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Audiovisual
El auge del autismo en la ficción y el desafío de representar la neurodivergencia
Imaginemos que regresamos a los años 80 y preguntamos a alguien al azar en qué consiste el Trastorno del Espectro Autista (TEA). Lo más probable es que nos describiese a una persona que no mira a los ojos y sin capacidad para mantener una conversación funcional, pero al mismo tiempo “bendecida” con algún tipo de superdotación. Es decir, una persona muy parecida al personaje de Dustin Hoffman en Rain Man (Barry Levinson, 1988). El rotundo éxito internacional de este drama supuso un importante avance para la visibilización de una condición que hasta entonces apenas había sido representada en la cultura de masas. El problema es que en el mundo real hay pocos Raymond Babbitt.
Salto con pértiga hasta 2023. El Trastorno del Espectro Autista está diseminado por los artefactos audiovisuales de nuestro tiempo. Es una de las neurodivergencias más representadas en las películas y series de la última década. Nos preguntamos por las razones de este creciente interés, pero sobre todo por cómo se están llevando a cabo estas traslaciones desde el campo real —tan real como que afecta a uno de cada cien niños y niñas en España— al ficcional.
Andrea, que es escritora, traductora, correctora y graduada en Filología Inglesa, reconoce que nunca se había cruzado en la ficción con una representación del autismo en la que cupiese alguien como ella
Según la definición de la Confederación Autismo España, el TEA es una condición de origen neurobiológico que afecta a la configuración del sistema nervioso y al funcionamiento cerebral. Acompaña a la persona a lo largo de su vida y afecta, fundamentalmente, a dos áreas del funcionamiento personal: la comunicación e interacción social, por una parte, y a la flexibilidad del comportamiento y del pensamiento, por la otra.
La clave está en la palabra “espectro”, explica Daniel Millán, psicólogo especializado en autismo y autor del libro Guía autista: consejos para sobrevivir en el loco mundo de los neurotípicos (Editorial Lulu, 2022). “En castellano, espectro suena a fantasma, pero en realidad este término hace referencia a una amplitud de manifestaciones. El TEA tiene unos procesos básicos iguales en todas las personas afectadas, pero la intensidad y dificultades de adaptación al entorno pueden llegar a ser muy diferentes de unas a otras”.
La creciente representación del autismo en la ficción está relacionada con el incremento de los diagnósticos de TEA a nivel mundial, que se debe a su vez a que los mecanismos de diagnóstico son cada vez más precisos. Los productores de cine y televisión saben que hay un nicho de mercado nada desdeñable formado no solo por personas neurodivergentes, sino también por sus círculos sociales y familiares. “Cada vez hay más personas diagnosticadas, tanto niños como adultos que hasta ahora habían sido capaces de desarrollar por sí solos estrategias que les permitían pasar desapercibidos”, señala Millán. Otro factor importante es el aumento de personas autistas que hablan de su condición en internet y las redes sociales. Antes la información llegaba a la sociedad a través de las asociaciones, pero ahora es la propia comunidad autista la que está tomando las riendas del discurso. “La imagen que ha permanecido en el inconsciente colectivo sobre el autismo es la de un niño que da vueltas sobre sí mismo, se golpea contra la pared y se tapa los oídos, o el de super genio, pero patoso socialmente e incapaz de entender los chistes. Eso es muy peligroso, porque todo lo que no entra dentro de esos parámetros, se niega —añade este psicólogo—. Por ejemplo, hay diagnosticados que sufren síndrome del impostor porque, como son capaces de hacer contacto ocular, la sociedad pone en duda su autismo”.
En busca de un retrato afinado
Andrea Penalva tiene 28 años, pero solo desde hace tres ha podido ponerle nombre al cuadro de ansiedad generalizado, la dificultad para concentrarse y los bajones de energía repentinos que la acechan desde que tiene uso de razón. La sensación perenne de no encajar con el mundo. Describe el momento de su diagnóstico de TDHA y TEA como un “terremoto” que le obligó a reevaluar todos los episodios de su vida.
Andrea, que es escritora, traductora, correctora y graduada en Filología Inglesa, reconoce que nunca se había cruzado en la ficción con una representación del autismo en la que cupiese alguien como ella. “Alguien que se liara con las matemáticas y no pillara nunca del todo las fracciones. Alguien que se riera de sus propios chistes hasta llorar”.
“Perfiles como el de Elon Musk o Anthony Hopkins, que tienen una inteligencia fuera de lo común y sobresalen en sus profesiones, son una minoría”, apunta Daniel Millán
Noemí Velamazán, psicóloga especializada en TEA y también autista, asegura no sentirse representada por ninguno de los personajes que ha encontrado en la ficción. “Me siento incómoda cuando se banaliza el sufrimiento de la persona autista, cuando se la describe como alguien a quien no le importa lo que piensan los demás, o que no se siente herida al percibirse diferente. Las personas autistas hacemos grandes esfuerzos por adaptarnos a una sociedad que en muchos aspectos nos resulta hostil y no hace nada por que nuestra adaptación sea mejor. Las series no suelen representar el agotamiento mental y físico que aparece tras unas horas de socialización; ni los meltdown, shutdown o las disociaciones que suceden a causa de las sobrecargas cognitivas y/o sensoriales. Tampoco muestran lo que supone ponerte una ‘máscara’ para encajar mejor, por ejemplo en el trabajo, forzándote a sonreír, a hablar cuando realmente quieres permanecer callada. Lo agotador que puede resultar el mero hecho de salir a la calle e ir a comprar al supermercado, a causa de la sobrecarga sensorial”.
Por su parte, Daniel Millán opina que el retrato del TEA en la ficción se ha afinado notablemente en los últimos tiempos, aunque todavía echa de menos que se hable también de los autistas ancianos (“los grandes olvidados”), o de los problemas de acceso a estudios superiores y al mundo laboral.
El genio extravagante
Toda representación ficcional implica un sesgo. No solo es significativo lo que se ve, sino también todo lo que queda fuera de campo. En el caso del cine y la televisión, el sesgo recurrente es la identificación de la persona TEA con el concepto de genio extravagante, un tipo de personaje muy “jugoso” para los guionistas porque da pie a todo tipo de escenas rocambolescas y cómicas.
Normalmente presentan a personajes brillantes en el desempeño profesional que se ven envueltos en situaciones sociales embarazosas. La “honestidad brutal”, la dificultad para captar los sarcasmos o para interpretar el lenguaje gestual generan sorpresa o confusión entre los compañeros neurotípicos. Este esquema se observa claramente en la serie norteamericana The Good Doctor, en la que el actor Alfred Thomas Highmore interpreta a un joven cirujano que, a pesar de su capacidad para realizar diagnósticos alambicados y certeros, se enfrenta diariamente al escepticismo de los pacientes y de parte del equipo del hospital.
Más allá de las licencias “peliculeras”, Velamazán encuentra aspectos interesantes en The Good Doctor. “En esta serie se representa bien cómo funciona el pensamiento en imágenes y la dificultad ejecutiva en la gestión del tiempo. Por las mañanas, el protagonista tiene que ponerse alarmas para cada actividad que hace, ya sea hacer ejercicio, lavarse los dientes o ducharse. La gestión del tiempo no suele ser buena en las personas autistas porque, al meternos en nuestro mundo mental, podemos tardar mucho más de lo necesario en hacer una tarea simple. En alguna ocasión también aparece algún episodio de crisis por sobrecarga; recuerdo un capítulo en el que él ya está sobrepasado y le hace explotar el sonido de una luz. También se pone de manifiesto la hipersensibilidad auditiva. Esto es lo que recuerdo que me gustó, ya que en muchas series se focalizan, sobre todo, en la ausencia de contacto ocular, las dificultades sociales y la focalización en uno mismo, que obviamente también es importante que aparezcan”.
Fijémonos ahora en el personaje de Jerry ‘Hands’ Espenson en la serie Boston Legal. El actor Christian Clemenson interpreta a un procurador con síndrome de Asperger cuyo apodo hace referencia a su peculiar forma de caminar, apretando los puños sobre sus muslos. Dentro del rosario de personajes histriónicos que nutren la trama durante varias temporadas, Jerry es sin duda uno de los que más cancha dio a los guionistas. Su condición de “genio” le permite sacar de la chistera argucias legales que pasan desapercibidas a los demás. Las estereotipias que muestra Jerry —movimientos repetitivos, rítmicos e incontrolados del cuerpo que muchas personas con TEA realizan como mecanismo de autorregulación ante situaciones de estrés o ansiedad— también contribuyen a aumentar el tono “cómico” en cada capítulo.
Daniel Millán: “Tengo que decir que The Big Bang Theory está muy bien documentada. Se nota que la serie tenía un equipo de asesores impresionante. Se habla de aspectos muy concretos del autismo, y de una forma muy elaborada”
“Este tipo de representación tan frecuente, que entraría dentro de lo que se llama síndrome de Savant o síndrome del genio, es controvertida porque al final con lo que se queda la gente es con que un autista es el niño no verbal, pero que descifra códigos nucleares —como el de la película de Bruce Willis Mercury Rising— o el súper genio al estilo Shaun Murphy en The Good Doctor”, apunta Daniel Millán, quien precisa que no quiere decir que no existan autistas así, “pero perfiles como el de Elon Musk o Anthony Hopkins, que tienen una inteligencia fuera de lo común y sobresalen en sus profesiones, son una minoría. En toda mi carrera solo he visto a dos personas con síndrome de Savant”.
Uno de esos casos reales es el de la zoóloga y profesora universitaria Temple Grandin, a quien dio vida la actriz Claire Danes en 2009. Este biopic está basado en dos libros en los que Grandin explicó su experiencia como persona autista nacida en 1947. Es decir, un periodo en el que los médicos asociaban el TEA con carencias sufridas por el bebé durante el embarazo y la crianza (es decir, se culpabilizaba a las madres) y además recomendaban ingresar de por vida a los autistas en instituciones mentales. Gracias al apoyo de su madre y su tía, que no cedieron a esas presiones, Grandin pudo lidiar con las dificultades para relacionarse socialmente y los problemas de ansiedad e hipersensibilidad sensorial asociados a su condición. No solo eso, sino que su memoria fotográfica e inteligencia espacial le llevó a inventar sistemas revolucionarios de gestión de ganadería que son los que se utilizan actualmente en la mayoría de anchos y mataderos norteamericanos.
Sheldon Cooper y la elusión de la etiqueta TEA
Probablemente, el personaje de ficción “Asperger” más popular a nivel mundial es Sheldon Cooper, uno de los protagonistas de la serie televisiva The Big Bang Theory y también del spin off El pequeño Sheldon. Curiosamente, en ambas producciones se evita hablar directamente del autismo.
Daniel Millán cree que es una cuestión de corrección política. “Probablemente se evita explicitar que Sheldon es autista para no despertar en el público sentimientos de culpa. Una cosa es reírse de un nerd, y otra cosa es hacerlo de una persona TEA, deben pensar. El problema con el tabú de la etiqueta es que, si no te la pones tú, te la van a poner igualmente los demás: serás el raro, la extraña, el prepotente, la narcisista, el maleducado. No hay que tener miedo a la etiqueta, sino que hay que poner el énfasis en su explicación”, afirma este psicólogo. “Aparte de esto —añade—, tengo que decir que The Big Bang Theory está muy bien documentada. Se nota que la serie tenía un equipo de asesores impresionante. Se habla de aspectos muy concretos del autismo, y de una forma muy elaborada. Aun así, debemos tener en cuenta que Sheldon aúna a muchos autistas en un solo personaje”.
El autismo en edad escolar y adolescencia
El primer capítulo de la británica The A Word (2016) presenta a la familia Hughes en un momento muy delicado. Joe, de cinco años, muestra rasgos que los padres en un principio asimilan como propios de un niño “singular”. Posee una memoria enciclopédica para la música, pero no responde a preguntas sencillas ni muestra interés por los demás niños. Aunque el centro simbólico de la serie es Joe, la trama se centra en cómo gestionan los padres el autismo de su hijo. Se ponen sobre la mesa cuestiones como la fase de negación, el impacto que tiene el diagnóstico en el resto de la familia o los miedos a inscribir a Joe en un colegio especial por si el contacto con otros autistas empeora sus síntomas. “La serie —apunta Millán— refleja bien uno de los primeros dilemas a los que se enfrentan los padres: la aceptación o no del autismo. Esa idea de que, si pudieses quitarle el autismo, lo harías. El problema es que, si le quitas el autismo, deja de ser tu hijo. El autista es quien es porque tiene una configuración cerebral que le hace ser como es. Ni mejor, ni peor: distinto”.
En 2019, el canal australiano ABC emitió un reality show de temática “romántica” diferente a todos los demás. La idea era retratar la búsqueda del amor por parte de adultos autistas
En otros aspectos, continúa Millán, la serie británica patina. “Utilizan con el niño recursos propios de terapias conductistas radicales, que en muchos países ya están superadas porque pretenden robotizar o neurotipizar. Son muy peligrosas, porque a primera vista parecen obtener buenos resultados, si por eso entendemos que logran conductas neutras. Suelen producir efectos positivos para la sociedad, pero a costa del bienestar emocional de los niños”.
La plataforma Netflix apostó en 2017 por una producción propia que abordara el autismo desde el punto de vista de la adolescencia. En Atypical conocemos a Sam Gardner (interpretado por Keir Gilchrist), un chico de 18 años que se enfrenta al desafío de la emancipación y el descubrimiento de las relaciones sexoafectivas. Esta serie norteamericana refleja también la sobreprotección de los padres o los lazos de amistad entre autistas y neurotípicos. Cuestiones todas ellas importantes para derribar el cliché de que las personas TEA huyen por sistema del contacto físico o la conexión emocional.
Autismo y reality shows
En 2019, el canal australiano ABC emitió un reality show de temática “romántica” diferente a todos los demás. La idea era retratar la búsqueda del amor por parte de adultos autistas, a los que seguimos a lo largo de diversas citas a ciegas. La serie regala algunos momentos divertidos y objetivamente interesantes para el espectador ajeno al mundo del autismo, porque contribuyen a derribar algunos estigmas. Por ejemplo, los protagonistas tienen genuino interés por entablar amistades, enamorarse, mantener relaciones sexuales, hablar, compartir. La idea de que las personas autistas no tienen amigos y solo quieren vivir en su burbuja no solo es falsa, sino que denota un gran desconocimiento de la naturaleza de esta condición. “Si muchos TEA se aíslan es porque les obligan a aislarse”, subraya Millán. Hay también una intención patente por reflejar la diversidad, incluida la racial y sexual.
“Los autistas queremos tener nuestra voz, no solo en la sala de guionistas, sino también delante de la cámara”, subraya Andrea
Sin embargo, no es posible esquivar el hecho de que, en última instancia, esta serie sitúa a personas autistas reales en el centro de un espectáculo. Ni Noemí Velamazán ni Andrea Penalva han querido ver El amor en el espectro autista todavía. Penalva se asomó a ella brevemente, pero no le apeteció continuar “porque se presenta a los autistas como animales de circo”.
La comunidad autista pide paso
“Los autistas queremos tener nuestra voz, no solo en la sala de guionistas, sino también delante de la cámara”, subraya Andrea, que echa en falta más voces propias. “Del mismo modo que a veces hay algo que no encaja cuando un hombre escribe novelas con personajes femeninos, nosotras también nos damos cuenta cuando hay un guionista neurotípico escribiendo diálogos con autistas. A veces me siento como cuando veo una de esas pelis de sobremesa alemanas de Antena 3”.
En Estados Unidos existe un debate abierto con respecto a la conveniencia de que, siempre que sea posible, los papeles de autista se pongan en manos de personas dentro del espectro. Tenemos dos excelentes ejemplos de ello en series como As we see it, que sin embargo no llegó a renovar el contrato de su segunda temporada, y Everything is going to be okay, una serie iconoclasta e inclusiva, pero no condescendiente ni sensiblera, que además tiene una curiosa historia detrás. El joven cómico australiano Josh Thomas, creador de la serie y uno de sus protagonistas, puso en el centro de la trama a una adolescente autista interpretada por una actriz TEA, Kayla Cromer. Thomas interpreta a un entomólogo veinteañero y gay que asume la tutela de sus dos hermanastras cuando el padre de todos ellos fallece. Una de ellas, Matilda, es una chica autista de 17 años que atraviesa procesos muy similares a los de cualquier adolescente contemporáneo. Matilda entabla una relación sentimental abierta con otra chica autista que, a su vez, es asexual, al mismo tiempo que mantiene relaciones esporádicas con chicos heterosexuales. Puro siglo XXI.
Tras la emisión de la primera temporada, Josh Thomas recibió multitud de mensajes de personas TEA, sorprendidas por su capacidad como neurotípico para plasmar con tanto realismo aspectos muy específicos de esta condición. Una sombra de duda empezó a crecer en el australiano. Tras someterse a las pruebas pertinentes, recibió un diagnóstico: Trastorno del Espectro Autista. Así, en la segunda temporada de Everything is going to be okay ficción y realidad se empastan cuando Thomas hace que su personaje en la serie descubra que es autista.
Para Penalva, esta es la serie que mejor representa el TEA porque, entre otras cosas, rompe con la sobrerrepresentación del autista como hombre, blanco y cishetero. “Sería muy interesante que la ficción empezase a representar la enorme variedad racial y de orientación sexual y de género que hay en el autismo”, coincide Millán.
“La cuestión identitaria de la ficción es muy importante —concluye Andrea—. Te sientes muy aislada del mundo cuando nada en él te representa. No solo es importante que haya autistas en la ficción para visibilizar o normalizar esta condición entre la sociedad, sino también porque, cuando se hace bien, hay personas al otro lado que pueden encontrar un reflejo reconfortante”.
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El homo sapiens tiene una gran capacidad para verse a sí misma como la especie superior. Mecanismo de defensa.
Lo más probable es que mucha de la censura y estigma hacia lo que llaman autismo solo sea una defensa biológica ante una posible especie rival.
Todas las dificultades sociales de “las personas con TEA” las explica el odio (miedo) de raza sapiens.
Ni mejor ni peor, distinto… seguid soñando.
Joder, algo pasa si intentas meter el puto universo en el molde estrecho del sapiens.
Besos.