joven de origen humilde que, por ascender de clase, traiciona a su sexo. Algo que entiende demasiado tarde y que desata la enmienda a la totalidad del sistema donde fue alumna aventajada. Eso es lo más interesante de Prima Facie: ver el regreso a la ficción de una Lucrecia bañada en el oleaje feminista, que ha sufrido la misma barbarie que el personaje de Shakespeare, pero que ya no se quita la vida, sino que sienta a Tarquino en el banquillo de los acusados.

Lucrecia, el psicodrama

Hay un tercer formato, que no documenta la agresión ajena ni inspira ficciones en ella. Es el teatro de las víctimas. La puesta en escena del propio trauma para corporeizarlo, decirlo, socializarlo y exorcizarlo. Es lo que hace Bárbara Mestanza en Sucia (2020), un psicodrama que escenifica la agresión sexual padecida por ella misma en una herboristería de Madrid durante un masaje. No solo se trata de reconstruir la escena del crimen o de nombrar el tabú, sino de activar una maquinaria, psicológica y dramática, que permite implicar al público en los momentos críticos, apostrofar al agresor o cambiar de roles y sexos. El psicodrama, sin embargo, también es sociodrama. Y ahí se completa el cuadro de época. Mestanza desmonta y parodia la cultura de la violación, conectando las agresiones sexuales con los perfiles alfa de la política-espectáculo o con un perverso romanticismo pop-rock. Es ese gesto, individual y colectivo, de autorrepresentación y autocuración lo que distingue a esta Lucrecia psicodramática de cualquier otra que hayamos visto en el documental o la ficción.

Lucrecia, la performance

En modo también experiencial, pero doblando la intensidad, Carolina Bianchi estrena La novia y el Buenas Noches Cenicienta, primera parte de su trilogía sobre los feminicidios, en el Festival de Aviñón 2023, pasando después por el Grec de Barcelona. La función está partida por un brutal gesto performativo: Bianchi bebe en escena el Buenas Noches Cenicienta, una droga usada para la sumisión química. Antes de dormirse, sin embargo, nos cuenta la historia de la performance femenina y, sobre todo, la historia de Pippa Bacca. Una artista italiana que, vestida de novia, recorrió Europa en autoestop para llegar a Oriente Próximo y unir en simbólico matrimonio a gentes y naciones. Su cuerpo, estrangulado y violado, fue hallado en Turquía en 2008. Y ahí empieza la segunda mitad de la función. Bianchi cae drogada y sus actores penetran su vagina con una cámara, proyectando la imagen en pantalla grande. Coreografían siniestras escenas de violencia ante la Cenicienta inconsciente. Y la pesadilla solo acaba cuando ella despierta, risueña y amodorrada, para saludar al público. Una poderosa Lucrecia performativa, capaz de encarnar su violación y la de sus compañeras, previa invocación de la tradición que la sostiene. En 2024, Bianchi estrena la segunda parte de su trilogía, The Rape Scene. Título lucreciano donde los haya.

Cultura y violación

Son muchas las Lucrecias que han contado su historia desde el #MeToo, como explica Mithu M. Sanyal en su ensayo Violación (Reservoir Books, 2019). Sería imposible nombrarlas a todas. Pero cuando hablan desde un teatro, resulta más flagrante el choque con el viejo imaginario que durante siglos ha pervivido, en buena medida, sobre los escenarios.

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Y no se trata de expurgar ahora la literatura y el arte o de exigir un feminismo imposible a un poeta isabelino. Pero sí de releer los turbios fondos que hemos canonizado bajo flamantes formas. El vínculo entre la violación en la cultura y la cultura de la violación. Porque el destino literario de Lucrecia ha calado moralmente incluso en quienes no han leído a Shakespeare. Alimenta todo un universo. Y frente a eso, nada mejor que leer y releer el clásico. Y escuchar a las Lucrecias que le dan la réplica.

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